El sueño de la razón produce monstruos

viernes, 29 de marzo de 2013

El espiritualismo de Schopenhauer bajo la influencia de la tradición brahmánica-budista y del cristianismo primitivo (y XI)



Para Schopenhauer la filosofía y la religión son respuestas a la “necesidad metafísica”[1] del hombre, diferenciándose entre sí como discursos diferentes dirigidos a clases de gentes diversas.
            La mayoría de los hombres, que sienten la necesidad metafísica, no encuentran respuesta ni satisfacción en la verdad desnuda que aporta la filosofía. La religión les satisface por medio de alegorías y mitos debido a superficial desarrollo intelectual. En consecuencia, la religión y la filosofía tienen el mismo origen y representan reflexiones diferentes sobre los aspectos negativos de la existencia.
            La razón y el intelecto humano se da cuenta de toda la tristeza de su situación, de la precariedad de la existencia y de cómo su origen y destino (de dónde venimos y adónde vamos) dependen del puro azar. Su vida es un acontecimiento demasiado breve y fugaz entre dos tiempos infinitos; su persona es pura insignificancia en el espacio infinito y entre seres innumerables; su misma razón, que le lleva a ocuparse y preocuparse del futuro después de la vida, tampoco le brinda respuestas satisfactorias. El hombre anhela comprender todo esto y conocer su relación con ese todo que le rodea y en el que se encuentra inmerso.
            Una sola metáfora, una simple alegoría, no funciona para todos los hombres por sus diferentes niveles de formación. Por eso los hombres y las sociedades  encuentren esos dos tipos diversos de metafísica: la religión y la filosofía.
            La religión encuentra su justificación fuera de sí; está destinada a la mayoría de los hombres, esencialmente a aquellos que no son capaces de pensar,  sino de creer. Las religiones son sistemas metafísicos populares. En cambio, la filosofía, a diferencia de la religión, tiene su justificación en sí misma. Los sistemas filosóficos únicamente son accesibles a una pequeña élite de hombres, solo aquellos que son capaces de pensar.
            Las religiones aparecen en todos los pueblos y civilizaciones y sus fundamentos son extrínsecos: revelación, signos, milagros… Sus argumentos se convierten, muy a menudo, en amenazas y penas eternas, a veces también terrenas, con las que atemorizan a los incrédulos y/o escépticos. La última ratio theologarum es el patíbulo, la hoguera o los autos de fe.
            Schopenhauer restringe la religión a su aspecto mítico capaz de revelar la verdad solo sensu allegorico, quedando, pues, devaluado y desprestigiada en el plano racional o intelectual. Por el contrario, la filosofía pretende alcanzar la verdad sensu proprio, tratando de verificar sus principios y postulados por medio de la razón y de la experiencia. Su objetivo es llegar a la verdad fuera del mito y del símbolo. La experiencia y la razón expresan una verdad que revela, para Schopenhauer, EL MUNDO COMO VOLUNTAD pero por medio de imágenes e historias de EL MUNDO COMO REPRESENTACIÓN. En los mitos y en las alegorías simbólicas, la verdad metafísica, la verdad metafísica se presenta limitada en el tiempo y en el espacio.
            Las religiones, como la filosofía, son el resultado del esfuerzo de la Humanidad por desvelarse a sí misma el sentido de su existencia. En el caso concreto de las religiones, se pone en funcionamiento la capacidad de la cognición mitopoética del hombre (< gr. mitopoiesis o creación de mitos), lo que no garantiza liberarse del error y la ilusión.
            El conocimiento mitopoiético es la primera forma de representación de la realidad en la mente humana como grupo social; la información se procesa por medio de asociaciones, de modo tal que las entidades y procesos empiezan a significar no por lo que son en sí, sino por medio de las características esenciales que los representan; así las Furias, en mitología griega, serán las divinidades antiguas del castigo y las catástrofes: Alecto, de la guerra; Tisífone, de las enfermedades infecionas, y Megera, de las condenas a muerte; o Asmodeo,  en el Antiguo Testamento (Tobias, 3, 8), representa el demonio de la vida matrimonial, que despierta en los cónyuges el deseo de contacto sexual con otras personas; o, mientras las Gracias son las diosas de la benevolencia y la gratitud, las Parcas son las diosas del destino de cada uno de los individuos: Cloto hilaba el hilo de la vida; Laquesis lo devanaba y Atropos lo cortaba; o en la mitología hindú, Maya es la diosa de la energía vital, esposa de Brahma, que simboliza la ilusión maternal y el sueño perpetuo; es el velo que cubre nuestra naturaleza real y la naturaleza real del mundo. Es incomprensible y no sabemos por qué existe, ni su origen; solo deja de existir con el conocimiento verdadero.
            Nuestro mundo, en Schopenhauer, está labrado del mismo material que el de los sueños, el VELO DE MAYA de los hindúes. La voluntad el la única forma cósmica que existe; de ella proceden los estrellas, crecen las plantas, nacen y mueren los hombres sinfín. El hombre se mueve en la paradoja: por un lado, no pueden resistirse a los impulsos de la voluntad ciega e irracional que rige su propio cuerpo (naturaleza), lo que a menudo le acarrea sufrimiento; y, por el otro, desea liberarse de esos impulsos.
            Los dos formas de liberarnos del sufrimiento son dos: la muerte, que es un modo ilusorio y engañoso, porque cuando nosotros acabamos la naturaleza pondrá otro nuevo ser que nos sustituirá y continuará esa tarea sin fin, perdurando así el sufrimiento; de ahí que el suicidio sea un acto ridículo y sin sentido; y el segundo es seguir la vía de los místicos y los ascetas, que al aniquilar y anular los impulsos de su voluntad, logran el triunfo sobre la naturaleza, consiguiendo rasgar el velo de maya y conocer “más allá”. Para Schopenhauer este es el único camino que llevará al triunfo.
           
