El sueño de la razón produce monstruos

jueves, 28 de abril de 2011

LOS ALBORES DEL CRISTIANISMO (I)

No pretendemos hacer una historia de Israel exhaustiva desde sus orígenes a la actualidad, sino que lo que buscamos es trazar unas pinceladas que nos den una imagen aproximada de lo que pudo ser desde sus orígenes hasta la destrucción del estado judío en el siglo I/II d. C., en tanto en cuanto ahí encontramos el germen del cristianismo.

La Historia de Israel, el país de la Biblia, se inicia en Gn 12: 1-3, cuando Yahvé ordena a Abraham que abandone su tierra y marche a la tierra que Él le mostrará. Parece que viajó desde Ur, en Mesopotamia del sur, no el Ur del norte, y se estableció en Haran (Gn 11: 31-32). En Gn 12 se describe un largo viaje desde Haran hasta Egipto, durante el cual Abraham se detuvo en Siquén y Betel, para luego volver a Betel. Las narraciones acerca de Abraham, Isaac y Jacob se refieren a familias numerosas que se trasladan de un lugar a otro con sus rebaños. La tradición Bíblica sostiene que procedían de Mesopotamia del norte, pero con raíces en la zona meridional. En principio, su establecimiento en la tierra de Canaán no fue permanente por los condiciones de vida que les ofreció aquel hábitat y tienen que emigrar a Egipto. Lo más probable es que algunos miembros de aquellos clanes patriarcales se quedaran en Canaán cuando Jacob marchó a Egipto. Los israelitas aparecen junto a amonitas, moabitas, edomitas y arameos (heroes eponymi)[i], pero claramente diferenciados; Amón[ii] y Moab[iii] son hijos de Lot[iv] (Gn 19:37-38); Edom[v] fue un reino fundado por Esaú[vi] para alejarse de su hermano Jacob[vii]. A medida que se va desarrollando la historia, los personajes de Lot y Esaú pierden importancia y la intervención de Yahvé aparece claramente expresada a través de sus patriarcas Abraham, Isaac y Jacob.

El pueblo hebreo ocupa un lugar importante en la historia de la Humanidad debido a su tradición religiosa, que aparece fundamentalmente en los libros sagrados de la Biblia, escritos en el primer milenio antes de Cristo. Su dios único, Yahvé, concebido como dios protector de los hebreos en sus luchas contra los filisteos y amonitas, adquirió con los profetas un carácter de compromiso moral basado en el cumplimiento de una ley, el seguimiento de unos rituales religiosos y la adhesión a unos dogmas. La figura de Jesús propondrá, pasados los siglos, un mensaje evangélico que impulsa el perfeccionamiento moral y que va más allá del simple cumplimiento de un código legal y la idolatría de la ley y el culto, tal y como emanaba de los rabinos y fariseos.

No se ha podido establecer con rigor histórico la validez de las tradiciones sobre los orígenes del pueblo hebreo que aparece en la Biblia, como ya se irá viendo en algunos de los apartados sucesivos. Antes de la llegada de los hebreos, hacia 1500-1200 a. C., nos encontramos que el valle del Jordán estaba poblado por los cananeos que fueron sometidos a la hegemonía de Egipto (hacia 1469-1214). Las tribus hebreas, de lengua semita, en un proceso inmigratorio aún no clarificado suficientemente, se habrían establecido en Canaán en el siglo XIII a. C.; después de haber permanecido durante generaciones en Egipto, decidieron salir de allí guiados por Moisés; es lo que conocemos como estancia en Egipto-éxodo-desierto-Sinaí-asentamiento en Palestina.

Los relatos que ofrece la Biblia sobre el denominado periodo de los Patriarcas, la estancia en Egipto y el llamado Éxodo no se ha podido verificar históricamente. Se puede afirmar, sin embargo, que unas tribus nómadas o seminómadas dedicadas al pastoreo llegan al sur de Canaán a lo largo del siglo XIII a. C. procedentes de las estepas del norte de Arabia y se instalan en las tierras situadas al sur del mar Muerto. Allí se organizan las tribus, según la Biblia, quizás gobernadas por un consejo de ancianos. A partir del s. XII a, C., las tribus se alían para facilitar su expansión territorial y defenderse de sus enemigos, entre ellos los cananeos (los habitantes hasta entonces de aquellas tierras) y sobre todo los filisteos[viii], pueblo más organizado y mejor armado que los israelitas.

