El sueño de la razón produce monstruos

domingo, 23 de junio de 2013

Querella entre el homo mathematicus de las ciencias exactas y el homo religiosus de la fe cristiana. Pascal (I)


La relatividad de la certeza matemática[1]

            Por el conocimiento claro y distinto, por el pensamiento, acaso se puede alcanzar la certeza intelectual. La matemática "pura", con toda su absoluta certeza, cuando se hace matemática "aplicada" lo mismo puede contribuir a la seguridad que a la inseguridad de la vida del hombre.
            Con McLuhan cabe preguntarnos ¿qué mejora en el pensamiento de los hombres cuando se pregunta de dónde venimos y adónde vamos? ¿Qué cambia con la matemática "aplicada"? ¿Qué valores recupera el hombre? ¿Qué aspectos contradictorios se suavizan o desaparecen  entre la certeza conceptual de las matemáticas y la seguridad existencial y social? Con los avances científicos y tecnológicos las imágenes y configuraciones del hombre no sólo aluden a cosas, sino que se transforman en cosas por sí mismas, convirtiéndose en herramientas, en artefactos reactivos, a veces muy peligrosos u objetos que tienen la capacidad de cambiar el mundo (McLUHAN, 2009: 288).
            Sin embargo, para McLuhan, la principal característica humana no es tanto crear imágenes, artefactos, herramientas... sino poseer la facultad de comunicación entre seres humanos sobre cómo hacer uso de esas piezas; el hombre no puede transmitir por herencia biológica esas extensiones de los sentidos o de sus facultades mentales. Solo lo puede conseguir por medio de los procesos de enseñanza-aprendizaje, como ocurre, por ejemplo, con el teorema pascaliano, su física (Traité de sons), la prensa hidráulica o las Lettres Provinciales, donde Pascal se nos presenta como inmisericorde polemista y panfletista, sin parangón en su tiempo, sirviendo de modelo después a Voltaire, al ser considerado "el primer periodista" de la literatura francesa.  Como Descartes, Pascal lleva inherente las dotes de un profundo pensador, posee el "pathos" del pensamiento: "El hombre no es más que una caña..., pero una caña que piensa". En ese pensamiento vemos que participa del dualismo cartesiano de espíritu y materia, alma y cuerpo. Y como Descartes no acepta la Escolástica, y la Biblia, con respecto a la física moderna, tiene tan poca autoridad como la antigua física de Aristóteles. Empero, al igual que Descartes, ataca a los "libertinos", librepensadores y ateos, rastreando con fino olfato los problemas del hombre hasta chocar con el fundamento último de la existencia humana.




[1]. KÜNG, Hans (1979), ¿Existe Dios? Respuesta al problema de dios en nuestro tiempo, 3ª edición, Madrid, Ediciones Cristiandad, págs. 75 y ss.

lunes, 17 de junio de 2013

Para compensar...

En realidad se trata de leer un ensayo fascinante cuyo título y subtítulo es:

El misterioso caso alemán 

Un intento de comprender Alemania a través de sus letras


de

Rosa Sala Rose



Alba Editorial, 2007
Colección: Trayectos
Núm. colección: 90

"Después de la Segunda Guerra Mundial, una cuestión muy debatida en torno a Alemania y el Holocausto es la que plantea por qué “la más culta de las naciones europeas” –en opinión de madame de Stäel ya al inicio del siglo XIX– cayó en las redes del nazismo y secundó a un fantoche como Hitler en sus ideas criminales. ¿Cuál era la razón de que una mayoría de alemanes, lectores de Goethe y admiradores de Beethoven, deviniese en delatora de vecinos, cómplice de verdugos o ella misma en asesina? O, formulando la pregunta según George Steiner: “¿Cómo es posible interpretar a Schubert por la noche, leer a Rilke por la mañana y torturar a mediodía?," reflexiona Luis Fernando Moreno Clarosd


