La saga tebana
A continuación vamos a estudiar la
fundación de Tebas y todos sus reyes, esto es, todos los mitos de la saga
tebana.
ZEUS E ÍO
Uno de los amores de Zeus fue Ío, que
era sacerdotisa precisamente de la diosa Hera en Argos. Se dice que, para
seducirla sin que se diera cuenta su esposa, Zeus se metamorfoseó en nube, como
se puede ver en esta pintura del manierista Correggio (1531-1532):
Después Zeus, temiendo los
celos de Hera, convirtió a Ío en ternera blanca. Pero, a pesar de todas estas
precauciones, Hera sospechó y le exigió a su esposo que le entregara aquel
precioso animal. Una vez en su poder, para que Zeus no se volviera a acercar a
su amante, la sometió a la férrea vigilancia del guardián Argos, el de los cien
ojos, quien siempre tenía abiertos cincuenta, mientras los cincuenta restantes
dormían. Pero esta situación no duró mucho, porque Zeus, apiadado de la joven,
envió al mensajero de los dioses para que matara al guardián. Como se ve en el
siguiente cuadro ático de figuras rojas del s. V a.C., Hermes consiguió matar a
Argos tras haberle dormido con su mágico caduceo los cincuenta ojos que
permanecían vigilantes.
Hera, al enterarse de lo ocurrido,
rindió un último homenaje a su fiel servidor colocando sus cien ojos en la cola
del pavo real, animal consagrado a la diosa. Y, por otro lado, hizo que un
tábano persiguiera a la pobre ternera-Ío, que, huyendo del insecto, fue a parar
a Egipto, donde finalmente cesaron sus tormentos y pudo dar a luz al hijo
concebido con Zeus: Épafo, futuro rey de Egipto.
Épafo se casó con Menfis, hija del río
Nilo, y juntos engendraron a Libia, que tuvo un hijo con Poseidón: Agénor
EL RAPTO DE EUROPA
Agénor
y su esposa Telefasa reinaron en Fenicia y tuvieron cinco hijos: Cadmo, Fénix,
Cílix, Taso y Europa. Todo iba bien hasta que un día la princesa Europa,
jugando en la playa de Tiro con sus amigas, vio un precioso toro blanco y manso
en la orilla y se subió a su grupa. El toro, que no era otro que Zeus
metamorfoseado, se lanzó al mar sin que a Europa le diera tiempo a reaccionar,
como se ve en el siguiente cuadro del renacentista Tiziano (1559-62), y no le
dejó bajar hasta que llegaron a la isla de Creta, donde la dejó embarazada de
Minos, Radamantis y Sarpedón.
Cuando el rey Agénor supo
de la desaparición de su hija, ordenó a sus cuatro hijos varones que fueran en
su busca y que no regresaran con las manos vacías.
CADMO Y LA
FUNDACIÓN DE TEBAS
El
primogénito, Cadmo, partió en dirección a Grecia y buscó infructuosamente a su
hermana durante muchos años. Desesperado y agotado, decidió acudir al oráculo
de Delfos, para preguntarle a Apolo dónde se hallaba Europa. Para su sorpresa
la Pitia no respondió exactamente a su consulta, sino que le aconsejó que, al
salir del oráculo, siguiera la primera vaca que viera y que allí donde ésta se
desplomara por agotamiento fundara una ciudad.
Algo
aturdido por la respuesta, salió del templo y vislumbró una vaca que se había
alejado del rebaño. Ni corto ni perezoso empezó a seguir al animal, como le
había ordenado la Pitonisa. La vaca recorrió toda la Fócide y prácticamente
toda Beocia sin detenerse, pero, de pronto, cayó desplomada. Cadmo envió a sus
sirvientes a por agua a la fuente más cercana, para poder purificarse y
realizar los ritos fundacionales, pero, al observar que sus hombres no
regresaban, se dirigió él mismo a la fuente. Allí se encontró con un panorama
desolador, un dragón hijo del dios Ares había devorado a sus sirvientes, pero
Cadmo le hizo frente y consiguió matarlo, como se ve en esta pintura del
maierista Goltzius (1558-1616):
La
diosa Atenea se le apareció inmediatamente a Cadmo y le aconsejó que le
arrancara los dientes al dragón y los sembrara en la tierra. El hijo de Agénor
obedeció y, al instante, nacieron de la tierra los “Espartoi”, es decir, los
“Hombres sembrados”. Este sorprendente nacimiento lo encontramos representado
en la siguiente ilustración del s. XV:
Eran
hombres tan violentos y fuertes, que, en cuanto se vieron las caras, empezaron
a matarse los unos a los otros. Cadmo, atónito, intentó poner paz entre ellos,
pero sólo consiguió salvar a cinco: Equión, Udeo, Ctonio, Hiperenor y Peloro.
