El sueño de la razón produce monstruos

martes, 25 de agosto de 2015

Quevedo y la abuela de Canarias

A un juez mercadería

  1. Las leyes con que juzgas, ¡oh Batino!, 
  2. menos bien las estudias que las vendes; 
  3. lo que te compran solamente entiendes; 
  4. más que Jasón te agrada el Vellocino. 


  1. El humano derecho y el divino, 
  2. cuando los interpretas, los ofendes, 
  3. y al compás que la encoges o la extiendes, 
  4. tu mano para el fallo se previno. 


  1. No sabes escuchar ruegos baratos, 
  2. y sólo quien te da te quita dudas; 
  3. no te gobiernan textos, sino tratos. 


  1. Pues que de intento y de interés no mudas, 
  2. o lávate las manos con Pilatos, 
  3. o, con la bolsa, ahórcate con Judas.
                                                         Francisco de Quevedo

sábado, 15 de agosto de 2015

Estoicismo en Cervantes

DIÁLOGO ENTRE BABIECA Y ROCINANTE
Soneto
Babieca.  ¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?
Rocinante.  Porque nunca se come, y se trabaja.
Babieca.  Pues ¿qué es de la cebada y de la paja?
Rocinante.  No me deja mi amo ni un bocado.
Babieca.  Andá, señor,  que estáis muy mal criado,
                 pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.
Rocinante.  Asno se es de la cuna a la mortaja.
                     ¿Quereislo ver? Miraldo enamorado.
Babieca.             ¿Es necedad amar?
Rocinante.                                          No es gran prudencia.
Babieca.       Metafísico estáis.
Rocinante.                                 Es que no como.
Babieca.       
Quejaos del escudero.
 Rocinante.                                        No es bastante.
                       ¿Cómo me he de quejar en mi dolencia,
                         si el amo y escudero o mayordomo
                         son tan rocines como Rocinante?

                                                          Miguel de Cervantes

Descubre la cita y si no, da lo mismo.


                    LA DOCENCIA DE LA INVESTIGACIÓN EN HUMANIDADES

         "[...] en las humanidades, la transmisión es, al mismo tiempo, lección y descubrimiento."
                                                                                          Babelia, 1.238

