El sueño de la razón produce monstruos

jueves, 28 de enero de 2016

LA TRADICIÓN MÍSTICA GRIEGA (VII)


         La inmolación de Dioniso Zagreo

         La muerte del primer Dioniso es el cenit del mito y en ese punto se encierra la máxima enseñanza religiosa para los iniciados en los misterios órficos. El sacrílego crimen de los Titanes marca la consagración de Dioniso Zagreo como el arquetipo de un dios sacrificado y consumido, quizás para la salvación de la humanidad, como señala el Pseudo Nono, un comentarista neoplatónico.

            También se ha de destacar que en el sacrificio del primer Dioniso el engaño de los Titanes juega un papel crucial para embaucar al niño dios y entretenerlo para asestarle el golpe mortal. Los Titanes van enmascarados para cometer el crimen. Llevan las caras pintadas de blanco con yeso, aspecto este que aparece en la literatura griega, siendo indicio indiscutible de que esta práctica se llevaba a cabo con fines belicosos. Según West[i], el yeso convertía a los guerreros en fantasmas y esto tal vez fuera realizado como un ritual entre los iniciados. Además, en la tradición órfica hay una serie de utensilios con el fin de engañar al niño dios: tabas, pelotas, trompos, manzanas, peonzas, espejos, copos... En los misterios, cada uno de esos utensilios denotaban un significado preciso, pero eran parte del tabú que no podía ser desvelado. En el relato de Nono solo figura el espejo con el que los Titanes distraer al niño hasta llevarle al sacrificio mortal.

            Fernández de la Fuente, op. cit., 2002, pág. 40, intuye que quizás la intención de Nono, al relatar, en su extenso poema épico, la vida de Dioniso y su horrendo crimen por los Titanes, fuera señalar el inicio de una catástrofe universal y un cambio de época, desde una edad ancestral y mítica a la época del segundo Dioniso o Baco, hijo de Zeus y Sémele: la renovación de la vida a través del fin de una vida; en definitiva, una transformación positiva para los hombres y la humanidad.

            El descuartizamiento del niño dios, según la tradición órfica, termina por ser cocinado; luego cuecen y asan los miembros de Dioniso, para después ser consumidos por los Titanes en una bárbara eucaristía. Pero el relato noniano no recoge todas estas aberraciones, acaso porque podían ser consideradas blasfemas; solo se narra el descuartizamiento, usando como instrumento "ese cuchillo infernal". Sin embargo, según el corpus órfico, es el humo del impío festín el que llega a Zeus, que no duda, enfurecido, de castigar a los Titanes reduciéndolos a ceniza. Quizás la razón de esta omisión esté marcada por el paganismo que impregnaba las Dionisíacas, como por el Cristianismo que recorría la Paráfrasis a Juan en un periodo ciertamente agitado.

            Existen otras versiones. Para Proclo, los Titanes dividieron a Dioniso en siete pedazos y los pusieron a asar en un trípode, dejando solo su corazón consciente[ii], que será recogido por Atenea. Aquí tenemos que subrayar el hecho de que los Titanes cocinen el cuerpo de Dioniso antes de comérselo. Luego Atenea o Apolo entregarán el corazón del niño dios a Zeus, y el dios padre engendra al segundo Dioniso, con dos versiones distintas; la primera asegura que Zeus se tragó el corazón de Zagreo y dio a luz al nuevo Dioniso de su muslo, y, la segunda, Zeus preparó una pócima y se la hizo beber a Sémele, que quedó preñada del segundo Dioniso. Y el final de la narración enlaza con el doble nacimiento mítico de Dioniso.

            Según Olimpiodoro,, citado por Hernández de la Fuente (2002: 41) Zeus se encolerizó con los Titanes y los destruyó con su rayo; de la materia llameante, de las cenizas que resultaron de ellos, nació la raza humana, portadora de una doble naturaleza, una divina, la que procede de Dioniso, el niño dios que devoraron los Titanes, y, la otra terrígena, la que procede de los Titanes. No cabe duda que Olimpiodoro recoge doctrinas órficas al considerar que el género humano procede del monstruoso crimen de los Titanes, de sus cenizas. Somos, pues, de naturaleza malvada, aunque participamos de una parte divina, la carne de Dioniso que ingirieron los Titanes en su festín.

            En Nono, el crimen de los Titanes no es el fin para Dioniso. Su muerte es el comienzo del ciclo de la vida verdadera: el final de su vida fue el inicio regenerador de Dioniso. En esta proyección se puede ver un reflejo del concepto cristiano de resurrección, porque los humanos también van a participar de esa verdadera vida gracias al vino, como señala Nono en aquellos episodios en los que el dios dispensa su bebida o sus lágrimas para consolar de sus penas a los mortales como, por ejemplo, cuando se apiada de Ágave y su familia entristecidos por la muerte de Penteo, o cuando consuela a la ménade Mete por la muerte de su marido, etc. Siempre es la muerte el motivo de aflicción que Dioniso Lieo, 'el liberador', aplaca con su bebida redentora "que alivia las penas" (Lysiponos).

            Dioniso aparece en Nono como el personaje necesario par unir al hombre con la divinidad a través de la redención, concepto esencial que la religión tradicional no había alcanzado en la Grecia Clásica. En tiempos de Nono, proliferan los cultos que prometían la salvación en el Más Allá, concepción esta que triunfará con el cristianismo. De ahí que ese Dioniso 'redentor' tenga una significación extraordinaria en ese contexto socio-cultural, mítico y religioso.