Por
fin Cadmo, con la ayuda de estos “espartoi”, pudo fundar una ciudad, Tebas, y
construir su ciudadela o acrópolis, a la que llamó la Cadmea. Sin embargo,
antes de reinar en ella hubo de expiar la muerte del Dragón de Ares poniéndose
al servicio del dios durante ocho años.
Una
vez cumplida esta penitencia, los dioses, para compensarlo de tantos
sufrimientos, le dieron por esposa a la bella Harmonía, hija de Afrodita y
Ares, y ambos, por fin, pudieron reinar en Tebas.
Cadmo
y Harmonía tuvieron seis hijos: Autónoe, Ino, Ágave, Sémele, Polidoro e Ilirio.
ZEUS Y SÉMELE
Pero, una vez más, todos los problemas
comenzaron cuando Zeus se enamoró de Sémele. En cuanto Hera se enteró de que su
esposo visitaba a la joven todas las noches, se hizo pasar por anciana y le
aconsejó que desconfiara de su amante, que, si de verdad era un dios, se lo
demostrara. Sémele, que hasta el momento no había dudado de la palabra de su
amado, empezó a recelar. Cuando esa misma noche se presentó Zeus en su casa,
ella le pidió que se le mostrara como dios. Zeus intentó negarse, pero tal fue
la insistencia de la muchacha, que no le quedó más remedio que mostrarse en
todo su esplendor. Como era el dios de los rayos y de los truenos, la pobre
Sémele cayó fulminada por uno, pero Zeus consiguió al menos salvar a la criatura
que la princesa llevaba en su seno: le abrió el vientre, extrajo el feto de
siete meses y se lo introdujo en su propio muslo, para que allí pudiera
completar la gestación…Y, en efecto, dos meses después, del muslo de Zeus nació
el pequeño Dioniso.
Pero los primeros años de vida de
Dioniso no fueron fáciles. Para protegerlo de los celos de Hera y de la
maledicencia de sus tías, que habían extendido el rumor de que el amante de
Sémele había sido un simple mortal, Zeus envió al pequeño fuera de Grecia. A
medida que fue creciendo, lo fueron reconociendo como dios en toda Asia, pero,
deseoso de ser reconocido en su patria, se dirigió a Tebas.
Durante su ausencia, Polidoro, el hijo
de Cadmo, había sucedido en el trono a su padre y, tras su muerte, su sobrino
Penteo, hijo de Ágave y el “espartós” Equión, ocupó la regencia, pues Lábdaco,
hijo de Polidoro y sucesor legítimo, era demasiado pequeño.
En cuanto Dioniso llegó a Tebas, las
mujeres, incluída Ágave, hermana de Sémele y madre de Penteo, cayeron rendidas
a su poder y, en trance, empezaron a celebrar los ritos báquicos en el monte
Citerón. Luego el dios haciéndose pasar por extranjero intentó convencer a
Penteo de que rindiera culto a Dioniso, pero éste se negaba. Mas, cuando Penteo
se enteró de lo que sucedía por las noches en el monte, no pudo evitar ir a
espiar y Ágave, que se hallaba en éxtasis báquico, al verlo, lo confundió con
un animal y descuartizó a su hijo con sus propias manos. Esta terrible historia
nos la recrea Eurípides en una impresionante tragedia: Bacantes
ZEUS Y ANTÍOPE
A
la muerte de Penteo, como Lábdaco seguía siendo demasiado pequeño para reinar,
se hizo cargo de la regencia de Tebas Nicteo, hijo del “espartós” Ctonio y
suegro de Polidoro.
