El sueño de la razón produce monstruos

sábado, 30 de noviembre de 2013

Para acercarse a las Comedias Bárbaras de Ramón María del Valle-Inclán (III)


Algunas calas de castellano-centrismo
Los escritores del 98 destacaron por su evidente preocupación por España; descubren el paisaje, y de una manera muy especial, descubren el paisaje de Castilla, lo interpretan y se compenetran con él. Este descubrimiento les produce una convulsión, y se dedican a contemplarlo, amarlo y describirlo, siendo tema de muchas de sus páginas.  A menudo el paisaje de Castilla se percibe como protagonista.
Hagamos algunas catas. Todos los escritores del 98 recorrieron las tierras de España con amor y con dolor. Empecemos, por ejemplo, con D. Miguel de Unamuno; nació en Bilbao (1864), llegó a Madrid como estudiante universitario en 1880 y el 13-XI-1899, dio lectura en el Ateneo de Madrid a su famoso ensayo Nicodemo el Fariseo, donde aparece profundamente castellanizado. “¡Me duele España!”, gritaría poco tiempo después Unamuno ante los graves problemas de la patriay en Niebla, expone con ímpetu y vehemencia:
“- No sea usted tan español, don Miguel..., (le dice Augusto Pérez)
- ¡ Y eso más, mentecato! ¡Pues  sí, soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo, y el españolismo es mi religión, y el cielo en que quiero creer es una España celestial y eterna, y mi Dios es un Dios español, el de Nuestro Señor D. Quijote; un dios que piensa en español y en español dijo: ¡sea la luz!, y su verbo fue verbo español...!.”
(Unamuno, Miguel de, Niebla, Madrid, Cátedra, 1983, pág. 283)
Pero la vocación auténtica de don Miguel de Unamuno, según dijo el mismo en varias ocasiones, era la de poeta. En este terreno, desde las primeras Poesías (1907) hasta el póstumo Cancionero (“diario poético” cuyo último poema fue escrito el 28 de diciembre de 1936, tres días antes de su muerte), nos muestra una poesía de preocupación religiosa, personal e intimista, donde el paisaje castellano se mezcla con el problema de la regeneración nacional y/o la especulación filosófica y los versos religiosos más sentidos y conmovedores, reflejo evidente de la angustia de don Miguel ante las grandes cuestiones existenciales. Veamos algunas muestras:






SALAMANCA
Alto soto de torres que al ponerse
tras las encinas que el celaje esmaltan
dora a los rayos de su lumbre el padre
Sol de Castilla;
bosque de piedras que arrancó la historia
a las entrañas de la tierra madre,
remanso de quietud, yo te bendigo,
¡mi Salamanca!
Miras a un lado, allende el Tormes lento,
de las encinas el follaje pardo
cual el follaje de tu piedra, inmoble,
denso y perenne.
Y de otro lado, por la calva Armuña,
ondea el trigo, cual tu piedra, de oro,
y entre los surcos al morir la tarde
duerme el sosiego.
[...]

EN UN CEMENTERIO DE LUGAR CASTELLANO
Corral de muertos, entre pobres tapias
hechas también de barro,
pobre corral donde la hoz no siega,
sólo una cruz en el desierto campo
señala tu destino.
Junto a esas tapias buscan el amparo
del hostigo del cierzo las ovejas
al pasar trashumantes en rebaño,


y en ellas rompen de la vana historia,
como las olas, los rumores vanos.
Como un islote en junio,
te ciñe el mar dorado
de las espigas que a la brisa ondean,
y cantan sobre ti la alondra el canto
de la cosecha.
[...]
No hay cruz sobre la iglesia de los vivos,
en torno de la cual duerme el poblado;
la cruz, cual perro fiel, ampara el sueño
de los muertos al cielo acorralados.
¡Y desde el cielo de la noche, Cristo,
el Pastor Soberano,
con infinitos ojos centelleantes,
recuenta las ovejas del rebaño!
¡Pobre corral de muertos entre tapias
hechas del mismo barro,
sólo una cruz distingue tu destino
en la desierta soledad del campo!

EL CRISTO DE VELÁZQUEZ
Mi amado es blanco...
      (Cantares, V,10)
¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?
¿Por qué ese velo de cerrada noche
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno cae sobre tu frente?


[...]

Que eres, Cristo, el único
Hombre que sucumbió de pleno grado,
Triunfador de la muerte, que a la vida
por Ti quedó encumbrada. Desde entonces
por Ti nos vivifica esa tu muerte,
por Ti la muerte es el amparo dulce
que azucara amargores de la vida;
por Ti, el Hombre muerto que no muere,
blanco cual luna de la noche. Es sueño,
Cristo, la vida, y es la muerte vela.
Mientras la tierra sueña solitaria,
vela la blanca luna; vela el Hombre
desde su cruz, mientras los hombres sueñan;
[...]
Leídos estos conmovedores versos unamunianos, hemos de decir que los escritores del 98 criticaron la pobreza y el atraso de aquella España y, a la vez, exaltan líricamente sus  pueblos y su paisaje. Ellos dejaron para la posterioridad inolvidables visiones de casi todas las regiones, pero sobre todo de Castilla. Vieron en Castilla la esencia de España a pesar de venir de la periferia; pero es cierto, como apunta Díaz Plaja, que Castilla aparece mitificada y su concepción de España es “castellano-céntrica” porque al estudiar su historia, tratan de descubrir las “esencias” de España, sus valores permanentes e intemporales.
Azorín señala que quisieron “historiar, novelar y cantar” realidades españolas no tenidas en cuenta hasta el momento. En sus viajes describió todas las tierras de España, pero son inolvidables sus visiones de Castilla y el “alma” de aquellas tierras. Y su propia alma.  Azorín, melancólico y nostálgico, proyecta sobre el paisaje su hiperestesia, su sensibilidad dolorida; escribía:


