Goya (1780): La última comunión de San José de Calasanz | |||
El Criticón se publica en tres partes: primera,
1651; segunda, 1653, y tercera, 1657. Entre la segunda y la tercera entrega, se
edita en Zaragoza, por Juan de Ibar, 1655, su obra El Comulgatorio, con el subtítulo de Varias meditaciones, para los que frecuentan la Sagrada Comunión puedan
prepararse, comulgar y dar gracias; es la única que firma con Baltasar
Gracián.
La obra responde a la elocuencia
altisonante del predicadoro que trata de conmover, persuadir a sus compungidos
oyentes, hablándoles, más que al entendimiento, al corazón.
Son cincuenta meditaciones,
estructuradas en cuatro puntos, que a su vez se distribuyen en dos partes cada
una, la primera dedicada a exponer el ejemplo bíblico oportuno, y la segunda,
una deducción ascética dirigida al alma.
Su brevedad y proporción en esos
puntos y partes tienen por objeto sintetizar toda la sabiduría religiosa en un
parvo devocionario, emotivo y fecundo, y hacen de la obra uno de los libros más
logrados de la literatura ascética española
Existe, afirma CORREA CALDERÓN, una
perfecta sincronía entre la propia biografía del autor y su obra:
El
Héroe (1637), que corresponde a su entusiasmo juvenil por lo heroico y
combativo, por el triunfo y la gloria, propone un arquetipo sobrehumano y excepcional.
El
Político (1640); expresa su descontento por lo contemporáneo y una
nostalgia del tiempo antiguo.
Agudeza
(primera redacción, 1642; versión definitiva 1648)[1],
viene a expresar y sintetizar su múltiple saber adquirido en su juventud
ilusionada sobre los complejos artificios de la preceptiva del Barroco.
El
Discreto (1646) aparece cuando tenía más o menos cuarenta años, El
escritor, ya desengañado de sus utopías, se contenta con proponer las virtudes
necesarias del varón prudente.
Oráculo
manual y arte de prudencia (1647); en esta obra aunque mantiene el meollo
de las obras anteriores con las que pretendía inculcar las dotes de mando en el
hombre superior, limita sus propósitos a la formación del hombre medio, que se
supera a sí mismo y sabe defenderse de las tretas de sus adversarios.
Gracián, según va envejeciendo, se
llena de escepticismo y en sus escritos predominará un profundo raciocinio
sobre cualquier otro sentimiento.
El
Criticón (1651, 1653, 1657) es una sublime y fantasmagórica interpretación
del hombre y del mundo convulso que le ha tocado vivir. Se corresponde a los
años de su madurez.
El trasfondo es la búsqueda de una
solución política al caos militar y político que anda detrás de la diplomacia
gobernante del valido, el Conde-Duque de Olivares y la corte corrupta de Felipe
IV. Aquel panorama de decadencia había desatado la vena de la literatura
satírica donde se reflejan las quejas de un país harto de guerras, impuestos,
miserias, levas y hambrunas. Es la época del desmoronamiento de la Monarquía
hispánica: guerra de Cataluña (prisión de Quevedo; encarcelamiento y muerte del
Duque de Nochera…), secesión de Portugal, levantamiento de Andalucía…
Los romances satíricos cantaban:
Toda
España va de rota / Lo militar no se ejerce / lo político lo estorba / los que
pierden nos gobiernan, / los que ganan se arrinconan…// Hoy no se acierta en
España / acción humilde ni heroica /: desdicha es errar algunas, / malicia es
errarlas todas[2].
A.T.T.