El sueño de la razón produce monstruos

lunes, 29 de abril de 2013

Fenomenología del FAUSTO de Johann Wolfgang von Goethe (II)


Joaquín Sorolla, Otra Margarita, 1892.


       Margarita, en Fausto I, afirmará que ha ahogado a su hijo, pero lo dice en un momento cercano a la enajenación mental y la locura y mezclando su relato con la canción popular Der Machhandelbaum, de ahí que se nos vele si se trata de un aborto provocado o de la muerte de un neonato.

       Margarita acusará a los verdugos: -"toda la noche he estado acariciándolo: me lo quitaron para hacerme daño y ahora dicen que lo maté"-; estás palabras de Fausto I nos llevan a plantearnos si Margarita es acusada de infanticidio, pero ¿es ella la infanticida?

            El cuento popular alemán Der Machhandelbaum relata cómo una madre mata a su hijo, el padre se lo como asado y la hermana entierra sus huesos junto a un enebro. De allí surge un pajarillo que se venga contra los asesinos y se transforma en el niño sacrificado.

Fenomenología del FAUSTO de Johann Wolfgang von Goethe (I)


               INTROITO
           Para toda época y todo lector, siempre subyacen en Fausto los interrogantes de qué lleva a los hombres a pactar con el diablo; qué es tan preciado y deseable por el ser humano que se haga conveniente una alianza con las fuerzas de la oscuridad.
            Goethe tardó más de sesenta años en resolver ese dilema. Cuando terminó su ficción sobre el mito fáustico, nuevos aires corrían por Europa: en Francia, la revolución hizo rodar la cabeza del rey; en los estados de habla alemana, las monarquías temerosas, hacen cambios políticos, sociales y económicos, y los pensadores siguen a la plácida sombra de los príncipes y el pueblo no había llegado aún a la "mayoría de edad" como definió Kant a la Ilustración: el campesinado, súbdito de las monarquías, les bastaba asegurar su subsistencia.


               FAUSTO I
            Sin duda, plantea un proyecto de liberación acorde con el ambiente intelectual de la época: una liberación individual caracterizada por la acumulación de experiencias y apoyada en una esperanza implícita y la convicción en la armonía entre el alma y el mundo.
            El doctor Fausto sale de su estudio de libros apolillados hacia el sol de primavera con la confianza de llevar consigo la semilla de la plenitud.
            El precio del pacto con el diablo es la armonía del individuo y la totalidad, aunque no una armonía filosófica y abstracta, sino la efectiva y gozosa encarnada en la propia vida.

            FAUSTO II
            La perspectiva del Fausto II es muy distinta. La historia deja de sentirse como un drama con nudo y desenlace y se sigue como una gruesa novela decimonónica. El Estado moderno, fruto de las revoluciones, se ha articulado como un poder al que todos tienen acceso, pero sobre el que nadie tiene el control. Las monarquías dejan de justificarse en Dios y aparecen como garantes de unas leyes y unas instituciones que garantizan un marco estable para la acumulación de capital.
            El doctor Fausto abandona todo lo relativo a su formación individual; su proyecto ha pasado a ser colectivo. El precio por el pacto con el diablo es la gestión de una comunidad en una nueva tierra, incentivada por la conquista de la riqueza, aunque el entorno siempre precario no dejará de descansar definitivamente.
            Detrás del primer Fausto están los delirios de grandeza de un Ego agraviado por la fortuna; tras el segundo Fausto se oculta una utopía capitalista y colonial.
            Goethe, en su Fausto, intenta justificar el pacto con el diablo, y para ello nos muestra las tendencias cambiantes de la mentalidad de su época. De hecho, la ruptura formal que aparece en el drama expresa, nada más y nada menos, que una quiebra histórica lo que trajo consigo un profundo cambio en el ejercicio de poder.
            Goethe, entre tanta búsqueda, encuentra una certeza: Dios no se sirve del diablo para que el hombre, rechazando el mal que este encarna, haga un buen uso de la libertad y se salve. Dios emplea al diablo para que el hombre afronte empresas que valgan la pena. Esa certeza, afirma Miguel Salmerón[1], queda constatada por medio de la dilatada creación de la obra.

           La tradición literaria faustiana se remonta a 1587 cuando el editor Spiess publica Historia von D. Johann Fausten y continúa con La verdadera historia del doctor Fausto, 1599, de Georg Rolf Widmann. Hasta 1810 no se publica la espléndida variación sobre Fausto de Cristopher Marlowe: The tragical history of doctor Faustus (1587-1593).