Nicteo tenía una hija,
Antíope, de la que se vino a enamorar Zeus. En esta ocasión, metamorfoseado en
sátiro, consiguió aproximarse a la joven mientras dormía, como podéis observar
en esta pintura del manierista Correggio (1523):
Antíope,
convencida de que su padre no daría crédito a su historia, huyó a la corte de
Epopeo, rey de Sición. Entonces Nicteo, pensando que quien la había dejado
embarazada era Epopeo, dirigió una expedición de castigo contra Sición en la
que encontró la muerte.
Antíope, tras dar a luz a dos gemelos,
Anfión y Zeto, los dejó a cargo de unos pastores, para que estuvieran a salvo.
Mientras en Tebas le tocó reinar por
fin al sucesor legítimo, a Lábdaco, pero su reinado fue breve y, a su muerte,
se hizo cargo de la regencia Lico, el hermano de Nicteo.
Cuando llegó al poder, Lico decidió
realizar un segundo ataque contra Sición, para vengar la muerte de su hermano.
Esta vez Lico mató a Epopeo y se llevó prisionera a Antíope.
Una vez en Tebas, Lico y su esposa
Dirce sometieron a Antíope a un trato inhumano, pero, milagrosamente, ésta
consiguió liberarse de sus cadenas y pudo ir en busca de sus hijos, que ya eran
unos hombres.
Anfión y Zeto, al enterarse de las
torturas que Dirce había infligido a su madre, se dirigieron a Tebas, la
capturaron y la ataron a un toro salvaje, para que en su carrera enloquecida,
acabara con la vida de Dirce, como se ve en esta copia romana de una escultura
helenística de Apolonio de Atenas (130 a.C.).
Anfión y Zeto también mataron a Lico,
así que pasaron a ocupar ellos el trono de Tebas. Estos dos hermanos, a pesar
de ser gemelos, eran muy diferentes: mientras que Zeto destacaba por su fuerza
y agresividad, Anfión era un músico prodigioso. Ambos, sin más ayuda,
construyeron la muralla de Tebas, pues Zeto no tenía problemas para transportar
a pulso las piedras y Anfión hacía que estos bloques se fueran colocando unos
encima de otros al son de su lira.
Cada una de las siete
puertas de la muralla recibió el nombre de una de las hijas de Anfión y Níobe,
pues habían concebido siete chicas y siete chicos. Tan orgullosa estaba Níobe
de su prole, que se jactó de ser superior a Leto, porque ésta sólo había tenido
dos hijos: Apolo y Ártemis. Como era de esperar, Leto no dejó impune esta
ofensa: sus dos hijos se encargaron de matar con sus flechas a todos los
Nióbidas, como vemos en esta cratera ática de figuras rojas del s.V a.C :
Anfión y Zeto,
apesadumbrados por esta desgracia, abandonaron Tebas, de manera que por fin
pudo reinar Layo, el heredero legítimo.
LAYO Y CRISIPO
Sin
embargo, Layo empezó su reinado con mal pie, pues arrastraba ya una maldición.
En efecto, en vista de que Lico, primero, y Anfión y Zeto, después, no le
dejaban reinar, se había refugiado en la corte de Pélope y allí, enamorado del
hijo de éste, Crisipo, lo raptó, como se ve en esta cratera apulia (ca. 320
a.C). Crisipo al poco tiempo se suicidó y Pélope maldijo a Layo solemnemente,
según unas versiones.
LAYO Y YOCASTA: EL
NACIMIENTO DE EDIPO
Cuando Layo llegó a Tebas, se casó con
Yocasta. Como pasaba el tiempo y no tenían hijos, el rey fue al oráculo de
Delfos para preguntarle qué podía hacer para tener descendencia. Una vez más,
Apolo le respondió de manera ambigua: “No siembres el surco con simiente de
hijos, pues, si tienes uno, te matará”.
A pesar de la advertencia, Yocasta se
quedó embarazada una noche que Layo llegó ebrio. Cuando nació el bebé, temiendo
que se cumpliera el vaticinio, decidieron abandonarlo. Se lo entregaron a un
pastor tebano, para que lo expusiera en el monte Citerón con los pies
atravesados por una fíbula. El pastor, apiadado de la criatura, en lugar de
abandonarlo, se lo entregó a un pastor corintio que pasaba por allí y éste, a
su vez, se lo dio a los reyes de Corinto, que no podían tener hijos. La herida
de la fíbula le dejó los pies hinchados de por vida, por lo que lo llamaron
Edipo, que en griego significa “el de los pies hinchados”.
