El sueño de la razón produce monstruos

martes, 7 de diciembre de 2010

Apología de Sócrates. Platón (III)

Autodefensa basada en el mandato demónico.

Empieza diciendo que ha suscitado muchos odios y que la envidia y calumnia de la gente es lo que le puede condenar, y no Meleto ni Ánito. No se avergüenza de estar en peligro de muerte porque el hombre justo solo debe mirar si lo que hace es justo o injusto, si obra como hombre bueno o malo. Y refuerza su argumento con el ejemplo de Aquiles, hijo de la diosa Tetis, famoso por su sentido del honor, que sabiendo que el destino ha señalado su muerte inmediatamente después de la muerte de Héctor, mata a éste para vengar la muerte de su amigo Patroclo. (Iliada, cap. XVIII).

Alusión a sus campañas militares: Si en las guerras no se puede abandonar el puesto que uno ha tomado o le ha señalado un superior, tal y como él actuó en las batallas de Potidea, Anfipolis y en Delión (28 d – e), cómo iba a desobedecer él al Dios de Delfos. Eso hubiera sido mucho más grave.

De las tres batallas de la Guerra del Peloponeso, comentaré la primera; Potidea, en la península Calcidica, colonia de Corinto, unida a la Confederación de Delos, próxima a Esparta, en 432, decide separarse de la Confederación y Atenas no se lo consiente. Un ejército de 3000 hoplitas es embarcado. Ahí va Sócrates; el ala donde van él y Alcibíades es atacada. Alcibíades, herido, es salvado por Sócrates llevándolo a hombros. El mérito militar se lo llevó Alcibíades, que entonces iniciaba su carrera militar. Este tipo de amistades, con hombres de turbio poder político, como la de Critias, el más cruel de los Treinta Tiranos, son la clave de la sentencia de culpabilidad de Sócrates.

Además les dice que no desobedecerá el mandato del Dios de Delfos por temor a la muerte, como si la muerte fuera un mal cuando nadie sabe qué es ni si se trata del mayor de los bienes del hombre (29 a – b).

Temer a la muerte es creer ser sabio sin serlo, porque se cree saber lo que no se sabe; nadie la conoce pero todas la temen como si supieran muy bien que es el mayor de los males. La ignorancia mas vituperable es creer saber lo que no se sabe. Y es en eso en lo que se diferencia de la gente; el no sabe lo que desconoce, como las cosas que hay en el Hades, pero sí sabe que delinquir y desobedecer al que es mejor (Dios u hombre) es malo y vergonzoso (29b). Sócrates se siente seguro cuando hace este tipo de afirmaciones morales. “...¿por qué, atenienses, no os avergonzáis de aumentar vuestras riquezas y no os ocupáis en lo que hace a la sabiduría, la verdad y el alma y de cómo llevarlas a la perfección?”. Psijé (. vida, alma; sentimientos) es de difícil asimilación; se traduce por “alma” y por “mente”, aunque esto no refleja la amplitud del término. Es Sócrates el primero en usarla con el sentido aproximado a “alma”, pero como sede de la inteligencia y de la ignorancia, de la bondad y de la maldad, pero inmanente, de este mundo. “Alma” y “espíritu” son aquí términos sinónimos.

Con respecto al Hades, hemos de decir que ese terrible dios, hijo de Cronos, guardián de los mundos subterráneos, no es un lugar, sino un dios, aunque no torturador, que no se debe comparar con el “infierno” católico, porque ese concepto no aparece en la mitología griega.

Sócrates no está dispuesto a desobedecer al Dios, aunque pudiera evadir la sentencia condenatoria (29 – 30). Las razones que expone en a, b, c se fundan en su conducta moral: los principios del Dios que le guían, y en las decisiones que ha ido tomando.

Además, dice que nadie le puede hacer ningún daño, ni Ánito ni Meleto. No podrán: “No creo que sea lícito que el hombre mejor sufra daño del peor”. Su misión es un don del Dios al Estado, y no a él personalmente, sino que se trata de un beneficio social. Él es como un tábano, puesto por el Dios para despertar al caballo grande y de buen pedigrí, pero que anda somnoliento.

Que él actúa, por mandato divino, como un padre o como un hermano, para que los ciudadanos cuiden se su excelencia; por esto no recibe nada a cambio, no cobra estipendio y de ello da testimonio su pobreza.

La actividad política del filósofo

Os puede parecer extraño, les dice, que siempre dé consejos en privado y no me suba en público, ante la plebe, a aconsejar al Estado.

La causa es que le ocurre algo divino y demónico. Meleto, despectivamente siguiendo a cierto comediógrafo, habla de esto es su acusación. Desde niño, una voz interior le desaconseja algunas acciones; esto le impide entrar en política; si se hubiera metido en política, ya hace tiempo que hubiera muerto, y entonces no hubiera sido útil, ni a vosotros, ni a mi mismo.