            Schopenhauer, con todo, reconoce en las religiones un poso de verdad, que se hace guía de la vida. Esa verdad de las religiones, oscura e incompleta a través de los mitos, las metáforas y las alegorías simbólicas, ha de tener luego una reflexión racional por la filosofía en sentido propio.

            La verdad filosófica no puede presentarse al pueblo; tan solo las alegorías de la religión se adaptan al entendimiento vulgar de la mayoría de los hombres, pues estos no pueden ni concebir ni comprender intelectualmente la verdad filosófica. La religión ofrece, en cambio, un necesario consuelo a los duros sufrimientos de la vida y esta sustituye a una metafísica verdadera y objetiva. Las religiones, pues, y en eso radica su gran valor, desde la perspectiva de Schopenhauer, elevan al hombre inculto por encima de sí mismo y de su miserable existencia terrena.

            Para Schopenhauer, la razón es la facultad de los conceptos abstractos, únicos en los que la verdad puede presentarse sensu proprio, Sin embargo, reconoce la capacidad mitopoietica de los creadores de mitos como una fuerza genial de la fantasía religiosa y es esa experiencia de los mitos y del arte la que la filosofía tienen que conceptualizar. Por eso dilucidar esos elementos de verdad y hacerlos resaltar y resplandecer en su pureza, más allá del mito, es la misión de la filosofía, a la que la religión debe subordinarse.
           
            En la experiencia religiosa de sus creadores, dirá Schopenhauer, hay elementos de autenticidad como la conciencia de la identidad del propio ser con todas las cosas del universo y de la unidad más allá de lo múltiple que subyace a la negación de la voluntad. Esa sensibilidad se produce al margen de una autoridad externa revelada, y de la que brotan los símbolos y los mitos como imágenes que nunca agotan aquello que las trasciende.


[1]. Para este artículos, seguimos esencialmente a SCHOPENHAUER (1998), El Dolor Del Mundo y El Consuelo De La Religión (Paralipomena 134-182), estudio preliminar, traducción y notas de Diego Sánchez Meca, Madrid, Alderabán Ediciones.

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