El sueño de la razón produce monstruos

sábado, 30 de enero de 2016

LA TRADICIÓN MÍSTICA GRIEGA (VIII)


             La difícil frontera entre el dionisismo y el orfismo

            Desde los primeros testimonios, según Jiménez San Cristóbal, Ana Isabel[i], Dioniso guarda una estrecha relación con el mundo de los muertos; simboliza la muerte y el renacimiento. Por ello, numerosas tumbas griegas, itálicas o ibéricas llevan símbolos de las festividades dionisíacas, con vasos de bebida y con falos. Pero a pesar del carácter ctónico de Dioniso, la creencia en el Más Allá no aparece claramente en los misterios báquicos de época clásica, dado que los textos que se alegan en su apoyo guardan estrecha relación con el orfismo donde la dualidad cuerpo/alma supone la creencia en una vida después de la muerte en que el alma adquiere todo el protagonismo. Las almas de los iniciados órficos que superen el tránsito al Hades habitarán junto a los dioses, mientras que las de los no iniciados y las que fracasen en la travesía del Tártaro sufrirán castigo y volverán a reencarnarse. En discordancia con los órficos, ningún castigo ni pena acecha a los seguidores dionisíacos, según rezan los documentos de la época clásica. Esta es otra diferencia esencial entre los misterios de Diosiso y los ritos de Orfeo.

            En definitiva, podemos inferir que de los testimonios que relacionan los ritos de Orfeo con los misterios de Dioniso ponen de manifiesto que a Orfeo se le atribuyen la redacción de narraciones sagradas y la transmisión de rituales en que Dioniso juega un papel relevante. El dionisismo se ciñó estrictamente al ámbito del culto, mientras que el orfismo aparece reflejado en la literatura y la filosofía, además de en el culto propiamente dicho. La literatura órfica más antigua es de temática predominantemente religiosa y hunde sus raíces en cultos mistéricos dionisíacos al margen de la religión oficial. Diversos testimonios epigráficos dan fe de la existencia del culto cívico de Dioniso en época micénica, anterior, pues, a su culto mistérico. Sin embargo el orfismo se mantuvo durante siglos alejado de la religión oficial, pero sin enfrentarse a ella. En época imperial es cuando se produce el proceso de integración al fundirse los cultos órficos y dionisíacos.

            En el culto dionisiaco el iniciado participa en ritos que le aceran al dios, pero no penetra en un saber que lo transforma. En cambio, es intrínseco a las τελεταί órficas la adquisición de un saber escatológico que le haga comprender el conocimiento de la naturaleza del alma, su situación en el mundo y cómo librarse de su condición de mortal, mensaje que está fijado en relatos que sancionan los ritos donde se encuentran las claves para acceder al citado conocimiento. El orfismo puede definirse como una religión del libro cuyos textos juegan un función de suma importancia. Bianchi, afirma Jiménez San Cristóbal, Ana Isabel[ii], que el orfismo es una superación misteriosófica y gnóstica de los misterios, en el que el recurso constante al texto es una de sus principales características.

            A partir del siglo III a. C. y hasta el V d. C. abundan las referencias a ritos denominados τελεταί y ὂργια y en latín, sacra, relacionados con creencias órficas o bien instituidos por Orfeo para celebrar a Dioniso; en muchos de ellos, el desmembramiento del dios constituye un elemento esencial. Por ello no es de estañar que muchas veces los rituales órficos se denominen dionisíacos ni que a veces se confundiesen. Además, los propios mitos de Dioniso y Orfeo tienden a asemejarse en asuntos como la relevancia de la región de Tracia, los descensos al Hades y la muerte por desmembramiento.

            El orfismo se configura desde sus orígenes como un culto mistérico, cercano a cultos mistéricos dionisíacos, y al margen de la religión oficial, pero sin enfrentarse a ella; también se puede explicar como una variante del dionisismo que mitiga su parte agresiva y cruenta y, a diferencia del culto dionisíaco, el orfismo no se desdobló en fiestas cívicas y tíasos[1] privados. Solo en la época imperial, y en el ámbito de la polis, lo órfico y lo dionisíaco terminaron por fundirse.

            Frente al concepto de religión mistérica que representan, afirma  Jiménez San Cristóbal, Ana Isabel[iii], las corrientes eleusina y dionsíaca, el orfismo puede definirse como una religión misteriosófica, porque el iniciado accede a un saber escatológico que lo transforma, y ese conocimiento está fijado en libros rituales donde se encuentran las claves para su interpretación. En cambio, la religión dionisíaca no dispone de una literatura propia y los ejemplos aducidos al respecto están relacionado de algún modo a Orfeo y el orfismo.




[1]. Tíaso o comitivas extáticas de Dioniso, a veces descrita como un grupo de juerguistas borrachos.




[i]. Jiménez San Cristóbal, Ana Isabel, op. cit., 2008, pág. 720.
 
[ii]. Jiménez San Cristóbal, Ana Isabel, op. cit., 2008, pág. 713
 
[iii]. Jiménez San Cristóbal, Ana Isabel, op. cit., 2008, pág. 725

jueves, 28 de enero de 2016

LA TRADICIÓN MÍSTICA GRIEGA (VII)


         La inmolación de Dioniso Zagreo

         La muerte del primer Dioniso es el cenit del mito y en ese punto se encierra la máxima enseñanza religiosa para los iniciados en los misterios órficos. El sacrílego crimen de los Titanes marca la consagración de Dioniso Zagreo como el arquetipo de un dios sacrificado y consumido, quizás para la salvación de la humanidad, como señala el Pseudo Nono, un comentarista neoplatónico.