lunes, 3 de agosto de 2015

Orígenes del estoicismo

              Estoicismo: primeras influencias.
            Zenón de Citium fue discípulo de Crates el cínico, de Estilpón el megárico y de Jenócrates y Polemón, escolarcas de la Academia. También se relacionó con Diodoro Crono y su pupilo Filón el dialéctico. Como se ve, sus influencias son muy variadas.
            Zenón tenía a gala leer a los antiguos, y su doctrina, en algunos aspectos, se veía como una reinstauración de la de Heráclito. Esta influencia que los historiadores antiguos apuntaban, especialmente Apolonio de Tiro, en su obra Sobre Zenón[1], no desvela el enigma sobre la aparición del estoicismo. Zenón toma de los megáricos la dialéctica árida y abstracta propia de la enseñanza del antiguo estoicismo; se cuenta que Estilpón, el megárico, sintió el mismo rechazo que los cínicos hacia los prejuicios sociales, al tiempo que situaban el bien soberano en el alma impasible. Jenócrates también exageró el papel de la virtud, a la que considera la condición esencial de la felicidad. Polemón hizo hincapié, como los cínicos, en la superioridad de la ascesis sobre la formación puramente dialéctica, y afirmaba que la vida perfecta lo era si coincidía con la de la naturaleza. Espeusipo, el primer sucesor de Platón como escolarca en la Academia, clamó contra el placer con tanta violencia como el cínico Antístenes. Las nuevas evoluciones del pensamiento de la civilización griega, de fuerte rigorismo y naturalismo, se expandía y difundía entre todas las tendencias filosóficas, a finales del siglo IV a. C.
            En Atenas continúan la Academia de Platón y el Liceo de Aristóteles, y aparecen el epicureísmo y el estoicismo. Por todo el mundo helenístico brotan otros centros, que tuvieron gran importancia. El más importante de todos fue Alejandría, que tras la muerte de Alejandro, en la partición del imperio, le fue entregado a Tolomeo Soter (323-283), quien construyó el Museo, que más que un dentro de enseñanza fue un centro de investigación, junto al Palacio Real.
            El origen de todas las influencias filosóficas y culturales, al menos en parte, está en Grecia, porque el pensamiento del siglo IV no termina ni con el conceptualismo de Platón y Aristóteles ni en las enseñanzas de los socráticos, aunque se hace más extenso, multiforme y diverso. No podemos olvidar que las escuelas de medicina eran prósperas, con anfiteatros de anatomía en los hospitales y otros edificios, y se ocupaban intensamente de la naturaleza del alma y de la estructura del universo. Únicamente hemos de recordar aquí las insólitas alusiones de la medicina en el Fedro y, sobre todo, en el Timeo.
            Galeno, una de las mejores fuentes para el estoicismo, en su obra Contra Juliano, asegura que Zenón, Crisipo y los demás estoicos escribieron extensamente sobre las enfermedades. Además asegura que la escuela metódica se inspiraba en Zenón y que las teorías médicas de los estoicos coincidían con las de Aristóteles y Platón.
            Las especulaciones de los estoicos acerca del ser vivo aparecen citadas en Filón de Alejandría, prototipo el filósofo judío que ha absorbido toda la tradición griega y hace uso de su rico vocabulario conceptual y de sus recursos literarios para defender y probar sus especulaciones a su compatriotas judíos. Aquellas opiniones fueron tomadas por los médicos de los filósofos de la naturaleza. Estos fragmentos de Filón sobre anatomía de los seres vivos nos han llegado de Diocles Karystos, médico del siglo IV a. C., de la escuela hipocrática,[2] citado por Aristóteles. Plinio el Viejo asegura que Diocles sigue en edad y fama a Hipócrates de Cos (Cos, c. 460-Tesalia, 370 a. C.).
            Según la doctrina fisiológica, atribuida a los estoicos, Diocles defendió que todos los fenómenos de la vida de los animales están regidos por lo caliente y lo frío, lo seco y lo húmedo, y que en todo cuerpo viviente hay un calor innato que, al alterar los alimentos ingeridos, produce los cuatro humores: sangre, bilis, flema ácida y flema salada. La saludo, como señala Galeno, es el resultado de la correcta mezcla de esos cuatro humores. Diocles también admite que el aire exterior, atraído hacia el corazón por la laringe, el esófago y los poros, se transforma en el hálito psíquico donde reside la inteligencia, que da vigor a todo el cuerpo y le permite los movimientos voluntarios.
            Afirma Diocles de Karystos que los cuerpos vivos se componen de dos cosas: a) lo que lleva, es decir, la potencia y lo que es llevado, esto es, el cuerpo. Identifica la potencia con el hálito psíquico y asegura que las enfermedades se producen por la obstrucción e impedimentos de la potencia por acumulación de los humores.
