La
concepción estoico-semítica del alma -material e inmortal, que forma parte del
fuego divino- y del espíritu tuvo calado en sus teorías sobre la divinidad y la
providencia, ambas inmanentes a la naturaleza e identificadas (monismo
materialista).
Zenón
formula su filosofía sobre la naturaleza inmanente vinculada al lógos, considerado como una realidad
absoluta o hipostasiada. Sin embargo, esta concepción es ajena a la mentalidad
griega. Esta teología física de Zenón atribuye a dios, fuego divino, un
protagonismo histórico como regidor-hegemonikón[1] del
mundo natural. Ese fuego, es decir, dios, eterno y dinámico, conciencia del
mundo, se desenvuelve en la naturaleza como un artesano del cosmos y un
sembrador, generador de todas las especies.
Zenón
dirá que la naturaleza es un fuego artificioso, que lo abrasa y lo contiene
todo y que actúa como un artista porque es maestro de todas las artes. De mismo
modo que las otras naturalezas nacen, crecen y están contenidas en sus
semillas, la naturaleza del mundo y sus movimientos y sus tendencias y sus
deseos realizan sus actos lo mismo que nosotros ejecutamos nuestros movimientos
por efecto de nuestra alma y nuestros sentidos. Por ser de esta condición, el lógos del mundo, también llamado
providencia del mundo (prónoia), desempeña la misión de proveer que el mundo,
como gran ser vivo, perdure en la infinitud[2].
Zenón,
coherente con sus concepciones cananeas, y aunque admitía la existencia de los
dioses y defendía su culto, llega a la conclusión de que el lógos divino es el creador de la
naturaleza. Su carácter histórico, temporal, le impide una duración infinita,
por lo que tiene que admitir su corruptibilidad; de ahí la idea de la infinidad
de mundos sucesivos -no simultáneos- que se autodestruyen y autoconstruyen
cíclicamente.
Con
esta ultima teoría, Zenón se enfrenta abiertamente a uno de los dogmas griegos . En su libro περὶ
Ούσία, los
todos o seres totales contienen dos principios: el paciente, la ousía informe o materia incualificada, y
el agente, el que hace en esa materia; ese agente es el lógos-dios, que es eterno y permite que cada uno de los seres sean
parte del cosmos[3].
Los
griego jamás defendieron que el mundo fuera hecho por el lógos-dios. Ni Platón ni Aristóteles admiten que Dios fuera causa eficiente primera de nada,
es decir, una causa que no es causada, que no es efecto de nada. En su
cosmovisión, los griegos señalan que la materia y la forma del cosmos son
ingénitas, necesariamente increadas y, en consecuencia, incorruptibles. La
posición de Zenón, en cambio, con respecto a la materia es de origen semítico y
oriental.
El
cosmos, que procede del fuego y se consume en fuego, es un gran holocausto del
mundo que retorna a la divinidad. Una combustión continua causada por el choque
de los elementos que se rompen, fraccionan y se van pulverizando generan
irremediablemente su corrupción, su descomposición, al arder en la última
hoguera de la conflagración, que es la apoteosis (< gr. ἀποθέωσις, 'deificación')
del mundo, su extinción, que luego volverá a crearse. Es el eterno retorno de
la escuela estoica, en que todo volverá a repetirse un número infinito de
veces: todos los acontecimientos del mundo, todas las situaciones, volverán a repetir
eternamente.
Esta
concepción de la Estoa Antigua forma parte de la interpretación de la teología
física religiosa, de las tradiciones rituales de los sacrificios en Canaán, una
geografía caracterizada por los sacrificios sinfín que se ofrecían en honor de
El, Baal, Astarté y otros dioses de la naturaleza. Los sacrificios en Fenicia,
en los que se ofrecían objetos parecidos a los de Israel, excepto los
sacrificios humanos prohibidos por Yahvé, se hacían a dioses o diosas de la
naturaleza, mientras que en Israel se ofrecían a un Dios personal y
trascendente al cosmos y a la naturaleza.
Zenón
llamó anathymiásis a aquella
pluralidad de sacrificios cruentos e incruentos, puros e impuros, ejecutados a
cuchillo y a fuego. Se corresponden y relacionan con las inmensas catástrofes y
luchas entre los elemento de la naturaleza, que al fin quedarán reducidos por
el fuego religioso del sacrificio.
El
sacrificio del holocausto o anathymiásis
ya lo vimos en la lucha sagrada del profeta Elías contra los 450 sacerdotes de
Baal, sacrificados a cuchillo, una vez derrotados por el israelí, a quien Yahvé
le entrega milagrosamente el fuego del cielo para que consumara el sacrificio[4].
[1]. Los estoicos consideraron que el alma humana
constaba de partes, siendo la más importante el Hegemonikón. El Hegemonikón
es lo que da unidad a toda la vida psíquica humana, la fuente de la vida del
alma y del conjunto psico-físico, de la conciencia y de las facultades
cognoscitivas superiores como la capacidad representativa, el juicio y la
razón. La situaron en el pecho. (http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-
filosofia/Filosofiagriega/Filosofiahelenistica/Hegemonikon.htm)
[2].
Cicerón, De nat. deor., II, 57-58,
citado por Elorduy, ibídem, pág. 43.
[3].
Diógenes Laercio, VII, 134.
[4].
I Reg., 18, 21-42.
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