            También se ha de destacar que en el sacrificio del primer Dioniso el engaño de los Titanes juega un papel crucial para embaucar al niño dios y entretenerlo para asestarle el golpe mortal. Los Titanes van enmascarados para cometer el crimen. Llevan las caras pintadas de blanco con yeso, aspecto este que aparece en la literatura griega, siendo indicio indiscutible de que esta práctica se llevaba a cabo con fines belicosos. Según West[i], el yeso convertía a los guerreros en fantasmas y esto tal vez fuera realizado como un ritual entre los iniciados. Además, en la tradición órfica hay una serie de utensilios con el fin de engañar al niño dios: tabas, pelotas, trompos, manzanas, peonzas, espejos, copos... En los misterios, cada uno de esos utensilios denotaban un significado preciso, pero eran parte del tabú que no podía ser desvelado. En el relato de Nono solo figura el espejo con el que los Titanes distraer al niño hasta llevarle al sacrificio mortal.

            Fernández de la Fuente, op. cit., 2002, pág. 40, intuye que quizás la intención de Nono, al relatar, en su extenso poema épico, la vida de Dioniso y su horrendo crimen por los Titanes, fuera señalar el inicio de una catástrofe universal y un cambio de época, desde una edad ancestral y mítica a la época del segundo Dioniso o Baco, hijo de Zeus y Sémele: la renovación de la vida a través del fin de una vida; en definitiva, una transformación positiva para los hombres y la humanidad.

            El descuartizamiento del niño dios, según la tradición órfica, termina por ser cocinado; luego cuecen y asan los miembros de Dioniso, para después ser consumidos por los Titanes en una bárbara eucaristía. Pero el relato noniano no recoge todas estas aberraciones, acaso porque podían ser consideradas blasfemas; solo se narra el descuartizamiento, usando como instrumento "ese cuchillo infernal". Sin embargo, según el corpus órfico, es el humo del impío festín el que llega a Zeus, que no duda, enfurecido, de castigar a los Titanes reduciéndolos a ceniza. Quizás la razón de esta omisión esté marcada por el paganismo que impregnaba las Dionisíacas, como por el Cristianismo que recorría la Paráfrasis a Juan en un periodo ciertamente agitado.

            Existen otras versiones. Para Proclo, los Titanes dividieron a Dioniso en siete pedazos y los pusieron a asar en un trípode, dejando solo su corazón consciente[ii], que será recogido por Atenea. Aquí tenemos que subrayar el hecho de que los Titanes cocinen el cuerpo de Dioniso antes de comérselo. Luego Atenea o Apolo entregarán el corazón del niño dios a Zeus, y el dios padre engendra al segundo Dioniso, con dos versiones distintas; la primera asegura que Zeus se tragó el corazón de Zagreo y dio a luz al nuevo Dioniso de su muslo, y, la segunda, Zeus preparó una pócima y se la hizo beber a Sémele, que quedó preñada del segundo Dioniso. Y el final de la narración enlaza con el doble nacimiento mítico de Dioniso.

            Según Olimpiodoro,, citado por Hernández de la Fuente (2002: 41) Zeus se encolerizó con los Titanes y los destruyó con su rayo; de la materia llameante, de las cenizas que resultaron de ellos, nació la raza humana, portadora de una doble naturaleza, una divina, la que procede de Dioniso, el niño dios que devoraron los Titanes, y, la otra terrígena, la que procede de los Titanes. No cabe duda que Olimpiodoro recoge doctrinas órficas al considerar que el género humano procede del monstruoso crimen de los Titanes, de sus cenizas. Somos, pues, de naturaleza malvada, aunque participamos de una parte divina, la carne de Dioniso que ingirieron los Titanes en su festín.

            En Nono, el crimen de los Titanes no es el fin para Dioniso. Su muerte es el comienzo del ciclo de la vida verdadera: el final de su vida fue el inicio regenerador de Dioniso. En esta proyección se puede ver un reflejo del concepto cristiano de resurrección, porque los humanos también van a participar de esa verdadera vida gracias al vino, como señala Nono en aquellos episodios en los que el dios dispensa su bebida o sus lágrimas para consolar de sus penas a los mortales como, por ejemplo, cuando se apiada de Ágave y su familia entristecidos por la muerte de Penteo, o cuando consuela a la ménade Mete por la muerte de su marido, etc. Siempre es la muerte el motivo de aflicción que Dioniso Lieo, 'el liberador', aplaca con su bebida redentora "que alivia las penas" (Lysiponos).

            Dioniso aparece en Nono como el personaje necesario par unir al hombre con la divinidad a través de la redención, concepto esencial que la religión tradicional no había alcanzado en la Grecia Clásica. En tiempos de Nono, proliferan los cultos que prometían la salvación en el Más Allá, concepción esta que triunfará con el cristianismo. De ahí que ese Dioniso 'redentor' tenga una significación extraordinaria en ese contexto socio-cultural, mítico y religioso.

            Las transformaciones de Dioniso Zagreo en Nono

            Una innovación específica de Nono, según Hernández de la Fuente (2002: pág. 43 y ss), parecer ser esa larga digresión que relata las metamorfosis del niño dios, aunque no debemos olvidar que sus Dionisíacas son, sobre todo, un compendio de mitología. Su relato se inicia un vez que Dioniso Zagreo ha sido ya inmolado y descuartizado por los Titanes, durante las etapas que atraviesa las cuatro edades del hombre: a) edad adulta: se configura mutándose con la gallardía de Zeus, su padre, "el joven Crónida"; b) luego se transmuta en anciano, tomando la forma de Cronos, que derrama la lluvia; c) más tarde, como recién nacido, un bebé polimorfo, como no podía ser de otra forma en un dios, y d) finalmente, aparece como adolescente; ésta será la imagen que más se repetirá en las diversas iconografías plásticas y simbólicas de Dioniso.