            Estas doctrinas sobre el ser vivo son también propias de los estoicos y esta explicación se generaliza: todo cuerpo, animado o inanimado, es concebido como un ser vivo. Y en el ser vivo hay un hálito (pneuma) cuyo vigor sostiene a las partes. Los diversos grados de ese vigor-tensión vivificador justifican y explican la dureza de los metales, la solidez de las piedras... El universo total, como se señala en el Timeo, profundamente penetrado de ideas médicas, es también un ser vivo cuya alma o hálito ígneo, generalizado y expandido por todas las cosas, sostiene a las partes armónicamente..
            Según Werner Jaeger, tan importante es la synkrâsis o fusión orgánica de las sustancias, como la simpnoia, referente a la "conspiración o "respiración conjunta" del pneûma, es decir, la comunidad de espíritu, donde el verbo sympneo significa tener un espíritu, un animus o hálito común. Esta explicación pasó de la medicina griega a la filosofía estoica y neoplatónica, hasta llegar al racionalismo de Leibniz. Esta explicación fue muy adecuada para dar cuenta de la vida orgánica del cuerpo, pero esa sympnoia se producía también en el universo, sympnoia panton. En todo caso, se trata de uno de esos conceptos metafóricos que se pueden aplicar a los casos más heterogéneos, pues, la idea de synkrâsis y la de sympnoia van unidas y denotan poseer una misma procedencia en una misma fuente filosófica, dedicada a la armonía política en la sociedad humana[3].
            En sus raíces primigenias, la imagen estoica del universo se alimenta de ideas médicas cuyo origen se remonta a la física presocrática y que se vuelven a sistematizar en otra física y otra cosmología. Los estoicos no fueron los pioneros, en aquel momento, de crear una cosmología plena de vida, partiendo de fuentes de la medicina. Entonces todavía existían pitagóricos (segunda mitad del IV a. C.); el filósofo y músico Aristógenes de Tarento, del sur de Italia, discípulo de Aristóteles, se hizo famoso por defender que el alma era la armonía del cuerpo,  se relacionó con aquellos pitagóricos y nos dejó los nombres de varios de ellos[4].
            El polígrafo Alejandro Polihístor (siglo I a. C.) dejó una reseña de la cosmología pitagórica, que procedía de las Noticias pitagóricas, recogidas por Diógenes Laercio. Esa cosmología está vinculada con la especulaciones de los jonios del último periodo (Alcmeón de Crotona, filósofo pitagórico, médico e investigador de la naturaleza[5], y Diógenes de Apolonia), muy vinculados con la escuela pitagórica, en la que predominaban astrónomos, filósofos, músicos, matemáticos que defendieron que el número era el principio de todas las cosas, y también se relaciona con los médicos del siglo IV y la teoría de dos parejas de fuerzas: caliente y frío, seco y húmedo, cuya reparto desigual origina las cuatro estaciones y las enfermedades del cuerpo. Las cualidades divinas del calor y sus rayos, que proceden del sol, engendran la vida de las cosas. El alma, una parte del éter cálido mezclado con el frío, es inmortal como el ser de donde procede: el éter (espíritu universal, infinito e inmortal) y se alimenta de partículas sutilísimas de sangre; la razón, de donde proceden las sensaciones... y otras muchas especulaciones pertenecen a una época anterior al estoicismo y son recogidos por los antiguos estoicos, y a través de ellos tendrán una influencia tardía en los neopitagóricos de los siglo II y I a. de C. Algunas de esas teorías como la triple partición del alma en: razón ( φρένες ), inteligencia ( νοῠν ) y corazón ( θυμόν ) son muy arcaicas. Este pitagorismo, cargado de connotaciones físicas y médicas, antecede al estoicismo. La especulación de Aristógenes de Tarento, discípulo de Aristóteles, acerca del alma-armonía está muy relacionada con las explicaciones de la medicina, que compara la armonía con la salud del cuerpo, cuando los cuatro elementos, fuego (bilis amarilla), tierra (bilis negra o melancolía), aire (sangre) y agua (flema) están  mezclados equilibradamente. En esa distribución se entremezclan la teoría cosmológica de los pitagóricos de Alejandro Polihístor y la teoría médica de la vida.
            Los estoicos reconstituyeron el vitalismo médico, muy diferente del mecanicismo matemático hacia el que se inclinaba Platón. Y ese mundo animado de los estoicos se vinculaba claramente con la tradición jónica[6], que aparece incluso en el mundo matematizado de Platón, pues en el Timeo, lo concibe como un ser vivo. Sin embargo, y aun aceptando esas influencias, lo principal del estoicismo continúa sin explicación.
            Los estoicos, por el lugar que colocan a dios, en su manera de concebir la relación de dios con los hombres y con el universo, aportan elementos nuevos que nunca se encuentran en la concepción filosófica de dios de los griegos, ni en sus especulaciones religiosas, ni menos aun en las obras de Homero ni en la vieja Teogonía mítica de Hesíodo.
            La teología griega de dios siempre actúa con las imágenes y los símbolos de un mundo de ideas religiosas vivo y fuertemente enraizado en la conciencia popular a través de los mitos; es el mundo mítico de los dioses antropomórficos de Homero y Hesíodo. Cuando los filósofos empiezan a repetir insistiendo en lo sublime y extraordinario de su propia concepción de Dios, más se afirman en sus convicciones los que aceptan la vieja idea de una pluralidad de seres divinos siguiendo la tradición hereditaria griega de dotar a sus dioses  de nombres y formas definidas. Ni siquiera las intuiciones de Jenófanes, que expresaba en versos y que recitaba públicamente como un rapsoda, cuyos teman versaban sobre problemas de Weltanschauung, sobre la naturaleza de los dioses, sobre fenómenos naturales, sobre el origen de todas las cosas, sobre la verdad, sobre la duda o sobre la falsa autoridad, al tratar del problema de Dios, sus especulaciones nunca  implican que dios carezca de forma, aunque ataque a los dioses antropomórficos de la tradición. Pero la forma efectiva de dios queda sin definir[7].
            La concepción griega de dios, que está reflejada en los mitos, al igual que la Idea de Bien en Platón o principio mismo de todas las cosas, o el Acto puro y Forma pura de Aristóteles ( el Primer motor eterno e inmutable), es un Ser que tiene una vida ajena a los hombres, desconoce los males de la humanidad y las vicisitudes del mundo. Únicamente actúa sobre el hombre y el universo por la fuerza de atracción de su belleza. Su voluntad no interviene y Platón condena a los que creen que pueden influir en él y su voluntad con plegarias. Platón también condena las viejas creencias de un dios defensor de sus prerrogativas y privilegios, porque lo que veían los griegos no era su bondad moral, sino una perfección intelectual de la que el orden del mundo era una prolongación, una especie de irradiación.
            Junto a las divinidades del Olimpo, los griegos también conocían en Dionisos a un dios cuyas muertes y resurrecciones periódicas y cíclicas aportaban al hombre un ritmo de vida, las estaciones y los días. Llegado de Anatolia o Asia Menor según los más, las tragedias le presentan como dios extranjero, que es incorporado al panteón griego como hijo de Zeus y Sémele; otras versiones lo dan como hijo de Zeus y Perséfone. Dios de la vendimia y del vino, es el dios que inspira e induce la exaltación violenta, los delirios furiosos, el frenesí, la locura ritual y el éxtasis. Sus seguidores participaban, en el monte Citerón, del drama divino, sufriendo y gozando de la pasión del dios, uniéndose a él a través de la orgía mística, hasta fusionarse con él en uno solo. Pero ni en los cultos báquicos, el dios desciende hasta los hombres, sino que les permite a estos ascender hasta él.
            El dios de los estoicos no es ni Olímpico ni Dionisos: es un dios que convive con los hombres y que pone a disposición todas las cosas del universo en favor de los seres racionales. Su potencia penetra todas las cosas y nada por nimio que sea, escapa a su providencia.
            Esta es una forma radicalmente nueva de pensar la relación divina con el hombre y con el universo. Ese dios ya no es un ser ajeno y aislado del mundo y del hombre, que atrae por su belleza; antes bien, se trata de un artesano del mundo, cuyo proyecto y diseño se ha cambiado en su pensamiento. La virtud del sabio ya no srá ni la identificación a dios que planeaba en Platón, ni la virtud cívica y política de Aristóteles, sino la aceptación de la construcción divina y la participación en ella tras haber sido comprendida por la inteligencia.
            Esta novedosa concepción, ajena a los teólogos griegos y también a los filósofos es la semítica de un dios todopoderoso que gobierna el destino de los hombres y de las cosas, idea totalmente diferente de la concepción helénica. Pero no se trata de una irrupción abrupta y repentina en el pensamiento griego, porque en el Timeo, el dios de Platón es un demiurgo, el ser divino que genera las cosas naturales, al servirse de las Ideas como modelos y plasmarlas en la materia, como un artesano; el de las Leyes se ocupa del hombre, y el de Sócrates y Jenofonte, que ha puesto en el hombre los sentidos, inclinaciones e inteligencia, les sirve de guía a través de los oráculos y la adivinación. De ese modo se va confeccionando lo demiúrgico y providencialista de ese dios que Zenón de Citium (Kitium, Chipre) convirtió en la clave de la filosofía. Y desde aquí ya iremos viendo como esas dos concepciones, la semítica y la helénica, unas veces coinciden y otras divergen, adoptando diversas formas hasta  penetrar en el cristianismo.




[1]. Conocido por Diógenes Laercio, VII, 2; cf. VII, 16.
[2].  La elaboración de una anatomía científica y la disección del cuerpo humano son uno de los logros de los médicos griegos. Anatomía procede del griego anatémnein que significa disección, lo que implica que es más un método de investigación que un grado de conocimiento.
            (GARCÍA BALLESTER, Luis, Los orígenes del saber anatómico occidental. Del corpus Hippocraticum a la anatomía alejandrina, Revista de estudios históricos-informativos de la Medicina, Barcelona, junio 1973, núm. 25, pág. 8)
[3]. JAEGER, Werner, Cristianismo primitivo y paideia griega, México, FCE, 1993, págs. 26-39.

[4]. Diógenes Laercio, VIII, 46.

[5]. JAEGER, Werner, ibídem, pág. 61, afirma que Alcmeón de Crotona coincide con Jenófanes cuando éste último subraya que ni el más sabio de los hombres sabrá nunca si ha encontrado la verdad sobre Dios y el universo. Hipócrates de Cos, que ejerció la medicina en el siglo de Pericles y autor del tratado Sobre la Medicina Antigua, mantiene la misma convicción de Alcmeón de Crotona y de Jenófanes.
                                              
[6]. Región de la Grecia antigua que está ahora en lo que es Turquía, costa del mar Egeo. Allí estaban las ciudades de Mileto, Efeso, Eritrea, Pirene y la isla de Samos. Los principales filósofos jonios que especularon sobre el principio rector y explicativo del mundo, fueron: Thales de Mileto (el agua como arjé), Anaxímenes (un arjé ilimitado y abstracto), Anaximandro (lo apéiron τὸ ἄπειρον = lo indefinido, lo que no tiene límites, la materia infinita, indeterminada como arjé. Hay que entenderlo en el sentido del concepto aristotélico de materia. Anaximando no distingue todavía entre SER como materia y SER como forma. Su apéiron es la cosa que abraza todas las cosas y gobierna todas las cosas, algo activo, lo más activo del mundo), Heráclito (el fuego como arjé), Pitágoras (la armonía matemática del mundo)...
            Los antiguos distinguían dos escuelas filosóficas en Grecia, una en la Jonia y la otra en Italia. A la escuela itálica asociaron a Jenófanes de Colofón, Pitágoras y Parménides. Los tres vivieron en Italia meridional y en Sicilia donde ejercieron su principal actividad, pero sus antecedentes intelectuales están marcados por sus orígenes: Jenófanes vino de Colofón, en la costa de Asia Menor; Pitágoras, de Samos. Los dos fueron emigrantes, el primero sale huyendo tras la conquista de Colofón por los medas; el segundo deja Samos para escapar a la tiranía de Polícrates. Elea, la patria de Parménides, en la Italia meridional, fue una colonia fundada por refugiados de Asia Menor, y Parmenides lo fue, por tanto, intelectualmente es un hijo de Jonia, como los demás. Y los tres estuvieron en contacto con la filosofía jónica de la naturaleza y desarrollaron sus ideas en diversas direcciones.
            Jaeger, W., La teología de los primeros filósofos griegos, págs. 24 y ss.

[7]. Cfr. Jaeger, W., ibídem, págs. 43 y ss.

sábado, 1 de agosto de 2015

La ética de la Estoa


            Los cínicos por entonces se ocupaban especialmente de la ética. De ellos recibió Zenón su concepción, presente en todas las etapas del estoicismo, de que la verdadera naturaleza o physis de un hombre radica en su racionalidad. Se trata de una ética eudaimonista cuyo objeto es alcanzar la felicidad a través de la sabiduría.

            Esta idea no era ajena ni a Platón ni algunas tesis de Aristóteles, pues la misma se inspira en el intelectualismo socrático. Pero Diógenes, y antes Antístenes, hacen una interpretación radical y rigurosa, tomando un sesgo ascético que fue rechazado por Platón y Aristóteles. Para Antístenes y Diógenes, el hombre necesita una disciplina propia, física y mental, para vivir de acuerdo con la Naturaleza, evitando las pasiones, el pathos. Las cosas tales como la propiedad, la riqueza, el status social... son insignificantes y además perjudican al bienestar y la felicidad del hombre que constantemente tendrá que preguntarse si una cosa o una acción está o no de acuerdo con su naturaleza como ser racional. Es difícil saber que entendía Diógenes por razón, lógos, pero no es irrelevante deducir que sus connotaciones se acercaban en su mente a phronesis, es decir, sabiduría practica o prudencia, más valiosa que las riquezas o el status social. La phonesis no está al albur ni de los juicios convencionales, sociales o morales, ni de los cambios de fortuna; en esa virtud moral está el bienestar interior del hombre y así se alcanza la verdadera libertad. Llevar una vida así sería natural porque el hombre no precisa nada extraordinario, excepto las cosas mínimas necesarias del mundo exterior.

La teología física de la Estoa: la actividad divina.


