Delibes, en Cinco horas con Mario, empieza una nueva etapa en su producción literaria, representada por un acuciante sentido crítico y una utilización de recursos técnicos muy modernos.
Es el prolongado monólogo interior de la
viuda de un catedrático de instituto, mediante el cual va sometiendo a crítica
las creencias de esa burguesía que representa la viuda.
Es el ejemplo del imposible entendimiento
entre una mujer necia y simplista y un hombre inteligente y complejo.
Carmen Sotillo (la simplificación)
soliloquia, justificándose a sí misma, haciendo reproches y pidiendo
explicaciones a su esposo muerto; Mario Díez Collado (la complejidad) ya no
puede oírla ni cuando la oía podía escucharla.
La defensa que la mujer hace de sí es una
acusación al hombre, de la que éste no puede defenderse; pero la misma
acusación le defiende a él, mientras la defensa de ella viene a ser su propia
acusación. Ironía por tanto.
Reduce intensamente los elementos
estructurales: el espacio (casa mortuoria, capilla ardiente), el tiempo (cinco
horas entre un anochecer y un amanecer) y las funciones personales (gente, una
mujer que habla a un muerto, gente).
En el soliloquio de Carmen en la cámara
mortuoria (despacho) se recuerda los años de matrimonio y de noviazgo, y toda
la ciudad y sus personajes conocidos.
Carmen es Carmen, es la mujer española
común y es cierta España satisfecha de su pasado y su presente. Mario es Mario,
es el intelectual español esforzado y es una España que trabaja mirando hacia
el futuro.
Carmen, como tal Carmen, apenas se
distinguir por un rasgo muy saliente: sus pechos y sus rodillas. pero si se
piensa en sus cualidades y costumbres, Carmen no es meramente ella: es la
española normal, regular, habitual (con excepciones).
La mujer española corriente (Carmen
Sotillo), se define por ser una mujer con principios, creencias inarrancables
que ella misma no ha creado, sino aceptado a ciegas y por costumbre. Estos
principios son:
1º. Hay ricos y hay pobres y siempre los
habrá, pues de otro modo sería imposible que los ricos ejercitasen la caridad;
2º. Es bien que cada uno permanezca dentro
de su clase social y no se salga de ella;
3º. La salvaguardia del orden es la
autoridad rigurosa;
4º. La sabiduría, la ciencia, el arte no
sirven para nada si no proporcionan seguridad y felicidad;
5º. La única religión digna de fe y de
obediencia es la católica;
6º. España es el mejor pueblo del mundo
7º. Hay que guardar las formas y las
apariencias
8º. Los hombres han nacido para mandar y
las mujeres para casarse.
9º. Los hijos deben obedecer y callar, etc.
Carmen Sotillo, símbolo de la España inmovilista,
tiene dos antecedentes literarios:
a. Antonia Quijana, sobrina del Ingenioso
Hidalgo, partidaria de quemar todas las historias de caballeros andantes.
Miguel de Unamuno pensaba, en 1905, que era Antonia Quijana quien dominaba y
llevaba a los hombres de España, y la llamaba gallinita de corral alicorta y
picoteadora, gatita casera, guardiana y celadora de la ramplonería del corazón.
b. Bernarda Alba. Carmen Sotillo es una
joven Bernarda Alba sin tragedia. hay frases suyas que hubiera pronunciado Bernarda:
"los que de mí dependan han de pensar como y mande"; "siempre
debe haber uno que diga esto se hace y esto no se hace y ahora todo el mundo a
callar y a obedecer"; "para la mujer la pureza es la prenda más
preciada y nunca está de más proclamarlo".
Carmen quiere que las mujeres decentes
lleven un uniforme que las diferencie y... "la que no sea digna de
llevarlo tampoco es digna de contraer matrimonio, al arroyo".
Además de la autoridad y la virginidad, el
luto: luto para entristecerse y para guardar las apariencias.
Pero Bernarda Alba profesaba sus principios
con autenticidad, sus creencias eran ella misma y por defenderlas hubiera dado
la vida.
Carmen Sotillo carece de este signo
trágico: sus creencias son rutinas; repite lo que han dicho papá y mamá y todas
las personas impersonales a quienes va bien en la feria del mundo.
Habla mucho de su virginidad antes de
casada y de su honra conyugal, pero su charlatanería deja aparecer deseos
reprimidos, decepciones sexuales, sensualidad conquistable por cualquier hombre
atrevido.
Confiesa y comulga, pero halla bien que se
corte la cizaña inquisitorialmente.
Llama a la guerra civil
"Cruzada", pero recuerda que aquella guerra fue para ella
divertidísima, etc.
Ante Carmen: el cadáver de Mario. A través
de la estúpida charla de la viuda y desde su único punto de vista va surgiendo,
siempre bajo signo negativo, la figura del hombre íntegro, hombre íntegro no
porque sea dueño de unos principios profesados con auténtica responsabilidad,
sino porque busca la plena razón de ser de unos ideales que le mueven hacia un
fin, hacia un mejor futuro. Si junto a Carmen, Delibes hubiera creado otro
Mario simplista, no habría hecho sino incidir en lo que Mario hijo reprochaba a
su madre: el maniqueísmo, esto es, una bondad de derechas y una maldad de
izquierdas o viceversa. Pero no. Mario Díez Collado es una realidad compleja
frente al simplismo de Carmen.
Mario Díez Collado no tenía principios en
qué asentar una fe cómodamente: buscaba ideales por lo que guiarse, a tientas y
entre resbalones, en el camino arduo y angosto de la caridad verdadera:
- Igualdad de oportunidades y condiciones
para todos
- honradez en la acción política,
cualquiera que sea la forma de gobierno
- libertad de expresión
- servicio de la ciencia y del arte al bien
común
- libertad religiosa, ejercicio de la
justicia, primacía de la verdad interior contra todo formalismo.
Tales son los ideales que orientaban la
conducta de este hombre que ahora no escucha, no puede ya ni oír la vana
querella de Carmen.
Sin duda no es Mario el español corriente,
pero sí un tipo de intelectual (español y de todas partes) para quien serlo no
consiste sólo en pensar, sino en ayudar a todos a pensar.
La insistente incomprensión de su mujer se
hace más real y evita esa aureola de abstracta perfección que tan fácilmente
atribuyen los narradores mediocres a su héroes.
Mario hizo la guerra al lado que le tocó,
padeció penurias, ganó unas oposiciones, es profesor de un instituto, escribe
novelas y trabaja ilusionado en un periódico modesto. Fuma tabaco negro, es
seco y apático, no sabe contar chistes ni tocar la guitarra ni bailar bailes
modernos... pues bien, este hombre tan modesto se va labrando su vida de verdad
y de amor, y en eso está su grandeza, que sale indemne de la fusilería de
trivialidades de su compañera.
El momento de aquella España queda reflejado
con precisión en la novela. El problema que la obra plantea, el abismo
entre la simplificación y la complejidad, concierne a todo el mundo.
"La democracia significa visión y acción
políticas según el criterio de la complejidad", advirtió Enrique Tierno
Galván. Quienes reducen la verdad a unos dogmas y a unas consignas de máxima
simplicidad podrán imponerse con facilidad.
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