El Discreto
(1646)
Se publican dos ediciones en Huesca, impresas por Juan
Nogués, ambas de 1646, con leves diferencias en la portada; van firmadas por
Lorenzo Gracián y dedicadas Al
Sereníssimo Señor Don Baltasar Carlos, Príncipe de las Españas.
Lastanosa costea las dos ediciones, igual que hizo con
las de El Héroe y Agudeza. Al frente aparece un soneto
acróstico de don Manuel Salinas en el que se declara el verdadero nombre del
autor.
Esta obra, escrita en plena madurez -cuarenta y cinco
años-, Gracián renuncia a utopías y ensueños y, en lugar de arquetipos ideales
de El Héroe, de El Político, se contentará con ofrecernos un personaje humano, un
caballero de carne y hueso, un hombre de mundo, que haga buen papel en los
alones, dotado con cualidades y virtudes precisas para que destaque entre los
demás. Se trata de una variante, en tono menor, del Cortesano del Renacimiento:
“Sacar un varón
máximo, esto es mi logro de perfección” (Realce XVII)
El Discreto
será un caballero cumplido, inteligente, mundano, prudente, no ya en la Corte,
sino en el Salón, que se mueve entre los suyos, gentes discretas como él, con
naturalidad y aplausos de todos.
El Discreto
reúne un conjunto misceláneo de veinticinco realces,
que adoptan las más variadas formas; diálogo, alegoría, apólogo, emblema,
sátira, satiricón, invectiva, crisi,
carta, elogio, discurso académico, panegiri,
etc., tal vez escritos en distintas épocas.
Gracián logra coordinar con arte admirable elementos tan
dispares en apariencia, produciendo una estructura perfecta, que corona con el
último realce “[XXV] Culta repartición de
la vida de un discreto”, en la que se halla sintetizado, en germen, todo el
aparato simbólico de El Criticón:
“Comienza
la primavera en la niñez alegre: tiernas flores en esperanzas frágiles. Síguese
el estío caluroso y destemplado de la mocedad, de todas maneras peligroso, por
lo ardiente de la sangre y tempestuoso de las pasiones. Entra después el
deseado otoño de la varonil edad, coronado de sazonados frutos, en dictámenes,
en sentencias y en aciertos. Acaba con todo el invierno helado de la vejez:
cáense las hojas de los bríos, blanquea la nieve de las canas, hiélanse los
arroyos de las venas, todo s desnuda de dientes y de cabellos, y tiembla la
vida de su cercana muerte. De esta suerte alternó la naturaleza las edades y
los tiempos.”
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