            Las transformaciones de Dioniso Zagreo en Nono

            Una innovación específica de Nono, según Hernández de la Fuente (2002: pág. 43 y ss), parecer ser esa larga digresión que relata las metamorfosis del niño dios, aunque no debemos olvidar que sus Dionisíacas son, sobre todo, un compendio de mitología. Su relato se inicia un vez que Dioniso Zagreo ha sido ya inmolado y descuartizado por los Titanes, durante las etapas que atraviesa las cuatro edades del hombre: a) edad adulta: se configura mutándose con la gallardía de Zeus, su padre, "el joven Crónida"; b) luego se transmuta en anciano, tomando la forma de Cronos, que derrama la lluvia; c) más tarde, como recién nacido, un bebé polimorfo, como no podía ser de otra forma en un dios, y d) finalmente, aparece como adolescente; ésta será la imagen que más se repetirá en las diversas iconografías plásticas y simbólicas de Dioniso.

            Las explicaciones de las cuatro edades de la humanidad es evidente si pensamos en las imágenes e iconografía desde la época arcaica hasta las figuras más tardías. Unas veces Dioniso aparece barbado y anciano; otras como un vástago renovado, aunque el icono más persistente del dios clásico-helenístico es el de un afeminado adolescente. Total, que Dioniso es un personaje mitológico que reúne en sí todas las edades del hombre. Prosigue Nono, a renglón seguido, con las mutaciones de Dioniso en distintos animales: primero, león; luego caballo y serpiente cornuda; más tarde tigre, otro de los animales que aparecen en la cohorte báquica, y, por último, toro, con el que alude a su muerte y despedazamiento a manos de los Titanes, Y los Titanes trocearon con su cuchillo el cuerpo de Dioniso, de forma taurina[iii].

            Al traer a la memoria los animales en que se transmuta Dioniso, Nono evoca el archianimal órfico: Fanes (en gr. ant. Φανης Phanês, 'el resplandeciente'), la novena metamorfosis y ahí se detiene. El número nueve connota un valor simbólico en el neoplatonismo de Porfirio, discípulo de Plotino, quien recopilara y editara Las Enéadas (en gr. Ἐννεάδες; en latín, Enneades), obra escrita por su maestro. La descripción de Fanes o Primogénito (en gr. Πρωτογόνος, 'el primero que nace') se encuentra en el filósofo neoplatónico griego Proclo, siglo V d. C., donde se le describe como mezcla de león y toro, pero también con una cabeza de serpiente. Es un dios nacido del huevo cósmico que engendró El Tiempo, deidad primigenia que constituye el origen de la procreación y la generación de todas las cosas. Se le equipara con Eros, una de las divinidades primordiales según la Teogonía de Hesíodo. Por eso Fanes es "en un mismo ser lo masculino y lo femenino" como animal primigenio que es. La descripción que hace Proclo de Fanes continúa y si se compara con algo similar en el cristianismo, se puede relacionar con los animales que nos describe el Apocalipsis de San Juan. También se puede relacionar con los animales que sirven de símbolo a los evangelistas: Mateo, un hombre con alas, el Ángel; Marcos, el león; Lucas, el toro, y Juan, el águila.

            La creación del mundo o su destrucción, en definitiva, cualquier cambio relevante en el orden del cosmos, se ve marcado por los mencionados animales en más de una ocasión, como testimonia Ovidio en el libro IV de las Geórgicas, hablando de las metamorfosis del dios Proteo (del gr. ant. Πρωτεύς Prôteús; en la Odisea, 'un dios del mar', encardado de apacentar los rebaños de focas y otros animales marinos pertenecientes a Poseidón), curiosamente el dios que invoca Nono al iniciar las Dionisíacas, que puede metamorfosearse en cualquier forma que desee: puede convertirse no solo en animal -león, serpiente, pantera, enorme jabalí, etc.-, sino en elemento, tal como el agua o el fuego; o el caso de Fanes, arcaica divinidad de la creación del mundo en la Teogonía órfica.
                                                                                     A.T.T.




[i]. Cf. M. L. West, The orphic poems, Oxford, 1983, pág. 156; cit. por Hernández de la Fuente.
[ii]. Sobre el "corazón" que es salvado del macabro festín de los Titanes se ha especulado mucho con relación a su función en los rituales. Es frecuente equiparar el "corazón" a los falos dionisíacos de las faloforías, procesiones en honor de Dioniso, el dios del vino, en las que los participantes disfrazados de animales portaban falos simbolizando la fuerza generadora de la naturaleza y se entonaban canciones de tipo burlesco. También se ha asociado con el mito de Isis y Osiris: en la cista mystica  (del gr. κίστη 'cesta o vaso sagrado utilizado en los cultos mistéricos') se guardaba lo esencial del rito: acaso el corazón o el falo. Otra versión cuenta que Apolo se hizo cargo del "corazón" de su hermano, lo llevó a Delfos, al oráculo, y expuesto en un trípode, cumplía funciones mánticas o adivinatorias del futuro.
[iii]. Cf. Nono, Dion. VI  205.
            Chuven, Nonnos de Panopolis. Les Dionysiaques III: VI-VIII, París, Belles Letres, 1992, págs. 153-4, citado por Hernández de la Fuente, trata de explicar y buscar antecedentes de estas transformaciones animales del Dios, pero todo queda un tanto confuso. En las Bacantes de Eurípides (vv. 1017-19) se mencionan el león, la serpiente y el toro. También Chuven echa mano a los oráculos caldeos y la muerte prematura de niños darían una explicación de la transmutación en caballo, pero este análisis resulta demasiado problemático.
 

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