[1]. Goethe (2007), Fausto, Madrid, Austral teatro, pág. 21.

viernes, 19 de abril de 2013

Un descubrimiento apasionado, 300 años después






“… En cuanto a la letra, no la he visto mejor de mujer, y lo que encargo es que se acuerde Vuesa Merced de mi estando ausente y para que se han de gastar entre los dos circunloquios porque es mi afición tanta a Vuesa Merced que me abraso en amores, y así querida mía, digo, así en ausencia como en presencia siempre me abraso…”. Toledo, 19 de octubre de 1700.


Del hombre que escribía estas apasionadas líneas en octubre de 1700 solo sabemos el nombre: Don Alfonso de Vargas y Montes. De la destinataria de tan sentidas palabras sabemos un poco más, pero poco. Se llamaba María de Sierra y vivía en la vieja judería de Toledo, en la calle San Miguel de los Ángeles, cerca del Taller del Moro, en una de esas zonas de la ciudad donde sus tortuosas calles de piedra susurran historias. A los dos se les supone cierto nivel social, a uno por el lenguaje que emplea, a la otra por la dimensión y ubicación de la casa que habitaba.

Don Alfonso y Doña María vivían en los últimos días de Carlos II, el último rey Austria, El hechizado. Su ciudad era una ruina, el recuerdo triste de una época en la que ya era capital del reino, y tampoco era un hervidero cultural para esas tres culturas -hebrea, cristiana y musulmana- que convivían en paz.

En esa casa, en esa calle, vive hoy Marina Riaño, una profesora de francés jubilada que acometió reformas en su casa hace unos años. Escondida tras el vetusto artesonado de una de las habitaciones, a unos 30 centímetros de profundidad, allí donde se guardan los secretos, apareció, bien enrollada como un billete, la carta de don Alfonso.

En la carta estaban ilegibles algunas partes, pero en general se conservaba en muy buen estado. Riaño no le dio importancia al hallazgo, la guardó todo este tiempo sin decírselo a nadie. Pero hace unos meses se lo pasó a Manuel Palencia, un historiador e investigador toledano que transcribió la carta y dio a conocer el hallazgo.

“He estado investigando para ver si podemos saber la historia de los protagonistas, pero los apellidos son muy comunes en Toledo desde siempre y va a ser difícil. Se puede inferir que se trata de un amor prohibido, pero poco más”, explica Palencia, que dirige la Asociación Cultural Cuéntame Toledo, que se encarga de buscar nuevos encantos que la ciudad pueda mostrar al mundo.

El amor de Alfonso y María pervive 300 años después, solo con papel y tinta. Igual se está desvelando ahora un secreto muy bien guardado por ambos. La investigación seguramente conseguirá, con el tiempo, contar la historia de estos amantes que se han negado -quizá involuntariamente- a caer en el olvido.

                                                 De El País, viernes, 19 de abril de 2013

sábado, 6 de abril de 2013

El Romanticismo alemán y la formación del Idealismo (II)





Caspar David Fiedridh, Caminante ante un mar de niebla
(Hamburgo, Kunsthalle)
Friedrich expresa aquí de manera emblemática la figura que encarna el romántico Wanderung 
(“el caminar por el mundo”), impulsado por el deseo indefinible de acercarse al infinito, de ensimismarse en la naturaleza en un abrazo casi cósmico.

                Friedrich Hölderlin (1770-1843) y la divinización de la naturaleza.
            Los temas románticos que resuenan en Hölderlin son el amor por la Antigua Grecia, la primacía espiritual de la belleza y de la poesía como únicos medios capaces de captar lo Infinito-Uno, el intenso sentimiento de permanencia a este “Todo” y la divinización de la naturaleza, entendida como origen de Todo (dioses y hombres).
            Su novela Hiperión o el eremita en Grecia (1797-1799) es una especie de novela de formación escrita en estilo epistolar, cuyo protagonista se forma en el caminar por el mundo (la Wanderung romántica). Hiperión es un griego del siglo XVIII que desea luchar por la independencia de su patria en poder de los turcos, y a favor del resurgir de la antigua Grecia. Pero se da cuenta de que los griegos de su época son muy diferentes a los antiguos. A esta amarga desilusión se añade la muerte de su amada Diotima, después de lo cual Hiperión se refugia en Alemania, donde solo encuentra una total incomprensión. Únicamente encuentra la paz cuando se refugia en el seno de la naturaleza divina. Schelling partirá precisamente de esta concepción de la naturaleza para superar a Fichte.
            Sufrió un desequilibrio mental con graves crisis y, a partir de 1806, su estado fue permanente. Su trágico destino le llevó a vivir apartado de todos y después de incertidumbres e incomprensiones, actualmente se le considera uno de los mayores poetas alemanes. Su obra fue definitivamente revalorizada por el filósofo Heidegger (1889-1976).
        


