El sueño de la razón produce monstruos

martes, 7 de diciembre de 2010

Apología de Sócrates. Platón (I)

Comentario

a

La apología de Sócrates

de

Platón

  1. Introducción

Hasta la llegada de la Filosofía, fueron las explicaciones religiosas las que daban respuestas a las preguntas que las gentes se hacían y esas explicaciones se transmitían de generación en generación a través de los mitos. Esos relatos sobre dioses pretendían explicar el principio de la vida y fueron los filósofos griegos quienes enseñaron a los humanos que no debían fiarse totalmente de tales explicaciones. Visión mítica del mundo quiere decir cómo se mantiene la naturaleza y cómo se libra una constante lucha entre el bien y el mal. Los filósofos rechazaron estas explicaciones. Además las personas tenían que participar activamente en la lucha contra el mal y lo hacían mediante actos religiosos o ritos; hacen sacrificios a los dioses para que estos tomasen fuerzas para combatir las fuerzas del caos. Todo mito trata de dar respuestas a los hombres de algo que no entienden. También los griegos tenían una visión mítica del mundo cuando surgió la primera filosofía; habían hablado de Zeus y Apolo, Hera y Atenea, Dionisio y Asclepio, Heracles y Hefesto, etc. Hacia el 700 a. de C., fueron escritos por Homero y Hesiodo y, al estar escritos, ya era posible discutirlos.

Los primeros filósofos griegos criticaron la mitología porque los dioses se parecían mucho a los seres humanos; eran igual de egoístas y de poco fiar. Por primera vez se dijo que quizás los mitos no fueran más que imaginaciones humanas. Así lo hizo el filósofo Jenófanes (570 a.C.): “Los seres humanos se han creado dioses a su propia imagen”. Los griegos fundaron una serie de ciudades-Estados en Grecia, en las colonias del sur de Italia y en Eurasia. Los ciudadanos libres podían dedicar su tiempo libre a la política y a la vida cultural y así evoluciona la manera de pensar mítica de la gente a un razonamiento basado en la experiencia y la razón con el objeto de buscar explicaciones naturales a los procesos de la naturaleza. Así surgen los primeros filósofos de Grecia, los llamados Filósofos de la Naturaleza, dado que se interesaron por la naturaleza y sus procesos. Ellos dieron por sentado que “algo” había existido siempre; nada surge de la nada; tenía que haber “algo” (arché>todo estaba lleno de dioses”, con ello quizás quiso decir que la tierra negra pudiera ser el origen de todo; lo único seguro es que no pensaba en los dioses de Homero. Anaximandro también vivió en Mileto, una colonia de Asia Menor; pensaba que nuestro mundo simplemente es uno de los muchos mundos que nacen y crecen en algo que el llamó “lo indefinido”; su materia prima no era el agua, sino algo “indefinido”. Anaxímenes (570-526 a. C.) opinaba que el origen de todo era el aire o la niebla. Hacia el 500 a. C., aparecen los filósofos de Elea, sur de Italia, quienes se plantearon el problema del cambio; ¿cómo era posible, se preguntaban, que una materia se altere de repente para convertirse en algo completamente distinto?; el primero de ellos, Parménides (510-470 a. C.) pensaba que todo lo que hay ha existido siempre; esta idea fue muy corriente entre los griegos; nada puede surgir de la nada; daban por sentado que todo lo que existe en el mundo es eterno y algo que existe, tampoco se puede convertir en nada; para él, ningún cambio verdadero era posible; con los sentidos, observaba cómo cambiaban las cosas (una ilusión), pero eso no le cuadraba con lo que decía la razón y optó por ésta; fue un racionalista, al confiar en la razón humana. Luego, Heráclito de Éfeso, en Asia Menor, (540-480 a. C.); éste pensaba que los cambios constantes eran los rasgos más básicos de la naturaleza; supuso más cierto lo que le decían los sentidos que Parménides; todo fluye; todo está en movimiento y nada dura eternamente; por eso “no podemos descender dos veces al mismo río”; la segunda vez ni el río ni yo somos los mismos; también señaló el hecho de que el mundo está caracterizado por constantes contradicciones; por ejemplo, sin la enfermedad, no se entendería la salud; sin la guerra, la paz; sin invierno, la primavera...; tanto el bien como el mal tienen un lugar necesario en el Todo, y si no hubiera un constante juego entre los contrastes, el mundo dejaría de existir; para Heráclito, “Dios” o lo divino, muy distinto a los dioses de los mitos, abarca todo y se muestra en esa naturaleza llena de contradicciones y en constante cambio; en lugar de la palabra “Dios”, emplea a menudo la palabra logos que significa razón; para él tiene que haber una especie de “Razón Universal” que dirige todo lo que sucede en la naturaleza; esa “Razón Universal” o “Ley Natural” es común para todos y por la cual todos tendrán que guiarse. Principio y autoridad de la naturaleza, que nunca nace ni nunca muere; orden de lo que se ve, que se descubre pensando, que es divino) de lo que todo procedía y a lo que todo volvía; de ellos nos interesa más el cómo pensaban que lo que pensaban; intentaron buscar algunas leyes naturales constantes; querían entender los sucesos de la naturaleza sin tener que recurrir a los mitos tradicionales. Así la filosofía se independizó de la religión y dieron los primeros pasos hacia una manera científica de pensar, surgiendo todas las ciencias naturales posteriores. De ellos se perdió casi todo lo que escribieron; lo poco que quedó lo encontramos en los escritos de Aristóteles, dos siglos después. Entre ellos destacan: Tales de Mileto, quien opinó que el agua era el origen de todas las cosas; “