El periodo de los Jueces, tal y como aparece en libro del mismo nombre de la Biblia, estuvo marcado por las invasiones de pueblos vecinos, interpretadas como castigo divino sobre Israel por adorar a otros dioses. Serán los filisteos contra los que luchen los israelitas, puesto que se establecieron en la llanura costera del sur y que se llamó Filistea. Tras la batalla de Afec (1 Sm 4:1-11), los filisteos derrotan a los israelitas; así estos se ven obligados a unir sus fuerzas y se ponen bajo el mando de Saúl, entronizando así la monarquía (hacia 1030-1020 Reinado de Saúl, primer rey de Israel). Tras su muerte, el Estado de Israel se divide en dos reinos y será David el que consiga gobernar otra vez sobre todo Israel. Salomón sucede a su padre David y su muerte significará el fin del Estado de Israel unificado y la separación de los reinos de Israel y Judá (928 a. C.). Tras el hundimiento del reino de Israel por el Imperio Asirio –Sargón II destruye Samaria (720 a. C.)-, vendrá también el hundimiento del reino de Judá, al destruir Nabucodonosor de Babilonia Jerusalén (585 a. C.) una vez que el Imperio Neobabilónico se apoderó del Asirio. Ciro de Persia, en el 538 a. C., permite el retorno de los judíos deportados a Babilonia, al pasar el territorio de Israel al dominio persa, como todo el Levante mediterráneo. Posteriormente se integra en la esfera griega, aunque entre 168-164 a. C. se produce una rebelión victoriosa de los judíos contra la dominación seléucida, los descendientes de Seleuco[ix], uno de los generales de Alejandro Magno y, por último, Palestina pasará a formar parte del Imperio Romano, cuando Pompeyo en el 63 a. C. somete a Judea, entonces bajo la dinastía asmonea o macabea[x], al vasallaje de Roma.

Palestina siempre será la tierra que ha visto nacer los grandes credos monoteístas, el Judaísmo y el Cristianismo. Y luego brotaría el Islam, la rama tardía judeo-cristiana, que retoña del tronco del paganismo árabe[xi].

Si Palestina es la cuna del cristianismo, el Imperio romano lo es de la Iglesia Católica puesto que Roma, desde el principio, fue la sede de su cabeza visible, San Pedro. Nos parece evidente, que el estudio de la religión bíblica ha de cimentarse en las creencias y prácticas de los pueblos contemporáneos de los hebreos y sus antepasados. Todos vivieron en el mismo ambiente cultural y fueron influenciados por los grandes imperios de Mesopotamia, Asia Menor (hititas y hurritas) y Egipto. Además, pertenecían a una misma familia lingüística. Los semitas occidentales, llamados así para distinguirlos de sus parientes del Este, babilonios y asirios, influidos por la civilización sumeria, comienza su marcha por la historia a principios del II milenio a.C., época en que aparecen los primeros nombres y textos semíticos, aportados fundamentalmente por los arqueólogos y exploradores.

El eje de referencia de la difusión del cristianismo lo constituye el espacio geográfico que separa los llamados Imperio Romano de Occidente del de Oriente. En sus orígenes, la influencia sociocultural del cristianismo es el hebraísmo y la diáspora de los judíos, que se extiende desde las Columnas de Hércules[xii] hasta las fronteras orientales del Imperio de Alejandro Magno[xiii].

Desde hace casi dos siglos, el estudio del Antiguo Oriente ha logrado innumerables hallazgos que nos sirven para esclarecer la historia de “Israel”, sus conexiones socioculturales con las civilizaciones y sus relaciones con los pueblos circundantes; todo esto ha permitido desvelar la historicidad de “Israel” y nos ha hecho comprender mejor la tradición histórica del Antiguo Testamento.

Notas aclaratorias



[i]. Se denomina epónimos a los antepasados de las distintas tribus, que llevan el mismo nombre de la tribu y son considerados como el padre de todos los miembros de la tribu.

Así por ejemplo, los israelitas tienen como epónimo a Israel (Jacob), los Edomitas a Edom (Esaú), los moabitas a Moab, los Amonitas a Amón, los Arameos a Aram...

Todas estas tribus son semitas noroccidentales, que pertenecen a la misma rama étnica, hablan idiomas muy semejantes, y tienen culturas casi idénticas. La conciencia de este parentesco, les ha llevado a crear cuadros genealógicos ficticios, en los cuales sus patriarcas o epónimos quedan emparentados. Nosotros conservamos el cuadro genealógico hecho por los israelitas, en el cual, como cabía esperar, el lugar central de la familia lo ocupa Israel (Jacob) y sus doce hijos, mientras que Esaú, Moab, Amón y Aram ocupan lugares más colaterales.