“El paisaje somos nosotros, el paisaje es nuestro espíritu, sus melancolías, sus placideces, sus anhelos, sus tártagos. Un estético moderno ha sostenido que el paisaje no existe hasta que el artista lo lleva a la pintura o a las letras. Sólo entonces -cuando está creado en el arte- comenzamos a ver el paisaje en la realidad. Lo que en la realidad vemos entonces es lo que el artista ha creado con su numen”.
Y así ve y nos crea el paisaje de Castilla:
“Castilla... ¡Qué profunda, sincera, emoción experimentamos al escribir esta palabra! La escribimos después de un largo periodo, motivado por una enfermedad, en que no hemos puesto la pluma sobre el papel. A Castilla, nuestra Castilla, la ha hecho la literatura. La Castilla literaria es distinta -acaso mucho más lata- de la expresión geográfica de Castilla. Ahora, cuando después de tanto tiempo volvemos a escribir, al trazar el nombre de Castilla, se nos aparecen en las mentes cien imágenes diversas y dilectas, de pueblecitos, caminos, ríos, yermos desamparados y montañas. ¿Qué es Castilla? ¿Qué nos dice Castilla? Castilla: una larga tapia blanca que en los aledaños del pueblo forma el corral de un viejo caserón; hay una puerta desmesurada. ¿Va a salir por ella un caballero amojamado, alto, con barbita puntiaguda y ojos hundidos y enseñadores? Los sembrados se extienden verdes hacia lo lejos y se pierden en el horizonte azul. Canta una alondra; baja su canto hasta el caballero, y es como el himno -tan sutil- del amor y de lo fugaz. Castilla: el cuartito en que murió Quevedo, allá en Villanueva de los Infantes; una vieja, vestida de negro, nos lo enseña y suspira [...]. Castilla: en una noche estrellada, pasos sonoros en una callejuela; una celosía allá en lo alto; el tañer de una campanita argentina, y luego, en el silencio profundo, la melodía apagada de un órgano y como un rumoreo de abejas que zumban suavemente, a intervalos. En la bóveda inmensa y fosca, eternas, inextinguibles, relumbran las misteriosas luminarias. A nuestra mente acuden los versos ardorosos de Fray Luis de León, y ¡cuántas cosas, cuántas cosas, dulces y torturadoras a un tiempo mismo, sentimos en este momento supremo!”.
(Azorín: El paisaje de España visto por los españoles)       

Y ahora, del sensible y comprometido Antonio Machado. El tema de Castilla, la impresión del paisaje espiritualizado, así como la crítica de la “España de charanga y pandereta”, la esperanza en su juventud y el criticismo de algunos de sus poemas sirvieron para señalar el aspecto noventayochista del poeta.


“En 1907 obtuve cátedra de Lengua Francesa, que profesé durante cinco años en Soria. Allí me casé; allí murió mi esposa, cuyo recuerdo me acompaña siempre”, nos comenta.
Soria es fría, de color ceniciento, situada en pelados montes, sin rasgos dominantes; entre dos de esos montes corre el Duero; en uno está el castillo y en otro la ermita de la Virgen del Mirón. Abajo, junto al río, está San Pedro, antigua casa de templarios, donde las aguas del Duero parecen más alegres; es el paseo preferido de Machado. Desde allí se empina el camino hacia San Saturio, ermita del Patrón de la ciudad, donde el río se vuelve severo.

“[...] El Duero cruza el corazón de roble
de Iberia y de Castilla. ¡Oh, tierra triste y noble,
la de los altos llanos y yermos y roquedas,
de campos sin arados, regatos no arboledas;
decrépitas ciudades, caminos sin mesones,
y atónitos palurdos sin danzas ni canciones
que aún van, abandonando el mortecino hogar,
como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar!
Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada
recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?.
Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;
cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.
¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerra
de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.
La madre en otro tiempo fecunda en capitanes,
madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes.
Castilla no es aquella tan generosa un día,
cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía,


ufano de su nueva fortuna, y su opulencia,
a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;
o que, tras la aventura que acreditó sus bríos,
pedía la conquista de los inmensos ríos
indianos a la corte, la madre de soldados,
guerreros y adalides que han de tornar cargados
de plata y oro, a España, en regios galeones,
para la presa cuervos, para la lid leones.
[...]
Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora [...].
(De “A orillas del Duero”, Campos de Castilla).
En una entrevista publicada en La voz de España de París en 1938, dice lo siguiente:
“Soy hombre extraordinariamente sensible al lugar en que vivo. La geografía, las tradiciones, las costumbres de las poblaciones por donde paso, me impresionan profundamente y dejan huella en mi espíritu. Allá, en 1907, fui destinado como catedrático a Soria. Soria es lugar rico en tradiciones poéticas. Allí nace el Duero, que tanto papel juega en nuestra historia. Allí, entre S. Esteban de Gormaz y Medinaceli, se produjo el monumento literario del Poema del Cid.
Por si ello fuera poco, guardo allí el recuerdo de mi breve matrimonio con una mujer a la que adoré con pasión y que la muerte me arrebató al poco tiempo. Y viví y sentí aquel ambiente con toda intensidad. Subí al Urbión, al nacimiento del Duero. Hice excursiones a Salas, escenario de la trágica leyenda de los Infantes. Y de allí nació el poema de Alvargonzález”.
Estas vivencias de Antonio Machado en Soria encontrarán expresión en el libro Campos de Castilla que anuncia ya la madurez del poeta.

