El sueño de la razón produce monstruos

jueves, 26 de mayo de 2011

Escalofrío de horror en los relatos de Poe.

La fama de Poe radica actualmente sobre algunos de sus cuentos, donde combina el intelectualismo y el horror.
Algunos aparecen más como balada poética, como es el cuento titulado El hundimiento de la casa de Usher (The fall of the house of Usher), que efectivamente contiene una poesía inserta; en otros, el efecto poético deriva de lo imaginativo, como en Rey Peste (King Pest).
Con todo, lo que destaca siempre es una imagen central, vagamente simbólica, como El pozo y el péndulo (The pit and the pendulum), o el que crea un punto máximo de terror, La verdad sobre el caso del señor Valdemar (The facts in the case of mister Valdemar), sobre un hombre que murió hipnotizado, y hasta que no le sacaron de su hipnosis no se corrompió y siguió hablando desde más allá de la muerte.
Los cuentos de humor suelen ser muy inferiores, como El escarabajo de oro, y, con carácter de caso lógico, La carta hurtada, sobre el principio de que el mejor modo de esconder un documento es ponerlo en el sitio más evidente; y Los crímenes de la rue Morgue (The murders in the rue Morgue), precursor del género policiaco, como deducción lógica sobre el autor de los crímenes…
Entre los cuentos más famosos de Poe hay que citar, sin duda, El corazón delator (The tell-tale heart), breve monólogo en el que un criminal acaba confesando su delito por la obsesión de los latidos de su corazón, que no dejan de perseguirle.
Un relato más largo que los anteriores es La narración de Gordon Pym (The narrative of Arthur Gordon Pym, 1837), impresionante descripción de un viaje, de macabra fantasía; aquí hay que recordar la aparición del buque fantasma con un vigía que parece sonreír cabeceando, hasta que su proximidad destaca que es un cadáver y las aves marinas le han picoteado las mejillas descarnizándoselas, dándole una horripilante apariencia de sonrisa. También es lógica la inversión radical que se da en el país que encuentra Pym en el polo sur: hace calor; los habitantes son negros y se horrorizan al ver algo de color blanco. Podríamos seguir con otros cuentos como el angustioso El entierro prematuro, pero nos alargaríamos demasiado, de modo que ahora pasamos a las conclusiones:

CONCLUSIONES
1ª. Edgar Allan Poe murió todavía joven, después de una agitada vida marcada por la desgracia, y de Nueva Inglaterra odió la literatura de tradición puritana como el transcendentalismo de Emerson.

De su obra, propia de un virtuoso intelectual, brilla el horrendo contraste entre la claridad lógica y el misterio siniestro; y de sus análisis de los mecanismos poéticos. Poe fue visto por Baudelaire y otros poetas afines como un creador que salía del Romanticismo, y preparaba el camino para otros movimientos literarios más originales del siglo XX: simbolismo, el arte por el arte, parnasianismo, poesía pura, etc. Además algunas de sus creaciones constituyen el resultado más universal de la literatura norteamericana de su época.

2ª. A pesar de todo, Poe uno de los más afortunados escritores modernos en lo que respecta a la influencia de su obra en el mundo. En Francia sus cuentos deslumbraron al poeta más grande del siglo XIX. Charles Baudelaire además de traducirlo al francés en una recreación extraordinaria, sus traducciones fueron decisivas para la popularidad que alcanzó la obra de Poe en Europa.

3ª. Edgar Allan Poe, el poeta y cuentista norteamericano, en español, tuvo el privilegio de que toda su prosa fuera traducida por Julio Cortázar, uno de los mejores escritores de nuestra lengua y un traductor excepcional, trabajo al que dedicó dos años de su vida.
La traducción de los cuentos que hizo Cortázar de su admirado Poe, así como de los ensayos y novelas cortas, merecen figurar entre las obras maestras de la literatura contemporánea en lengua española, del mismo modo que la traducción de los cuentos de Poe por Baudelaire se reconoce como uno de los monumentos literarios de la lengua francesa.

