Un cuento de fútbol:
Viejo con árbol, de Roberto Fontanarrosa
Relato leído por Jorge Valdano en
el Instituto Cervantes el 20 de enero de 2014.
A un costado de la
cancha había yuyales y, más allá, el terraplén del ferrocarril. Al otro
costado, descampado y un árbol bastante miserable. Después las otras dos
canchas, la chica y la principal. Y ahí, debajo de ese árbol, solía ubicarse el
viejo.Había aparecido unos cuantos partidos atrás, casi al comienzo del
campeonato, con su gorra, la campera gris algo raída, la camisa blanca cerrada
hasta el cuello y la radio portátil en la mano. Jubilado seguramente, no
tendría nada que hacer los sábados por la tarde y se acercaba al complejo para
ver los partidos de la Liga. Los muchachos primero pensaron que sería
casualidad, pero al tercer sábado en que lo vieron junto al lateral ya pasaron
a considerarlo hinchada propia. Porque el viejo bien podía ir a ver los otros
dos partidos que se jugaban a la misma hora en las canchas de al lado, pero se
quedaba ahí, debajo del árbol, siguiéndolos a ellos.Era el único hincha
legítimo que tenían, al margen de algunos pibes chiquitos; el hijo de Norberto,
los dos de Gaona, el sobrino del Mosca, que desembarcaban en el predio con las
mayores y corrían a meterse entre los cañaverales apenas bajaban de los
autos.--Ojo con la vía, alertaba siempre Jorge mientras se cambiaban.--No pasan
trenes, casi, tranquilizaba Norberto. Y era verdad, o pasaba uno cada muerte de
obispo, lentamente y metiendo ruido.--¿No vino la hinchada?, ya preguntaban
todos al llegar nomás, buscando al viejo-. ¿No vino la barra brava?Y se reían. Pero
el viejo no faltaba desde hacía varios sábados, firme debajo del árbol, casi
elegante, con un cierto refinamiento en su postura erguida, la mano derecha en
alto sosteniendo la radio minúscula, como quien sostiene un ramo de flores.
Nadie lo conocía, no era amigo de ninguno de los muchachos.--La vieja no lo
debe soportar en la casa y lo manda para acá, bromeó alguno.--Por ahí es amigo
del referí, dijo otro. Pero sabían que el viejo hinchaba para ellos de alguna
manera, moderadamente, porque lo habían visto aplaudir un par de partidos
atrás, cuando le ganaron a Olimpia Seniors.Y ahí, debajo del árbol, fue a
tirarse el Soda cuando decidió dejarle su lugar a Eduardo, que estaba de
suplente, al sentir que no daba más por el calor. Era verano y ese horario para
jugar era una locura. Casi las tres de la tarde y el viejo ahí, fiel, a unos
metros, mirando el partido. Cuando Eduardo entró a la cancha --casi a desgano,
aprovechando para desperezarse-- cuando levantó el brazo pidiéndole permiso al
referí, el Soda se derrumbó a la sombra del arbolito y quedó bastante cerca,
como nunca lo había estado: el viejo no había cruzado jamás una palabra con
nadie del equipo.El Soda pudo apreciar entonces que tendría unos setenta años,
era flaquito, bastante alto, pulcro y con sombra de barba. Escuchaba la radio
con un auricular y en la otra mano sostenía un cigarrillo con plácida
distinción.--¿Está escuchando a Central Córdoba, maestro? --medio le gritó el
Soda cuando recuperó el aliento, pero siempre recostado en el piso. El viejo
giró para mirarlo. Negó con la cabeza y se quitó el auricular de la oreja.--No
sonrió. Y pareció que la cosa quedaba ahí. El viejo volvió a mirar el partido,
que estaba áspero y empatado. Música dijo después, mirándolo de nuevo.--Algún
tanguito?, probó el Soda.--Un concierto. Hay un buen programa de música clásica
a esta hora.El Soda frunció el entrecejo. Ya tenía una buena anécdota para
contarles a los muchachos y la cosa venía lo suficientemente interesante como
para continuarla. Se levantó resoplando, se bajó las medias y caminó despacio
hasta pararse al lado del viejo.--Pero le gusta el fútbol --le dijo--. Por lo