[ii]. Amonita, antiguo pueblo semítico que habitó en la región situada entre el desierto de Siria y el río Jordán, en la actual Jordania. Según Gén. 19,38, eran los descendientes de Amón, hijo de Lot, y parientes próximos de los moabitas. La civilización amonita comenzó en el siglo XIII a.C. y duró hasta el siglo VI a.C. Su capital era Rabbah Ammon (actualmente Ammán, Jordania). Los israelitas estuvieron frecuentemente en guerra con los amonitas. A comienzos del siglo X a.C. David, rey de Judá e Israel, reprimió a los amonitas (2 Sam. 12,26-31) y los sometió a trabajos forzados. En el 721 a.C., tras la caída del reino de Israel, los amonitas se asentaron en zonas al este del río Jordán. El estado autónomo amonita había dejado de existir a mediados del siglo VI a.C. Hacia el siglo I a.C., sus territorios fueron incorporados al Imperio romano, y hacia el siglo III d.C. habían sido prácticamente absorbidos por tribus árabes.

[iii]. Amonita, antiguo pueblo semítico que habitó en la región situada entre el desierto de Siria y el río Jordán, en la actual Jordania. Según Gén. 19,38, eran los descendientes de Amón, hijo de Lot, y parientes próximos de los moabitas. La civilización amonita comenzó en el siglo XIII a.C. y duró hasta el siglo VI a.C. Su capital era Rabbah Ammon (actualmente Ammán, Jordania). Los israelitas estuvieron frecuentemente en guerra con los amonitas. A comienzos del siglo X a.C. David, rey de Judá e Israel, reprimió a los amonitas (2 Sam. 12,26-31) y los sometió a trabajos forzados. En el 721 a.C., tras la caída del reino de Israel, los amonitas se asentaron en zonas al este del río Jordán. El estado autónomo amonita había dejado de existir a mediados del siglo VI a.C. Hacia el siglo I a.C., sus territorios fueron incorporados al Imperio romano, y hacia el siglo III d.C. habían sido prácticamente absorbidos por tribus árabes.

[iv]. Lot, en el Antiguo Testamento (Gén. 11-14; 19), hijo de Harán (el hermano de Abraham, padre del pueblo judío). Tras varios años de convivencia, Lot y Abraham se separaron porque, debido al incremento de sus respectivos rebaños, la tierra no les permitía ya vivir juntos. Más tarde, Lot fue capturado en una incursión contra Sodoma y tuvo que ser rescatado por Abraham. Después, encontrándose en Sodoma, los ángeles le anunciaron: "vamos a destruir este lugar" para que huyera. A pesar de las advertencias de no mirar hacia atrás mientras huían, la mujer de Lot no pudo resistir la curiosidad de mirar hacia atrás y se convirtió en estatua de sal (Gén. 19,26). Por ser la familia de Lot la única superviviente del cataclismo, las hijas de Lot, privadas de compañía masculina, decidieron embriagar a su padre para acostarse con él; de estas uniones nacieron dos hijos, Moab y Ben Ammí, que se consideran los antepasados de los moabitas el primero, y de los ammonitas el segundo; ambos enemigos de Israel. Este incesto que es interpretado por algunos como un modo de perpetuar la especie es, sin embargo, para otros, una justificación del oprobio de dos pueblos enemigos de Israel.

[v]. Edom, en tiempos del Antiguo Testamento, país al sur del mar Muerto, en lo que actualmente es el sur de Israel y de Jordania. De acuerdo con la Biblia, los edomitas descendían de Esaú, hijo mayor de Isaac, mientras que los israelitas lo hacían de Jacob, hijo menor de Isaac. Los dos pueblos, muy vinculados, ocuparon Palestina alrededor del siglo XIII a.C., y sus relaciones posteriores fueron poco amistosas. Las referencias bíblicas a los edomitas son normalmente hostiles, aunque de acuerdo con algunos pasajes eran conocidos por su sabiduría. Edom pudo haber tenido un rey antes que los israelitas, aunque entre los siglos X y VI a.C. estuvo frecuentemente sometida al dominio de Israel o Judá. El primer libro de los Reyes se refiere al príncipe edomita Hadad, quien fue exiliado por el rey David y posteriormente dirigió una rebelión contra Salomón.

