El sueño de la razón produce monstruos

miércoles, 11 de julio de 2012

La obra de Baltasar Gracián, el último barroco (III)

 
 Velázquez (1622), Luis de Góngora y Argote. Museo de Bellas Artes, Boston, EE.UU.         

Arte de Ingenio. Tratado de la Agudeza (1640)
            Aparece en Madrid, por Juan Sánchez, bajo el pseudónimo de Lorenzo Gracián y va dedicada Al Príncipe Nuestro Señor.
            Pronto nos ofrecerá una segunda edición, muy aumentada y dividida en dos partes, de las cuales la primera trata de la agudeza suelta y la segunda, de la agudeza compuesta. Su título definitivo será:

Agudeza y Arte de Ingenio (1648)
            Esta nueva versión, ya definitiva, se publica en Zaragoza, por Juan Nogués, 1648 y firmada de nuevo por Lorenzo Gracián. Va dedicada Al Conde de Aranda.
            De fárrago inútil califica Correa Calderón las traducciones de epigramas de Marcial del canónigo Manuel Salinas y Lizana y las mediocres poesías de amigos, todas ellas incluidas al iniciarse la edición.
            La obra está dividida en 63 discursos o capítulos, agrupados en dos tratados, frente a los 49 discursos consecutivos de la primera edición.
            Pretende Gracián codificar, a su manera, los complejos artificios de la preceptiva del barroco. Trata de superar las rígidas fórmulas de las retóricas al uso que repartían mecánicamente la preceptiva grecolatina.
            Comienza por cambiar la nomenclatura de las figuras y licencias poéticas y trata de analizar minuciosamente el secreto, la magia, la hondura o la agudeza con que se expresan los poetas y prosistas de su predilección, lo que hoy intenta, con diferentes técnicas, la estilística.
            No pretende hacer una normativa estilística de figuras y licencias poéticas, si no que nos ofrece un sistema más sensible que permita reconocer a posteriori los fenómenos de la creación poética.
            Influencias: la Ratio Studiorum (plan de estudios) de la compañía, de 1599. Allí se adaptan las teorías retóricas de Aristóteles, cicerón y Quintiliano, del Renacimiento y de la Iglesia. A esto suma o añade los gustos literarios de su tiempo. El libro se convierte en una innovadora preceptiva de difícil catalogación. Para muchos críticos, es una retórica conceptista, término no muy exacto, porque a los ejemplos de autores de la escuela conceptista como Quevedo, añade otros que pertenecen a la escuela culterana, especialmente Góngora, al que tributa los mayores elogios.
            Además incluye ejemplos del estilo natural: Lope, Mateo Alemán, los Argensola, y clásicos como Marcial, Horacio y hasta renacentistas como Alciato, Marino, Guarini, Camoens
                                                          A.T.T.

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