            Las explicaciones de las cuatro edades de la humanidad es evidente si pensamos en las imágenes e iconografía desde la época arcaica hasta las figuras más tardías. Unas veces Dioniso aparece barbado y anciano; otras como un vástago renovado, aunque el icono más persistente del dios clásico-helenístico es el de un afeminado adolescente. Total, que Dioniso es un personaje mitológico que reúne en sí todas las edades del hombre. Prosigue Nono, a renglón seguido, con las mutaciones de Dioniso en distintos animales: primero, león; luego caballo y serpiente cornuda; más tarde tigre, otro de los animales que aparecen en la cohorte báquica, y, por último, toro, con el que alude a su muerte y despedazamiento a manos de los Titanes, Y los Titanes trocearon con su cuchillo el cuerpo de Dioniso, de forma taurina[iii].

            Al traer a la memoria los animales en que se transmuta Dioniso, Nono evoca el archianimal órfico: Fanes (en gr. ant. Φανης Phanês, 'el resplandeciente'), la novena metamorfosis y ahí se detiene. El número nueve connota un valor simbólico en el neoplatonismo de Porfirio, discípulo de Plotino, quien recopilara y editara Las Enéadas (en gr. Ἐννεάδες; en latín, Enneades), obra escrita por su maestro. La descripción de Fanes o Primogénito (en gr. Πρωτογόνος, 'el primero que nace') se encuentra en el filósofo neoplatónico griego Proclo, siglo V d. C., donde se le describe como mezcla de león y toro, pero también con una cabeza de serpiente. Es un dios nacido del huevo cósmico que engendró El Tiempo, deidad primigenia que constituye el origen de la procreación y la generación de todas las cosas. Se le equipara con Eros, una de las divinidades primordiales según la Teogonía de Hesíodo. Por eso Fanes es "en un mismo ser lo masculino y lo femenino" como animal primigenio que es. La descripción que hace Proclo de Fanes continúa y si se compara con algo similar en el cristianismo, se puede relacionar con los animales que nos describe el Apocalipsis de San Juan. También se puede relacionar con los animales que sirven de símbolo a los evangelistas: Mateo, un hombre con alas, el Ángel; Marcos, el león; Lucas, el toro, y Juan, el águila.

            La creación del mundo o su destrucción, en definitiva, cualquier cambio relevante en el orden del cosmos, se ve marcado por los mencionados animales en más de una ocasión, como testimonia Ovidio en el libro IV de las Geórgicas, hablando de las metamorfosis del dios Proteo (del gr. ant. Πρωτεύς Prôteús; en la Odisea, 'un dios del mar', encardado de apacentar los rebaños de focas y otros animales marinos pertenecientes a Poseidón), curiosamente el dios que invoca Nono al iniciar las Dionisíacas, que puede metamorfosearse en cualquier forma que desee: puede convertirse no solo en animal -león, serpiente, pantera, enorme jabalí, etc.-, sino en elemento, tal como el agua o el fuego; o el caso de Fanes, arcaica divinidad de la creación del mundo en la Teogonía órfica.
                                                                                     A.T.T.




[i]. Cf. M. L. West, The orphic poems, Oxford, 1983, pág. 156; cit. por Hernández de la Fuente.
[ii]. Sobre el "corazón" que es salvado del macabro festín de los Titanes se ha especulado mucho con relación a su función en los rituales. Es frecuente equiparar el "corazón" a los falos dionisíacos de las faloforías, procesiones en honor de Dioniso, el dios del vino, en las que los participantes disfrazados de animales portaban falos simbolizando la fuerza generadora de la naturaleza y se entonaban canciones de tipo burlesco. También se ha asociado con el mito de Isis y Osiris: en la cista mystica  (del gr. κίστη 'cesta o vaso sagrado utilizado en los cultos mistéricos') se guardaba lo esencial del rito: acaso el corazón o el falo. Otra versión cuenta que Apolo se hizo cargo del "corazón" de su hermano, lo llevó a Delfos, al oráculo, y expuesto en un trípode, cumplía funciones mánticas o adivinatorias del futuro.
[iii]. Cf. Nono, Dion. VI  205.
            Chuven, Nonnos de Panopolis. Les Dionysiaques III: VI-VIII, París, Belles Letres, 1992, págs. 153-4, citado por Hernández de la Fuente, trata de explicar y buscar antecedentes de estas transformaciones animales del Dios, pero todo queda un tanto confuso. En las Bacantes de Eurípides (vv. 1017-19) se mencionan el león, la serpiente y el toro. También Chuven echa mano a los oráculos caldeos y la muerte prematura de niños darían una explicación de la transmutación en caballo, pero este análisis resulta demasiado problemático.
 

lunes, 25 de enero de 2016

LA TRADICIÓN MÍSTICA GRIEGA (VI)

                             Continuación LA TRADICIÓN MÍSTICA GRIEGA (V)


              A. Los misterios de Dioniso
            Los misterios de Dioniso se pierden en la Antigüedad, se anticipan a un tiempo anterior a lo que se pensaba. De generación en generación, los griegos mantuvieron que los misterios dionisíacos eran originarios de Oriente, de la Tracia, acaso del culto al dios telúrico-mistérico Sabacio (gr. Σαβάζιος), del legendario Oriente, en un tiempo mítico, en ese tiempo inmemorial anterior al tiempo en el que aparecen los mitos, con su verdad en sí mismos, porque son esencialmente simbólicos. La "necesidad y originalidad" del mito, su simbología y sus imágenes, por su carácter de "lengua natural" que es "leída" en las manifestaciones sensibles del mundo, siempre implicarán un vinculo de unidad entre el "alma humana"  y la naturaleza[i].

