El sueño de la razón produce monstruos

domingo, 25 de septiembre de 2016

El sentido religioso de la Filosofía


Incertidumbres

            Si el creyente únicamente puede ejercitar su fe en Dios en el abismo de la incertidumbre, de lo problemático, de la oscuridad, de las sequedades e incluso de la nada, es exactamente ese océano de la inseguridad el único espacio que se le ha adjudicado  para vivir la fe, su íntima fe.

            Esta circunstancia no permite pensar que el no-creyente (ateo y/o agnóstico) es el que carece de problemas, en relación al pensamiento que nos ocupa, al carecer simplemente de fe o aparcarla por incomprensible y/o irracional. El no-creyente no vive sin problemas, sino que está constantemente amenazado por la caída en otras incertidumbres engendradas de su misma convicción sobre su certeza de las profundidades de la nada.

            Partiendo de estas situaciones contrapuestas, no nos queda otro opción que aceptar que los destinos de los seres humanos, de los hombres, se cruzan, se entretejen unos con otros, entrelazándose inevitablemente como los hilos de un tapiz. Tampoco el no-creyente vive una existencia plena en sí misma, pues al asumir interiorizando el positivismo puro, los aspectos materiales de la realidad y rechazar a priori lo universal y absoluto; este, en apariencia y solo en apariencia, vence la tentación de lo sobrenatural, pero siempre le inquietará con vehemencia la desazón de la inseguridad y de la duda sobre si el positivismo y el racionalismo, como weltanschauung, es la última palabra y verdadera respuesta al misterio del mundo y de la vida.

            Así como el creyente se esfuerza por no dejarse ahogar por la duda, por la terrible duda que el abismo continuamente le pone en su pensamiento, parece que, del mismo modo, el no creyente duda de su propia incredulidad, de ese mundo que ha aceptado y decidido explicar como un todo, aunque jamás estará, pues, seguro, al igual que el creyente de su fe, de su propia incredulidad y se preguntará si, a pesar de todo, la certidumbre de la fe que vive el creyente no será lo real y la única forma de que es capaz el hombre para expresar lo real.

            Del mismo modo que el creyente se siente constantemente amenazado por la incredulidad, su más temida y obstinada inclinación, así también la misma fe del creyente será el mayor obstáculo para el sentir del no-creyente y una amenaza para la explicación de su convicción y un peligroso obstáculo para el convencimiento ético que ha adquirido, al eludir, evitar o esquivar su encuentro con la fe del creyente. Se ha escrito magistralmente que quien quiera escapar de la incertidumbre de la fe caerá, inexorablemente, en la incertidumbre de la incredulidad.

                                                                       A.T.T.

Madrid, 23 de septiembre de 2016