Como hemos podido escuchar, y como apunta el profesor Fernando Lázaro Carreter, la valoración que estos enormes intelectuales de fin siglo hacen de las tierras castellanas “es reveladora de una nueva sensibilidad estética, atenta a lo recio, a lo austero, a lo que sugiere algo más de lo que captan los sentidos”.

Para acercarse a las Comedias Bárbaras de Ramón María del Valle-Inclán (II)

Pesimismo y vitalismo de la cultura española en el cambio de siglo

La guerra de Cuba simboliza como ningún acontecimiento la llamada “crisis del 98". Lamore, Jean (1978), afirma:

 “Se trata de una lucha revolucionaria que dura treinta años, hasta 1898, en que el ejercito yanqui ocupa Santiago. El largo proceso de independencia ha comenzado en 1868, cuando los grandes terratenientes cubanos, al abolir de facto la esclavitud, conceden a los hombres de color la posibilidad de desempeñar un papel relevante en la marcha hacia la independencia. En esta lucha de funden criollos blancos y negros contra el enemigo común, España. Solidario el pueblo con los mambís, desde un principio la causa de Cuba Libre goza de fuerte arraigo popular.
[...]
La última etapa de la guerra de liberación (1895-1898) reviste un carácter profundamente popular y nacional: la gente se moviliza en el campo y las ciudades: con el apoyo de los emigrados la revolución se extiende a las seis provincias. ¿Qué podía hacer España? En 1897, Pi y Margall afirma en "La cuestión de Cuba": “Cuba nos es toda enemiga”, y, en efecto, los guajiros hacen progresivamente suya la revolución organizada por José Martí.”

 Pero la erosión del sistema canovista no comienza en el 98; ya los regeneracionistas,  en su doble vertiente sociopolítica e ideológica, ponen de manifiesto la actitud de una burguesía media, disconforme con el sistema y con las prácticas políticas de la Restauración. Se dan cuenta de que el sistema no funciona y esta percepción se hará clamor a partir del 98. A este clamor regeneracionista se unirán los jóvenes del 98: fue “su sentido de la justicia” el que les impulsó al socialismo o al anarquismo.
El regeneracionismo fue una corriente ideológica de orientación reformista; pretendieron la modernización política y económica de una sociedad capitalista subdesarrollada.
            Joaquín Costa (Monzón, Huesca, 1846 y murió en 1911) simboliza esta corriente de pensamiento como ningún otro. Profesor de la Institución Libre de Enseñanza y profundo conocedor de los problemas del campo, en su obra Colectivismo agrario en España (1898) propone una serie de reformas “desde dentro y desde arriba” y defendió la necesidad de una política económica y educativa (“despensa y escuela”).  En su libro Oligarquía y caciquismo (1901) atacó la política de la época: “No hay parlamento ni partidos; solo hay oligarquías”. O bien: “La forma actual de gobierno en España es una monarquía absoluta cuyo rey es Su Majestad el Cacique” (Tusón, V. y Lázaro Carreter, F.; 1989: 94 y 95).
Ideas similares, que algunos han considerado como literatura “del Desastre”, una consecuencia inmediata de la guerra con los EE.UU., serán las obras de Ricardo Macías Picavea (El problema nacional. Hechos. Causas. Remedios, de 1898), de J. Rodríguez Martínez (Los desastres y la regeneración de España. Relatos e impresiones), de Rafael María de Labra (El pesimismo de última hora), de Lucas Mallada (Los males de la patria, de 1890) o de Damián Isern (Del desastre nacional y su causas).
Y en 1903 el Dr. Madrazo, ahondando en la cuestión planteada cinco años antes por Francisco Silvela en su resonante artículo Sin pulso, publica unas “impresiones sobre el estado actual de la sociedad española” tituladas así: ¿El pueblo español ha muerto?. La respuesta de Madrazo se enfrenta con el pesimismo general a partir de un vitalismo radical (“presiento el alumbramiento de una patria más grande que la que he conocido”). En el fondo, pesimismo y vitalismo son las actitudes más destacadas de los intelectuales y escritores de la transición de la España del s. XIX a la España del s. XX y que entroncan con las reflexiones irracionalistas (Schopenhauer, Kierkagaard, Nietzsche) de la literatura española del grupo del 98.
España se ha quedado sin pulso” escribía Francisco Silvela el 16 de agosto de 1898 en El Tiempo; Gabriel Maura hablará de “la generación del desastre” para aludir a los intelectuales de aquellos años tras la capitulación de España el 16 de julio del mismo año.
La pérdida de las colonias, y muy en concreto de Cuba, cariñosamente  para los españoles “La perla de las Antillas”, tuvo una interpretación política y literaria “nacionalista”.
El profesor José Luis Abellán (1978: 90 y ss.) señala que la oligarquía española al enfrentarse al problema cubano quiso conservarlo todo y mantener allí intocables sus privilegios seculares, pero el resultado fue que acabaron perdiéndolo todo e identificaron su fracaso con el derrumbe de toda la nación.
En esta interpretación “nacionalista” de la guerra de Cuba, los intelectuales de entonces ejercieron un papel fundamental y aquí nos encontramos con los hombres del 98.
                                                                                       


Para acercarse a las Comedias Bárbaras de Ramón María del Valle-Inclán (I)



La visión castellano-céntrica de España en los escritores del 98

 “Militia est vita hominis super terram”[1]
(Miguel de Unamuno)
El fin de un Imperio
A lo largo de todo el siglo XIX, la política exterior española en Cuba había sido singularmente torpe, al tiempo que la  nación se aislaba de Europa.
España llegó a 1898 desalentada, sin orden interno y empobrecida. Era fácil presa para la ambición de cualquier poderoso y EE.UU., so pretexto de apoyar a los independentistas y revolucionarios cubanos de la opresión colonial de la metrópoli, se perpetuó en la isla y produjo una de las más grandes frustraciones de la Historia de América.
El 15 de febrero de 1898, se produce la justificación y el móvil de la intervención norteamericana en la guerra de Cuba: la explosión del Maine en la bahía de la Habana, catástrofe que, explotada al máximo por el Gobierno norteamericano, suscita una formidable animadversión contra España en la opinión pública de EE.UU. Lo cierto es cuando se produjo la voladura del Maine ya habían decidido los Estados Unidos declarar la guerra a España.
El hundimiento del Maine fue un pretexto; EE.UU. se negó a aceptar una investigación conjunta de los dos gobiernos, a propuesta del general Blanco, para averiguar las causas de la catástrofe y el presidente Mckinley decidió la guerra.


La política yanqui en América buscaba la expansión hacia el Sur, empezando por Cuba y por ello el presidente Mckinley recomendó al Congreso no reconocer ni el estado de guerra, ni la independencia, ni el Gobierno revolucionario, a fin de que Norteamérica no interviniese en Cuba como aliado. Norteamérica, por tanto, ignoró la existencia de un Gobierno de la República Cubana en armas y de un partido revolucionario cubano, y cuando solicitó ayuda militar de los mambises habló con Calixto García, simple jefe de una región para luego humillarle, porque Cuba fue ocupada por las fuerzas militares intervencionistas bajo el control de gobernadores norteamericanos. En 1902, el general Wood no ocultaba los objetivos de la empresa:
            “[...] la construcción, por anglosajones, en un país latino, de una república...”
El general Brooke, primer gobernador yanqui en Cuba, prohibió que Máximo Gómez recibiera honores cuando se retiraron las tropas españolas, y a finales del 98 se multiplicaron los incidentes entre cubanos y soldados americanos. Por otro lado, la Administración española central y local no se movió de sus puestos, y en marzo del 99, 45.000 funcionarios americanos estaban instalados en Cuba. Estrada Palma, de acuerdo en ceder la isla a los yanquis, se apresuró a disolver el Partido Revolucionario Cubano en diciembre de 1898, fundado seis años antes por José Martí, y finalmente, el Gobierno norteamericano logró desarmar al ejército de liberación, dividir a sus jefes y dejar al pueblo cubano sin líder y sin organismo representativo. Nunca se sintió más dolorosamente la ausencia de José Martí. (Lamore, Jean: 1978: 82-87).
“El desastre colonial va a suponer una catástrofe material y moral sin precedentes de España desde los primeros lustros del siglo XIX”., señala Jover Zamora, J.Mª. ( 1985: 277-414).


La palabra “desastre” que según el D.R.A.E., en su acepción 1ª.,  significa “desgracia grande, suceso infeliz y lamentable”, pasará a designar, por antonomasia y popularmente, la fulminante pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas acaecida en 1898. Apareció por primera vez en el vocabulario político de la época, con ocasión de la derrota naval de Cavite, en la prensa del 3 de mayo del 98 (“El desastre de Manila”).
La Restauración borbónica en 1875, tras el fracaso de la I República de 1873, permitió el turno pacífico en el poder del Partido Liberal Conservador de Antonio Cánovas del Castillo y el Partido Liberal Fusionista de Práxedes Mateo Sagasta.
Será el general Martínez Campos el que proclame rey de España a Alfonso XII, en la mañana del 29 de diciembre de 1874, en las afueras de Sagunto, cerca de Valencia. Dieciocho meses después, entra en vigor la Constitución del 76 que sustituye a Isabel II por su hijo Alfonso XII y el poder militar por el poder civil.
Las elecciones, basadas en el sufragio universal desde 1890, eran amañadas en los pueblos por el llamado caciquismo (“el pucherazo”). Por lo tanto, se trataba de una democracia simulada que en 1898 entra en crisis con la pérdida de los últimos territorios que España poseía en América (Cuba, Puerto Rico y Guam) y en Asía (las islas Filipinas).
 España seguía siendo un país eminentemente agrario y atrasado ( de 17 millones de habitantes, 300.000 eran obreros de la industria textil, la siderurgia y la minería y 5 millones eran campesinos, a veces, en condiciones casi feudales). Así pues, las diferencias con Europa se agrandaron.
En el plano cultural, la situación no era mejor. Los analfabetos formaban, en 1887 el 71% de la población y los universitarios no llegaban a 25.000 estudiantes. Hay que destacar aquí la presencia de la Institución Libre de Enseñanza, con vocación europeísta y que tanto influyó en los hombres del 98.   


El ejército contaba en 1893 con 561 generales, 582 coroneles y 19.790 oficiales para enfrentarse a las sublevaciones en Cuba o la intervención en Marruecos.
El profesor Manuel Tuñon de Lara (1978: 70 y ss.) describe así el ambiente de la capital:



 “Madrid de fin de siglo... Madrid del café de Fornos, de ‘la tercera de Apolo’, del estreno de La Revoltosa, de las tertulias en las salas de redacción de los diarios, por donde suele verse a un joven anarquizante que lleva paraguas rojo y se llama Martínez Ruiz. Sagasta, con sus liberales, dirige la nave gubernamental (tras el asesinato de Cánovas en el verano del 97) con serios peligros de zozobrar ante la tempestad que supone la persistencia y agravación de la guerra de Cuba y Filipinas [...].
La guerra se siente de una manera que el hombre de la calle no capta todavía; porque la verdad es que el madrileño paga más cara la libreta de pan, y también otros productos del mercado de abastos, pero no relaciona ambos hechos. Si se dan cuenta -en cambio- de lo que es la guerra aquellas pobres familias -en su inmensa mayoría del campo español- cuyos hijos van con el traje de rayadillo a Cuba, porque no tuvieron las 2.000 pesetas que los liberasen del servicio militar”.

  El joven diputado Vicente Blasco Ibáñez en la sesión de Cortes del 5 de septiembre de 1898, hace la siguiente imprecación:
“¡Ah, señores ministros! !Bien se conoce que la carne del pobre es barata, y os importa poco que mueran esos soldados ¡”

 días después de la firma del armisticio entre España y Estados Unidos, el 12 de agosto de 1989 (Tuñón de Lara, M.; 1978:80).


Pero la gente, en general, no comprende, continúa el profesor Tuñón, se baten por la independencia nacional, ni saben que el potencial económico y bélico de Estados Unidos es muy superior al de España. Ciertamente unas minorías lúcidas darán la voz de alarma: el primero Pi y Margall, cuyo gesto en favor de la paz y del derecho de los cubanos le costará perder en 1898 su acta de diputado por Gerona. Y también el joven catedrático Miguel de Unamuno que ha escrito su famoso artículo ‘El negocio de la guerra’.”

El 20 de abril de 1898 Sagasta declaró la guerra a los Estados Unidos por su apoyo a los rebeldes cubanos; el 4 de junio de 1898, la escuadra española fue destruida o apresada en su integridad; el desenlace se acercaba; el 25 de julio desembarcaron los norteamericanos en la isla de Puerto Rico, de donde nunca se irían; Francia aceptó actuar como mediadora y presenta la proposición de armisticio que se firmará, en condiciones muy duras para España, a primeros de agosto; cuatro meses más tarde, por el Tratado de París firmado por Montero Ríos, se concedía a los Estados Unidos las islas Filipinas y Puerto Rico; Cuba se independiza.
En menos de un año se confirma la pérdida total de las colonias españolas en las Antillas y en el Pacífico; se habían hundido las flotas de guerra, se habían hundido las finanzas y la moneda, pero sobre todo se habían hundido las ilusiones de antaño, los valores caducos, los lemas “justificadores” de una oligarquía vuelta hacia el pasado, comenta Tuñón de Lara, M. (1978: 80).

                                                                                                           


[1].  (La vida del hombre sobre la tierra es una lucha); Miguel de Unamuno: Niebla, Madrid, Cátedra, 1983, pág. 118.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis

Alberto Durero (Núremberg, 1471-1528)

                 Alberto Durero es uno de los artistas mas famosos del Renacimiento alemán, famoso por sus pinturas, dibujos, grabados y escritos teóricos sobre arte, con enorme influencia en los pintores de siglo XVI en Alemania y los Países Bajos.
                        
          A su vez, Durero recibe la influencia de Mantegna y Giovanni Bellini, de de los pintores flamencos en el retrato. La extraordinaria calidad de sus dibujos solo son comparables con sus grandes cualidades como grabador con dominio de las técnicas, las espectaculares perspectivas, los efectos de luz y sombra, el detenimiento minucioso en los detalles, la fuerza y la imaginación de xilografías...

           Su faceta como grabador es el aspecto más revolucionario de su obra, concretadas en la serie de xilografías del Apocalipsis. En el año 1500, los milenaristas fecharon el Juicio Final. Antes habían previsto que sería el año 1000; al no cumplirse lo retrasaron al 1500. La obra se centra en cuatro caballos que alegorizan la pobreza, la guerra, la muerte y la enfermedad.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

La literatura apocalíptica

         
  •   `La apertura del Quinto Sello del Apocalipsis', de El Greco, perteneció al pintor Ignacio Zuloaga y fue una obra decisiva para el Picasso de 'Las señoritas de Aviñón'.


Icono del siglo XVI con imágenes del Apocalipsis

           El término apocalipsis surge de las palabras iniciales del primer escrito cristiano de este género, la  "Ἀποκάλυψις Ἰησοῦ Χριστοῦ [...]" de San Juan -Ἀποκάλυψις Ἰωάννου [Apokálypsis Ioánnou], ‘Revelación de Juan’-, admitida en el canon del Nuevo Testamento.
         Las apocalipsis constituyen uno de los cuatro géneros que aparecen en la literatura apostólica: Epístolas, Evangelios, Hechos de los Apóstoles y Apocalipsis.
         El género literario apocalipsis tiene su origen en el judaísmo, cuya obra más destacada es el Libro de Daniel.
         Las apocalipsis cristianas emulan en gran medida las fórmulas de las judías a las que dotan de su propia escatología y aunque no se puede documentar una estructura común de todas ellas, si se han podido destacar una serie de características de contenido y estilo propias del género[i], a saber:
         a) Todas las obras del género apocalíptico se escriben bajo seudónimo; usan el nombre de un hombre relevante de la Antigüedad con el fin de otorgar a la obra de una autoridad de la que no goza el verdadero autor.
         Toda apocalipsis se escribe en un tiempo pasado ficticio, que debe mantenerse en secreto hasta que llegue el final de los tiempos.