[vi] . Esaú (en hebreo, 'velludo'), en el libro del Génesis, hijo de Isaac y Rebeca, y hermano mellizo mayor de Jacob. Al ser el mayor, Esaú tenía prioridad sobre Jacob, pero según la mayoría de las versiones que abordan este episodio vendió su primogenitura por un plato de lentejas, una sopa o un guiso (Gén. 25,21-34). A pesar de ello, Esaú intentó asegurarse la bendición patriarcal de Isaac en su lecho de muerte, pero Jacob lo suplantó y Esaú recibió sólo una bendición secundaria. Esaú, encolerizado, decidió matar a su hermano, por lo que Jacob se vio obligado a huir. A su regreso, ambos hermanos se reconciliaron. La figura de Esaú en este relato representa a la nación de Edom, tal y como se explicita en el Gén. 36,8 ('Esaú es Edom').

[vii]. Jacob, en el Antiguo Testamento, uno de los patriarcas hebreos, hijo de Isaac y Rebeca y nieto de Abraham. Tras privar con un engaño a su hermano Esaú de la bendición de su padre y de sus derechos de primogenitura, Jacob huyó a la casa de su tío, Labán, para quien trabajó durante muchos años, y cuyas hijas, Lía y Raquel desposó. Sus esposas y sus esclavas, Zilpá y Bilhá, le dieron 12 hijos, que se convertirían en los patriarcas de las 12 tribus de Israel. Lía dio a luz a Isacar, Judá, Leví, Rubén, Simeón y Zebulón; Raquel, a José y Benjamín; Zilpá a Gad y Aser, y Bilhá a Dan y Neftalí.

El relato de Jacob se narra en Génesis 25-35. Los acontecimientos más sobresalientes de su existencia fueron la visión de la "escalera de Jacob", la bendición que recibió en Betel (Gén. 28,10-22) y la concesión del nombre Israel por un adversario divino tras luchar contra él (Gén. 32,24-32). Así como la figura de Esaú está considerada como la representación de la nación de Edom (Gén. 36,8), la de Jacob, o Israel, personifica a la nación de Israel. Así, el profeta Oseas traza un paralelo entre la experiencias de Jacob y las de su pueblo (Os. 12) hacia el 1700 a.C.

[viii]. Eran los peleset, un grupo integrante de los llamados “pueblos del mar”, no semita, que, tras ser rechazados por Egipto hacia el 1200 a. C., se instalan en la costa meridional del Levante mediterráneo, donde fundan cinco ciudades y se organizan de forma confederada.

[ix]. Hijo de Antíoco, general de Filipo II, Seleuco también se encaminó hacia la vida militar y acompañó a Alejandro en su victoriosa expedición por Asia. Cuando falleció Alejandro, Seleuco recibió el mando de la caballería. Se tituló rey en 306 a.C.

[x] . Rey de los judíos (Ascalon, h. 73 - Jerusalén, 4 a. C.). Hijo de un idumeo y de una nabatea, en realidad era un palestino de cultura helenística dedicado al servicio de Roma, que dominaba Palestina desde que fuera conquistada por Pompeyo (63 a. C.). Herodes fue nombrado primero gobernador de Galilea (47) y posteriormente «tetrarca» para dirigir las relaciones de Roma con los judíos (41); pero hubo de huir ante el ataque de los partos, que apoyaban en el Trono a Antígona, la última reina de la dinastía de los Asmoneos o Macabeos, representante de la resistencia judía contra la dominación política y cultural del Occidente grecorromano.

En el año 40 a. C. el Senado romano nombró a Herodes rey de los judíos por indicación de Marco Antonio, con el encargo de recuperar Judea de manos de Antígona. Combatió contra ella durante tres años hasta que conquistó Jerusalén y la decapitó.

[xi]. Hasta hace poco los conocimientos sobre la península Arábiga se limitaban a los que nos ofrecían escritores clásicos griegos y romanos y los aportados por los primeros geógrafos árabes; una parte importante de esas informaciones no eran muy fidedignas; sin embargo, las exploraciones arqueológicas del siglo XX han permitido un mejor conocimiento de la zona; los primeros hechos conocidos de la historia árabe son las migraciones desde la península arábiga a las tierras vecinas; en el año 3500 a. de C. aproximadamente, pueblos de lengua semítica emigraron a los valles de los ríos Tigris y Éufrates en Mesopotamia, sustituyeron a los sumerios, y se convirtieron en los asirio-babilonios; otro grupo de semitas abandonó Arabia cerca del año 2500 a. de C. y se estableció a lo largo de la costa oriental del mar Mediterráneo; algunos de estos emigrantes se convirtieron en los amoritas y cananeos de las épocas siguientes.