en 

La Escuela de Frankfurt

    Adorno y Horkheimer, desde el campo de la Sociología, se ocupan de los Medios de Comunicación de Masas y de las Industrias de la Cultura. Los dos investigadores pertenecen a la llamada Primera Generación de la Escuela de Frankfurt; la segunda está representada por Habermas. Desde el Centro de Investigación de la Cultura de Masas, en el Instituto de Investigación social de Frankfurt, en el que trabajaban muchos judíos, con la llegada del Hitler y los nazis al poder se tienen que dispersar, reuniéndose posteriormente en el exilio. Muchos de aquellos investigadores provienen de la crítica literaria.
   Adorno y Horkheimer comienzan sus investigaciones en EE.UU., con un concepto muy elitista de la cultura y con la vista puesta en la mejora de la sociedad. Los dos surayarán muy especialmente su crítica a la hegemonía cultural y política de EE.UU., quienes, desde un contexto sociológico y cultural europeos, se ven inmersos en un país completamente nuevo y con una sociedad de consumo muy distinta de la que ellos esperaban.
       Su teoría crítica buscará una reorganización racional de la sociedad, y ofrecerán una visión alternativa a las Mass Communication Research (“Investigación y Comunicación de Masas”). Los padres de la Teoría General de la Comunicación eran entonces: Lazarsfeld, Hovland, Lewin, Lasswell, entre otros. Adorno, al llegar a EE.UU. trabajará con Lazarsfeld, aunque el mismo Adorno reconocerá que se trata de dos proyectos divergentes (el de la Escuela de Frankfurt y el de los padres de la Teoría General de la Comunicación) con intereses y metodologías también muy distintas.
       Estos investigadores realizarán la primera aproximación marxista al estudio de la Comunicación de Masas, siempre condicionados por el contexto histórico y social. Entienden la sociedad como un todo, por ello estudiar la Comunicación supone estudiar las fuerzas sociales que la determinan. Reciben influencias de Marx, Freud y Weber. Defenderán que los Medios de Comunicación serán los transmisores de la ideología dominante, puesto que vienen legitimados por un orden desigual; al tiempo que se ocupan de los fines del Sistema Comunicativo Comercial y Privado y por quienes lo controlan: la cultura de masas y la racionalidad técnica. Con Marx estarán de acuerdo cuando afirma que “las ideas de la clase dominante son en todas las épocas las ideas dominantes”, y el hecho de que la clase que dispone de los Medios de Producción Material es también la que controla las ideas rectoras de su época. La cultura de masas es la que se produce en el Capitalismo destinada a las masas; Adorno y Horkheimer usarán el término La Industria Cultural, señalando que la ilustración que propugna es el engaño de las masas. Hablarán, pues, de la Dialéctica del Iluminismo: “La industria cultural: ilustración como engaño de las masas”. El factor económico será muy tenido en cuenta en sus análisis e investigaciones.
       Las industrias de la cultura: ilustración como engaño de las masas
       Bajo los monopolios, toda cultura de masas es idéntica. Los directivos ya no tratan de disimular el monopolio sino en obtener más poder; un poder agresivo, violento. El urbanismo de los regímenes autoritarios es similar al de los países de capitalismo democrático: centros de poder, empresas transnacionales, multinacionales… todo eso son planificaciones del nuevo sistema empresarial; en ellos radica el poder absoluto del capitalismo, ante el cual, el individuo, aparentemente independiente, queda prosternado y le hacen aún más servil. Los habitantes, como productores y consumidores, son atraídos a esos centros urbanos en busca de trabajo y placer. Así surgen conjuntos urbanos bien organizados y uniformados en los que se unen lo microcósmico con lo macrocósmico, las nuevas y frágiles estructuras de edificación, que pronto serán desechadas como latas de sardinas, para las ferias mundiales. Ya no será necesario que el cine y la radio busquen objetivos estéticos; son sólo negocios y esa es la base de su ideología, la que justifica la morralla que producen intencionadamente, deliberadamente. Ahora se llaman Industrias. El sueldo de los directivos así lo demuestran; constituyen la Industria Cultural por el uso de la tecnología; sus normas se basan en las necesidades de los consumidores, surgiendo así el ciclo de manipulación y de provocación de necesidades con las que la unidad del sistema se fortalece cada día más. Dominio, pues, de la tecnología sobre la sociedad; este objetivo se oculta: la racionalización de la tecnología será la racionalización de la dominación social; ahí radica su fuerza coercitiva. Los elementos de consumo: automóviles, películas, programas de TV… funcionan como elementos de cohesión del sistema, que tratará de nivelar, de igualar, es decir, consumir los mismos productos. Así nace la Tecnología de la Industria Cultural y con ella se logran dos objetivos: la normalización y la producción en cadena, y con ellos se sacrifica la creatividad individual y la del sistema social. La función de la Tecnología de la Industria Cultural consiste en la manipulación de la conciencia individual; los monopolios ya no tienen que hacer frente al poder de los estados. La espontaneidad del público se corta y se absorbe por la radiodifusión oficial: buscadores de talento, concursos radiofónicos y programas oficiales; el poder del estado niega la libertad a las radioemisiones privadas. El público favorece el sistema de la industria cultural; es una parte del sistema: mecanismo económico de la selección.
       La industria cultural, en conjunto, ha modelado a los hombre en varios tipos, que se reproducen fielmente en los productos respectivos. El estilo de la industria cultural es la negación del estilo. La conciliación de lo general y lo particular es fútil porque ha dejado de existir la tensión entre polos opuestos. Todo es idéntico; lo general puede reemplazarse por lo particular, y viceversa. La Industria Cultural sigue siendo el negocio del espectáculo. Su ideología es el negocio. El poder de la industria cultural reside en su identificación con una necesidad prefabricada
       En la organización capitalista, la diversión es la prolongación del trabajo; el solaz se procura como evasión del proceso mecanizado del trabajo, con el fin de restaurar las fuerzas y así poder afrontarlo nuevamente. Pero, al mismo tiempo, la mecanización ejerce tal poder sobre el ocio y la felicidad del trabajador, y determina tan profundamente la elaboración de productos de pasatiempo, que irremediablemente las experiencias de ese hombre son imágenes consecutivas de la propia mecánica del trabajo.
       Lo que late en el interior de la organización capitalista es la sucesión automática de operaciones normalizadas. Sólo es posible evadirse de lo que ocurre en el trabajo, en la fábrica o en la oficina por aproximación a aquello mismo que ocurre en los ratos de ocio. Toda diversión está tocada de ese mal incurable. El placer degenera en aburrimiento porque no requiere ningún esfuerzo al discurrir inflexiblemente por los manidos cauces de la misma mecánica del trabajo. No puede esperarse del espectador un pensamiento independiente: el producto determina todas y cada una de las reacciones al evitar cuidadosamente cualquier reacción lógica que exija esfuerzo mental. En lo posible, el desenvolvimiento del argumento debe ir concatenado con la situación precedente y nunca con la idea general del conjunto. Pasar de la calle al interior de un cine no significa ya entrar en un mundo de ensueño. Es el refugio del ama de casa donde puede sentarse sin ser vista o de los parados de las grandes ciudades en donde encuentran frescura en el verano y calor en invierno (locales climatizados). Por otra parte, el cine, como envanecido aparato de placer no aporta ninguna dignidad a los seres humanos.
       Forma parte del sistema económico capitalista la idea de “explotar al cien por cien” los recursos técnicos y los medios populares de consumo estético, al tiempo que se niega a explotar otros recursos para desterrar al hombre del mundo. La industria cultural defrauda inexorablemente a sus consumidores de lo que constantemente les promete. Sus promesas son ilusorias. La industria cultural no sublima, reprime: exhibiendo reiteradamente los objetos de deseo (nos pechos femeninos ceñidos en un suéter o el torso desnudo del atlético héroe), no hace sino estimular el placer anticipado, no sublimado que la continencia habitual ha reducido, desde hace mucho, a un remedio masoquista. No hay situación erótica que, mientras insinúa y excita, deje de decir inequívocamente que no se debe llevar las cosas a tal extremo.
       Las obras de arte son ascéticas y desvergonzadas; la industria cultural es pornográfica y pudibunda, pues se limita a confirmar el ritual de Tántalo[1]. El amor es degradado al nivel de la aventura galante, y así puede llegar hasta el libertinaje, como especialidad con la que se puede comerciar. La producción a gran escala de materia sexual llega al extremo de su represión.
       La reproducción mecánica de la belleza, a la que el fanatismo cultural reaccionario sirve con tesón, no da cabida a la idolatría inconsciente que fue en otro tiempo consustancial a la belleza. El triunfo sobre la belleza es celebrado con la alegría del mal ajeno que toda privación consumada provoca. Brota la risa porque no hay ningún motivo para reír. La risa es el eco del poder, entendido como algo insoslayable. El jolgorio es un baño medicinal. La industria del placer no deja nunca de prescribirlo, y convierte la risa en instrumento del fraude a la felicidad que practica. En los momentos de felicidad no hay risa; sólo las operetas y el cine representan lo sexual con sonoras carcajadas. El goce es austero: res severa verum gaudium (“Seria es realmente la alegría verdadera”).
       En la industria cultural, la negación jovial reemplaza el dolor que se encuentra en el éxtasis y en el ascetismo. La ley suprema ordena que nadie satisfaga sus deseos, cueste lo que cueste; todos deben reír y contentarse con la risa. En cada producto cultural, la negación permanente impuesta por la civilización es una vez más demostrada inequívocamente e infligida a sus víctimas. Ofrecerles algo y privarles de ello es todo uno. Así ocurre en los films eróticos.
       Es inherente al sistema de la industria cultural no dejar solo al cliente, de no permitirle pensar que la resistencia es posible. Uno de sus principios ordena que se muestren al cliente todas sus necesidades como susceptibles de satisfacción, pero que esas necesidades estén predeterminadas de tal modo que tenga la impresión de ser el eterno consumidor, el objeto de la industria cultural. No sólo le hace creer que el engaño es satisfactorio, sino que siempre debe aceptar lo que se le ofrece. Así, el negocio del placer promueve la resignación que debería ayudar a olvidar.
       La fusión de cultura y pasatiempo que se está produciendo hoy no sólo conduce a una depravación de la cultura, sino inevitablemente a una intelectualización de la diversión. Evidencia esto el hecho de que sólo aparece la copia: en el cine, la fotografía; en la radio, la grabación. La diversión en sí se convierte en un ideal, reemplazando las cosas superiores de las se priva completamente a las masas al repetirse de una manera aun más estereotipada que los lemas publicitarios pagados por las agencias.
       Cuanto más sólidas se vuelven las posiciones de la Industria Cultural, mejor se puede comerciar con las necesidades del consumidor, produciéndolas, controlándolas, disciplinándolas y hasta retirando la diversión. Esta tendencia es consustancial al concepto mismo de diversión burgués. Si la necesidad de divertirse fue creada en buena medida por la industria, que utilizaba el tema como medio de recomendar el producto a las masas, toda diversión siempre revela la influencia del negocio, las ventas, el beneficio. Así ser complacido significa decir “sí”. Esto es posible solo merced a un aislamiento de la totalidad del proceso social. Placer significa no pensar en nada y olvidarse del sufrimiento aunque este se ponga de manifiesto. Este producto de diversión que la industria cultural ofrece es esencialmente indefensión, evasión, y no, como se afirma, evasión de la realidad funesta, sino del último residuo de la idea de resistencia. La liberación que el pasatiempo promete es libertad de pensamiento y de negación. Cuando se lanza la pregunta retórica, ¿qué necesita la gente?, el descaro es mayúsculo, pues va dirigida a las mismas personas a las que deliberadamente se va a privar de su individualidad. Aunque el público se rebele excepcionalmente contra la industria del placer, lo único que podrá hacer será mantener una frágil resistencia, la misma que la industria le ha inculcado. Sin embargo, Adorno y Horkheimer reconocen que resulta difícil mantener a la gente en ese estado, pues el grado de estupidez al que se pretende reducir a la gente no es superior al de su inteligencia.
       En la era de la estadística, las masas son demasiado perspicaces como para identificarse con el millonario de la pantalla, y demasiado necias como no hacer caso de la ley del número máximo. La ideología se oculta en el cálculo de probabilidades; solo tendrá suerte el que saque el boleto ganador, o aquel que sea elegido por un poder superior, generalmente por la misma industria del placer, a la que se representa constantemente en busca de la caza de talentos. Las personas seleccionadas por los buscadores de talento, serán popularizadas a gran escala por el estudio de tipos ideales del nuevo término medio dependiente. Es evidente que la estrella joven simboliza a la mecanógrafa de modo que el esplendido traje de noche parezca apropiado para la actriz como distinta a la muchacha real. Las jóvenes espectadoras tienen la sensación de que podrían aparecer en la pantalla, al tiempo que advierten del gran abismo que las separa de ésta. Sólo una chica puede ganar, solo un hombre puede ser el afortunado, y si, desde el punto de vista matemático, todos tienen la misma probabilidad, esa es tan pequeña que la persona aspirante hará mejor en darlo por perdido y alegrarse con el ganador.
       Cada vez que la industria cultural formula una invitación a la inocente identificación con un personaje, se desmiente de inmediato. Nadie puede evadirse nunca más de su propia personalidad.



[1]. Tántalo, en la mitología griega, rey de Lidia e hijo de Zeus. Los dioses honraron aTántalo más que a ningún otro mortal. Él comió a su mesa en el Olimpo, y en una ocasión fueron a cenar en su palacio. Para probar su omnisciencia, Tántalo mató a su único hijo, Pélope, lo coció en un caldero y lo sirvió en el banquete. Los dioses, sin embargo, se dieron cuenta de la naturaleza del alimento y no lo probaron. Devolvieron la vida a Pélope y decidieron un castigo terrible para Tántalo. Lo colgaron para siempre de un árbol en el Tártaro y fue condenado a sufrir sed y hambre angustiosas. Bajo él había un estanque de agua pero, cuando se detenía a beber, el estanque quedaba fuera de su alcance. El árbol estaba cargado de peras, manzanas, higos, aceitunas maduras y granadas, pero cuando estaba cerca de las frutas el viento apartaba a las ramas.

EL TAOISMO


LAS DISTINTAS CONCEPCIONES DEL TIEMPO

            Filosofía china, denominación colectiva de varias escuelas de pensamiento creadas por eruditos y pensadores chinos. La filosofía china ha pasado por tres etapas históricas distintas: a) la etapa clásica, periodo creativo que va desde el siglo VI hasta el II a.C. Destacan Confucio[1] y sus discípulos posteriores, el Taoísmo[2] y sus escuelas posteriores, la Escuela   legista[3], el Confucionismo Han[4]; b) la medieval, desde el siglo II a.C. hasta el siglo XI d.C., periodo de síntesis y absorción del pensamiento extranjero. Destaca el Budismo[5] y el periodo sincrético[6] y c) la moderna, que comprende desde el siglo XI hasta nuestros días, tiempo de maduración de las tendencias filosóficas precedentes e introducción de nuevas filosofías tomadas de las culturas occidentales. A través de estas etapas, el pensamiento chino ha tendido hacia el humanismo en vez del espiritualismo, hacia el racionalismo y no hacia el misticismo, al sincretismo en lugar del sectarismo.
Lao Tsé[7] abandona los nombres tradicionales de Shangti, “Soberano de lo alto”, o T‘ien, “Cielo”, y da este nuevo nombre, TAO, a su Ser Supremo. Algunos piensan que si Lao Tsé abandona los antiguos nombres del Ser Supremo es debido a los sonidos homófonos[8] o semejantes del TAO con la palabra DIOS en las lenguas que se derivan del sánscrito: TOT, herméticos[9]; GOTT, germano; WOD o WOTAN, escandinavos; DEUS, latino.
            A Carmelo Elorduy, doctor en Filosofía y Teología y gran conocedor de la lengua y cultura China, además de colaborador en la redacción del Gran Diccionario chino-español, considera que habría bastado la significación de NORMA o RAZÓN DE CONDUCTA de ese carácter en la escritura china antigua y actual para designar con él al Ser Supremo reconocido “como norma o razón de la conducta humana”. En cualquier caso, el nombre nuevo que le impone al Ser Supremo, es intencionado, pues con ello evita que la nueva filosofía se confunda con la antigua ideología.
                El tratado de Lao Tsé es un tratado de perfección. Consta de ochenta y una lecciones o esbozos de lecciones de perfección humano-divina.  No distingue entre humanismo y teología. La perfección del hombre es el Tao; unirse al Tao es la perfección máxima. La moral, como ser, deriva del Tao. Las virtudes son destellos de las virtudes del Tao. El Tao es el gran prototipo al que hay que descubrir e imitar.




[1] . El más importante de aquellos sabios fue Confucio, miembro de la aristocracia menor y funcionario del Estado de Lu, en la actual provincia de Shandong, que vivió entre finales del siglo V y principios del IV a.C. Fue maestro itinerante y consejero de los soberanos de varios estados. Para restablecer el orden y la prosperidad, abogó por la restauración del gobierno imperial, de las organizaciones sociales y familiares y de las reglas establecidas en la literatura clásica de principios de la dinastía Zhou. Lo más importante en este sistema, sin embargo, era el individuo. Para Confucio cada ser humano tiene que cultivar virtudes personales como la honestidad, el amor y la piedad filial a través del estudio de los modelos aportados por la literatura clásica. Esto traería la armonía a la jerarquía que conformaba la familia, la sociedad y el Estado. Los individuos más importantes serían sus dirigentes y consejeros, porque sus pautas de conducta virtuosa representarían un ejemplo para los demás.
[2] . La segunda gran filosofía de la etapa clásica fue el taoísmo. El filósofo Lao-Tsé, que quizá vivió en el siglo VI a.C., está considerado como el fundador de esta escuela. Mientras que el confucianismo buscaba el pleno desarrollo de los seres humanos a través de la educación moral y el establecimiento de una sociedad jerarquizada, el taoísmo pretendía proteger la vida humana siguiendo el Camino de la Naturaleza (Tao) y volviendo a las primitivas comunidades agrarias y a un gobierno que no controlara o interfiriera en las vidas de los individuos. El taoísmo trató de llevar al individuo a una perfecta armonía con la naturaleza a través de una unión mística con el Tao. Este misticismo también fue seguido por Zuang-zi, filósofo taoísta de finales del siglo IV a.C., para quien, a través de la unión mística con el Tao, el individuo podría transcender la naturaleza e incluso la vida y la muerte.
[3] . La escuela legista surgió como la filosofía dominante en el reino de Qin durante los caóticos años entre los siglos IV y III a.C. Dos discípulos de Xun-zi, Han Fei y Li Su, fueron, respectivamente, su principal filósofo y la persona que puso en práctica el legismo. Fundamentaron sus ideas en las enseñanzas de Xun-zi cuando sostenía que la naturaleza humana era mala e incorregible y que era necesario un estricto control sobre cada aspecto de la sociedad humana. Toda libertad personal estaba subordinada a su objetivo de crear un Estado fuerte bajo un soberano con autoridad ilimitada.
     La escuela legista facilitó un instrumento efectivo al crear una poderosa y autoritaria maquinaria militar y económica en el Estado de Qin. Hacia el 221 a.C., Qin había conseguido conquistar los otros estados feudales y establecer la primera dinastía imperial de China, un imperio unificado y centralista caracterizado por leyes estrictas, duros castigos, rígido control del pensamiento (como demuestra, la quema de todos los libros no legistas en el 213 a.C.), el control gubernamental de la economía y enormes proyectos de obras públicas como la Gran Muralla china, construida por el empleo masivo de obreros condenados a trabajos forzados y con un elevado coste de vidas humanas.

[4] . Basando sus ideas  en el concepto de Xun-zi, es decir, el del Universo como una tríada formada por el cielo, la tierra y la humanidad, los filósofos confucianos de la dinastía Han crearon un sistema de pensamiento que unía la cosmología del yin y del yang de los naturalistas; la preocupación taoísta de percibir y comunicar con la naturaleza; las enseñanzas confucianas sobre un gobierno benevolente dirigido por soberanos virtuosos y el respeto por el aprendizaje y los principios legistas del desarrollo económico y de la administración. Esperaban que esta filosofía aglutinadora daría al soberano y al gobierno el conocimiento para comprender las partes celeste y terrenal de la tríada y los medios necesarios para regular la parte humana, así como para coordinarlos y establecer una armonía perfecta en el Universo. La sistematización racionalista que sugería esta formulación llevó al fin a acuñar ideas inverosímiles y mezclarlas con supersticiones que permitían explicar de un modo simbólico las misteriosas actividades del cielo y la tierra. Aunque el confucianismo Han contaba con el apoyo del gobierno desde el 136 a.C. y más tarde fue necesario conocerlo para trabajar en las instituciones políticas, su hermetismo excesivo dio lugar a una fuerte oposición en los primeros siglos de nuestra era y la escuela se dividió al dirimir las cuestiones fundamentales sobre la autenticidad de los textos clásicos.

[5] . Buda (c. 563-c. 486 a.C.), fundador del budismo. Nació en el bosque Lumbinī, en las proximidades de Kapilavastu (actualmente en Nepal, cerca de la frontera con la India).
      El budismo penetró en China desde la India y Asia central entre los siglos I y VI d.C. El desconocimiento del idioma dificultó al principio a los chinos la aprehensión de las sutilezas del sistema de Buda. Entre los siglos III y VIII, sin embargo, se tradujo la doctrina budista y ésta fue difundida por todos los niveles de la sociedad china por peregrinos que volvían de la India y por Kumarajiva, el gran traductor de los sutras del sánscrito al chino. Las enseñanzas del budismo fueron ante todo religiosas y planteaban escapar de los sufrimientos de la vida y la reencarnación sin fin, provocados por los deseos humanos, alcanzando un estado indescriptible de ausencia de deseo, conocido como nirvana. El budismo tuvo también mucha importancia porque las fórmulas para conseguir el nirvana que llevó a China incluían meditaciones metafísicas muy complejas sobre la naturaleza de la existencia.

[6] . La reunificación de China bajo la dinastía Sui (581-617) y la dinastía Tang (618-907) conllevó varios siglos de sincretismo religioso y filosófico que aglutinaba el taoísmo, el budismo y el confucianismo resurgente. A pesar de que el budismo fue dominante en sus primeros tiempos, entre estas tres escuelas el confucianismo ofreció una filosofía política y social adecuada a las necesidades de un imperio centralista.
[7] . Lao-tsé (c. 570-c. 490 a.C.), filósofo chino considerado el fundador del taoísmo. Las leyendas atribuyen, el Tao Te-King, libro sagrado del taoísmo cuyo nombre significa 'Libro de la Vía y de la Virtud', a Lao-tsé, un filósofo chino que quizás enseñara a Confucio. Los historiadores discrepan en si Lao-tsé escribió o no el Tao Te-King dada la discrepancia entre la fecha de la obra (200 a 100 a.C.) y la de la vida de Lao-tsé (alrededor del 500 a.C.). La mayoría de las autoridades acepta ahora que un taoísta anónimo debe haber compuesto los escritos usando como seudónimo el nombre del gran sabio.
   De los grandes libros de sabiduría, es el más breve (sólo cuenta con cinco mil caracteres en chino). Es una obra completa, no le falta nada; su pensamiento es de una pieza. A lo largo de sus ochenta y un párrafo, no progresa, solo hace variaciones de la misma idea.
   Lo que sí parece seguro, afirma su traductora,  es que el texto se sitúa en el Periodo llamado Señoríos Guerreros, en que cae definitivamente la dinastía ZHU y, que tras siglos de lucha por la hegemonía, el señor de Quin se proclama Primer Emperador (Qin shi huang di) en el año 221 a. de C. Desde el inicio de la decadencia de los ZHU (mediados del s. VIII a. C), las distintas corrientes filosóficas trataban de encontrar soluciones a los problemas de su tiempo, que en esencia se reducían a uno: el desfase entre el curso humano, con su desorden, guerras y abusos de todo tipo, y el curso natural. Lao Tsé usa la imagen más obvia: Tao (la “vía” o “el curso”), que es, como principio absoluto, el curso verdadero, insondable e inagotable origen del universo.  Como la expresión humana impone el uso de términos relativos, para trascenderlos abundan a lo largo de libro, las paradojas, las sentencias simétricas y los juegos de palabras, convirtiéndolo en un texto bellísimo pero difícil de interpretar y, por tanto, de traducir, como lo demuestras las notables diferencias entre las numerosas versiones.
   La dificultad se agrava por el uso de un lenguaje intencionadamente vago, movedizo casi, como el agua que presta su imagen al curso, y las características de la lengua escrita arcaica. A menudo se juega con la abundancia de acepciones que puede llegar a contener la palabra china y el desafío que supone la elección a la hora de reflejar plenamente su sentido en nuestros idiomas occidentales y modernos. Dado que el chino carece de tiempos verbales y declinaciones y que la lengua escrita puede prescindir de adverbios, preposiciones, conjunciones y pronombres, la expresión llega a resultar tan imprecisa que puede dar lugar a interpretaciones diversas y , a mundo, completamente opuestas. (Anne Hélène Suárez, op.cit. pp.17 y ss. , 1998).        

[8] . Nota del autor: Homónimo procede de HOMONIMIA: conjunto de palabras que tienen distinto significado, distinto origen etimológico; son homófonas (suenan igual),  a veces son homógrafas (se escriben igual: “vino”< vinus y “vino”< venir), y a veces no (tienen distinta ortografía: “vaca” < mamífero y “baca” < artefacto en forma de parrilla que se coloca encima de los automóviles; portaequipajes.

[9] . Según el D.R.A.L.E., en su acepción 1ª. ,  hermético procede de  Hermes.
1. adj.  Aplícase a las especulaciones, escritos y partidarios que en distintas épocas han seguido ciertos libros de alquimia atribuidos a Hermes, filósofo egipcio que se supone vivió en el siglo XX antes de Jesucristo.

domingo, 9 de junio de 2013

¿Ira, miedo..? No, gracias




           "La ira es un veneno que uno toma esperando que muera el otro".

                                                         (William Shakespeare)

            "Contra ira, dilación"
                                      
                                         (Séneca)


           "Si te enfadas, piensa en las consecuencias."

           "El que domina su cólera domina su peor enemigo."

                                                                                    (Confucio)




sábado, 8 de junio de 2013

El Fausto de Goethe. Conclusiones (IV)

            La filosofía de Kant provocó un extraordinario renacer filosófico en Alemania, y el Idealismo “alemán” consiste en una transformación del pensamiento de Kant y dentro de un contexto socio-político y cultural marcado por:
            - una pasión por la historia y por la nación alemana y el concepto de “pueblo” en coincidencia con los movimientos nacionalistas;
            - un renacer “espiritual” donde surgen genios tan grandes como Goethe, Kant, Hegel, Beethoven…;
            - una profunda preocupación religiosa de carácter heterodoxo;
            -una pasión por el mundo de la Antigüedad greco-latina, explícita en Goethe;
            - un interés desmedido por la estética presente en la tradición alemana.
            -la inspiración de los poetas en los filósofos, de manera que el ansia por lo infinito, la fusión con la Naturaleza (Schopenhauer), la identificación de la filosofía, poesía y religión, y la fuerza creativa del hombre son temas que aparecen en el romanticismo de Hölderlin,  Schlegel y Novalis  cuyas fuentes se hallan en el idealismo de Fichte y Schelling.
            - el carácter predominantemente teórico del movimiento idealista que no lleva a revolución social o política alguna. Se ha dicho que la Reforma enseñó a los alemanes a considerar la libertad como una libertad “interior” compatible con la servidumbre interior. Hegel escribió que si en Francia los hombres pasan directamente de las ideas a los actos, en Alemania todo queda en el desarrollo teórico.
        
         Schopenhauer interpreta de forma distinta la diferenciación que hace Kant entre Fenómeno y Noúmeno o Cosa en sí, aplicándoles un significado propio. Por un lado, reduce todas las formas a priori de la sensibilidad (espacio, tiempo, causalidad) de Kant a la causalidad; y por el otro,  entiende la doctrina kantiana de  la identidad del espacio y el tiempo (que no existen sino en el pensamiento) como indicio o señal de la inconsistencia ontológica de todo ser en sentido sustancial.

            Las consecuencias de estas matizaciones a Kant acarrean importantes consecuencias:

            1º. La realidad de las cosas y de los acontecimientos se identifican con una concatenación de causas y efectos, de modo que la REALIDAD, la esencia de la materia, es el actuar de los OBJETOS los unos sobre los otros, y esa conexión causal y su estructura la produce de modo TRASCENDENTAL el mismo SUJETO, esto es, la condición de experimentabilidad y cognoscibilidad de los OBJETOS es lo que pone el SUJETO en el acto mismo de experimentarlos y conocerlos. La esencia misma de la materia es su ACTUAR, su producir efectos.

            2º. Esas relaciones entre los FENÓMENOS son indicio de la nulidad ontológica que expresa la inanidad, la futilidad, la vacuidad, la fugacidad o la vanidad de toda existencia en el mundo como algo temporal.
            La fugacidad y transitoriedad de todas las cosas en el tiempo es marca inequívoca de la nulidad de toda forma de existencia individual, de su finitud, de sus límites… frente a la infinitud del tiempo y del espacio. El presente, privado de duración, carente de desarrollo, es el único modo de existir en la realidad, en la relatividad de todas las cosas, en su continuo devenir sin llegar jamás a ser, en ese continuo anhelar sin lograr la plenitud, en ese luchar constante contra la muerte gracias a la cual permanece la vida hasta que es aniquilada por imperio aniquilador de la misma muerte.
            Schopenhauer dirá que el tiempo es aquello en virtud de lo cual cada cosa, en cada movimiento, se convierte en nada en nuestras manos, y por lo cual perdemos todo valor consistente y estable. Esta inconsistencia da a los FENÓMENOS, la REALIDAD de una SUEÑO, de una APARIENCIA, de una SOMBRA, y los convierte en algo de lo que no se puede predicar ni decir si existen o no.
            De este análisis surge el primero de los principios básicos de la metafísica de Schopenhauer: el mundo es mi representación, porque las conexiones causales se producen únicamente en las FORMAS A PRIORI del sujeto (espacio, tiempo, causalidad). Ni el ESPACIO, ni el TIEMPO, ni la CAUSALIDAD son entes que se encuentren en las cosas, sino en las estructuras innatas del SUJETO, de la SUBJETIVIDAD.
            Cuando Schopenhauer afirma que EL MUNDO ES NUESTRA REPRESENTACIÓN, nos está diciendo que solo ese sistema de los fenómenos, estrictamente relacionados y trabados por el principio de razón, constituyen el mundo. Sin embargo, esto no implica que no se pueda satisfacer “LA NECESIDAD DE METAFÍSICA”, ni construir ninguna metafísica, como parece deducirse ante la evidencia de la inanidad e inconsistencia de toda existencia, como dejó ya apuntado por Kant.
           
              Para Goethe solo existe una fuente de conocimiento, el mundo de la experiencia en el que está incluido el mundo de las ideas. El no puede hablar separadamente de experiencia y de idea, porque la idea a través de la experiencia espiritual se halla ante su ojo espiritual, del mismo modo que el mundo de los sentidos lo está ante su ojo físico.
            En el conocimiento de la naturaleza por el hombre, es esencial percibirnos como parte de la misma (autocomprensión) porque el ser humano es naturaleza que se ha hecho hombre. Los distintos seres naturales son resultado de la única naturaleza que existe y que es común a todos.

            Para Goethe un aspecto esencial de la naturaleza del hombre es su capacidad de crear cultura; en ella, los hombre encuentran las distintas formas de intervención para su control y en su utilización. Es decir, pensar en una técnica conforme a la naturaleza y en consonancia con ella y no depredadora ni aniquiladora de la misma.


BIBLIOGRAFÍA
           
      GOETHE, Johann Wolfgang von (2011), Fausto, edición de Manuel José González y Miguel Ángel Vega, Madrid, 14ª. ed., Cátedra Letras Universales.
           
       GOETHE, Johann Wolfgang von (2007), Fausto, edición y traducción de Miguel Salmerón, Madrid, Editorial Espasa Calpe.

        GOETHE, Johann Wolfgang von (2007), Teoría de la naturaleza, Estudio preliminar, traducción y notas de Diego Sánchez Meca, Madrid, 2ª. ed., Editorial Tecnos.

        SÁNCHEZ MECA, Diego (2000), El uso de la literatura en el estudio de la filosofía: Aspectos teóricos y prácticos, Madrid, Uned.


         STEINER, Rudolf (1989), Goethe y su visión del mundo, Madrid, Editorial Rudolf Steiner, Madrid. 

Fenomenología del Fausto de Goethe (III)

                  La concepción goethiana de la naturaleza, ya expuesta, es una forma de organicismo llevado hasta sus últimas consecuencias. La naturaleza se halla viva en su totalidad, hasta en  los más mínimos detalles. La totalidad de los fenómenos se consideran como el resultado o producción orgánico de la forma interior.
            Ya dijimos que Goethe no es empirista puro ni un idealista teórico-especulativo. El problema epistemológico esencial que nos plantea es dilucidar la diferencia entre realidad concreta e idea abstracta, entre lo particular y lo general, radicando su originalidad en defender que lo más elevado consiste en comprender que lo sensible, lo fenoménico son de por sí ya teoría. Defiende que no hay que buscar nada más allá de los fenómenos porque ellos mismos son ya teoría.
            No es posible hacerse la pregunta de qué se impone sobre qué: si lo ideal  o lo empírico, dado que lo particular se encuentra totalmente subordinado a lo universal, y esto ( lo universal) tiene por fuerza que someterse plenamente a lo particular.
            En Goethe, los términos contracción y expansión, que plantea en su Morfología de las Plantas, aluden a la complejidad de modificaciones acerca de la morfología, colorido y consistencia de las plantas, a causa de una fuerza que denomina X, siguiendo el método algebraico. Asimismo el uso que hace del adjetivo GEISTIG, en diversos contextos, aplicado a un fenómeno material, viene a significar la no disociación de lo ideal y lo real, la unidad de lo espiritual y lo material, del espíritu y la materia, así como la concepción elemental de un proceso progresivo de espiritualización de la materia, porque, en su pensamiento, la teoría refleja el orden dinámico de los fenómenos.
            Esa polaridad de fuerzas, contracción y expansión, es el origen de las distintas formaciones naturales, que marcan un incremento y generan una gradual elevación.
            Su configuración de Dios es básicamente panteísta, pero sin dogmatismo. Asegura ser politeísta como poeta y panteísta como científico, aunque no duda en asegurar que su moral le lleva a dejar abierta la posibilidad de un Dios personal.
            El genio, para Goethe, es naturaleza creadora, que no deja de crear; para nuestro poeta, el arte es actividad creadora y creación como la naturaleza y también más allá de la misma naturaleza.
            Dos de sus obras, en concreto Wilhelm Meister y, sobre todo, Fausto, se convirtieron en auténticos símbolos. El primero, como novela formativa o de desarrollo espiritual. A través de una serie simbólica de experiencias artísticas, Wilhelm termina encontrándose a sí mismo y se realiza mediante una actividad práctica que le lleva a integrarse en la sociedad; esas experiencias prácticas y artística le proporcionan al personaje una potencialidad de las energías empleadas para su última fase. Refleja sin duda al propio Goethe que deja de ser un Stürmer radical para ponerse al servicio del gobierno en Weimar.
            Como Fausto, se trata de un Uno-Todo, sensu stricto; un Uno distinto de sí mismo, porque acumula distintos mundos sociales y éticos que están perfectamente cerrados en sí (contracción), y de los que se desarrollan mundos cada vez más grandes (expansión), que al final deberían abarcar toda la realidad cultural y social de la época romántica. Hegel, en el más elevado plano filosófico, en su Fenomenología del Espíritu, nos relata las experiencias de la conciencia misma, la que, por medio los aconteceres morales y espirituales de la historia universal, aboca a la Autoconciencia y al Saber absoluto.
            Las repercusiones del Fausto fueron más duraderas hasta llegarse a convertir en un personaje eterno; en términos helénicos, una posesión del tiempo. En él se verá reflejada míticamente la conciencia del hombre moderno. En el tender siempre más allá, no es difícil descubrir el demonio del activismo que devora al hombre contemporáneo.
            Al final del drama fáustico, Goethe nos sorprenderá con su propia interpretación que encierra en dos versos claves de su texto:

                        Quien siempre desea, aspira y lucha,
            merece recibir la salvación.

            Con esa fuerte densidad semántica, Goethe nos da quintaesenciado el argumento de Fausto, es decir, la lucha y la encarnizada, violenta y porfiada acción por un noble logro justifican al hombre.
            Esos dos versos, en la boca de los ángeles celestiales, manifiestan:

       "UNOS ÁNGELES (Cerniéndose en la atmósfera más alta y llevando la parte inmortal de Fausto) .- Hase librado del Malo el noble miembro de los Espíritus.
       Aquel que se afana siempre aspirando a un ideal, podemos nosotros salvarle; y si además desde las alturas, por él se ha interesado el amor, el coro bienaventurado le acoge con una cordial bienvenida"[1].

            Goethe escribirá a su amigo Eckermann (junio de 1831) que en esos versos se halla la clave de la salvación de Fausto, y la clave no es otra que el encuentro entre el incesante tender de Fausto, por una parte, y el amor divino, por la otra. En Fausto encontramos una actividad cada vez más alta y cada vez más pura hacia el fin, y desde lo alto aparece el amor eterno que viene en su auxilio y a su encuentro.
            Con esas palabras se devuelve al personaje su dimensión romántica y se aproxima a su propia representación religiosa, según la cual el hombre no se convierte en bienaventurado por sus propias fuerzas, sino por medio de la gracia divina que se derrama sobre los hombres.
            De aquí regresamos al principio. En El Prólogo en el Cielo, tras la Dedicatoria y El Preludio en el teatro, se da la primera apuesta en el Cielo. El fragmento imita Job, I, 6-12, donde Dios recibe la visita de los ángeles y habla de su siervo Job con Satán, que pide permiso para probarle.
            Dios confía en el Dr. Fausto, a pesar de que su búsqueda atraviesa por una etapa insegura y vacilante; pero su esfuerzo terminará por encontrarse con la verdad. Por contra, Mefistófeles se ve capaz de conducir a Fausto a la perdición eterna. Dios creador se ríe de Satán; su risa surge por la disonancia entre las expectativas y los hechos, y la mente de Dios es la lógica misma. Dios autoriza al diablo hacer todo lo que crea necesario para lograr su objetivo, pero le asegura que finalmente habrá de reconocer lleno de confusión que el hombre bueno sabe distinguir perfectamente el recto camino.
            Mefistófeles le promete a Fausto conseguir todo lo que desee en la tierra, si después, en el más allá se pone a su disposición y le sirve. Fausto le pone al diablo una única condición: vivir un instante de plena felicidad, de pleno sentido, y que sea digno de prolongarse para siempre y le lleve a exclamar: "Detente, eres tan bello". Así reza el texto:

FAUSTO.- [...] Te propongo la apuesta.
MEFISTÓFELES.- ¡Aceptada!
FAUSTO.- ¡Choquen nuestras manos! Si un día le digo al fugaz momento: "¡Detente! ¡eres tan bello!", puedes entonces cargarme de cadenas, entonces consentiré gustoso en morir. Entonces puede doblar la fúnebre campana; entonces quedas eximido de tu servicio; puede parase el reloj, caer la manecilla y finir el tiempo para mí.
       MEFISTÓTELES.- Piénsalo bien; no lo echaremos en olvido.
       FAUSTO.- Pleno derecho tienes para ello. No me obligué con temeraria presunción. Tal como me hallo, esclavo soy. Que lo sea tuyo o de otro, ¿qué me importa?
                                                                                         (Gabinete de estudio[2])

            Este tipo de pacto es muy específico y particular del Fausto de Goethe, si se compara con los anteriores; si en estos últimos el pacto consiste en obtener placeres en esta vida por servidumbre en la otra, en Goethe, Fausto únicamente entregará su alma al diablo en el supuesto de obtener un momento de plena satisfacción personal, de pleno orgullo por haber logrado un objetivo, por un momento digno de prolongarse eternamente.
            El pacto se sella con sangre:

       MEFISTÓFELES.- Hoy mismo en el banquete doctoral llenaré mis funciones de servidor. Una cosa no más...Por razones de vida o muerte, te pido un par de líneas.
       FAUSTO.- [...] ¿Qué quieres de mí, espíritu maligno? ¿Bronce, mármol, pergamino, papel? ¿Tengo que escribir con buril, cincel, pluma? Te dejo enteramente libre la elección.
       MEFISTÓFELES.-¿Cómo puedes extremar tu facundia con tal calor? Una pequeña hoja cualquiera es buena para el caso. Firmarás con una gotita de ti sangre.
       FAUSTO.- Si eso te satisface plenamente, pase como chanza.
       MEFISTÓTELES.- Es la sangre un fluido muy singular.
       FAUSTO.- No hay miedo de que rompa yo este pacto. Cabalmente lo que prometo es la tendencia de todas mis energías. Demasiado me envanecí; no pertenezco más que a tu condición. El grande Espíritu me desdeñó, y ante mí se cierra la Naturaleza. Roto está el hilo del pensamiento; largo tiempo ha que estoy hastiado de todo saber. Apaguemos las ardientes pasiones en los abismos de la sensualidad. Bajo impenetrables velos mágicos, apréstese al punto toda maravilla. Lancémonos en el bullicio del tiempo, en el torbellino de los acontecimientos. Alternen unos con otro entonces, como puedan, el dolor y el placer, la suerte próspera y la adversa. Sólo por una incesante actividad es como se manifiesta el hombre.
       MEFISTÓTELES.- No se os fija medida ni término. [...] Pero echad la mano y no seáis tímido.
       FAUSTO.- Bien sabes tú que no se trata de placer. Al vértigo me abandono, al más amargo de los goces, al odio amoroso, al enojo avivador. Mi corazón curado ya del afán de saber, no debe cerrarse de hoy más a dolor alguno, y lo que está repartido entre la humanidad entera quiero yo experimentarlo en lo íntimo de mi ser; quiero abarcar con mi espíritu lo más alto y lo más bajo, acumular en mi pecho el bien y el mal de ella, extendiendo así mi propio ser al suyo, y como ella misma, estrellándome yo también al fin.
                                                                                       (Gabinete de estudio[3])

            En los siglos XVI y XVII era costumbre alemana que los estudiantes que alcanzaban el grado de doctor, ofrecieran un banquete a sus profesores y amigos. Fausto estaba, en aquel momento, invitado a una fiesta de este tipo y Mefistófeles, tras el pacto, se pone a su entera disposición. El pacto se firma con sangre, acaso porque para Goethe la sangre es un fluido muy singular del cuerpo, que produce en lo interior fuerza de la fuerza. Si de una herida la sangre brota violentamente hacia fuera, hará al exterior más fieros daños, profundos estragos.
            Fausto quiere disfrutar dentro de sí lo que ha disfrutado toda la humanidad y desea apresar con su espíritu lo más elevado y lo más sumido en las profundidades, acumular su ventura y su tragedia en su propio pecho, logrando ampliar su yo y convertirlo en el suyo (en el de la humanidad), hasta llegar a sucumbir con ella. Con esos deseos de Fausto, Goethe nos ofrece lo que a partir de entonces se convirtió en  una categoría estética: lo fáustico, la huida hacia adelante, el deseo incontrolado de experiencias  con el objeto de conseguir el sentimiento de plenitud.
            No podemos olvidar que el drama fáustico, del sabio doctor, comienza con oscuras zozobras y desesperaciones nocturnas, en un gabinete repleto de libros, al reconocer que "no sabe cosa alguna razonable", viéndose incapaz de mejorar a los hombres, carecer de bienes materiales y honores y arrastrar una vida tan miserable que ni un perro podría soportar una situación semejante. Cuando abre un libro y ve un Macrocosmos experimenta un gran deleite al comprender que la Naturaleza, en plena actividad, es la verdadera ciencia, si se compara con la muerta y sin alma de los libros, escritos por racionalistas cuyo representante y ejemplo es su criado Wagner. El Macrocosmos comprendía tres reinos o mundos estrechamente relacionados entre sí: el terrestre, el celeste y el supraceleste. El intercambio de influencias entre ellos se representaba por los "cubos de oro"
            En el siglo XVI y XVII la ciencia consideraba al hombre como un microcosmos, un fragmento de la totalidad del mundo, del macrocosmos. En esa totalidad se establecen relaciones entre los planetas, los metales y los órganos humanos: Sol-Oro-Corazón o Luna-Plata-Cerebro o Júpiter-Estaño-Hígado, etc. La Pansofía, ideal pedagógico de enseñar todo a todos, era la ciencia que comparaba el gran mundo o Universo en contraposición con el hombre, pequeño mundo o microcosmos.
            En la Naturaleza infinita "percibe el signo del Espíritu de la Tierra[4]", a quien Fausto recurre pidiendo poderes, saberes y placeres. Uno de los elementos de la Naturaleza, perteneciente a la "magia blanca": personifica a las fuerzas activas y fue inventado por Goethe. De esta forma se distancia de las fuerza mágicas de la leyenda fáustica que condenaba al doctor.
            De repente, Fausto se ve abandonado por el Espíritu de la Tierra. Amargado por años de erudición estéril, de autismo académico y de limitaciones, cambia con el diablo un instante  que dé sentido a su vida por la esperanza de salvación trascendente. Solo ve en el suicidio su única salida digna:

       "FAUSTO (solo).- [...] He aquí un licor que produce súbita embriaguez. Su parda onda llena tu cavidad. Yo mismo lo preparé y lo elijo para mí. Sea esta mi libación postrera, que consagro en este instante, con toda la efusión de mi alma y como solemne y supremo saludo a la aurora del nuevo día. (Aplica la copa a sus labios).
       CORO DE ÁNGLES .- ¡Cristo ha resucitado! ¡Feliz aquel que ama, aquel que ha resistido la dolorosa, saludable y aleccionadora prueba!
       CORO DE DISCIPULOS.- Excelso y lleno de vida, el Sepultado ha ascendido ya glorioso a las alturas. En el goce de la nueva existencia, está cercano a la felicidad creadora, en tanto que nosotros, ¡ay! permanecemos en el seno de la tierra para sufrir. Nos ha dejado abandonados, a nosotros, a su discípulos, que languidecemos aquí abajo. ¿Ah, Maestro! lloramos tu felicidad.
       CORO DE ÁNGELES.- ¡Cristo ha resucitado del seno de la corrupción! ¿Romped gozosos vuestras cadenas! Para vosotros, que le glorificáis con vuestras obras, que dais pruebas de amor, que partís el pan como hermanos, que recorréis la tierra predicando a los hombres y prometiéndoles la bienaventuranza, para vosotros el Maestro está cerca, para vosotros ahí está."

            Cuando Fausto acerca la copa a los labios, el tañido de campanas, los coros angélicos y los cánticos populares que anuncian la Pascua de Resurrección, cambian la escena y los felices recuerdos de la infancia de Fausto le trasladan con su fámulo Wagner a las afueras de la ciudad. Allí está celebrando el pueblo la gran fiesta de la cristiandad y la llegada de la primavera. En la campiña, en la naturaleza, reina, desde la perspectiva de Fausto, la libertad:

       "FAUSTO.-  Libres de hielo están ya el río y los arroyos, merced a la vivificante mirada de la primavera. Verdea en el valle la dicha de la esperanza; el caduco invierno, en su debilidad, se ha retirado a los ásperos montes, y desde allí en su fuga, no nos envía más que escarchas e impotentes granizos, que forman estrías sobre la verdeante campiña.
        [...]
       Oigo ya el barullo de la aldea. Aquí está el verdadero cielo del pueblo; llenos de alborozo, todos, grandes y pequeños, lanzan gritos de júbilo. Aquí soy hombre; aquí me permito serlo[5]."

            Fausto sufre una transformación; el intelectual insaciable e insatisfecho se humaniza y sus labios cantan las más bellas palabras del poema: Libres de hielo están ya el río y los arroyos, merced a la vivificante mirada de la primavera. Verdea en el valle la dicha de la esperanza... Súbitamente recupera el deseo de vivir intensamente, comprende a los hombres y encuentra el equilibrio entre el mundo del espíritu y el de los sentidos.
            El doctor Fausto es rodeado y ensalzado por los campesinos en la danza bajo el tilo y en el diálogo entre Fausto y Wagner en la campiña. De vuelta a su gabinete, por la tarde del mismo día de la Pascua de Resurrección, acompañado con el misterioso perro negro de aguas que encontraron por el camino de vuelta, Fausto de nuevo empieza a filosofar sobre la religión y acude al Nuevo Testamento y lo abre por el principio del Evangelio de San Juan, en el que está escrito: "En el principio era la Palabra...".  El perro ya se había transformado en el enviado, en el Tentador, en Mefistófeles; ya habían cerrado el pacto. Pero la exégesis de aquel texto, Fausto la ve como: "En el principio era la Acción..."
            Ya no es la Palabra el principio, ya no es la autoridad de la Biblia, ni los textos de los Santos Padres de la Iglesia, ni las Summas medievales, ni el Órganon de Aristóteles, los libros de lógica escritos por el estagirita, sepultado baja comentarios y referencias sin número. Lo importante ahora es la Acción; un hacer en que el hombre, como microcosmos, esté tan alegre como inevitablemente comprometido a afrontar la totalidad, el macrocosmos. Un hacer que, desde ese momento, esté titánicamente vinculado a inaugurar e iniciar la nueva tarea de sostener el mundo. El mundo ha dejado de ser Creación y el hombre su Criatura. El hombre únicamente se define y realiza en función de aquello que hace en el mundo y el mundo solo será aquello que de él haga el hombre. El sujeto moderno está solo ante su libertad y ante lo que logre conseguir con esa libertad.
            Al principio no sabe qué hacer con el poder que le ha sido otorgado, tras su pacto con el diablo; Fausto se siente fascinado al tiempo que desorientado ante la nueva situación. Fausto quiere conseguir la experiencia máxima, y con ese fin quiere superar los límites que le imponen el espacio, el tiempo y el sentido moral.
            El espacio ya no es ninguna barrera, pues la capa de Mefistófeles lo traslada a Leipzig; los fuegos fatuos, al Brocken, para el aquelarre de Walpurgis; unos fabulosos caballos lo ayudarán a huir de prisión... El viaje en el tiempo lo ejecuta con la ayuda de una pócima que lo arroja a su propia juventud y le facilitará traspasar los nuevos límites. Su moralidad le permite seducir a Margarita, matar a Valentín y participar en ritos satánicos. ¿Qué podrá satisfacer plenamente al doctor Fausto?
            El doctor se enamoriscará de la chica adolescente a la que seduce valiéndose de las asechanzas diabólicas. Aquí comienza el drama de Margarita que será interrumpido  solo por la Noche de Walpurgis:

"UNA CALLE

FAUSTO, MARGARITA, paseando

       FAUSTO.- bella señorita, ¿puedo atreverme a ofreceros mi brazo y compañía?
       MARGARITA.- No soy señorita (Fräulein era tratamiento reservado a las señoritas de clase alta) ni bella, y sé ir sola a mi casa. (Se suelta y se aleja.)
       FAUSTO.- ¡Por el cielo, que es hechicera esta niña! Jamás vi cosa igual. ¡Tan modesta y virtuosa, pero a la vez algo arisca! El carmín de sus labios, la tersura de sus mejillas, eso no lo olvidaré en todos los días de mi vida. Su manera de bajar los ojos se ha grabado profundamente en i corazón; su modo de mostrarse esquiva, en fin, es para dejar a uno embelesado por completo.

Entra MEFISTÓFELES

       FAUSTO.-Oye; es preciso que me proporciones esta niña.
       MEFISTÓFELES.- Veamos: ¿cuál?
       FAUSTO.- La que ahora acaba de pasar.
       MEFISTÓFELES.-¿Aquella? Venía de ver a su confesor quien la ha absuelto de todos sus pecados. Yo me deslicé muy cerquita del confesionario. Es una criatura muy inocente, que por nada, absolutamente por nada, ha ido a confesarse. Sobre ella no tengo poder alguno.
       FAUSTO.- Sin embargo, bien pasará de los catorce años.
       MEFISTÓFELES.- Tú hablas ni más ni menos que como un joven altanero, que desea para sí todas las flores bonitas, y se figura, en su presunción, que no hay honra ni favor alguno que no sean alcanzables. Pero eso no siempre es lícito.
       FAUSTO.- Mi señor maestro Doctrinero, dejadme en paz con vuestra moral. y os digo claro y sin ambages que si esta dulce joven no reposa hoy en mis brazos, al llegar la media noche todo queda roto entre nosotros.
       [...][6]"


            Víctimas de esas tretas, Margarita pierde a su madre al suministrarle el filtro letal para que les deje pasar la noche solos y tranquilos; además por su embarazo queda deshonrada y sufre la marginación social, su hermano muere al batirse en duelo con el seductor, ayudado este de las astucias de Mefistófeles, y, por si fuera poco, pierde a su hijo, el ser concebido con Fausto.
            Fausto accedió al pacto, consciente de su impotencia y la incapacidad de poder para obtener por sus propios medios todos los saberes y placeres del mundo. Está convencido que ganará la apuesta al diablo, dado que su experiencia le dice que los placeres y delitos carnales conllevan la insatisfacción y la semilla de nuevos deseos.
            Pero el Doctor en Filosofía... no se conforma con esa actitud repugnante de donjuanismo incauto y mortífero. Ese no es el instante señalado en el pacto, como tampoco lo es la noche de Walpurgis, aquella orgía loca y embriagadora; Fausto sigue insatisfecho y va manifestando el privilegio que tienen los hombres de sentirse descontento.
            La ejecución de Margarita y su salvación sobrenatural no disuelven las tinieblas de una conciencia cuyas aspiraciones, por desmedidas, son demasiado grandes para el mundo, y demasiado pequeñas para que se hagan realidad por manifestar las simples pretensiones de una conciencia individual, la de un solo hombre por muy doctor que sea.

"UN CALABOZO
       [...]
       FAUSTO.- Tú debes vivir.
       MARGARITA.- ¡Justicia de Dios! A ti me entrego.
       MEFISTÓFELES (A FAUSTO).- Ven, ven, o te dejo abandonado con ella.
       MARGARITA.-¡Tuya soy, padre celestial! ¡Sálvame! Vosotros ángeles, vosotras, santas milicias, formad un círculo en torno mío para protegerme. ¡Enrique! Tengo miedo de ti. (Muere.)
       MEFISTOFELES.- ¡Está juzgada!
       UNA VOZ (De lo alto).- ¡Está salvada!.
       MEFISTÓTELES (A FAUSTO).- Sígueme.

(Desaparece con FAUSTO)
       UNA VOZ. (Que sale del interior y va perdiéndose en el espacio).- !Enrique!... ¡Enrique!..."[7]
      

            Esta voz salvífica no se oye en la primera versión de Fausto (el Ur-Faust), quedando abierto, pues, el destino último de Margarita. En cambio, El Fausto I concluye en el cielo donde principió.