            La concepción estoico-semítica del alma -material e inmortal, que forma parte del fuego divino- y del espíritu tuvo calado en sus teorías sobre la divinidad y la providencia, ambas inmanentes a la naturaleza e identificadas (monismo materialista).
            Zenón formula su filosofía sobre la naturaleza inmanente vinculada al lógos, considerado como una realidad absoluta o hipostasiada. Sin embargo, esta concepción es ajena a la mentalidad griega. Esta teología física de Zenón atribuye a dios, fuego divino, un protagonismo histórico como regidor-hegemonikón[1] del mundo natural. Ese fuego, es decir, dios, eterno y dinámico, conciencia del mundo, se desenvuelve en la naturaleza como un artesano del cosmos y un sembrador, generador de todas las especies.
            Zenón dirá que la naturaleza es un fuego artificioso, que lo abrasa y lo contiene todo y que actúa como un artista porque es maestro de todas las artes. De mismo modo que las otras naturalezas nacen, crecen y están contenidas en sus semillas, la naturaleza del mundo y sus movimientos y sus tendencias y sus deseos realizan sus actos lo mismo que nosotros ejecutamos nuestros movimientos por efecto de nuestra alma y nuestros sentidos. Por ser de esta condición, el lógos del mundo, también llamado providencia del mundo (prónoia), desempeña la misión de proveer que el mundo, como gran ser vivo, perdure en la infinitud[2].
            Zenón, coherente con sus concepciones cananeas, y aunque admitía la existencia de los dioses y defendía su culto, llega a la conclusión de que el lógos divino es el creador de la naturaleza. Su carácter histórico, temporal, le impide una duración infinita, por lo que tiene que admitir su corruptibilidad; de ahí la idea de la infinidad de mundos sucesivos -no simultáneos- que se autodestruyen y autoconstruyen cíclicamente.
            Con esta ultima teoría, Zenón se enfrenta abiertamente a uno de los dogmas griegos        . En su libro περὶ Ούσία, los todos o seres totales contienen dos principios: el paciente, la ousía informe o materia incualificada, y el agente, el que hace en esa materia; ese agente es el lógos-dios, que es eterno y permite que cada uno de los seres sean parte del cosmos[3].
            Los griego jamás defendieron que el mundo fuera hecho por el lógos-dios. Ni Platón ni Aristóteles admiten que Dios fuera causa eficiente primera de nada, es decir, una causa que no es causada, que no es efecto de nada. En su cosmovisión, los griegos señalan que la materia y la forma del cosmos son ingénitas, necesariamente increadas y, en consecuencia, incorruptibles. La posición de Zenón, en cambio, con respecto a la materia es de origen semítico y oriental.
            El cosmos, que procede del fuego y se consume en fuego, es un gran holocausto del mundo que retorna a la divinidad. Una combustión continua causada por el choque de los elementos que se rompen, fraccionan y se van pulverizando generan irremediablemente su corrupción, su descomposición, al arder en la última hoguera de la conflagración, que es la apoteosis (< gr. ἀποθέωσις, 'deificación') del mundo, su extinción, que luego volverá a crearse. Es el eterno retorno de la escuela estoica, en que todo volverá a repetirse un número infinito de veces: todos los acontecimientos del mundo, todas las situaciones, volverán a repetir eternamente.
            Esta concepción de la Estoa Antigua forma parte de la interpretación de la teología física religiosa, de las tradiciones rituales de los sacrificios en Canaán, una geografía caracterizada por los sacrificios sinfín que se ofrecían en honor de El, Baal, Astarté y otros dioses de la naturaleza. Los sacrificios en Fenicia, en los que se ofrecían objetos parecidos a los de Israel, excepto los sacrificios humanos prohibidos por Yahvé, se hacían a dioses o diosas de la naturaleza, mientras que en Israel se ofrecían a un Dios personal y trascendente al cosmos y a la naturaleza.
            Zenón llamó anathymiásis a aquella pluralidad de sacrificios cruentos e incruentos, puros e impuros, ejecutados a cuchillo y a fuego. Se corresponden y relacionan con las inmensas catástrofes y luchas entre los elemento de la naturaleza, que al fin quedarán reducidos por el fuego religioso del sacrificio.
            El sacrificio del holocausto o anathymiásis ya lo vimos en la lucha sagrada del profeta Elías contra los 450 sacerdotes de Baal, sacrificados a cuchillo, una vez derrotados por el israelí, a quien Yahvé le entrega milagrosamente el fuego del cielo para que consumara el sacrificio[4].



[1]. Los estoicos consideraron que el alma humana constaba de partes, siendo la más importante el Hegemonikón. El Hegemonikón es lo que da unidad a toda la vida psíquica humana, la fuente de la vida del alma y del conjunto psico-físico, de la conciencia y de las facultades cognoscitivas superiores como la capacidad representativa, el juicio y la razón. La situaron en el pecho. (http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la- filosofia/Filosofiagriega/Filosofiahelenistica/Hegemonikon.htm)


[2]. Cicerón, De nat. deor., II, 57-58, citado por Elorduy, ibídem, pág. 43.

[3]. Diógenes Laercio, VII, 134.
[4]. I Reg., 18, 21-42.