INTROITO
Para toda época y todo lector,
siempre subyacen en Fausto los interrogantes de qué lleva a los hombres a
pactar con el diablo; qué es tan preciado y deseable por el ser humano que se
haga conveniente una alianza con las fuerzas de la oscuridad.
Goethe tardó más de sesenta años en resolver ese dilema.
Cuando terminó su ficción sobre el mito fáustico, nuevos aires corrían por
Europa: en Francia, la revolución hizo rodar la cabeza del rey; en los estados
de habla alemana, las monarquías temerosas, hacen cambios políticos, sociales y
económicos, y los pensadores siguen a la plácida sombra de los príncipes y el
pueblo no había llegado aún a la "mayoría de edad" como definió Kant
a la Ilustración: el campesinado, súbdito de las monarquías, les bastaba
asegurar su subsistencia.
FAUSTO I
Sin duda, plantea un proyecto de
liberación acorde con el ambiente intelectual de la época: una liberación
individual caracterizada por la acumulación de experiencias y apoyada en una
esperanza implícita y la convicción en la armonía entre el alma y el mundo.
El doctor Fausto sale de su estudio
de libros apolillados hacia el sol de primavera con la confianza de llevar
consigo la semilla de la plenitud.
El precio del pacto con el diablo es
la armonía del individuo y la totalidad, aunque no una armonía filosófica y
abstracta, sino la efectiva y gozosa encarnada en la propia vida.
FAUSTO II
La perspectiva del Fausto II es muy
distinta. La historia deja de sentirse como un drama con nudo y desenlace y se
sigue como una gruesa novela decimonónica. El Estado moderno, fruto de las
revoluciones, se ha articulado como un poder al que todos tienen acceso, pero
sobre el que nadie tiene el control. Las monarquías dejan de justificarse en
Dios y aparecen como garantes de unas leyes y unas instituciones que garantizan
un marco estable para la acumulación de capital.
El doctor Fausto abandona todo lo
relativo a su formación individual; su proyecto ha pasado a ser colectivo. El
precio por el pacto con el diablo es la gestión de una comunidad en una nueva
tierra, incentivada por la conquista de la riqueza, aunque el entorno siempre
precario no dejará de descansar definitivamente.
Detrás del primer Fausto están los
delirios de grandeza de un Ego agraviado por la fortuna; tras el segundo Fausto
se oculta una utopía capitalista y colonial.
Goethe, en su Fausto, intenta
justificar el pacto con el diablo, y para ello nos muestra las tendencias
cambiantes de la mentalidad de su época. De hecho, la ruptura formal que
aparece en el drama expresa, nada más y nada menos, que una quiebra histórica
lo que trajo consigo un profundo cambio en el ejercicio de poder.
Goethe, entre tanta búsqueda,
encuentra una certeza: Dios no se sirve del diablo para que el hombre,
rechazando el mal que este encarna, haga un buen uso de la libertad y se salve.
Dios emplea al diablo para que el hombre afronte empresas que valgan la pena.
Esa certeza, afirma Miguel Salmerón[1],
queda constatada por medio de la dilatada creación de la obra.
La tradición literaria faustiana
se remonta a 1587 cuando el editor Spiess publica Historia von D. Johann Fausten y continúa con La verdadera historia del doctor Fausto, 1599, de Georg Rolf
Widmann. Hasta 1810 no se publica la espléndida variación sobre Fausto de
Cristopher Marlowe: The tragical history
of doctor Faustus (1587-1593).
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