Incertidumbres
Si el creyente únicamente puede ejercitar su fe en Dios
en el abismo de la incertidumbre, de lo problemático, de la oscuridad, de las
sequedades e incluso de la nada, es exactamente ese océano de la inseguridad el
único espacio que se le ha adjudicado
para vivir la fe, su íntima fe.
Esta circunstancia no permite pensar que el no-creyente
(ateo y/o agnóstico) es el que carece de problemas, en relación al pensamiento
que nos ocupa, al carecer simplemente de fe o aparcarla por incomprensible y/o
irracional. El no-creyente no vive sin problemas, sino que está constantemente amenazado
por la caída en otras incertidumbres engendradas de su misma convicción sobre
su certeza de las profundidades de la nada.
Partiendo de estas situaciones contrapuestas, no nos
queda otro opción que aceptar que los destinos de los seres humanos, de los
hombres, se cruzan, se entretejen unos con otros, entrelazándose inevitablemente
como los hilos de un tapiz. Tampoco el no-creyente vive una existencia plena en
sí misma, pues al asumir interiorizando el positivismo puro, los aspectos
materiales de la realidad y rechazar a
priori lo universal y absoluto; este, en apariencia y solo en apariencia,
vence la tentación de lo sobrenatural, pero siempre le inquietará con vehemencia
la desazón de la inseguridad y de la duda sobre si el positivismo y el
racionalismo, como weltanschauung, es la última palabra y verdadera respuesta al
misterio del mundo y de la vida.
Así como el creyente se esfuerza por no dejarse ahogar
por la duda, por la terrible duda que el abismo continuamente le pone en su
pensamiento, parece que, del mismo modo, el no creyente duda de su propia
incredulidad, de ese mundo que ha aceptado y decidido explicar como un todo,
aunque jamás estará, pues, seguro, al igual que el creyente de su fe, de su
propia incredulidad y se preguntará si, a pesar de todo, la certidumbre de la
fe que vive el creyente no será lo real y la única forma de que es capaz el
hombre para expresar lo real.
Del mismo modo que el creyente se siente constantemente
amenazado por la incredulidad, su más temida y obstinada inclinación, así
también la misma fe del creyente será el mayor obstáculo para el sentir del
no-creyente y una amenaza para la explicación de su convicción y un peligroso
obstáculo para el convencimiento ético que ha adquirido, al eludir, evitar o
esquivar su encuentro con la fe del creyente. Se ha escrito magistralmente que
quien quiera escapar de la incertidumbre de la fe caerá, inexorablemente, en la
incertidumbre de la incredulidad.
A.T.T.
Madrid, 23 de
septiembre de 2016
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