Edipo se crio feliz como príncipe de
Corinto, pero una noche que celebraba con sus compañeros un banquete oyó decir
que era hijo bastardo. Conmocionado por estas palabras, se dirigió al oráculo
de Delfos para preguntarle a Apolo si Pólibo y Mérope eran sus verdaderos
padres. La Pitia, sin embargo, como era habitual en ella, no respondió
exactamente a la pregunta, sino que dijo: “Matarás a tu padre y te casarás con
tu madre”. Edipo, horrorizado ante la posibilidad de matar a Pólibo y casarse
con Mérope, sus únicos padres conocidos, decidió no volver a Corinto para huir
del cumplimiento de su destino. Pero nada más salir de Delfos, en un cruce de
caminos, entabló una terrible discusión con un hombre que, desde su carro, le
ordenaba de malos modos que le cediera el paso. El orgulloso Edipo se defendió
con tal violencia, que acabó matando a todos los ocupantes del carro. “El de
los pies hinchados” sin saberlo acababa de matar a Layo, su padre, que se dirigía
a Delfos para preguntar qué había sido del bebé expuesto.
En su huida de Corinto llegó
casualmente a Tebas, que se hallaba asolada por la llegada de la Esfinge,
mezcla de mujer, león y ave. Quien lograra destruirla descifrando su enigma
obtendría el cetro de la ciudad y la mano de Yocasta, que acababa de enviudar.
El recién llegado, gracias a su inteligencia, logró vencer a la Esfinge y
liberar a Tebas, de manera que se le entregó el cetro y a Yocasta por esposa.
Edipo y Yocasta reinaron durante muchos
años felizmente y engendraron cuatro hijos: Eteocles, Polinices, Antígona e
Ismene. Pero de repente una peste empezó a arrasar la ciudad: dejó yerma la
tierra y a las mujeres y mató a muchos niños y ancianos. Edipo prometió
averiguar quién era el causante de semejante plaga y castigarlo duramente.
Cuando finalmente descubre que él es el causante por haberse casado con su
madre y haber matado a su padre sin saberlo, se saca los ojos con una fíbula.
Esto es precisamente lo que se representa en la tragedia Edipo Rey de
Sófocles, la tragedia más perfecta para muchos.
LOS HIJOS
DE EDIPO Y YOCASTA: ETÉOCLES Y POLINICES
Y lo que sucede a
continuación es propiamente lo que se puede a leer en las tragedias Las Fenicias,
de Eurípides, de fecha incierta, o en Los siete contra Tebas (467 a.
C.), de Esquilo: Etéocles y Polinices ofenden a su padre y deciden alternarse
en el poder, pero Edipo los maldice. Cuando vence el año de mandato de
Etéocles, se niega a cederle el cetro a Polinices. Éste entonces busca hospitalidad
en Argos, donde el rey, Adrasto, le entregará la mano de una de sus hijas y le
ayudará con un numeroso ejército para marchar contra Tebas en guerra
fratricida.
Las
Fenicias de Eurípides
Ahora nos detendremos en esta tragedia
de Eurídipes. La fecha de la primera representación de Fenicias la conocemos
sólo por aproximación. La Hypothesis de Aristófanes de Bizancio señala
que se presentó en el arcontado de Nausícrates, pero se conoce ningún arconte
con ese nombre. Sólo hay algo exacto, el hecho de que la obra refleja el
ambiente de los años 411 a 409 a. C., en los que Atenas sufría las angustias de
una guerra prolongada, las amenazas repetidas de asedio y los reveses motivados
por la ambición de algunos políticos sin escrúpulos.
El tema de Las Fenicias es el
del asedio de la ciudadela cadmea por los argivos y el duelo final entre los
dos hermanos, condenados por la maldición del airado Edipo.
El nombre de la obra
procede de las fenicias que componen el coro. A diferencia de otros coros, el
formado por estas esclavas, enviadas desde Fenicia a Delfos para el servicio de
Apolo, no se siente su destino comprometido en la catástrofe que amenaza a la
ciudad de Tebas.