Las ideas de Parménides y Heráclito eran totalmente contrarias, ¿quién tenía razón? Empédocles (494-434 a. C.), de Sicilia, opinaba que los dos tenían razón; defendió que debemos fiarnos de los sentidos cuando vemos que los cambios son constantes en la naturaleza (Heráclito), pero Parménides también acierta cuando afirma que nada cambia, pues es evidente que el agua no puede cambiar en un pez o un insecto; el agua pura sigue siendo agua pura para siempre; para aquél, la naturaleza tiene cuatro elementos: tierra, aire, fuego y agua; en realidad, no hay nada que cambie; lo que ocurre es, simplemente, que cuatro elementos diferentes se mezclan y se separan, para luego volver a mezclarse; las dos fuerzas que actúan en la naturaleza son el “amor” y el “odio”; las une el amor, las separa el odio. La ciencia actual también afirma que los procesos de la naturaleza pueden explicarse por la interacción de los distintos elementos, y unas cuantas fuerzas de la naturaleza.

Anaxágoras (500-428 a. C.) opinaba que hay algo de todo en todo; la naturaleza está hecha de muchas piezas minúsculas, invisibles al ojo; a esas “partes mínimas” que contienen algo de todo las llama “gérmenes o semillas”; Anaxágoras imaginaba una especie de fuerza que “pone orden” y crea animales y humanos, flores y árboles; la llamó “Espíritu o entendimiento” (nous<>); vino de Asia Menor a Atenas con 40 años; le acusaron de ateo; se marchó; había dicho que el Sol no era un dios, sino una masa ardiente más grande que la península del Peloponeso; le interesó la astronomía; los astros, decía, son de la misma naturaleza que la tierra.

Con Demócrito (460-370 a. C.), el último gran filósofo de la naturaleza, entra en juego la Teoría Atómica;materialista; en la naturaleza todo ocurre mecánicamente; no existe ninguna “intención” determinada detrás de los movimientos de los átomos; pero nada es “casual”, pues todo sigue las leyes inquebrantables de la naturaleza; su teoría explica también las sensaciones: cuando vemos la luna, es porque los átomos de la luna alcanzan mi ojo; imaginaba que el alma estaba formado por unos “átomos del alma” y al morir la persona, se dispersaban hacia todas partes; luego, pueden entrar en otra alma en proceso de creación; esto significa que el ser humano no tiene un alma inmortal. Demócrito puso fin a la filosofía griega de la naturaleza. Procedía de Abdera, al norte de mar Egeo; para él los cambios se debían a unas piececitas pequeñas e invisibles, cada una de ellas eterna e inalterable, los “átomos”, cuyo significado es “indivisible”; tienen que ser eternos porque nada puede surgir de la nada; cuando un hombre muere, los átomos se desintegran y se dispersan y se utilizan de nuevo en otro cuerpo; su teoría parece correcta; su único instrumento de verdad fue su inteligencia; pensaba que lo único que existe son los átomos y el espacio vacío; no creía más que en lo material, de ahí el término