El que hace frente con lealtad a la Asamblea e impide que ocurran en Estado muchas injusticias e irregularidades, vive poco. El que realmente quiera luchar por lo justo, si quiere vivir muchos años, tiene que dedicarse a la vida privada y no a la pública.

Aquí está planteando la no intervención del filósofo en la política, idea muy desarrollado por Platón anciano. Como la Apología es obra de juventud, el concepto puede ser muy bien de Sócrates, rescatado más tarde por el mismo Platón. A continuación, se defiende con los hechos de su propia experiencia vital, tal y como actúo durante la democracia y en la dictadura. Cuando se juzgó a los diez generales que no habían recogido a las víctimas de la batalla naval de las islas Arginusas, por razones estratégicas justificadas, luego ejecutados, el era miembro del Consejo. Sócrates, desafiando las iras populares, fue el único de los Prítanos que se opuso a la decisión de la Asamblea, por ser ilegal en un solo juicio y colectivamente. Entonces el Estado era democrático.

Al segundo hecho biográfico que alude es que durante el régimen oligárquico, los Treinta llamaron a cuatro ciudadanos y a Sócrates al Tolo (edificio circular), antes ocupado por los Prítanos, para que fueran a detener a León de Salamina para ejecutarlo; mientras los demás obedecieron la orden, Sócrates se fue a su casa sin inmutarse, jugándose la vida con aquella actitud de rebeldía. No hubo represalias contra él, porque los Treinta fueron derrocados muy pronto. La dureza de los Treinta, régimen oligárquico impuesto por los espartanos, queda en evidencia con el apodo de Tiranos que recibieron del pueblo. Trataron de implicar al mayor número de ciudadanos posible.

Su misión demónica no puede ser objeto de persecución judicial; es privada, y nunca ha sido maestro de nadie, ni ha cobrado nada. Su magisterio consiste en que cuando habla, le escucha quien quiere, joven o viejo. Al hablar en público, en el ágora, y el derecho de oír son connaturales y consustanciales al hombre griego, un derecho inalienable del hombre helénico (33 b-c), amén de una inspiración del Dios de Delfos[i], en su caso particular.

Si, involuntariamente, hubiera hecho algún daño a algún joven, lo natural sería que el pervertido o sus parientes fueran los que subiesen a acusarle; Sin embargo, nadie le ha acusado entre los presentes entre los que hay muchísimos seguidores (Critón, Lisanias...). Meleto y Ánito tampoco han llevado a ninguno de ellos como testigos de cargo; antes bien, todos están dispuestos a testificar en su favor (33 d – 33 b). La declaración de los testigos era la máxima prueba pericial en un juicio; no se conoce a ninguno de los testigos aducidos por la acusación.

También les dice que no quiere defenderse apelando a la compasión de los jueces, ni con lágrimas, ni haciendo subir a sus hijos para suscitar compasión, como ha visto que hacen otros muchos al ser juzgados. Que se comporta así, no por orgullo, ni por desprecio a la muerte, sino por respeto al honor del Estado, por respeto a sí mismo, a sus años y a su fama, y por respeto también a lo justo y a lo bello.

Dice despreciar a los hombre que al ser juzgados caían en actitudes asombrosas para mover a compasión a los jueces y evitar así la pena de muerte, como si morir fuera algo tan terrible; esos hombres cubren de vergüenza al Estado y en nada se diferencian de las mujeres (misoginia).

Si recurriera a la compasión hubiera sido renunciar indirectamente a su labor demónica. Por eso Sócrates la descarta; tratándose de Tribunal popular, no técnico, el manejo de ese tipo de recursos emotivos eran sumamente efectivos. Si se hubiera arrepentido delante del Tribunal, probablemente se hubiera olvidado su causa. Y Sócrates no cede, antes bien, le provoca, porque su juicio es algo más que un juicio a un ciudadano, es el proceso a una nueva concepción de la sociedad.

Si las súplicas os forzaran, dice a los jueces, a faltar a vuestro juramento, ser fieles a la aplicación de la Ley, os estaría enseñando a creer que los dioses no existen, y yo mismo me acusaría de no creer en los dioses. Pero esto no es así. Creo en los dioses y los venero, como no creen en ellos mis acusadores. Me pongo en vuestras manos y en las del Dios para que me juzguéis y que sea lo mejor para mí y para vosotros.

Así acaba esta primera parte, con un final retórico, muy alejado del discurso dialogante socrático; Platón nos lo ha convertido en un orador.