Son extranjeras, unidas por lejano
parentesco a los pobladores de la ciudadela fundada por el fenicio Cadmo,
quienes evocan en sus cantos leyendas de gloria y de sangre que rodean la
historia de la polis asediada. A este distanciamiento del coro de Eurípides le
saca un buen partido dramático. Esa distancia sentimental le permite al coro de
mujeres expresar su simpatía por la causa del agraviado Polinices, y lanzar
pintorescas evocaciones míticas en torno a las figuras famosas de Cadmo, el
matador del dragón, de Edipo, el vencedor de la Esfinge, de Ares y de Dioniso.
Este drama tiene muchos personajes y
no existe un protagonista trágico cuyos sufrimientos y catástrofe final
concentren los sucesos, a no ser que tomemos como tal a toda la familia de
Edipo. Junto a Yocasta y Antígona, desfilan Polinices, Etéocles, Creonte,
Meneceo y Edipo…
El
tema de las Fenicias es el del asedio de la ciudadela cadmea por los argivos y
el duelo final entre los dos hermanos, condenados por la maldición del airado
Edipo.
Innovación de Eurípides
es presentarnos a Yocasta en vida, habitando el palacio a la par que el viejo y
cegado Edipo, puesto que en la versión más tradicional del mito ella se
suicidaba al enterarse de la personalidad real de Edipo, su hijo y esposo. Y
también el que Edipo haya permanecido hasta la muerte de sus hijos en Tebas es
una innovación. La Yocasta de Eurípides es un personaje impresionante que
relata las desgracias de su familia; en el momento en que la obra comienza
Edipo está ciego, y quien gobierna Tebas es su hijo Eteocles, mientras
Polinices, su otro hijo, vive en el destierro. Yocasta es una mujer anciana, y
con el cabello rapado, en señal de luto porque tiene un hijo en el destierro.
Intenta detener la maldición. Cuando, a pesar de sus esfuerzos, la maldición se
cumple y los dos hijos se dan muerte uno al otro, Yocasta se quita la vida.
Eurípides, en Las Fenicias,
intenta reunir en una sola tragedia todo el mito de Edipo: la acción comienza
con el sitio de Tebas por Polinices, pero el prólogo, en boca de Yocasta, resume
toda la historia del mito hasta ese momento, vv. 1-87.
Yocasta cuenta su boda con Layo, la
consulta de Layo al oráculo de Apolo sobre su descendencia. Describe el oráculo
del dios. Narra la desobediencia de Layo. La orden de dejar morir a su hijo Edipo.
La salvación de éste y su crianza en Corinto. La coincidencia que llevó a Edipo
y a Layo camino de Delfos otra vez: a Edipo para averiguar su identidad; a Layo
para saber de su hijo. El encuentro en Fócide con el parricidio ignorado y el
homicidio, en legítima defensa, que llevó a cabo Edipo. La superioridad como
ser humano de Edipo, salvador de Tebas; sus ignoradas bodas incestuosas.
El nacimiento de los cuatro hijos,
la tercera generación. El descubrimiento de la verdad por parte de Edipo y su
elección. Yocasta sigue narrando que Etéocles y Polinices encarcelaron a Edipo
en el mismo palacio, donde sigue vivo todavía. Nos cuenta el pacto de los dos
hermanos sobre el reparto de poder. El incumplimiento por parte de Etéocles de
dicho pacto equitativo y la reclamación justa por parte de Polinices. Nunca, en
toda la tragedia, se había descrito la saga con más detalles, nunca se narró en
un prólogo.
Yocasta es la reina madre, la
reconciliación de sus hijos significaría la continuidad de la estirpe
reinante en Tebas; al morir sus hijos varones, el poder pasa a Creonte, hermano
de Yocasta.
Todos estos personajes forman un
conjunto patético, conmovedor e impresionante,
bien conocidos a los espectadores. Su psicología está claramente trazada
en las escenas del drama. El destino que aniquila La Casa de Edipo se
halla fatalmente inscrito en el alma de
los propios personajes, como más tarde veremos en la Antígona de
Sófocles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario