El sueño de la razón produce monstruos

miércoles, 21 de mayo de 2014

viernes, 16 de mayo de 2014

lunes, 12 de mayo de 2014

Sic transit gloria mundi

   
 [LXI]
         
 RECONOCIMIENTO DE LA VANIDAD DEL MUNDO


         En fin, en fin, tras tanto andar muriendo,
     tras tanto varïar vida y destino,
     tras tanto, de uno en otro desatino,
    pensar todo apretar, nada cogiendo,

         tras tanto acá y allá yendo y viniendo,
     cual sin aliento inútil peregrino,
     ¡oh Dios!, tras tanto error del buen camino,
     yo mismo de mi mal ministro siendo,

         hallo, en fin, que ser muerto en la memoria
     del mundo es lo mejor que en él se asconde,
     pues es la paga dél muerte y olvido,

         y en un rincón vivir con la vitoria
     de sí, puesto el querer tan sólo adonde
     es premio el mismo Dios de lo servido.

                                

                                 (Francisco de Aldana; s. XVI)

A un amigo


              
ELEGÍA

                        (En Orihuela, su pueblo
                   y el mío, se me ha muerto
                   como del rayo Ramón Sijé,
                  con quien tanto quería).


      Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
      Alimentando lluvias, caracolas
y órgano mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
      daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
      Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
      No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
      Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
      Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
      No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
      En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
      Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
      Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte[1]
      Volverás a mi huerto y a mi higuera;
por los altos andamios de las flores
pajareará su alma colmenera
      de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
      Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
      Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
      A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.


            (De El rayo que no cesa, 1936, Miguel Hernández)



    [1]. Intencionadamente, el poeta convierte en transitivo el verbo 'regresar'.

Composición nª. 54

    
   A Pablo Neruda    
    
     Llovizna.
     Llovizna.
     Llovizna.
Sus labios, trozos de luna llena,
brillan en los espejos, laberintos inciertos;
sus labios fueron míos y han dejado de serlo,
y mis labios, los suyos, pero ya no lo son
y quizás no lo fueron.
    
     Llovizna;
pero la lluvia pasa
como el paso del tiempo;
aún los sigo olvidando,
aún los sigo queriendo,
con el fervor dormido
de otros labios serenos.
Labios de estalactitas se erigen en mis sueños,
bañados de otros sueños
como torrentes de agua, inmensos, siempre inmensos;
quizá sean sus labios,
pero no son sus labios
a los que quise tanto aunque ya nos los quiero.
En mis ojos se miran
unos ojos lejanos y los ojos de hoy,
y la piel de su cuerpo y el abrazo infinito
de su piel con la mía, y el goce de su cuerpo
envuelto entre pulsiones,
manantiales eternos,
sin el paso del tiempo.
    
     Llovizna:
los momentos intensos,
tan grandes como el cielo,
universo sin tiempo,
como brama la mar
al chocar con las rocas
movidas por el viento;
es la fuerza del dios.
Otro nuevo banquete que crean los recuerdos...
     Sueño y aún dentro del sueño
aparece otro sueño enredado en un sueño.
Sus labios infinitos acarician mi cuerpo,
sus ojos son espejos
donde se ven los míos;
¡oh pasión desbocada,
 me haces sentir la vida...!
¡plenitud del amor de un cuerpo en otro cuerpo,
sin el paso del tiempo,
es un instinto ciego, es un instante cierto,
de un sueño en otro sueño!
    
     Llovizna:
Son los labios de ayer,
pero no son sus labios
fundidos en la miel de otros labios etéreos;
quizá sean sus labios,
pero no son sus labios porque ya no los leo,
palimpsestos sin huellas
por el paso del tiempo:
     ¡Oh abstracción finita
de un punto sin espacio
en un bucle infinito,
de atracción contenida soñando en los espejos,
donde todos los labios
se funden en un beso!
    
     Llovizna:
¡Oh eros..., terrible y abismal,
plenitud de la vida,
te quiero y no te quiero
y te sigo queriendo, aunque sean
otros cielos..., porque son otros labios,
siempre son otros cielos,
los que avivan la brasa
donde brota la llama...!
Sus cielos y tus labios
siempre serán azules
y la fuerza del viento
que ruge cuando calla
el volcán de la vida:
labios de ayer y hoy que cambiarán mañana,
siempre serán el cielo,
aunque sean otros labios,
nunca los mismos cielos,
la pasión y el olvido,
(aún los sigo olvidando,
aún los sigo queriendo),
donde habitan los sueños,
donde habita el olvido,
donde habitan los muertos...,
proyectados en formas en este laberinto,
eterno y demediado como el cieno infinito,
que espera, sin espera, la dulzura finita
del demiurgo invicto.


                   Poema inédito