Hacia el I milenio a. de C., en torno al corredor comercial del mar Rojo aparecen una serie de prósperos estados, entre los que se encontraban los “reinos del incienso” de Saba, Quataban, Hadramaut y Ma`in, el estado etiope de Axum, y hacia el noreste del mar Rojo, el reino de Nabatea, con Petra como capital. La prosperidad de la región se debió al control de las caravanas que comerciaban entre el sur de Arabia y el Mediterráneo oriental, un comercio basado en el cultivo y exportación de árboles gomíferos aromáticos, el incienso y la mirra, productos muy demandados por Egipto, Oriente Próximo y los reinos helenísticos del Mediterráneo Oriental.

El sabeo, creado en 930 a. C., permaneció hasta el 115 a.C., siendo su capital Saba, y su principal ciudad Mariaba; se relaciona generalmente con el reino de Saba, conjeturando que la reina de Saba que, según los textos bíblicos, visitó al rey Salomón, era sabea. (Atlas de Arqueología, 1992, págs. 184-185).

[xii]. Es el nombre que los griegos daban a la antigua Calpe, actual Penón de Gibraltar, y a la antigua Abila, cerca de Ceuta, en la costa africana, hoy Jebel Musa, las dos altas rocas que flanquean la entrada oriental del estrecho de Gibraltar; parece que los fenicios las avistaron por primera vez h. el 1100 a.C.

[xiii]. Siria, Egipto, Mesopotamia y su expansión a la India con objeto de conquistar los confines imaginarios meridional y oriental de las tierras habitadas (oikumene) y la creación de un imperio mundial en el que los pueblos quedasen fusionados mediante traslados y mezclas (Kinder, H. y Hilgemann, W., I – pp. 65 y ss.).

miércoles, 27 de abril de 2011

La piedra Rosetta y el nacimiento de la Egiptología: J. F. Champollion

El arqueólogo francés Jean François Champollion (1790-1843), creador de la egiptología como disciplina contemporánea, empezó a descifrar, en 1821, los jeroglíficos egipcios de la piedra de Rosetta, trabajando en los caracteres jeroglíficos y hieráticos, con lo que proporcionó la clave para comprender el antiguo egipcio. Su mayor hallazgo consistió en descifrar la escritura jeroglífica de la piedra de Rosetta[i], lo que le condujo a redactar la gramática y el diccionario del antiguo egipcio, apareciendo así una literatura inmensa, parte de ella contemporánea a los sucesos de la historia bíblica: Textos de las Pirámides (V y VI Dinastías del Imperio Antiguo), Textos de los Sacófagos (XI-XIII Dinastías del Imperio Medio), Libro de los muertos, colección de textos funerarios de varias épocas con fórmulas mágicas, himnos y oraciones, (XVIII Dinastía), Proverbios de Ptah, Proverbios de Amenecnope, relato del campesino elocuente, historia de Anat y el mar, relato de Sinué. La penetración de elementos asiáticos en Egipto fue muy frecuente, de ahí que aparezcan divinidades semíticas en Egipto. En la época de los hicsos (s. XVII a. C.) aparecen nombres propios de origen semita; textos egipcios de los siglos XVI y XV a. C. presentan a los invasores de Asia como adoradores del dios Seth, al que identifican con el dios de la Tempestad y el poder hostil del desierto, llamado también Hadad o simplemente Ba’al (=El Señor). Los reyes de la XVIII Dinastía adoptan a este dios de aquellos pueblos invasores temibles; el principal atributo que ven en esta divinidad semítica es el otorgamiento de la fuerza victoriosa. El mismo carácter guerrero se atribuyó a otra serie de divinidades semíticas; al lado de Ba’al, aparece el dios Reshep, de abundante iconografía, destacando su carácter guerrero. Y es en Egipto donde se habla por primera vez de la diosa Astarté, también considerada belicosa, y se la representa montada a caballo; igualmente fue conocida en Egipto ’Anat como diosa guerrera, aunque también vieron en ellas la representación de los principios femeninos de la fecundidad, la voluptuosidad y la vida. Se ha encontrado un papiro mágico en el que se nos cuenta cómo las vaginas de Astarté y ’Anat fueron honradas por Seth (=Ba’al). Así pues, la adopción de divinidades semíticas en los egipcios es pragmática: el culto de Ba’al, Reshep y Astarté proyectan el espíritu militar de los faraones expansionistas que miran al mundo asiático. Egipto, pues, capta y transmite los rasgos esenciales de las divinidades semíticas más importantes del II milenio a. C., y todo esto y mucho más se ha podido saber gracias a la descodificación lingüística del antiguo egipcio por el arqueólogo francés Champollion.