Los griegos pensaban que los seres humanos podían enterarse de su destino a través del famoso oráculo de Delfos. El dios Apolo era el dios del oráculo y hablaba a través de la sacerdotisa Pitia, que estaba sentada en una silla sobre una grieta de la Tierra de la que emanaban gases narcóticos que la embriagaban; su voz era la de Apolo. Encima del templo Delfos había inscripciones a Apolo; una, como principio de la sabiduría, decía “¡Conócete a ti mismo!”, en otra se podía leer “De nada demasiado”.

Los griegos también fueron formándose una ciencia de Historia que tratara de encontrar causas naturales a los acontecimientos; cuando un Estado perdía una guerra, no se explicaba ya como una venganza de los dioses. Historiadores famosos fueron Hedóroto (484-424 a. C) y Tucídides (460-400 a. C.). Además surgió entre ellos una ciencia de la medicina que intentaba encontrar explicaciones naturales a las enfermedades y al estado de salud. Hipócrates, nacido en Cos h. 460 a. C., fue el fundador de la ciencia griega de la medicina. La protección más importante contra la enfermedad era, según la tradición médica hipocrática, la moderación y la vida sana.

A los filósofos de la naturaleza se les llamó presocráticos a pesar de que Demócrito murió un par de años después; Sócrates es el primer filósofo nacido en Atenas y tanto él como Platón y Aristóteles vivieron y actuaron en Atenas. Anaxágoras también vivió durante algún tiempo allí pero fue expulsado por decir que el sol era una esfera de fuego. A Sócrates no le fue mejor.

Desde las colonias griegas acuden a Atenas un grupo de profesores y filósofos errantes, los sofistas, personas sabias que vivían de enseñar a los ciudadanos; ellos, como los presocráticos, adoptaron una postura crítica ante los mitos tradicionales y pensaron que los seres humanos no serían capaces de encontrar respuestas seguras a los misterios de la naturaleza y del universo (escepticismo). Por eso, quizás, se interesaron por el ser humano y por el lugar que ocupa en la sociedad. “El hombre es la medida de todas las cosas” decía Protágoras (487-420 a. C.). Cuando le preguntaron si creía en los dioses griegos contestó que el asunto era complicado y la vida humana breve (agnosticismo). Ellos crearon un debate en Atenas sobre qué es lo que estaba determinado por la naturaleza y qué creado por la sociedad, defendieron que no había normas absolutas sobre lo que es correcto o erróneo. Frente a ellos, en cambio, Sócrates intentó mostrar que sí existen algunas normas absolutas y universales.

Sócrates (470-399 a. C.), el personaje más enigmático de toda la Historia de la Filosofía, no escribió nada, pero es el que más ha influido en el pensamiento europeo. Su vida se conoce a través de Platón, su alumno, quien escribió los Diálogos en los que utiliza a Sócrates como portavoz. No hay seguridad de que las palabras que Platón pone en boca de Sócrates fueran verdaderamente pronunciadas por él. Lo mismo pasa con Jesucristo. No podemos estar seguros de que el Jesús histórico dijera verdaderamente lo que ponen en su boca Mateo, Lucas, Juan o Marcos. Pero no es tan importante saber quién era Sócrates; es, ante todo, la imagen que nos proporciona Platón de Sócrates, la que ha inspirado a los pensadores de occidente, durante casi dos mil quinientos años, la que importa de verdad.


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