            FAUSTO II, su segunda parte, expresa de forma quintaesenciada y muy elaborada la concepción jánica ([8]
) de la naturaleza y, del hombre, como un microcosmos en el que luchan el ansia de saber aristocrático, desinteresado, y la voluntad de poder nietzscheana, un ser doble (Fausto dirá: "dos almas anidan en mi pecho") al que teoría y vida, vida y filosofía, Belleza (Helena) y Bondad (Margarita) le atraerán con la misma fuerza, convirtiendo a Fausto en la personificación del desgarro, de su ruptura interior.
            Goethe formula poéticamente en Fausto II la visión dialéctica del mundo de Hegel. Allí aparece un mundo que ha superado las antinomias y antagonismos que le hacer aparecer imperfecto e inconcluso. La segunda parte de este poema dramático es un canto a los contrarios integrados, un himno a la armonía "re-establecida". Goethe ya había escrito: "El mal parte del bien", en su discurso dedicado al "genio" de Shakespeare. Esa parecer ser la idea subyacente de la segunda parte del drama fáustico en el que se produce la unidad de las partes contrarias, su integración en un todo.
            Únicamente lo trascendente, es decir, Dios o su amor y anhelo metafísico por el "Eterno Femenino", será capaz de reducir al estado de armonía y de unidad esas dos caras de la personificación del mundo y del hombre fáustico. Proclamará en sus textos, pletórico de éxtasis, a su "Madre Divina" como la auténtica liberadora.
                        En su “Fausto”, expone con gran acierto la fe en la posibilidad de la elevación del “Embrión Aureo” liberando a una Super Alma (el Manas Superior de la Teosofía); de liberarla a través de la eliminación del Mefistófeles Interior y la Cópula Metafísica. Dice Goethe: “Flechas, traspasad-me; lanzas, sometedme; mazas, heridme. Todo desaparezca, desvanézcase todo. Brille la estrella perenne, foco del Eterno Amor.”
            La diversidad de elementos que aparecen en el drama fáustico están dispuestos de dos en dos, enfrentándose dialécticamente personajes, situaciones dramáticas, elementos de la acción, ámbitos de la misma..., para después integrarse unitariamente. (GONZÁLEZ, M. J. y VEGA, M.A., 2007: págs. 89 y ss.[9])
            Su ritmo binario termina resolviéndose trinitariamente, esto es, siguiendo el paradigma del dogma cristiano, de igual modo que Hegel, el padre de la filosofía moderna, había procedido con sus dualidades "idea/naturaleza = espíritu", "espíritu subjetivo/espíritu absoluto = espíritu absoluto".
            El Fausto II es la versión poética de la superación integradora de los contrarios que Hegel había puesto como clave del universo. En la obra se enfrentan, se integran y engendran una síntesis entre naturaleza e historia, razón y fe, teoría y praxis, inmanencia y trascendencia, política y moral, fuego y agua, mar y tierra, cristianismo y Antigüedad, clasicismo y romanticismo, pasado y presente, ciencia y creencia, tragedia pagana y drama cristiano.
            Todo el drama de Fausto está inter-penetrado de esa estructura binaria: Fausto y Helena, Tales y Anaxágoras, Emperador y Anti-emperador, Dios y Diablo, gobernantes y pueblo, poeta y director teatral, Noche de Walpurgis nórdica y Noche de Walpurgis clásica... son ejemplos de esas antinomias que reflejan esa cosmovisión dialéctica y dual.
            En el Acto Primero, el rocío del Leteo, río cuyas aguas, según la mitología griega, provocaban el olvido en quien bebía de ellas, no solo disipan el sentimiento de culpa de Fausto por el destino trágico de Margarita, sino que además le producen un olvido mucho tan profundo que se aproxima a un morir y un renacer. Ha muerto el eterno descontento en constante búsqueda, el que aspiraba a la totalidad, el de la sensibilidad excesiva y dolorosa al que afectaban todo cambio. Ha nacido un sujeto que se reconoce con el mundo, un sujeto que identifica mundo con sociedad y conciencia individual con conciencia social dominante.
            El protagonista por excelencia ya no es el doctor Fausto, sino el espíritu objetivo. La filosofía de formación (Bildung) del joven y clásico Goethe ha sido abandonada; aquella vieja filosofía, inspirada en: la armonía entre las mónadas individuales, inextensas e incomunicadas, la establecida por Leibniz con el universo como totalidad; la visión de la Grecia clásica como modelo de acoplamiento entre individuo-polis, o la antropología de Herder y von Humboldt, por medio de la cual el individuo debía alcanzar su máximo desarrollo, ley obligatoria promulgada por la sociedad, y que dio lugar a la reforma educativa de Humbodlt en la Prusia de la primera mitad el siglo XIX, ha sido abandonada. Aquella reforma, que había sido establecida en clave neo-humanista y subrayó el estudio de las lenguas clásicas, va desapareciendo, dejando de lado los ideales individuales para el progreso de la humanidad.
            Fausto se enfrenta con el poder. Se acerca a un Palacio Imperial. Salón del Trono. El Consejo de Estado, reunido, espera al emperador. Ante él, todos los cargos políticos de quejan: el canciller, del desorden y la injusticia que reinan; el mariscal, del descontento del ejército mercenario que no cobra su soldada; el tesorero, de las dificultades para obtener ingresos, y el senescal o jefe principal de la Casa Real, del incremento constante de los gastos de palacio (GOETHE, 2007: 246-254).
            El oro, como botín de guerra, era la base de la riqueza que cimentaba las estructuras del poder medieval. En cambio, un Imperio y sus instituciones se sostienen de los enormes ingresos de los impuesto, siempre escasos por sus enormes gastos lo que acarrea una situación de crisis permanente.
            Mefistófeles aporta la solución; el oro de la sociedad feudal debe ser sustituido por el papel moneda, títulos firmados por el Emperador, de los que responde el Imperio con sus inmensos territorios y las riquezas que se hallan en sus entrañas. Ante la dificultad de encontrar oro, la población se afanará con su trabajo para obtener títulos imperiales y así cambia el sistema económico. Todos los problemas del Imperio se han solucionado ("Jardín de recreo", cuarta escena de Fausto II; GOETHE, 2007: 273 y ss.). El doctor y el demonio proponen la creación del dinero, lo que propicia el tránsito del feudalismo al capitalismo industrial. El papel moneda hace posible cambiar el valor oro por el valor-trabajo. Concretamente el carnaval que se celebra en una de las escenas se ha entendido en clave económica: jardineras que venden sus productos identificando el erotismo femenino con la mercancía; gnomos que extraen el oro de la tierra, alegoría del trabajador anónimo; frente a Pluto, máscara de Fausto y dios de la riqueza, que va solucionando los problemas financieros del Imperio, aparece su servidor, alegoría de la codicia, máscara de Mefistófeles. Opuesto a Pluto, surge el muchacho cochero, símbolo de la poesía, que generosamente esparce sus bienes entre los hombres. Pero la poesía se convierte en mercancía devaluada en manos del pueblo, solo tiene valor de uso y no de cambio. Goethe resuelve el problema con el destierro del muchacho cochero, porque la poesía no tiene valor en este mundo. Se ha hecho una lectura marxista del Fausto II que corrobora el carácter carnavalesco que para Marx tiene la sociedad capitalista: las máscaras que aquí se ponen los hombres para sus distintos roles, se asemejan a las relaciones sociales que se crean entre las personas y sus respectivos trabajos en la sociedad.
            La nostalgia de la belleza será un anhelo profundo, dada la situación anterior, y el Emperador envía a Fausto a un lugar que no tiene tiempo ni el tiempo lugar, para que con la ayuda de las Madres, las custodias del más allá,  se lleve consigo al intemporal arquetipo de la belleza, Helena de Troya.
            La presencia de Helena y la de Paris en la corte imperial producirá una gran admiración. Fausto siente celos, y hace desaparecer a la pareja de amantes. A partir de aquí su obsesión será reencontrarse con Helena, una búsqueda orientada por un ideal tratando se ser él mismo. Acaso ese reencuentro con Helena sea el instante de máxima delectación y le haga exclamar: "Detente, eres tan bello".
            Fausto lo tiene extraordinariamente complicado. Al desaparecer Helena, cayó desvanecido, sumido en un profundo sueño. Mefistófeles lo lleva de nuevo a su gabinete donde Wagner, ya catedrático, está a punto de coronar su obra suprema de alquimia: la creación de un hombre. El homúnculo, nacido en una vasija de vidrio, alegoriza el máximo logro de la modernidad y su lema: "En el principio fue la Acción". El homúnculo es capaz de saber lo que sueña Fausto: la concepción de Helena, de la unión de Leda y Zeus, convertido en cisne. El sueño pone de manifiesto el deseo de Fausto de traer, otra vez, al mundo a Helena; para no dejarle morir de melancolía, el homúnculo, debido a su especial gestación, totalmente distinta a la de cualquier hombre y muy próxima a las fuerzas elementales y a los arquetipos eternos, será el único en conducir a Fausto al originario e intemporal mundo del mito, a donde no podía llegar Mefistófeles.
            Se encuentran en Tesalia, lugar cincelado por el furor volcánico y el mar, escenario de la victoria de César sobre Pompeyo. Allí tiene lugar la reunión de los espíritus de la antigüedad: La noche de Walpurgis clásica. Las esfinges entran en contacto con Fausto; su sabiduría oracular le aconsejan que busque al centauro Quirón, este sí coetáneo de la época heroica; preceptor de todos los héroes: de los Dioscuros, de los Argonautas y de Hércules, también llevó a Helena en sus lomos y sabe quién es el ser adecuado para encontrarla en el reino de las sombras. Se trata de Manto, hija de Tiresias, que también ayudó a Orfeo a encontrar a Eurídice.
            En el viaje de Fausto y Manto al Hades, que propiciará la reencarnación definitiva de Helena, les acompañan Mefistófeles, con el aspecto de Fórcida, alegoría de la fealdad, contrapunto, en lo físico, de la belleza de Helena y, en lo moral, de Dios; y el homúnculo(el fuego), que al unirse a Nerea (el agua), hará que Eros provoque una reorganización de los elementos y una nueva creación del mundo.
            Helena deja de ser un espejismo y Fausto goza al fin. De su unión carnal nacerá Euforión, que destruirá su felicidad. El fruto del hombre moderno y la belleza inmortal, el arte contemporáneo, solo puede ser descarado, indomable y temerario, y sus deseos de volar lo harán que caiga en el vacío.
            Su experiencia en la corte imperial y la vida con Helena no han agradado plenamente a Fausto. Solo se empieza a sentir satisfecho cuando expone su plan de crear tierra donde hay mar. Los referentes de esa utopía fáustica, en su época, son: Bremen (las inundaciones en 1825 en la costa del Mar del Norte y la construcción del puerto de Bremen) y América, con la colonización de terra incognita, acaso se pueda acabar con los problemas económicos y socio-políticos del Viejo Continente. Esas dos ideas fueron una constante en el pensamiento de Goethe, expuestas con detenimiento en el ACTO IV. Los nuevos territorios del Imperio facilitan el asentamiento de nuevos colonos: un pueblo libre, en un lugar libre, sin yugo conocido aunque no exento de peligros: riadas, inundaciones, maremotos. Los riesgos aumentarán la solidaridad y los mantendrá despiertos; la "Acción" no es solo el principio sino también la misma forma de vivir. (SALMERÓN, M., 2007: 30-35).



[1][1]. Goethe (2011), Fausto, Madrid, 11ª edición, Cátedra, pág. 432.
[2]. Goethe (2011), Fausto, Madrid, 11ª edición, Cátedra, pág. 152.
[3]. Ibídem, págs. 152-153.
[4].Había una leyenda popular, el Volkvbuch, que condenaba a un personaje llamado Fausto a las más terribles torturas por vender su alma al diablo a cambio de la juventud y el gozo de los placeres terrenales, pero Goethe quería distanciarse de ella. El poeta necesitaba salvar al personaje para hacer de él un ser vivo, capaz de equivocarse. Sin embargo, la solución no habría de aparecer más que con los años, al mismo tiempo que el propio Goethe crecía espiritualmente. El cambio de perspectiva fundamental respecto a Fausto lo tuvo Goethe hacia finales de la década de los setenta, cuando su etapa de búsqueda ocultista dio paso a la científica. Hacia 1780 comenzó sus estudios sobre biología, óptica y paleontología. Fruto de éstos es su hallazgo del hueso maxilar que representa un elemento común en hombres y animales, y le inspiró la teoría de la estructura, desarrollada en La metamorfosis de las plantas, obra que también estimularía el pensamiento de Darwin en su Evolución de las especies. Asimismo destacó como investigador de los fenómenos de la percepción cromática, que expuso en Teoría de los colores, obra de la que Goethe se sentía enormemente orgulloso.
            Ese interés por la ciencia natural transformó a Fausto de criminal inconsciente, aunque bueno, en un ser lúcido pero cansado de la ciencia convencional de tal modo que invoca con artes mágicas al Espíritu de la Tierra para que le ayude a encontrar la verdad.
            Sin embargo, todavía eran necesarias más experiencias en la vida del poeta, quien descubre -al mismo tiempo que su personaje- que no se pueden alcanzar de un solo golpe los secretos de la vida, sino que el pensamiento debe penetrar, poco a poco, pacientemente, en el alma y en el espíritu de las cosas que nos ofrece el mundo sensible. Ése es el punto de partida de todo el desarrollo ulterior de Fausto. Goethe, hacia el final de su vida, confiesa a su secretario, Eckermann, que el núcleo esencial de esta obra está encerrado en un solo verso: Quien siempre aspira y se afana (por superarse), a ése le podemos salvar  (Fausto II).
            Pero cabe preguntarse si el genial escritor fue un hombre feliz. Él mismo reconoce: "Mi vida ha sido el eterno danzar de un guijarro que una y otra vez quiso ser levantado". El 22 de marzo de 1832, momentos antes de morir, acompañado de su nuera Ottilia, dijo simplemente: "Abrid los postigos para que entre más luz"

[5]. Ibídem, págs. 134-135.
[6]. Ibídem, págs. 178-180.
[7]. Ibídem, págs. 238-239
[8].Jano es, en la mitología romana, un dios que tenía dos caras mirando hacia ambos lados de su perfil, padre de Fontus. Jano era el dios de las puertas, los comienzos y los finales.
[9].Goethe (2007), Fausto, edición de M. J. González y M. A. Vega, Madrid, Cátedra.