que veo.El viejo aprobó enérgicamente con la cabeza, sin dejar de mirar el
curso de la pelota, que iba y venía por el aire, rabiosa.--Lo he jugado. Y,
además, está muy emparentado con el arte --dictaminó después--. Muy
emparentado.El Soda lo miró, curioso. Sabía que seguiría hablando, y
esperó.--Mire usted nuestro arquero --efectivamente el viejo señaló a De León,
que estudiaba el partido desde su arco, las manos en la cintura, todo un
costado de la camiseta cubierto de tierra--. La continuidad de la nariz con la
frente. La expansión pectoral. La curvatura de los muslos. La tensión en los
dorsales --se quedó un momento en silencio, como para que el Soda apreciara
aquello que él le mostraba--. Bueno... Eso, eso es la escultura...El Soda
adelantó la mandíbula y osciló levemente la cabeza, aprobando dubitativo.--Vea
usted --el viejo señaló ahora hacia el arco contrario, al que estaba por llegar
un córner-- el relumbrón intenso de las camisetas nuestras, amarillo cadmio y
una veladura naranja por el sudor. El contraste con el azul de Prusia de las
camisetas rivales, el casi violeta cardenalicio que asume también ese azul por
la transpiración, los vivos blancos como trazos alocados. Las manchas ágiles
ocres, pardas y sepias y siena de los muslos, vivaces, dignas de un Bacon.
Entrecierre los ojos y aprécielo así... Bueno... Eso, eso es la pintura.Aún
estaba el Soda con los ojos entrecerrados cuando al viejo arreció.--Observe,
observe usted esa carrera intensa entre el delantero de ellos y el cuatro
nuestro. El salto al unísono, el giro en el aire, la voltereta elástica, el
braceo amplio en busca del equilibrio... Bueno... Eso, eso es la danza...El
Soda procuraba estimular sus sentidos, pero sólo veía que los rivales se venían
con todo, porfiados, y que la pelota no se alejaba del área defendida por De
León.--Y escuche usted, escuche usted... --lo acicateó el viejo, curvando con
una mano el pabellón de la misma oreja donde había tenido el auricular de la
radio y entusiasmado tal vez al encontrar, por fin, un interlocutor válido--...
la percusión grave de la pelota cuando bota contra el piso, el chasquido de la
suela de los botines sobre el césped, el fuelle quedo de la respiración
agitada, el coro desparejo de los gritos, las órdenes, los alertas, los
insultos de los muchachos y el pitazo agudo del referí... Bueno... Eso, eso es
la música...El Soda aprobó con la cabeza. Los muchachos no iban a creerle cuando
él les contara aquella charla insólita con el viejo, luego del partido, si es
que les quedaba algo de ánimo, porque la derrota se cernía sobre ellos como un
ave oscura e implacable.--Y vea usted a ese delantero... --señaló ahora el
viejo, casi metiéndose en la cancha, algo más alterado--... ese delantero de
ellos que se revuelca por el suelo como si lo hubiese picado una tarántula,
mesándose exageradamente los cabellos, distorsionando el rostro, bramando
falsamente de dolor, reclamando histriónicamente justicia... Bueno... Eso, eso
es el teatro.El Soda se tomó la cabeza.--¿Qué cobró? --balbuceó
indignado.--¿Cobró penal? --abrió los ojos el viejo, incrédulo. Dio un paso al
frente, metiéndose apenas en la cancha--. ¿Qué cobrás? --gritó después,
desaforado--. ¿Qué cobrás, referí y la reputísima madre que te parió? El Soda lo
miró atónito. Ante el grito del viejo parecía haberse olvidado repentinamente
del penal injusto, de la derrota inminente y del mismo calor. El viejo estaba
lívido mirando al área, pero enseguida se volvió hacia el Soda tratando de
recomponerse, algo confuso, incómodo.--...¿Y eso? --se atrevió a preguntarle el
Soda, señalándolo.--Y eso... --vaciló el viejo, tocándose levemente la
gorra--...Eso es el fútbol.
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