            Las orgías báquicas están atestiguadas en Hesíodo, que habla del rey Escilas como un iniciado, cuya participación en las orgías no estaban bien vistas[ii]. Eurípides escribe la tragedia Las Bacantes dedicada a la llegada del dios y su culto desde Oriente a Grecia. El poeta trágico pone en escena las dificultades de Dioniso para que su culto fuera aceptado en su ciudad de Tebas, en la Beocia, de donde era oriunda su madre, Sémele, ante la oposición de su primo Teseo, rey de Tebas y sucesor de Cadmo. Luego nos habla del triunfo de Dioniso en Tebas y el terrible castigo que infligió a su adversario.

            El conflicto entre la religión tradicional, defendida por Penteo, Cadmo y Tiresias, con una concepción del mundo muy reglamentada, y el nuevo culto que trae Dioniso, en el que lo mágico y lo irracional son fundamentales, late en toda la obra. Y, para sorpresa de todos Penteo, el defensor de la razón, actúa de un modo más irracional e insensato que Dioniso, cuya calmosa actitud contrasta, en toda la tragedia, con la desaforada del rey de Tebas.

            B. Los ritos órficos.

            Se fundamentan en las aventuras de Orfeo en el Más Allá y en la existencia supuesta de unos "textos sagrados" que el propio poeta y otros sagrados y míticos cantores, como Museo, escribieron para los iniciados. Tales "libros sagrados" no existen en el culto de Dioniso. Además mantienen que los hombres nacen con una culpa que tenía que ser expiada.

            Platón relaciona los misterios órficos con Dioniso (Platón, Fedro 265b, 2) y considera que éste los presidía. Su base mitológica se halla en la historia de Dioniso Zagreo, el primer Dioniso malogrado, cuyo destino era suceder a su padre Zeus, de la tercera generación, y regir el reino divino. Pero Dioniso, de la cuarta generación, siendo niño, es descuartizado, cocido, asado y devorado por los malvados Titanes; de él solo se salva el corazón.

            El desarrollo de los misterios de Orfeo tienen mayor calado que el culto a Dioniso, precisamente porque se transmiten en "textos sagrados". Estos faltan en el culto dionisiaco. Esos textos, cuya procedencia se remontaba a Orfeo y Museo, fueron reorganizados y sistematizados por Onomatocrito en tiempos de Pisístrato, finales del siglo IV a. C., constituyendo un auténtico corpus sagrado. Tal vez el trabajo de Nono de Panópolis sea el primer intento, aunque tardío, siglo V d. C., de recopilar una especie de "Biblia" dionisíaca con todos los mitos relacionados al dios.

            El descubrimiento en Salónica (1962) del papiro de Derveni o de las placas de hueso de Olbia, donde se lee claramente ΛΙΟΝ, la abreviatura de Dioniso, han hecho pensar en un orfismo asociado con la figura de Dioniso, en pleno siglo V a. C.

            En los textos órficos, el mito de Dioniso Zagreo, el dios que muere y es descuartizado y devorado por los Titanes, constituye una doctrina clave. Su relato presenta importantes implicaturas de carácter antropológico y religioso que luego influirán en el cristianismo: el dios que muere cuyo cuerpo se come en una asamblea iniciática, etc.

            En época de Platón, orfismo conlleva ciertas connotaciones de desprestigio a causa de las prácticas de chamanes y magos. En la época romana, renacen los ritos órficos con vigor, pudiéndose habar de orfismo como una religión viva. Burkert hablará de "testimonios incontrovertibles" de ὀρφικα καὶ βακχικά, misterios órficos-báquicos orientados sobre todo a una condición de bienaventuranza después de la muerte. Desde los tiempos más remotos, aparecen ambos misterios aunque el culto de Dioniso nunca tuvo un corpus doctrinal sagrado sino una tradición predominantemente oral; el dionisismo acaso pudo participar de los mitos esenciales con el orfismo. Con todo, lo único seguro, en medio de tanta duda y mezcolanza que relaciona orfismo y dionisismo, es el mito de Dioniso Zagreo según aseveración de Hernández de la Fuente, David[iii].

            El mito de Dioniso Zagreo en Nono

            Poco después, el mismo Hernández de la Fuente pasa a glosar el mito de Dioniso Zagreo tal y como nos lo transmite Nono de Panópolis en sus Dionisíacas, obra llena de noticias órficas y dionisíacas que son indicios evidentes de una religiosidad pagana en un periodo en el que ya ha triunfado en cristianismo. Nono nos brinda bastantes testimonios sobre el culto y la figura mítica de Dioniso y elabora toda una epopeya al modo homérico[iv].

            Dejando al lado la adscripción religiosa del poeta, la historia de Dioniso Zagreo es la versión del mito más amplia y detallada que tenemos y a través ella podemos suponer el papel esencial que desempeñó el mito para los misterios órficos y báquicos.

            El Canto VI de las Dionisíacas de Nono se centra aún en los preliminares de la verdadera gesta del dios. Se trata de un episodio profético que anticipa la apoteosis del segundo Dioniso (Canto XLVIII). Pero hasta llegar allí, antes nos relata la lucha primigenia entre Tifón y Zeus (Cantos I y II), las peripecias de Cadmo hasta la fundación de Tebas (Cantos III y IV), su asentamiento en la ciudad fundada y el inicio de la extirpe de Cadmo (Canto V); en ese Canto V, también anuncia la figura de Sémele y la pasión de Zeus por la misma, con la intención del dios de engendrar un nuevo Dioniso, tras la muerte de Zagreo por los Titanes.