  "8 Yo oí, pero no entendí. Entonces dije: «Señor mío, ¿cuál será la última de estas cosas?».
  9 El respondió: "Ve Daniel, porque estas palabras están ocultas y selladas hasta el tiempo final."
                                                                                      (Dan 12, 8)
1 Después vi que el Cordero abría el primero de los siete sellos, y oí al primero de los cuatro Seres Vivientes que decía con voz de trueno: "Ven".
2 Y vi aparecer un caballo blanco. Su jinete tenía un arco, recibió una corona y salió triunfante, para seguir venciendo.
3 Cuando el Cordero abrió el segundo sello, oí al segundo de los Seres Vivientes que decía: "Ven".
4 Y vi aparecer otro caballo, rojo como el fuego. Su jinete recibió el poder de desterrar la paz de la tierra, para que los hombres se mataran entre sí; y se le dio una gran espada.
5 Cuando el Cordero abrió el tercer sello, oí al tercero de los Seres Vivientes que decía: "Ven". Y vi aparecer un caballo negro. Su jinete tenía una balanza en la mano;
6 y oí una voz en medio de los cuatro Seres Vivientes, que decía: "Se vende una ración de trigo por un denario y tres raciones de cebada por un denario. Y no eches a perder el aceite y el vino".
7 Cuando el Cordero abrió el cuarto sello, oí al cuarto de los Seres Vivientes que decía: "Ven".
8 Y vi aparecer un caballo amarillo. Su jinete se llamaba "Muerte", y el Abismo de la muerte lo seguía. Y recibió poder sobre la cuarta parte de la tierra, para matar por medio de la espada, del hambre, de la peste y de las fieras salvajes.
9 Cuando el Cordero abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los que habían sido inmolados a causa de la Palabra de Dios y del testimonio que habían dado.
10 Ellas clamaban a voz en cuello: "¿Hasta cuándo, Señor santo y verdadero, tardarás en hacer justicia y en vengar nuestra sangre sobre los habitantes de la tierra?".
11 Entonces se le dio a cada uno una vestidura blanca y se les dijo que esperaran todavía un poco, hasta que se completara el número de sus compañeros de servicio y de sus hermanos, que iban a sufrir la misma muerte.
12 Y cuando el Cordero abrió el sexto sello, vi que se produjo un violento terremoto. El sol se puso negro como ropa de luto y la luna quedó como ensangrentada;
13 los astros del cielo cayeron sobre la tierra, como caen los higos verdes cuando la higuera es sacudida por un fuerte viento.
14 El cielo se replegó como un pergamino que se enrolla, y todas las montañas y las islas fueron arrancadas de sus sitios.
15 Los reyes y los grandes de la tierra, los jefes militares, los ricos y los poderosos, los esclavos y los hombres libres, todos se escondieron en las cavernas y entre las rocas y las montañas,
16 y decían a las montañas y a las rocas: "Caigan sobre nosotros, y ocúltennos de la mirada de aquel que está sentado en el trono y de la ira del Cordero".
17 Porque ha llegado el gran Día de su ira, y ¿quién podrá resistir?