            Friedrich von Hardenberg Novalis (1772-1801) o del idealismo mágico al cristianismo como religión universal.
            Considerado la voz poética más pura del Renacimiento, también fue pensador de inferior importancia, llegó a decir que “el mundo se convierte en sueño, el sueño en mundo”. Su “idealismo mágico”, en Fragmentos, es su gran novedad. Fichte opone al realismo el idealismo gnoseológico-metafísico. El realista convierte en prius al objeto y trata de deducir de éste al sujeto; en cambio, el idealismo considera que el prius es el “yo” y el sujeto, y trata de deducir de él el objeto.

            Johann Gottlieb Fichte (1762-1814) replanteó la filosofía trascendental de Kant transformando el yo pienso kantiano, de mera función unificadora, en actividad creadora. De este modo funda el idealismo moderno. La clarividencia que le llevó a crear una nueva filosofía, consistió en la transformación del yo pienso kantiano en un yo puro, entendido como pura intuición que se autopone, se autocrea, y al ponerse a sí misma esa intuición, crea toda la realidad. Además identifica la esencia de este “yo” con la libertad. Fichte insistió reiteradamente que sus sistema no era sino la filosofía de Kant expuesta mediante un procedimiento distinto al de aquél.. Sin embargo, Kant no se reconoció en la “doctrina de la ciencia” de Fichte. Kante no se equivocaba cuando afirmó: al poner el “yo” como primer principio y al deducir de él la realidad, Fichte creo el idealismo.
            El YO fichteano es el principio originario y absoluto de toda la realidad y se caracteriza esencialmente como ACTIVIDAD que ante todo SE PONE A SÍ MISMA, y, luego, pone TODAS LAS COSAS; de este modo, el YO ES CONDICIÓN INCONDICIONADA de si mismo y de la realidad.
            En la metafísica anterior a Fichte, LA ACTIVIDAD, EL OBRAR, SE CONSIDERABA SIEMPRE CONSECUENCIA DEL SER (operari, seguitur esse); el ser era condición del obrar; la acción se sigue del ser de la cosa; para que una cosa actúe primero tiene que ser; el ser es la condición del actuar. El Idealismo fichteano, en cambio,  da la vuelta al antiguo axioma y afirma que esse sequitur operari: lo cual significa que la acción precede al ser, EL SER ES EL PRODUCTO DE LA ACCIÓN, el ser se deriva de la acción, y no a la inversa. Y, de este modo, EL YO PIENSO KANTIANO, que era la estructura trascendental del sujeto, se convierte en Fichte en actividad, autointuición (aquella intuición intelectual que el mismo Kant consideraba imposible para el hombre), autoposición de la que se deducen todas las cosas; es decir, el YO FICHTEANO es aquella intuición intelectual que Kant consideraba imposible que el hombre poseyera, porque coincidía con LA INTUICIÓN DE UN ENTENDIMIENTO CREADOR. La actividad del yo puro es, en sentido estricto, autointuición, en cuanto autoposición. Fichte llega incluso a utilizar la expresión “yo en sí” para indicar el “yo” como condición incondicionada, que no es un hecho, sino un acto, una actividad originaria. La actividad El yo absoluto no es el yo del hombre individual, al cual pertenece un yo, siempre y en todo caso limitado por el “no yo”.  
            Análogamente, Novalis, seguidor de Fichte, considera el realismo mágico como el antiguo naturalismo ocultista, aquel naturalismo que veía de modo predominante la magia en el objeto. Por el contrario, el idealismo mágico considera la magia auténtica en que la inconsciente actividad generadora del “yo”, engendra el “no yo”. Su novedosa concepción idealista de la realidad es la auténtica concepción mágica, porque muestra cómo todo procede del espíritu, cómo este domina todas las cosas y es un poder soberano absoluto. “Yo = no yo” es la tesis suprema de todas las ciencias. Este es el principio fundamental del “idealismo mágico”[1].
            En la naturaleza y en la divinidad, al igual que en el “yo” existe una idéntica fuerza, un idéntico espíritu. La filosofía es magia, pero el arte lo es aún más. “La poesía capta realmente lo absoluto, es lo absoluto: “La poesía es lo real, lo real verdaderamente absoluto. Este es el núcleo de su filosofía”[2].