            Y es partir de este momento (Canto VI) cuando comienza la historia de Zagreo, el primer Dioniso, e incluye la cólera de Hera. A la sazón, la encantadora Perséfone es deseada por muchos pretendientes; esa rivalidad amorosa entre dioses por Perséfone nunca fue atestiguada antes, aunque bien pudiera tratarse de una creación de Nono. Cada dios ofrece lo mejor que posee para seducirla: Hermes, su caduceo; Apolo, su lira; Hefesto, un hermoso collar; Ares, su lanza y su coraza, pero será Zeus, por medio de su astucia, quien se une a ella tras espiarla en el baño[v]. Deméter rechaza la unión de Perséfone con el padre de los dioses y encierra a su hija en una cueva. Pero el oráculo se cumple tal y como estaba predestinado: la concepción y el nacimiento de Dioniso Zagreo, κερόεν βρέφος 'retoño cornudo', el cabritillo, el primer Dioniso, el que se opone al Baco (Βάκχος) clásico, que en el texto de Nono representa la perfección frente al niño malogrado, que será sacrificado por envidia de Hera a manos de los Titanes. De modo que, según la versión de Nono, Dioniso[1] [ fue engendrado de forma incestuosa por Zeus y Perséfone (padre e hija). Esta genealogía dionisíaca puede provenir de los poemas órficos de incierta datación, pues alude a la maternidad de Perséfone, significativamente la diosa de los muertos.

            El incesto, por otro lado, es un tema recurrente en Nono; algunos han visto en ello una cierta desmesura sexual, propia de los mitos que cuenta. También se descubre el lugar de la unión entre Zeus y Perséfone, un locus amoenus apto para la teogonía muy del gusto órfico: la gruta oscura guardada por dragones, que Nono sitúa en Sicilia, siguiendo al poeta Claudiano (mediados del IV-principios del V d. C.) en el De raptu Proserpinae[vi].

            En cuanto al lugar mítico, Nono lleva la cueva de Perséfone, donde nacerá el dios niño y se iniciarán sus misterios a Sicilia, lugar marcado por la actividad ctónica de los volcanes. En cambio, la tradición predominante sitúa la acción en Creta siguiendo el mito cretense de Diodoro, en el que Demeter sobrevuela la cueva y la montaña de Dicte, donde fue escondido Zeus y se crió, y no habla del estrépito de los coribantes, en sus danzas orgiásticas, al son del entrechoque de sus escudos. Aquí Nono mezcla el mito de Dioniso Zagreo y el de Zeus Cretense, que tuvo su culto en la polis de Olimpia como dios serpiente, al parecer, el Zeus Cretogenes.

            La sima mistérica es pieza clave como el lugar ctónico donde el dios-padre-esposo sedujo ocultamente a su propia hija-madre-esposa, Perséfone.. El dios serpiente cumple su objetivo procreando el retoño cornudo, estableciéndose así el sistema de la generación circular. Dioniso Zagreo será la encarnación de un dios nacido sobre el que se va a consumar un terrible crimen, con el que se obstaculiza el asunto de la sucesión dinástica, aunque la figura del dios del vino nuevo, símbolo de la muerte de la vegetación en invierno y de su renacimiento en primavera, saldrá fortalecida en su reencarnación.

            Nono, a continuación, introduce una digresión con poco sentido aparente, el telar de Perséfone, similar al de Palas Atenea, diosa de la sabiduría, de las artes y de la artesanía, que se entretiene tejiendo. Esta actividad de la madre de Dioniso Zagreo tiene resonancias órficas, pues en el orfismo, el telar es símbolo del cosmos, de la creación, que anticipa un nuevo orden cosmológico. Nono nos dice que Perséfone se afanaba con la rueca antes de ser violada por su padre Zeus; se encontraba tejiendo el tapiz de las estaciones, cuando de repente se manifiesta el dios-serpiente y mientras que la está violando, se detiene el ciclo natural y repetitivo de la naturaleza. Se trata de una tela cósmica y circular, como los giros o las vueltas que va dando la rueda del telar, que encierra en sí todo el universo, una imagen específica del orfismo. Todos esos símbolos nos llevan al ciclo vital de la naturaleza, y es entonces cuando se introduce la serpiente, que obstaculiza por un instante el orden cósmico para engendrar al que habrá de ser el dios rey de la cuarta generación. Además, esa unión está fatalmente predestinada. Dionisio moría cada invierno y renacía en la primavera; para sus adeptos, este renacimiento cíclico, acompañado de la renovación estacional de los frutos de la tierra, encarnaba la promesa de la resurrección de los muertos.

            El Dioniso de Nono es resultado de la integración de varias figuras divinas, de orígenes y tradiciones míticas distintas, cuya resultante es una configuración trina del dios: Zagreo, por ser un dios malogrado; Dioniso (entre los romanos Baco[vii]), el nacido de Sémele, y Iaco, el Dioniso mistérico, el dios de los iniciados. Esta tríada dionisíaca, según nuestro poeta épico de la edad tardía, es similar a otras tríadas de otros cultos orientales que penetraron en el Imperio.