                                                                                               (Ap 6)
         Toda obra del género encierra hechos históricos que acaecerán en el futuro (vaticinia ex eventu; en español, "profecías a posteriori") con el fin de que los lectores confíen en las visiones referidas al tiempo final. Siempre aparecerá dividida la Historia de la Humanidad en periodos y el último de los mismos acaba de comenzar.
         b) El escritor apocalíptico transmite su mensaje, fruto de una fantasmagoría o visión vivida en un estado de éxtasis o en sueños. A veces, el apocalíptico es arrebatado hasta el mundo del más allá para conocerlo  y darlo a conocer a sus lectores y oyentes. Veamos:
1 Revelación de Jesucristo, que le fue confiada por Dios para enseñar a sus servidores lo que tiene que suceder pronto. El envió a su Angel para transmitírsela a su servidor Juan.
2 Este atestigua que todo lo que vio es Palabra de Dios y testimonio de Jesucristo.
3 Feliz el que lea, y felices los que escuchen las palabras de esta profecía y tengan en cuenta lo que está escrito en ella, porque el tiempo está cerca.
4 Yo, Juan, escribo a las siete Iglesias de Asia. Llegue a ustedes la gracia y la paz de parte de aquel que es, que era y que vendrá, y de los siete Espíritus que están delante de su trono,
5 y de Jesucristo, el Testigo fiel, el Primero que resucitó de entre los muertos, el Rey de los reyes de la tierra. El nos amó y nos purificó de nuestros pecados, por medio de su sangre,
6 e hizo de nosotros un Reino sacerdotal para Dios, su Padre. ¡A él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén.
7 El vendrá entre las nubes y todos lo verán, aún aquellos que lo habían traspasado. Por él se golpearán el pecho todas las razas de la tierra. Sí, así será. Amén.
8 Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que vendrá, el Todopoderoso.
9 Yo, Juan, hermano de ustedes, con quienes comparto las tribulaciones, el Reino y la espera perseverante en Jesús, estaba exiliado en la isla de Patmos, a causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesús.
10 El Día del Señor fui arrebatado por el Espíritu y oí detrás de mí una voz fuerte como una trompeta, que decía:
11 "Escribe en un libro lo que ahora vas a ver, y mándalo a las siete iglesias: a Efeso, a Esmirna, a Pérgamo, a Tiatira, a Sardes, a Filadelfia y a Laodicea".
                                                                                       (Ap 1, 10)
         Tal visión culmina en la aparición de la Sala del Trono en donde se encuentra con el mismo Dios y permite que ese encuentro dé legitimidad al visionario. Casi siempre lo apocalíptico irá narrado en la primera persona del singular (4 Yo, Juan, escribo a las siete Iglesias de Asia. [...]).
         c) Esas revelaciones surgen en forma de imágenes y constituyen un cúmulo de metáforas alegorizadas que le transmite un mediador (angelus interpres, que ayuda a los profetas u a otros hombres y mujeres) o que el mismo Dios o Cristo revelan y explican al apocalíptico.
         d) Las apocalipsis ordenan y hacen comprensible la caótica plenitud de los fenómenos contemplados (fenomenología transcendente), especialmente por la interpretación de los números, que permiten exégesis del orden divino.
         e) Al carecer de finalidad esotérica, las apocalipsis juegan un papel pragmático con la función de guiar y afianzar al creyente en la creencia de que se encuentra en el tiempo final. De ahí que la parénesis (exhortación o amonestación) y las oraciones constituyen piezas constantes en ellos, adoptando fórmulas de lamentación y/o súplica y también de acción de gracias, alabanza y/o de himno laudatorio.
         En el universo conceptual de las apocalipsis aparecen como contrapuntos: el dualismo de dos eones[ii], universalismo e individualismo, pesimismo y esperanza del más allá, determinismo e inmanencia.
         La historia del mundo y sus etapas han sido establecidos por Dios con antelación siguiendo su programación de salvación, desde su creación hasta el final de los tiempos.
         El eón del mundo es malvado; está bajo la influencia de Satanás, se va deteriorando poco a poco dirigiéndose irremediablemente a las catástrofes del tiempo final. En esa situación, el hombre debe obedecer a Dios y cumplir sus mandamientos para alcanzar su propia salvación. La esperanza en el eón futuro del creyente se afianza en la idea de que será premiado por su perseverancia y fidelidad y en la certeza de que los impíos serán castigados. Los signos de los tiempos anticipan el final del mundo previsto por Dios, aunque sea imposible fijar con precisión el instante final; por ello, este es un tiempo de conversión y preparación para la felicidad eterna.
         En este contexto histórico y cultural surgen, a partir del siglo II, las apocalipsis cristianas y múltiples refundiciones cristianas de apocalipsis judías entre las que destacan el Testamento de Abrahán, la apocalipsis de Esdras y el libro eslavo de Enoc.
         La escatología cristiana primitiva sustituye o cambia las concepciones judías acerca del más allá. Las apocalipsis cristianas del siglo II aportan un tema constante deteniéndose en explicaciones sobre los retrasos de la Parusía o segunda venida gloriosa de Cristo al final de los tiempos, el fin del mundo y el advenimiento del más allá.
         Del siglo III, sorprendentemente, no se han transmitido apocalipsis y las del IV, desplazan el centro de interés al hacer descripciones minuciosas del cielo y del infierno para afianzar la moral y la ortodoxia de los cristianos. También se interesan por conocer el ocaso del mundo y el juicio final. Ya se ha fijado, pues, la escatología eclesiástica y se puede constatar que los apocalípticos cristianos no gozan de la misma libertad que los judíos para configurar todos estos asuntos de tan gran imprecisión. Entre las primeras, destacan el Apocalipsis de Pedro, la "Ascensión de Isaías", el Apocalipsis de Pablo y el Apocalipsis de Tomás.
         En Nag Hammadi han aparecido una serie de apocalipsis gnósticas que aún no han sido bien estudiadas.






A.T.T.
         Bibliografía
         DROBNER, H. R., ibídem, págs. 55 y ss.




[i] . El Apocalipsis de San Juan destaca por su singularidad entre el conjunto de las apocalipsis cristianas.

[ii] . eón.
(Del ingl. eon, y este del gr. αἰών, tiempo, época).
1. m. Período de tiempo indefinido de larga duración.
2. m. En el gnosticismo, cada una de las inteligencias eternas o entidades divinas de uno u otro sexo, emanadas de la divinidad suprema.
3. m. Unidad de tiempo geológico, equivalente a mil millones de años.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Pedro Páramo, de Juan Rulfo, y el culto a la Muerte: el realismo mágico.