Sócrates ante la muerte

A Sócrates no le sorprende ni le indigna el resultado condenatorio, sino el que el margen de votos en su contra haya sido tan pequeño.

“Porque yo voy de un sitio a otro sin hacer otra cosa que tratar de persuadiros, [...], de que no os cuidéis del cuerpo ni del dinero ni antes ni con más empeño que del alma (psijé); se cómo será excelente; y os digo que la excelencia no procede del dinero, sino que es de la excelencia de donde proceden para el hombre la riqueza y todos los demás bienes, tanto privados como públicos” (Apología, 30 b).Para los griegos, psijé (alma o espíritu) era el principio, el arjé que animaba un cuerpo. Tenían alma los animales, incluso el mundo y los dioses. El alma humana, para Sócrates, era el espacio de la inteligencia, de la ignorancia, de las virtudes; el alma, como fuente de los valores supremos, los que generan la verdadera felicidad (eudamonía<>

Esta es la mayor recriminación que lanza a la Asamblea, y a los mercaderes y comerciantes que la sustenta porque solo viven por el lucro y por las riquezas. Sócrates nunca cobró nada; su pobreza es su mejor testigo.

Con Sócrates, los valores de la nobleza o de la posición social ceden ante los valores morales, haciéndolos coincidentes con las reformas democráticas que proclaman la igualdad entre los hombres. Da un paso más; el hombre bueno o malo, lo es por los valores internos, por la supremacía de la propia conciencia, y que el simboliza en el demon personal: “me ocurre algo divino y demónico [...]. Me empezó a suceder cuando era niño” (Apología, 31 d).

El revulsivo moral de Sócrates provocó un gran escándalo, al abandonar la conciencia de lo externo (el cosmos y la física), para adentrarse en sí mismo, donde la armonía puede llegar a ser perfecta. La virtud es controlar los impulsos egoístas y seguir los mandatos absolutos de la razón. La areté es el Bien. Sócrates, sin embargo, no proclama la existencia de la Ideas innatas, más tarde lo hará Platón, sino que plantea la virtud como esencia, y no como virtudes particulares, pasajeras, efímeras. El mal es seguir un impulso particular, contra el Bien permanente e inmutable. Por encima de las acciones concretas por las que llevamos a la práctica ciertas virtudes, existen las ideas de Justicia, de Belleza, de Bien. Pero Sócrates no llegó a la objetivación de las Ideas; lo haría Platón al fraccionar el mundo de los sentidos (aisthetós < style=""> aísthesis <>noetós < style="">comprensible, que a su vez procede de ver, observar, percibir; pensar, reflexionar, comprender, entender; saber...).

Solo puede hacer el mal quien ignora que existe el bien; la ignorancia es el mal; la areté se puede enseñar; cuando la Razón se tuerce hacia bienes concretos, alejándose de la Justicia, la Belleza y del Bien – hacia los que tiende inevitablemente-, es cuando se necesita a alguien que te muestre lo que tienes dentro (esa fue la misión de Sócrates y la mayéutica). La virtud es el máximo bien individual y social; el que es bueno (agathos), será feliz (eudaimonos) y estará bien visto u honrado (kalós) porque ha sido justo (díkaios). Cada cualidad lleva a la siguiente como una consecuencia interna de la otra. Por eso, la virtud es útil al individuo y a la sociedad; al hombre le aporta paz interior; Hegel lo expresó como la libertad de la autoconciencia y de la subjetividad infinita; esta libertad jamás podrá ser impedida por nadie, porque nadie puede entrar dentro de esa infinita interioridad. También serán útil a la sociedad las virtudes individuales, porque la areté participa de la Justicia, la vara de medir que nos iguala a todos.

¿Por qué un Estado así condena al más perfecto de sus ciudadanos? Sócrates, anticipándose a los estoicos, se contesta así mismo cuando dice en la Apología (30 c): “A mí no me pueden hacer ningún daño ni Ánito ni Meleto, no podrán. No creo que sea lícito que el hombre mejor sufra daño del peor. Desde luego que puede matarlo, hacerlo exiliar o privarlo de toda honra. El y otros pensarán seguramente que éstos son grandes males; [...] es mucho peor lo que Ánito está ahora haciendo, o sea, tratar de llevar a la muerte injustamente a un hombre.

Porque la Razón tiende imperiosamente a la Justicia, la Belleza y el Bien, “...jamás hay que hacer el mal ni siquiera para devolverlo, pues no se peca contra el que te daña, sino contra las leyes.”. (Fedro, 166). Y este es el testamento que deja a sus jueces legales, “Comprended que si me matáis siendo como digo que soy, no me perjudicáis a mí más de lo que os perjudicáis a vosotros”. (Apología, 30 c). Su vigencia sigue viva a pesar de la cicuta.



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