            Dioniso es un dios de gran complejidad y antigüedad, quizás tanta como Zeus y unido a él desde la Edad de Bronce, como señala Burkert[viii], lo que contradice la idea tradicional de un "dios que llega" de Oriente. Los griegos aseguraban que de Tracia, del culto de Sabacio. Es presumible su origen creto-micénico. En las tablillas micénicas aparece como di-wo-ni-so-jo, "de Dioniso" (Xa 102), o di-wo-nu-si-jo; éste es su nombre más usual, del que surgen varias etimologías, entre ellas la popular "hijo de Zeus". También aparecen otras referencias al dios, con otros nombres, tal vez como advocaciones, como nombres teóforos, por ejemplo e-re-n-te-re (Cn 3, 1-2). Eleuterio, el que libera; Sabacio, con connotaciones orientales, adoptado posiblemente en Atenas en época de Demóstenes; Euboleo, nombre parlante que tenía Dioniso entre los órficos. Luego están los clásicos epítetos-advocaciones del dios: Lieo el Liber de los romanos, el libertador; Bromio (del gr. βρεμειν, 'rugir'), el ruidoso o bullicioso, el bramador; Evio, el del 'evohé' o grito del culto de las ménades o bacantes para invocar a Baco; Irafiotes[ix], el Cabritillo ritual; Ditirambo (Puerta de la vida y la muerte); Lysiponos, el que libera las penas,  etc.

            Con respecto a Iaco (del gr. ant. ἼIakkhos), otro de los epítetos de la trinidad dionisiaca en Nono, está relacionado con los misterios de Eleusis, ciudad agrícola a treinta kms. al noroeste de Atenas, dedicados al culto de las diosas Deméter y su hija Perséfone, la que fuera secuestrada por Hades, el dios de la muerte y el inframundo. Iaco es la estrella de los misterios eleusinos; un Dioniso noctámbulo, mistérico y festivo, propio de la iniciación. Parece relacionado con la luz, característico de las procesiones con antorchas. Y Zagreo[x], el nacido de Zeus, metamorfoseado en serpiente, y de Perséfone, antes de ser raptada por Hades, representa el último de la trinidad en Nono. Los Titanes, malmetidos por Hera, mataron a Zagreo y echaron sus miembros en un caldero; Palas Atenea rescató su corazón, que entregó al nuevo Dioniso. El epíteto Zagreo relaciona la divinidad con un acto ritual de caza. Se trata de la visión cazadora del dios, que es activa y pasiva, un dios salvaje, que domina los animales. El tema de la muerte está presente en esta simbología dionisíaca; es inherente al nombre Zagreo la caza del animal vivo, acción previa al "despedazamiento de la víctima[xi]", el sparagmós o σπαραγμός, fase de la muerte ritual de la víctima propiciatoria, a la que siguen la omophagia o comunión con la carne cruda y la vida nueva subsiguiente. Eurípides y Esquilo relacionan a Zagreo con lo subterráneo, con lo ctónico; es el dios nocturno, myktélios; y además, con la gruta del Ida. Zagreo es el nombre apropiado para el mito del nacimiento del niño-dios en una gruta, una especie de locus amoenus para el alumbramiento divino, y lúgubre mazmorra para el crimen, un lugar de gozo y de miedo para los iniciados, que han de experimentar el mismo sufrimiento que el dios sacrificado (pathéma del gr. πάθημα, ατος, τό, 'lo que se siente').

                Después del nacimiento, Nono narra cómo Dioniso Zagreo se convierte en señor del universo. En fragmentos órficos, queda claro que la sucesión fue querida porZeus, pero Nono no lo dice. El recién nacido adopta enseguida todos los atributos paternos, el trono celestial y el trueno y se convierte así en la cuarta generación en el orden cosmogónico. Tras Urano, Crono y Zeus, Dioniso Zagreo representa para los órficos la venida del dios salvador, conocido también como Oinos (del gr. ant.  οἶνος, "el vino"). Este es un tema que se recoge y desarrolla en la teología órfica.

            Luego Nono se aparta de la teología órfica en el episodio de Ampelo: Dioniso enamorado del sátiro Ampelo (del gr. ant. Αμπελος, 'cepa de vid'), metáfora de "la viña", se dirige a Zeus y rechaza el poder que le entregó a Zagreo, y le dice que se lo entregue a otro, a Hefesto acaso. Y afirma que prefiere el amor de Ampelo, joven que simboliza la viña salvadora del hombre porque aleja las penas. Este dato, Nono lo recuerda continuamente en las Dionisíacas con significativos epítetos como lysiponos, "que alivia las penas". Y es que el autor de las Dionisíacas está mezclando varias tradiciones.

            En el episodio de Zagreo, los atributos de rey de dioses le van a durar poco al joven dios, pues la envidia de Hera favorecerá la destrucción del nuevo dios a manos de los Titanes[xii], criaturas ancestrales, "nacidos de la Tierra", que pertenecen a un tiempo anterior del mundo, símbolos de esa fuerza primigenia que emana, tal vez, de su madre la tierra.



[1]. Dioniso (de Διώνυσος Diônysos o Διόνυσος, 'hijo de dios', del gr. ant. Δίος +  en lengua tracia-frigia νυσος, 'hijo')



[i]- Mariño Sánchez, D., Injertando a Dioniso, 2014, Madrid, Siglo XXI.
[ii]. Herodoto, Hist. 4, 78-80, citado por Hernández de la Fuente, op. cit., Madrid, 2002.
[iii]. Hernández de la Fuente, David, op. cit, 2002, pág. 22.
 
[iv]. Además de las Dionisíacas, extenso panegírico del dionisismo, se le atribuye también una Paráfrasis al Evangelio de San Juan, similar en la forma a la primera, en hexámetros épicos y usando epítetos homéricos para caracterizar a Cristo, Marta o María, pero de inspiración cristiana; Nono, como parafraste del Evangelista, se aparta del lenguaje sencillo del Evangelio y usa alusiones y vocabulario dionisíaco.
            Se ha calificado desde antiguo a Nono como el último poeta pagano, aunque se ha podido testimoniar que en Egipto cristianos y paganos convivieron durante largo tiempo. La provincia de la Tebaida fue la cuna del monasticismo en ciudades como Panópolis. Los restos arquitectónicos hallados mezclan los motivos del arte copto y del paganismo clásico. Cf. Hernández de la Fuente, D., op. cit., 2002, pág. 24.
 