También a mediados del siglo XIX, se encuentran las claves de otras lenguas antiguas: el iranio antiguo, representado por el avéstico (con el que se escribió el libro sagrado de los zoroastras, el Avesta) y el persa antiguo, lengua hablada en torno al siglo III a. C. y de la que se han encontrado inscripciones en el suroeste de Irán dedicadas a Dario I y a Jerjes I, reyes de la dinastía persa de los Arqueménidas; las dos lenguas mantuvieron estrecha relación con el sánscrito; el sumerio, lengua hablada por los pueblos el antiguo reino sumerio que estuvo en Mesopotamia[ii], conocido primero como Sumer y luego como Sumer y Akad, situado entre los ríos Tigris y Éufrates, al sur del actual Bagdad; se corresponde más o menos a la Babilonia bíblica; el asirio-babilónico, la más antigua de las lenguas semíticas ya desaparecida, hablada y escrita en Mesopotamia desde el III al I milenio a. C., destacando las ciudades de Assur y Nínive; el hurrita, la lengua de un pueblo no semítico de las montañas que invadió Babilonía en el s. XVI a.C.; los hurritas ocuparon la mayor parte del norte de Mesopotamia y llegaron al oeste de Palestina; el hitita (en hebreo, 'hittim'), la lengua de un antiguo pueblo de Asia Menor y Oriente Próximo, que habitó la tierra de Hatti en la meseta central de lo que actualmente es Anatolia (Turquía), y algunas zonas del norte de Siria. De origen desconocido, invadieron la región, que comenzó a ser conocida como Hatti, hacia el 1900 a.C. e impusieron su idioma, cultura y dominio sobre los habitantes aborígenes. El Imperio Hitita fue fundado h. 1450 a. C.; mantuvieron importantes enfrentamientos con los egipcios y las primeras fuentes fidedignas que hablan de ellos son documentos egipcios, procedentes de la XIX Dinastía, y de pasajes de la Biblia. La lengua acadia, de origen semítica, ya desaparecida, data del tercer milenio a.C., en ella se escribieron numerosos textos en la antigua región de Akad (Sumer); se habló en Mesopotamia entre el tercer y el primer milenio a.C., y se difundió desde el Mediterráneo hasta el golfo Pérsico mientras reinaba la dinastía Akad y el rey Sargón (2334 a 2279 a.C.); h. el 2000 a.C. sustituyó al sumerio en Mesopotamia; con el paso del tiempo originó dos dialectos, el asirio y el babilónico, por lo que también se llama asirio-babilónica (lengua asirio-babilónica y literatura asirio-babilónica); la lengua babilónica sustituyó al asirio y se convirtió en la lengua franca de lo que actualmente es el Próximo Oriente, en torno al siglo IX a. de C.; la reemplazó el arameo en los siglos VII y VI a.C.; el siglo I a. C. había desaparecido completamente. La literatura acadia[iii], una rama de la asiro-babilónica, se manifiesta en innumerables inscripciones, colecciones legales: el Código de Hammurabi, siglo XIII a. C., donde aparece el origen divino del Derecho[iv]; literatura religiosa: La Epopeya de la Creación, el Poema de Gilgamesh[v], que hace referencia a un personaje que, como el Noé bíblico, sobrevivió a un gran diluvio, Utnapishtin, el héroe del diluvio universal, al que los dioses otorgan la vida eterna; este mito se remonta al tercer milenio a.C.; la redacción del texto original se data h. el 2300 a. C.; las tablillas encontradas en la biblioteca del rey Assurbanipal (668-626 a. C.), en Nínive, serían copia del original y son las que se conservan; se trata de un poema asirio copiado probablemente de textos arcadios mucho más antiguos, pues algunos de sus personajes aparecen en tablillas cuneiformes de la mitología sumeria, de donde serían sacados y adaptados por los acadios; literatura sapiencial...



[i]. Llamada así por Rosseta, la ciudad puerto del brazo oeste del Nilo, próxima a Alejandría; fue encontrada por las tropas francesas en 1799; la piedra, grabada en el año 197 a.C., contiene un edicto en alabanza al rey de Egipto, Tolomeo V. La inscripción aparece en tres alfabetos distintos: el jeroglífico, el demótico y el griego, lo que posibilitó descifrar el contenido en sus grafías jeroglífica y demótica al ser comparadas con las de la lengua griega. Hoy se encuentra en el Museo Británico de Londres.

[ii]. Mesopotamia, nombre que los antiguos griegos dan a toda esta región en la que surgieron: Sumer, más tarde Sumer y Akad, luego Babilonia y Asiria.

