El sueño de la razón produce monstruos

miércoles, 20 de enero de 2016

LA TRADICIÓN MÍSTICA GRIEGA (III)

El mito órfico de Dioniso* y los Titanes
 
      *En la tradición órfica a Dioniso también se le llama Zagreo, "el que vaga por la noche", Dioniso "nocturnal", el nacido de Zeus y Perséfone, cuyo culto se celebraba de noche y de forma oculta por la vergüenza que provocaba la interrelación de sexos. La coincidencia más llamativa entre los ritos de Dionisio y Orfeo es que ambos perecen desmembrados. La muerte de Dioniso a manos  de los Titanes, mientras que el bardo Orfeo murió a manos de las ménades, divinidades femeninas, que se encargaron de la crianza de Dioniso, porque aquél había rechazado el culto dionisíaco, según una de sus versiones. La partición de hombres en los ritos es más propia de los cultos órficos que dionisíacos. Cf. Jiménez San Cristóbal, Ana Isabel, "Orfismo y Dionisismo", en Bernabé y Casadesús, op. cit., 2008, pág. 710-11,. Cap. 32.

         Continuación del artículo anterior.
         El llamado El mito órfico de Dioniso y los Titanes, relataría  lo siguiente, siguiendo al profesor Bernabé Pajares:
       Zeus[i] había recibido el trono divino de su padre, Crono, al cabo de una serie de transmisiones del poder en el que no habían faltado episodios violentos. Igual que en la Teogonía hesiódica, Urano, no deja nacer a sus hijos, para mantenerse en el trono, pero fue castrado por Crono, su hijo y padre Zeus, con ayuda de la esposa de Urano, Gea. Luego Crono, con el mismo propósito de no ser destronado, engullía a sus descendientes a medida que iban naciendo, pero su pareja, Rea, ocultó a uno de ellos, Zeus, en una cueva y le dio a su esposo una roca envuelta en pañales para que la devorase. A partir de aquí, la versión órfica se apartaba de la hesiódica en varios detalles. Primero, refería que cuando Zeus creció, castró a su padre y tomó el poder sobre los dioses (OF 225), mientras que Hesíodo cuenta que los dioses le ofrecieron el poder (He. Th. 883-885) y no habla de castración; después, la tradición órfica añadía que Zeus cometió incesto con su madre Rea, y tuvo como hija a Perséfone (OF 276). Luego que se unió también a su hija y como resultado de esa unión nació Dioniso[1] (OF 280-283). Hesíodo tampoco dice una palabra sobre esta serie de incestos. A partir de este momento, hay una serie de episodios que aparecen solo en la versión órfica: Zeus decidió transmitirle su cetro a Dioniso cuando era solo un niño, pero Hera, la esposa de Zeus, que no veía con buenos ojos a un hijo nacido de otra diosa, aprovechó la envidia de los Titanes por la dignidad regia concedida a Dioniso, para instigarlos a que atacaran al niño (OF 296-300). Los Titanes eran hermanos de Crono y por ello pertenecían a las generaciones primigenias de dioses que habían sido privados del poder y no acababan de resignarse a su suerte. Dispuestos a tomar venganza del niño, los Titanes lo engañaron con diversos juguetes para matarlo, lo desmembraron, lo cocieron y lo devoraron (OF 301-317). El sacrificio de Dioniso se convierte así, en la doctrina órfica, en paradigma del sacrificio cruento, que, como sabemos, rechazaban. Zeus, como castigo, los fulminó con el rayo y de la mezcla del fuego del rayo, de las cenizas y de la sangre de los Titanes con la tierra en que cayeron, surgieron los seres humanos.