[v]. Nono compara la pasión de Zeus con el deseo incestuoso, la atracción física y sexual que sintió por Afrodita mientras se bañaba en la isla de Chipe: en su frustrado intento Zeus arrojó su semen sobre la tierra, y de ella nacieron los centauros.
 
[vi]. Diodoro, en su versión cretense, no cuenta lo que relato Nono y es que Zeus se une a la diosa en forma de serpiente. La serpiente y el incesto es un elemento arcaico que aparece en otros mitos teogónicos. En la interpretación "psico-mitológica" de los mitos de R. F. Newbold se ve en la serpiente un claro simbolismo sexual. Cf. Hernández de la Fuente, D., op. cit., 2002, pág. 28.
 
[vii]. Posee una doble naturaleza: una como dios de la vegetación, específicamente de los frutos de los árboles, especialmente los racimos de uvas; su segunda caracterización apunta a una divinidad del arrebato místico que inspiraba cultos orgiásticos, de los que son ejemplo las ménades o bacantes.
            Dionisio era bueno y amable con quienes lo honraban, pero llevaba la locura y la destrucción a quienes lo despreciaban a él o a los rituales de su culto. Su séquito está formado por seres divinos, sátiros, silenos y ninfas, y adoradores humanos, llamados basárides, "portadores de piel", por la forma de su indumentaria ritual con pieles de ciervo, y finalmente ménades o lenas (literalmente, "mujeres locas"). Toda esta cohorte seguía a Dionisio entrando en un estado de enajenación mediante  la danza extática y el uso del vino; eran capaces de realizar milagros, haciendo surgir del suelo fuentes de leche o vino; poseían una fuerza extraordinaria, capaz de despedazar con sólo las manos cabras, toros y seres humanos (sparagmós, descuartizamiento de la presa); el fuego no los quemaba ni las armas los herían; pero a pesar de su violencia sentían una profunda simpatía por las crías de los animales, especialmente los cabritos y los cervatillos. El nombre romano de Baco se refiere a los fuertes gritos con los que se adoraba al dios en las bacanales, frenéticas celebraciones en su honor.
 
 
[viii]- W. Burkert, op. cit., pág. 109, citado por Hernández de la Fuente, 2002.
 
[ix]. Irafiotes, 'el cabritillo' es de oscuro significado. Probablemente "el joven macho cabrío"; cf. W.F. Otto, op. cit., pág. 124, atestiguado en el Himno Homérico 33, citado por Hernández de la Fuente, 2002, pág. 34.
[x]. Según el orfismo, los hombres nacieron de las cenizas de los Titanes fulminados por Zeus porque habían descuartizado y comido a Zagreo, el niño-dios de Creta. De ahí la doble naturaleza del ser humano, mezcla del mal, por el lado de los Titanes, y del bien, por parte del dios. La purificación predicada por el orfismo les permite liberarse de la parte mala; les da la oportunidad de sucesivas reencarnaciones hasta la purificación final.
 
[xi]. Como representación simbólica de las individualizaciones que se generan desde la Unidad primordial , y también del impulso irresistible de la Tierra a ser fecundada con la sangre, cuando la fuerza del sol disminuye. Cf. Nietzsche, Friedrich, El nacimiento de la tragedia o Grecia y el pesimismo, Edición de A. Sánchez Pascual, Madrid, Alianza, 2007. pág. 19.
 
[xii]. Para Hesíodo, Océano, hijo de Urano y Gea, es el primogénito de los Titanes, que junto a Tetis, Téthys, su hermana, símbolo femenino de la potencia fecunda del mar (femenina), constituyen una pareja. Según la cosmogonía órfica, primero fue el Caos, después Océano, tercera la Noche y cuarto Urano. Cfr. Guthrie, W.K.C., Orfeo y la religión griega. Traducción de Juan Valmard, Madrid, Siruela, 2003, pág. 156.
            Hesíodo lo denomina "el ilustre río". Aristóteles lo identifica con el Atlántico. Anteriormente, en el tiempo mítico, es un anillo que circunda el disco plano de la Tierra, idea asumida por Homero, cuya función primordial es constituir el límite entre la tierra habitada y el Más Allá.
            La teogonía de las Rapsodias órficas empieza con el Tiempo (Krónos). De él surgieron Éter, Caos y Érebo. Tiempo con Éter forman un huevo, que se divide en dos y emerge Fanes. De Fanes brota la Noche y, con ella, engendró a Gea y Urano, los padres de los Titanes: Crono (Krónos), Rea, Océano, Tetis (Téthys) y los demás. Cf. Guthrie, 2003, pág. 130.
 

sábado, 23 de enero de 2016

LA TRADICIÓN MÍSTICA GRIEGA (V)