    
          "El binomio Muerte y Vida constituye uno de los ejes de la cultura mexicana, ese espacio pendular de explosiones dicotómicas, expuesto y dispuesto en gestos y palabras que habitan las insinuaciones de cada silencio y de cada punto suspensivo. En ese texto y en ese contexto de mezcla, de subversiones y de extrañamientos, de vacíos abismales y de voces que tantean el mundo, está construida una de las más hermosas y desconcertantes narrativas del siglo XX: Pedro Páramo, de Juan Rulfo.
         Escuchar, leer y ver a Rulfo parece darnos la sensación de que su voz retumba desde Comala, ciudad de su única novela, ciudad purgatorio donde los muertos deshabitan un presente sin esperanzas, sin cambios, sin futuro. Ciudad de ánimas en pena que tiene los ojos puestos en las nucas, rumiando un pasado que tendrá siempre el mismo gusto y el mismo disgusto. Ciudad para la cual los muertos vuelven en búsqueda de sus cobijas para calentar la vida que la muerte armó en el infierno al que están condenados. Ciudad de espectros que platican entre ellos y de monólogos que repiten y gastan las pequeñas soledades de vidas en desamparo, desgarradas para siempre de sí mismas. [...]"
  
          

     Imagen popular de la Santísima. México

         "En una charla con estudiantes, Juan Rulfo dice que para el mexicano la relación sagrado-profana ante la muerte intensifica y recrea su trato con la vida y con los vivos. Pero que a los muertos, en la semana del día 2 de noviembre, no queda más que la desesperación, pues perdieron la paz de sus pláticas compartidas entre tumbas: “Debe ser muy interesante vivir dentro de un cementerio y poder platicar con los muertos, deben tener cosas muy importantes que decir (...) y me imagino que los muertos no están solos. Los que los interrumpen son los que van a visitarlos el Día de Muertos, precisamente, con música y mariachis y a llevarles flores y ofrendas y pulque y comida. Entonces es cuando ellos se sienten más a disgusto. Pero en cambio, cuando están solos, platican muy a gusto entre ellos...”.

         Esa relación establecida entre Muerte y Vida / Voz y Silencio reviste a Pedro Páramo de un cierto aire de inquietud que debe suscitar algunos cuestionamientos, pues como dijo el escritor Carlos Fuentes: “Con Rulfo siempre hay que estar alerta y preguntar...”. En una Comala católica hasta los huesos —y también después de ellos—, donde todos morían en pecado y, por eso, volvían todos para expiar sus faltas, las oraciones y el hecho de narrar eran la única manera de dar a las ánimas un aliento de salvación. Y más: son ellas las que definen la frontera entre vivos y muertos; son ellas las que hacen recordar a los muertos su condición de muertos, pues una vez perdonados encuentran la paz que les permite dejar de vagar por el mundo de los vivos para habitar, de forma definitiva y tranquilizadora (para los vivos) la espacialidad de la Muerte.

         Pero el infierno de Comala reside sobre todo en el hecho de que ya no hay vivos que recen por los muertos y la única persona investida de poderes para perdonar a ese poblado, el padre Rentería, es uno de sus más aplicados pecadores. Corrupto y ganancioso, entrega el perdón por dinero y por él condena a las ánimas a quedarse eternamente sin salvación. No puede ayudar a su comunidad con el perdón de la gracia divina, pues él es apenas uno más destinado a deambular en ese purgatorio repleto de ánimas entregadas a expiar sus pecados. Un purgatorio que, al revés de lo que pregona el  catolicismo, es definitivo. Y esa es la gran condena impuesta a esos habitantes:  tener la esperanza de salir de ese lugar después de que cumplieran sus  penas, vivir de esa esperanza, estando condenados a jamás verla realizarse.

         Es precisamente en ese punto donde reside una de las innúmeras maestrías  rulfianas: los personajes sólo ganan la posibilidad de salir de sus purgatorios  individuales y colectivos por medio del discurso narrativo, pues contar una historia es, en esencia, una manera de oración.

         Los muertos se encuentran incapacitados de abogar en causa propia y se convierten en dependientes eternos de las oraciones y misas  encomendadas a los vivos, con la finalidad de que Dios revea y minimice sus  purgatorios. En palabras de Fabienne Bradu, “... para los ‘habitantes’ de  Comala Dios está lejos o está sordo, pero es inalcanzable (...) en el supuesto caso de que la existencia de Dios no sea engaño” (1989: 39).

         En espera de la justicia divina, las ánimas siguen vagando por la ciudad,  dividiendo y compartiendo el mismo espacio y la misma temporalidad de los  vivos. Sin embargo, si pensamos en la justicia divina como algo ecuánime,  percibimos una realidad mucho más difícil de soportar, una verdadera paradoja  teológica trabajada en las entrelíneas de esta novela: la justicia de la religión  católica es esencialmente injusta, precisamente porque contempla a todos de  igual manera. Independiente de cuáles y cuántos fuesen los pecados cometidos, Dios perdona a todos indistintamente. Ese es el dilema: si Dios es  misericordioso, Dios es injusto. Por eso los habitantes de Comala desconfían  de Dios y de su poder de discernimiento.



         En el complejo culto del mexicano a la muerte, las oraciones (y las ofrendas) ocupan un papel central. Volver para visitar a los vivos es un hecho  esperado por todos: los preparativos que involucran toda la comunidad (de lo público a lo privado) en la expectativa del retorno de sus muertos en la primera  semana de noviembre son grandiosos y dan cuenta de esa importancia. Sin  embargo, al fin de las festividades, los muertos deben retornar a su mundo:  muchos de los habitantes los acompañan al cementerio para tener la seguridad  de que real y definitivamente se van. Quedarse con los vivos representa  compartir un mundo y de un lenguaje que ya no les pertenecen, y concretiza la locura de lo indiscernible.   [...]"

                Carvalho da Silva, S. Andrea Muerte y religiosidad en Pedro Páramo; en