            Friedrich Daniel Ernst Schleiermacher (1768-1834): la interpretación de la religión, el relanzamiento de Platón y la hermenéutica.
            Fue el creador del concepto romántico de religión como sentimiento de dependencia radical de la Totalidad.
            “Toda intuición deriva de un influjo del objeto sobre el sujeto que intuye, de una acción originaria e independiente que realiza el objeto y que el sujeto acoge, comprende y concibe en conformidad con su naturaleza”.
            En consecuencia, la intuición es la acción de lo infinito sobre el hombre; el sentimiento es la respuesta del sujeto: su estado de ánimo, la reacción de la conciencia. Este sentimiento que acompaña a la intuición de lo infinito es un sentimiento de total dependencia del sujeto con respecto a lo infinito. El sentimiento religioso, pues, es un sentimiento de “dependencia total” del hombre (finito) con relación a la Totalidad (infinito). La religión, pues, es una relación entre el hombre y la Totalidad originándose un sentimiento de plenitud.
            Con el tiempo, Schleiermacher considerará el cristianismo como religión preferente y concede a Cristo un papel de Mediador y Redentor con rasgos divinos que al principio le negó.
            Al considerar la religión como intuición del infinito, se produce en su obra un relanzamiento de Platón y se le considera como un precursor de la Hermenéutica actual, como técnica de comprensión e interpretación de los escritos, especialmente las Sagradas Escrituras. También defiende que el conocimiento como tal se caracteriza por una comprensión global de la estructura interpretativa. Hay que comprender el todo para poder entender cada una de sus partes y sus elementos constitutivos.



[1]. Novalis escribió la novela Los discípulos de Sais: “A uno le cupo la oportunidad de levantar el velo de la diosa de Sais. Y bien, ¿qué vio? Se vio –maravilla de las maravillas- a sí mismo.”
[2]. En ese concepto se basa la novela inconclusa Heinrich von Ofterdingen, en la que se mezcla el ensueño y realidad, poesía y prosa. La novela cuenta la historia del joven Heinrich, que busca la “flor azul” que un día vio en su sueño y que desde entonces siempre ha añorado.
            El inglés romántico Samuel Taylor Coleridge (1772-1834) expresa esa misma idea así: “¿Y si durmieras? ¿Y si en tu sueño, soñaras? ¿Y si soñaras que ibas al cielo y allí recogieras una extraña y hermosa flor? ¿Y si cuando despertaras tuvieras la flor en la mano? ¿Oh, entonces qué?”.

jueves, 4 de abril de 2013

El Romanticismo alemán y la formación del Idealismo (I)


            La añoranza de algo lejano e inaccesible fue típica de los románticos; algunos también añoran los tiempos pasados (E. Media), revalorizada tras la Ilustración, y las culturas lejanas de Oriente y sus misterios. Se sintieron atraídos por la noche, el amanecer, por viejas ruinas y por lo sobrenatural, es decir, los “lados oscuros” de la existencia, lo enigmático, lo tétrico y lo misterioso.
           
            El Romanticismo fue, ante todo, un fenómeno urbano, cuando en Europa florecen muchas ciudades, especialmente en Alemania, Eran jóvenes, muchos estudiantes, con mentalidad antiburguesa. La primera generación de románticos viven su juventud hacia 1800; es la primera insurrección juvenil de Europa. Quieren vivir la vida o soñar para alejarse de ella. Muchos de ellos murieron jóvenes, a veces a causa de la tuberculosis. Algunos se suicidaron. Los que llegan a viejos dejan de ser románticos hacia 1830 y muchos se vuelven muy burgueses y conservadores.

            El enamoramiento romántico y la actitud del amor inaccesible fue introducido por Goethe en su novela epistolar Los sufrimientos del joven Werther (1772). El joven acaba pegándose un tiro porque no consigue a la mujer a la que ama. Con ese fin, pone de moda el suicidio y el libro tuvo que prohibirse en algunos países. Con el Romanticismo se ponen en marcha fuertes sentimientos.

            En arte aparecen las pinturas de paisajes, bosques misteriosos y naturaleza salvaje envuelta en niebla. De ahí que uno de los rasgos del romanticismo fue precisamente la añoranza de la naturaleza y la mística de la misma. Roosseau lanzó el lema: “vuelta a la naturaleza” que triunfa en el romanticismo. Se reacciona contra el universo mecanicista de la Ilustración, lo que implica un renacimiento de la antigua conciencia cósmica.

            La naturaleza se considera una unidad y así los románticos conectan con Spinoza, pero también con Plotino y los filósofos del Renacimiento como Jacob Böhme y Giordano Bruno. Todos ellos coinciden en la vivencia de un “Yo” divino en la naturaleza. Eran panteístas. Tanto Descartes como Hume distinguen claramente entre el “yo” y la “realidad extensa” (el espacio sin cuerpos y sucesión sin sucesos: extensión pura kantiana). También Kant separa tajantemente el “yo” que conoce y la naturaleza “en sí”.


Caspar David Fiedridh (1770-180), Abadía en el robledal

(Berlín, Staatliche Schlösser und Gärten).

Este cuadro expresa bien el clima espiritual del romanticismo en sus aspectos de sentimiento de “pánico” de la naturaleza, gustos por las tonalidades crepusculares y nocturnas, sentido del misterio, 
revalorización de la religión.
 

(File:Caspar David Friedrich Eldena Ruin.jpg)

Caspar David  Friedrich,  Ruinas del Monasterio de Eldena.