       Del origen de los hombres, que de este relato se desprende, y en esto seguimos al profesor Bernabé[i], se pueden sacar varias consecuencias: a) dado que los hombres proceden en parte de los dioses (Dioniso y los Titanes lo son) y en parte de la tierra, adoptan una doble naturaleza, una inmortal y divina, el alma, y la otra mortal y corruptible, el cuerpo; b) también el alma humana tiene un componente divino positivo, de origen dionisíaco, y otro negativo, herencia de los soberbios y poderosos titanes, los que precedieron a los doce dioses olímpicos, los que capitaneados por Zeus fueron vencidos en la Titanomaquia o guerra de los Titanes/Titánides; c) el alma de los hombres, anterior a la génesis de la especie, fue contagiada por el crimen de los titánidas, una gravísima mancha que los hombres reciben de sus progenitores y que debía ser expiada por medio de algún sacrificio. La purificación del alma humana, por la magnitud del crimen cometido, durará un largo espacio de tiempo, que excede el trayecto de una sola vida. De ahi que la incorporación del alma a un cuerpo, la expiación y purificación a la muerte de éste, sea repetitiva por cuantas veces sean necesarias hasta alcanzar la liberación; se trata de la metempsícosis o transmigración de las almas que van y vienen del Más Allá a nuestro mundo y viceversa. El alma, en sus existencias terrenales, los cuerpos en los que se encarnan son como sepulcros, hasta que alcanzan definitivamente la liberación.
            Para los órficos, todo hombre debe ser iniciado en los misterios dionisíacos, llevar una vida de rigurosa pureza sin contaminarse con seres muertos y participar en determinados ritos hasta lograr la liberación final y poder llevar una vida dichosa y llena de felicidad (εὐδαιmon o plenitud de ser) en el Más Allá. Los ritos religiosos órficos (τελεταί) son actos de desagravio por los daños causados por los Titanes/las Titanides, por un lado, a Perséfone, hija de Zeus y de Deméter, que fue raptada por su tío Hades, con la complicidad de su padre Zeus, y se convirtió en reina del Inframundo, y por otro, al mismo Dioniso[1], descuartizado, cocido, asado y devorado por los Titanes, dios que tuvo que volver a nacer, parido por Zeus de su propio muslo.
            A principios del siglo XX, se pone en cuestión la existencia de este mito que fundamentaba las creencias órficas, aunque posteriormente se rectificó[ii].
                                                                A.T.T.
Nota del autor.
Uno de los amores de Zeus fue Ío, que era sacerdotisa precisamente de la diosa Hera en Argos. Se dice que, para seducirla sin que se diera cuenta su esposa, Zeus se metamorfoseó en nube. Después Zeus, temiendo los celos de Hera, convirtió a Ío en ternera blanca. Pero, a pesar de todas estas precauciones, Hera sospechó y le exigió a su esposo que le entregara aquel precioso animal. Una vez en su poder, para que Zeus no se volviera a acercar a su amante, la sometió a la férrea vigilancia del guardián Argos, el de los cien ojos, quien siempre tenía abiertos cincuenta, mientras los cincuenta restantes dormían. Pero esta situación no duró mucho, porque Zeus, apiadado de la joven, envió al mensajero de los dioses para que matara al guardián. Hermes consiguió matar a Argos tras haberle dormido con su mágico caduceo los cincuenta ojos que permanecían vigilantes.
            Hera, al enterarse de lo ocurrido, rindió un último homenaje a su fiel servidor colocando sus cien ojos en la cola del pavo real, animal consagrado a la diosa. Y, por otro lado, hizo que un tábano persiguiera a la pobre ternera-Ío, que, huyendo del insecto, fue a parar a Egipto, donde finalmente cesaron sus tormentos y pudo dar a luz al hijo concebido con Zeus: Épafo, futuro rey de Egipto. Épafo se casó con Menfis, hija del río Nilo, y juntos engendraron a Libia, que tuvo un hijo con Poseidón: Agénor

            El rapto de Europa: Agénor y su esposa Telefasa reinaron en Fenicia y tuvieron cinco hijos: Cadmo, Fénix, Cílix, Taso y Europa. Todo iba bien hasta que un día la princesa Europa, jugando en la playa de Tiro con sus amigas, vio un precioso toro blanco y manso en la orilla y se subió a su grupa. El toro, que no era otro que Zeus metamorfoseado, se lanzó al mar sin que a Europa le diera tiempo a reaccionar y no le dejó bajar hasta que llegaron a la isla de Creta, donde la dejó embarazada de Minos, Radamantis y Sarpedón. Cuando el rey Agénor supo de la desaparición de su hija, ordenó a sus cuatro hijos varones que fueran en su busca y que no regresaran con las manos vacías.

            Cadmo y la fundación de Tebas: El primogénito, Cadmo, partió en dirección a Grecia y buscó infructuosamente a su hermana durante muchos años. Desesperado y agotado, decidió acudir al oráculo de Delfos, para preguntarle a Apolo dónde se hallaba Europa. Para su sorpresa la Pitia no respondió exactamente a su consulta, sino que le aconsejó que, al salir del oráculo, siguiera la primera vaca que viera y que allí donde ésta se desplomara por agotamiento fundara una ciudad. Algo aturdido por la respuesta, salió del templo y vislumbró una vaca que se había alejado del rebaño. Ni corto ni perezoso empezó a seguir al animal, como le había ordenado la Pitonisa. La vaca recorrió toda la Fócide y prácticamente toda Beocia sin detenerse, pero, de pronto, cayó desplomada. Cadmo envió a sus sirvientes a por agua a la fuente más cercana, para poder purificarse y realizar los ritos fundacionales, pero, al observar que sus hombres no regresaban, se dirigió él mismo a la fuente. Allí se encontró con un panorama desolador, un dragón hijo del dios Ares había devorado a sus sirvientes, pero Cadmo le hizo frente y consiguió matarlo. La diosa Atenea se le apareció inmediatamente a Cadmo y le aconsejó que le arrancara los dientes al dragón y los sembrara en la tierra. El hijo de Agénor obedeció y, al instante, nacieron de la tierra los “Espartoi”, es decir, los “Hombres sembrados”. ¡Sorprendente nacimiento!

            Eran hombres tan violentos y fuertes, que, en cuanto se vieron las caras, empezaron a matarse los unos a los otros. Cadmo, atónito, intentó poner paz entre ellos, pero sólo consiguió salvar a cinco: Equión, Udeo, Ctonio, Hiperenor y Peloro. Por fin Cadmo, con la ayuda de estos “espartoi”, pudo fundar una ciudad, Tebas, y construir su ciudadela o acrópolis, a la que llamó la Cadmea. Sin embargo, antes de reinar en ella hubo de expiar la muerte del Dragón de Ares poniéndose al servicio del dios durante ocho años. Una vez cumplida esta penitencia, los dioses, para compensarlo de tantos sufrimientos, le dieron por esposa a la bella Harmonía, hija de Afrodita y Ares, y ambos, por fin, pudieron reinar en Tebas. Cadmo y Harmonía tuvieron seis hijos: Autónoe, Ino, Ágave, Sémele, Polidoro e Ilirio.

            Zeus y Sémele: Pero, una vez más, todos los problemas comenzaron cuando Zeus se enamoró de Sémele. En cuanto Hera se enteró de que su esposo visitaba a la joven todas las noches, se hizo pasar por anciana y le aconsejó que desconfiara de su amante, que, si de verdad era un dios, se lo demostrara. Sémele, que hasta el momento no había dudado de la palabra de su amado, empezó a recelar. Cuando esa misma noche se presentó Zeus en su casa, ella le pidió que se le mostrara como dios. Zeus intentó negarse, pero tal fue la insistencia de la muchacha, que no le quedó más remedio que mostrarse en todo su esplendor. Como era el dios de los rayos y de los truenos, la pobre Sémele cayó fulminada por uno, pero Zeus consiguió al menos salvar a la criatura que la princesa llevaba en su seno: le abrió el vientre, extrajo el feto de siete meses y se lo introdujo en su propio muslo, para que allí pudiera completar la gestación…Y, en efecto, dos meses después, del muslo de Zeus nació el pequeño Dioniso.

            Pero los primeros años de vida de Dioniso no fueron fáciles. Para protegerlo de los celos de Hera y de la maledicencia de sus tías, que habían extendido el rumor de que el amante de Sémele había sido un simple mortal, Zeus envió al pequeño fuera de Grecia. A medida que fue creciendo, lo fueron reconociendo como dios en toda Asia, pero, deseoso de ser reconocido en su patria, se dirigió a Tebas.

            Durante su ausencia, Polidoro, el hijo de Cadmo, había sucedido en el trono a su padre y, tras su muerte, su sobrino Penteo, hijo de Ágave y el “espartós” Equión, ocupó la regencia, pues Lábdaco, hijo de Polidoro y sucesor legítimo, era demasiado pequeño.

            En cuanto Dioniso llegó a Tebas, las mujeres, incluída Ágave, hermana de Sémele y madre de Penteo, cayeron rendidas a su poder y, en trance, empezaron a celebrar los ritos báquicos en el monte Citerón. Luego el dios haciéndose pasar por extranjero intentó convencer a Penteo de que le rindiera culto, pero éste se negaba. Mas, cuando Penteo se enteró de lo que sucedía por las noches en el monte, no pudo evitar  ir a espiar y Ágave, que se hallaba en éxtasis báquico, al verlo, lo confundió con un animal y descuartizó a su hijo con sus propias manos. Esta terrible historia nos la recrea Eurípides en una impresionante tragedia: Bacantes. [...]

            Cf. Tenorio Tenorio, Alejandro, La aniquilación de casa de los Labdácidas en Antígona, Madrid, Trabajo de Investigación de Doctorado, texto inédito, dirigido por Dra. Dña. Eva Aladro Vico,  Facultad de Ciencias de la Información, UCM, 2010.





 
 
 
 




     



[1]. Se han señalado tres variantes del mito esencialmente en lo referente a la muerte y vuelta a la vida de Dionisio.



[i]. Bernabé, A., op. cit., 2011, págs. 146-14.
[ii]. Entre otros, Wilamowitz-Moellendorff, 1931; Linforth, 1941; Dodds, 1951. Posteriormente volverán a defender la existencia del orfismo Burkert, 1985, 297 s. y Sorel, 1995, entre otros, todos citados por Bernabé, "El mito órfico de Dioniso y los Titanes", en Bernabé, A. y Casadesús, F., op. cit.,  2008, págs. 591 y ss. Cap. 27.



 

 
 

 
 

 
 

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