[iii].Los semitas occidentales más antiguos aparecen a finales del III milenio a. C. en el curso medio del Éufrates; son los llamados “amonitas”, relacionados con los orígenes de la grandeza de Babilonia, ya que Hammurabi era miembro de una dinastía amonita, diferenciada de los acadios o semitas orientales, herederos de la cultura de Sumer

[iv]. La administración de las ciudades-estado y reinos cambió profundamente mediante el desarrollo de la escritura. Inscripciones y placas de arcilla de Mesopotamia y Egipto indican que la escritura se utilizaba para llevar cuentas y registros, compilar leyes y mantener correspondencia.

La compilación de las leyes de Hammurabi, rey de Babilonia, grabado sobre una estela de diorita, representa a Hammurabi recibiendo el encargo de compilar las leyes, procedente de Shamash, el dios-sol de la justicia. (Atlas de Arqueología, 1992, pág. 123).

[v]. Las primeras ciudades crecieron al sur de Mesopotamia durante el IV milenio a. de C. Las primeras planchas de arcilla pictográficas proceden de Uruk (h. 3100 a. de C.). El rey más popular de Uruk fue Gilgamesh, que partió de este lugar para ir en busca de la vida eterna. La epopeya de Gilgamesh describe innumerables aventuras, incluyendo un combate con el sumerio Noé, y detalles sobre los famosos muros de la ciudad de Enana y sus jardines y huertos. (Atlas de Arqueología, 1992, págs. 125).

martes, 19 de abril de 2011

Al hilo de Calderón: las apariencias engañan

Las apariencias son muchas veces engañosas aunque no nos ciegue la pasión y lo imaginario y distorsionante se mantenga en niveles aceptables, por dos razones: a) las apariencias no dan por sí mismas información suficiente sobre lo que una cosa es, o dicho al modo escolástico, no nos dicen de la substancia sino solo de los accidentes, y b) la apariencia de hombres y cosas con su presencia pretendidamente simple y clara, engañan a nuestros sentidos. Por ejemplo, el agua clara nos muestra falsamente que el remo dentro de ella está torcido o el azul del cielo no tiene más realidad que la de ser visto, como se expresa en el espléndido soneto atribuido indistintamente a Lupercio y a Bartolomé Leonardo de Argensola. Veamos:

Yo os quiero confesar, don Juan, primero:
que aquel blanco y color de doña Elvira
no tiene de ella más, si bien se mira,
que el haberle costado su dinero.

Pero tras eso confesaros quiero
que es tanta la beldad de su mentira,
que en vano a competir con ella aspira
belleza igual de rostro verdadero.

Mas, ¿qué mucho que yo perdido ande
por un engaño tal, pues que sabemos
que nos engaña así Naturaleza?

Porque ese cielo azul que todos vemos
ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande
que no sea verdad tanta belleza!

