Pesimismo y vitalismo
de la cultura española en el cambio de siglo
La guerra de Cuba simboliza como ningún acontecimiento la
llamada “crisis del 98". Lamore, Jean (1978), afirma:
“Se trata de una lucha revolucionaria que
dura treinta años, hasta 1898, en que el ejercito yanqui ocupa Santiago. El
largo proceso de independencia ha comenzado en 1868, cuando los grandes
terratenientes cubanos, al abolir de facto la esclavitud, conceden a los
hombres de color la posibilidad de desempeñar un papel relevante en la marcha
hacia la independencia. En esta lucha de funden criollos blancos y negros
contra el enemigo común, España. Solidario el pueblo con los mambís, desde un
principio la causa de Cuba Libre goza de fuerte arraigo popular.
[...]
La última etapa
de la guerra de liberación (1895-1898) reviste un carácter profundamente
popular y nacional: la gente se moviliza en el campo y las ciudades: con el
apoyo de los emigrados la revolución se extiende a las seis provincias. ¿Qué
podía hacer España? En 1897, Pi y Margall afirma en
"La cuestión de Cuba": “Cuba nos es toda enemiga”, y, en
efecto, los guajiros hacen progresivamente suya la revolución organizada por José
Martí.”
Pero la erosión del
sistema canovista no comienza en el 98; ya los regeneracionistas, en su doble vertiente sociopolítica e
ideológica, ponen de manifiesto la actitud de una burguesía media, disconforme
con el sistema y con las prácticas políticas de la Restauración. Se dan cuenta
de que el sistema no funciona y esta percepción se hará clamor a partir del 98.
A este clamor regeneracionista se unirán los jóvenes del 98: fue “su sentido de
la justicia” el que les impulsó al socialismo o al anarquismo.
El regeneracionismo fue una corriente ideológica de
orientación reformista; pretendieron la modernización política y económica de
una sociedad capitalista subdesarrollada.
Joaquín Costa (Monzón, Huesca, 1846 y murió en 1911)
simboliza esta corriente de pensamiento como ningún otro. Profesor de la
Institución Libre de Enseñanza y profundo conocedor de los problemas del campo,
en su obra Colectivismo agrario en España (1898) propone una serie de
reformas “desde dentro y desde arriba” y defendió la necesidad de una
política económica y educativa (“despensa y escuela”). En su libro Oligarquía y caciquismo
(1901) atacó la política de la época: “No hay parlamento ni partidos;
solo hay oligarquías”. O bien: “La forma actual de gobierno en España es
una monarquía absoluta cuyo rey es Su Majestad el Cacique” (Tusón, V. y
Lázaro Carreter, F.; 1989: 94 y 95).
Ideas similares, que algunos han considerado como literatura
“del Desastre”, una consecuencia inmediata de la guerra con los EE.UU., serán
las obras de Ricardo Macías Picavea (El problema nacional. Hechos.
Causas. Remedios, de 1898), de J. Rodríguez Martínez (Los
desastres y la regeneración de España. Relatos e impresiones), de Rafael
María de Labra (El pesimismo de última hora), de Lucas Mallada
(Los males de la patria, de 1890) o de Damián Isern (Del
desastre nacional y su causas).
Y en 1903 el Dr. Madrazo, ahondando en la cuestión
planteada cinco años antes por Francisco Silvela en su resonante
artículo Sin pulso, publica unas “impresiones sobre el estado
actual de la sociedad española” tituladas así: ¿El pueblo español ha
muerto?. La respuesta de Madrazo se enfrenta con el pesimismo
general a partir de un vitalismo radical (“presiento el alumbramiento de una
patria más grande que la que he conocido”). En el fondo, pesimismo y
vitalismo son las actitudes más destacadas de los intelectuales y escritores de
la transición de la España del s. XIX a la España del s. XX y que entroncan con
las reflexiones irracionalistas (Schopenhauer, Kierkagaard, Nietzsche)
de la literatura española del grupo del 98.
“España se ha quedado sin pulso” escribía Francisco
Silvela el 16 de agosto de 1898 en El Tiempo; Gabriel Maura
hablará de “la generación del desastre” para aludir a los intelectuales
de aquellos años tras la capitulación de España el 16 de julio del mismo año.
La pérdida de las colonias, y muy en concreto de Cuba,
cariñosamente para los españoles “La
perla de las Antillas”, tuvo una interpretación política y literaria
“nacionalista”.
El profesor José Luis Abellán (1978: 90 y ss.) señala
que la oligarquía española al enfrentarse al problema cubano quiso conservarlo
todo y mantener allí intocables sus privilegios seculares, pero el resultado
fue que acabaron perdiéndolo todo e identificaron su fracaso con el derrumbe de
toda la nación.
En esta interpretación “nacionalista” de la guerra de Cuba,
los intelectuales de entonces ejercieron un papel fundamental y aquí nos
encontramos con los hombres del 98.
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