    Algunas noticias neoplatónicas sobre los misterios de Orfeo

          Siguiendo a A. Bernabé[i], un texto del filósofo neoplatónico Olimpiodoro el Joven (c. 495-570) hace referencia al mito de Dioniso y los Titanes. Esta fuente tardía pudiera remontarse al texto de las Rapsodias, la única teogonía órfica que parece citarse en los primeros años de Imperio Romano de Oriente, Bizancio, tras el decreto de Justiniano que cerró la Academia de Platón en Atenas[1]. El texto citado nos relata que, según Orfeo, tras los reinados de Urano, Crono y Zeus, llega el de Dioniso, y que por causa de Hera, los Titanes, sus guardianes, desmembraron a Dioniso, lo cocinaron y lo ingirieron como alimento. Enfurecido Zeus, los fulminó y de sus hollines, surgieron los hombres... El texto conecta la muerte de Dioniso con el origen de la humanidad; su afirmación del origen del hombre a partir de las cenizas de los Titanes es fiel al de las Rapsodias.
            Damascio, el último escolarca de la escuela de Atenas, que fue perseguido por Justiniano I, principios de siglo VI, también coincide con Olimpiodoro, cuando nos relata, en síntesis, que Dioniso se sienta en el trono de Zeus; los Titanes conspiran contra Dioniso, son castigados y los hombres son creados de los restos de los cuerpos fulminados de los titanes. Por eso, en el hombre hay una parte titánica y otra dionisiaca. En todo el pasaje Damascio, sigue como Olimpiodoro las Rapsodias. También aparece en otros textos de Proclo en que se asegura que los hombres proceden de los Titanes.
                                  Nono de Panópolis y sus Dionisíacas
            En este parágrafo seguimos esencialmente la investigación de Fernández de la Fuente, David[i]; sus análisis se centran en las Dionisiacas de Nono de Panópolis, poema épico griego de época imperial, siglo V.
            En el Canto sexto se puede leer una versión del nacimiento y muerte de Dioniso Zagreo, un mito fundamental para la religión mistérica griega, tanto la órfica como la dionisíaca. Hernández de la Fuente analiza el mito tal y como aparece en las Dionsiacas y lo confronta con lo que se sabe de la religión órfica y dionisíaca, y todo desde la perspectiva de Nono, un poeta entre pagano y cristiano, cuyas auténticas convicciones religiosas se desconocen.
            Como hemos visto anteriormente, la relación entre el culto a Dioniso y los misterios órficos es asunto muy controvertido en la historia de la religión griega. Si la vieja escuela filológica hasta Wilamowitz defendía que se trata de dos realidades completamente independientes, actualmente ha habido mudanza a la luz de los hallazgos arqueológicos tales como las laminillas de oro órficas con inscripciones, aparecidas en Olbia (Escitia), antigua colonia griega de Mileto; el papiro de Derveni y su glosa a la teogonía órfica, etc.[ii].
            En el orfismo y dionisismo, todo apunta a las relaciones que se establecen entre el culto de Dioniso, un dios contradictorio, advenedizo y antiquísimo, y el culto de Orfeo, pues ambos aseguran una recompensa en el Más Allá (metafísica).
            Dioniso, llamado también Baco, es fundamentalmente un dios vital de la naturaleza y del delirio místico; Fue educado por las ninfas del monte Nisa en el Helicón y allí inventó el vino. Dioniso, dios del vino y de la inspiración, era festejado mediante procesiones de agitadas y desordenadas multitudes, con figurantes enmascarados que aludían a los genios de la Tierra y la fecundidad. De estos cortejos, surgieron la comedia, la tragedia y el drama satírico. Baco, en el mito, se transmuta en: cabritillo, muchacha, león, toro, pantera... Y en la edad adulta, a pesar de su afeminamiento por la intervención de las ninfas en su educación, fue reconocido por Hera como hijo de Zeus y lo enloqueció, siguiendo distintas peripecias. Para las gentes de la antigüedad griega, Baco es garantía de nueva vida y simboliza la vida cíclica de la naturaleza, la primavera, la vid, la cosecha, el vino, el sacrificio... Representa una vida indestructible  evidente en la naturaleza y en la interacción del hombre con ella.
            En el anhelo de comprender la vida humana e insertarla en esos ciclos naturales, Dioniso simboliza un dios de salvación, que asegura al hombre que su vida no está limitada al nacimiento y muerte, porque también ellos se integrarán en la fuerza creadora y destructora de los ciclos de la vida, de la ζωή, de esa existencia indestructible que se opone a la vida terrena y caduca del βίος, según terminología de Kerényi[iii].
         También Orfeo, ese cantor que va y viene del reino de la muerte, lleno de enigmáticos secretos, es un personaje que actúa en la misma concepción religiosa. El secretismo de su culto se asemeja al del dios del vino, del delirio místico y del sacrificio. Los misterios se apartan de la religión oficial, aislados de la presencia del profano y aseguran a los iniciados la felicidad metafísica, a condición de conocer y guardar las reglas, seguir un βίος establecido.
                                                                                             A.T.T.







[i]. Fernández de la Fuente, David, "Elementos órficos en el Canto VI de las Dionisíacas: El Mito de Dioniso Zagreo en Nono de Panópolis" en 'Ilu. Revista de Ciencias de las Religiones, vol. 7 (2002): 19-50.
[ii]. Burkert, W., De Homero a los Magos. La tradición oriental en la cultura griega, Barcelona, 2001, cap. III: "Orfismo redescubierto", pág. 85. Destacan también los trabajos de A. Bernabé y Ana Isabel Jiménez San Cristóbal, "Las laminillas órficas de oro", en op. cit., Madrid, 2008, págs. 495 y ss., y Bernabé, A., "Las laminillas de Olbia" en op. cit., Madrid, 2008, págs. 537 y ss.
[iii]. Kerényi, Introducción a su libro Dioniso, raíz de la vida indestructible, Barcelona, 1998, págs. 13-16, citado por Hernández de Fuente, op. cit., 2002.


[1]. Olimpiorodo fue el último pagano que mantuvo la tradición platónica en Alejandría; tras su muerte, la escuela de Alejandría pasa a manos de cristianos aristotélicos y se traslada a Constantinopla.
 




[i]. Bernabé, A., "El mito de Dioniso y los Titanes", Bernabé, A. y Casadesús, F., op. cit., 2008, págs. 591 y ss.