El caso más importante para la cultura de la época donde se demuestra la insuficiencia del conocimiento sensible es el de la transubstanciación del pan y del vino en el cuerpo y en la sangre de Cristo. Uno de los documentos más importantes del Concilio de Trente fue precisamente el “Decreto sobre la Eucaristía”, donde se afirma taxativamente, en contra de los protestantes, como dogma de fe, la presencia real y substancial de Jesucristo bajo las apariencias sensibles de las dos especies del pan y del vino, la ofrenda para el sacrificio y son alimentos para el banquete de la Iglesia: la Eucaristía. Así se puede comprender mejor la importancia de esta doctrina en el teatro de Calderón si consideramos que los autos sacramentales eran la celebración teatral, en la plaza del pueblo, de la festividad del Corpus Christi pues eran una exaltación de ese misterio y también del catolicismo romano. En muchos de los autos sacramentales se escenifica la imposibilidad que tienen los sentidos de comprender por sí mismos el verdadero ser de la Eucaristía, y por eso el desconcierto del puro Entendimiento humano. Por ejemplo en la Loa del auto La vida es sueño sólo el Oído es firme o acierta al dejarse guiar por la Fe, esto es, por lo que ella (la Biblia y la Iglesia) le han dicho: Oído. La Fe, que allí hay Cuerpo y Alma y Carne y Sangre me ha dicho. Y pues sentido de Fe es solamente el Oído, crea el Oído a la Fe, y no a los demás sentidos. Calderón usa la metáfora del cautiverio del Entendimiento por la Fe, porque hay razones de Fe a las que no llega la razón natural, idea que siempre fue defendida por la Iglesia y también por Santo Tomás. El Oído más ilustrado vence y hace cautivo al Entendimiento razonándole: para Dios, que ha creado el mundo de la nada, no es imposible convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, el cual además los ocupa (el Pan y el Vino) como el alma está en el cuerpo del hombre. La Fe es la que lucha con el entendimiento, entrándole verdaderamente por el Oído y así se logra captar lo esencial, la verdadera realidad, la substancial, más allá de los accidentes, que es donde los otros sentidos (tacto, vista, olfato y gusto) y el libre pensamiento se detienen y se engañan. La Vista, que se proclama “principal/sentido humano”, superior a los otros, en la Eucaristía solo logra ver pan y vino; lo mismo les ocurre a los demás sentidos, excepto al Oído, que siendo el sentido más fácil de engañar en la vida cotidiana es el preferido por la Fe, el único capaz de captar lo que hay debajo del velo de las especies del Pan y del Vino. Por eso el Hombre exclamará que “todos por el Oído/nuestra razón cautivamos.” Para la tradición clásica, la vista era el sentido más valorado y al pensar se le llamaba theoría: mirar, observar, contemplar. Aristóteles, al comienzo de su Metafísica, escribe: el sentido más amado por el hombre es el de la vista porque, de todos los sentidos, éste nos hace conocer más, y nos muestra muchas diferencias. Además, la vista representa también la autonomía de juicio del individuo frente a la tradición oral. De lo que veo soy testigo directo, sin intermediarios, y mi conocimiento juzga por sí mismo sobre lo que es real o no es real. Igualmente, la filosofía es el intento del hombre de no aceptar sin más los relatos míticos, sino comenzar a usar de la propia razón como criterio de verdad; una razón que es, sin duda, intersubjetiva, un diálogo, un dar razones a los demás de lo que se afirma. Platón, en el Fedro (246 e ss.), cuenta mitológicamente que los dioses encabezados por Zeus traspasan la bóveda celeste, al dirigirse a su festín, y allí, en la “llanura de verdad” se gozan mirando las ideas, las entidades reales, lo que verdaderamente es. Esa contemplación intelectual se comprende por analogía con la visión. Los aurigas que los acompañan no siempre lo logran y tienen que aceptar la mera opinión. Algunas de esas almas caen a la tierra por el tumulto, el olvido y la maldad. El ideal del filósofo es regresar a la patria celeste esforzándose por alcanzar desde lo sensible la contemplación de las ideas y también por medio del poder evocador de la belleza, que, entrando por los ojos de la carne, engendra amor, y nos recuerda la visión originaria. Por eso el conocer es la capacidad que tiene el alma para rememorar la esencia que ésta pierde al entrar en un nuevo cuerpo, es decir, un proceso de anamnesis, de reminiscencia, un recordar lo oscurecido por el velo corporal. Ahora bien, Jesús reprenderá al apóstol Tomás por su falta de fe al negarse a creer en aquello que no ha visto[1]. Santo Tomás, al fin, logra ver, pero los demás cristianos tendrán que aceptar lo que solo pueden escuchar (Biblia e Iglesia). Esa primacía del Oído solo se da en este mundo, oscuro valle; la preeminencia de la vista, acaso como metáfora, es lo esencial porque en el cielo la fe será suplantada por la visión intuitiva y cara a cara de Dios, al mostrarse la divina esencia de modo inmediato y desnudo y vista así las almas bienaventuradas gozan y tienen vida y descanso eterno, desaparecen en ellas los actos de fe y esperanza. Fe es creer en aquello que nuestro Entendimiento no alcanza por sí mismo, de ahí que se haga cautivo de la Fe, que el catecismo se fundamenta en la Biblia y en el magisterio de la Iglesia. Esto justifica la prohibición de traducir a las lenguas vernáculas el Libro Sagrado para impedir al pueblo su acceso a él y su libre examen, en contra de los luteranos, pues Roma ha de ser el único interprete legítimo. San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios…, afirma: “Debemos siempre tener, para en todo acertar, que lo blanco que yo veo creer que es negro, si la Iglesia jerárquica así lo determina; creyendo que entre Cristo nuestro Señor, esposo, y la Iglesia, su esposa, es el mismo Espíritu que nos gobierna y rige para la salud de nuestras ánimas.” (Cfr. RIVERA DE ROSALES, ibídem, pág. 29 y 30, n. 66). En esto disentía de Erasmo de Rotterdam (446-1536): “Pues lo negro no podría ser blanco, por más que el pontífice romano lo afirmase, cosa que estoy cierto no hará jamás.” Zipi Literario Zape [1]. Evangelio según San Juan 20, 24-29.