4ª. Cortázar, con una maestría absoluta en el dominio del inglés y el español y un conocimiento profundo de la obra de Poe, pone de manifiesto la pasión intelectual de Cortázar por el mundo, la fantasía, los fantasmas y los traumas con los que el genio de Poe construyó su obra. En su traducción, Cortázar consigue recrear dentro del espíritu de la lengua de Cervantes y de Borges el lenguaje de Edgar Allan Poe, encontrando equivalencias lingüísticas y reconstruyendo dentro del español las peculiaridades estilísticas inglesas y la riquísima orfebrería léxica con que Poe redacto todos sus textos. Vargas Llosa afirma que como todas las grandes traducciones, la versión que nos ofrece el autor de Rayuela de la obra del norteamericano pertenece tanto a Poe como al propio Cortázar.

5ª. La traducción de Cortázar examina con erudición el mundo de Poe, sus fuentes, la manera como la vida de este personaje perseguido por el infortunio y los reveses le llevaron a volcarse en las alucinaciones y pesadillas de sus cuentos macabros y en las aventuras y desventuras extraordinarias que elaboró su imaginación. Cortázar hace una defensa de la literatura fantástica, género que el mismo Cortázar cultivó con la misma originalidad como la que practicó el mismo Edgar Allan Poe. Lo mismo que Baudelaire, a Julio Cortázar Edgar Allan Poe no solo aceptó el placer de su lectura, sino que su obra fue un espejo que le permitió observar su propia alma.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Edgar Allan Poe “en su matemática tiniebla”


Quien quiera comprender la tradición poética europea del siglo XX deber detenerse en la lectura de Matemática tiniebla. Genealogía de la poesía moderna. Editado por Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, reúne una colección de ensayos seleccionados por el también poeta, ensayista y narrador Antonio Marí (1944) que documentan el decisivo influjo de Poe en el genio poético de Baudelaire, Mallarmé, Valéry o Eliot.

La obra recoge cuatro ensayos de Edgar Allan Poe en los que el narrador estadounidense plantea su concepción de la poesía; seguidos de veinticinco textos de Charles Baudelaire, Stéphane Mallarmé, Paul Valéry y T. S. Eliot, que reflexionan sobre la poesía y donde queda patente la influencia que el padre del suspense tuvo en la poesía europea de los siglos XIX y XX.

Carlos Fuentes afirma que como en su magistral relato “William Wilson[i]”, se trata de dos personalidades distintas y un solo hombre verdadero. Uno es el Edgar Allan Poe, nacido en Boston en 1809, hijo de actores itinerantes, y muerto de delirium tremens en Baltimore en 1849. Otro es Edgarpó, el invento francés de Charles Baudelaire, sobre cuya tumba Stéphane Mallarmé entona un himno a la inmortalidad que transforma al fin a un hombre en sí mismo. Sin embargo, ambos Poe –el norteamericano Edgar Allan y el francés Edgarpó- siguen escapando de todo determinismo y concreción. En la eternidad que Mallarmé le otorgó, fue el autor favorito de Nietzsche, Kafka, Valéry y Stalin, habiendo sido en vida objeto de ataques y desprecios sin fin.

Hawthorne asegura la dificultad de encontrar el misterio en un país de una prosperidad común y corriente, un país sin historia, ni antigüedad. La imaginación de Poe, como la de Melville, como la del propio Hawthorne, no cabía dentro de esa normalidad incolora e insípida. En todo caso, Poe conocía las obras de la novela gótica inglesa (Monk Lewis, Ann Radcliffe) y la literatura romántica alemana de misterio (Tieck, Hoffman), por ello situó su imaginación, que no cabía en un país común y corriente, a las orillas del Rin, en los castillos de Inglaterra y en las calles de París. Pronto intuyó Poe que los escenarios de sus cuentos eran el paisaje de su propia alma donde se hallan la sombra y el misterio.

Menos ligado que Melville o Hawthorne a las circunstancias sociales o históricas de Estados Unidos, Poe desciende a los infiernos sin fondo de su propio espíritu y allí encontrará un terror ante nuestro destino; terror a ser encerrado detrás de un muro sin salida; terror de vivir sin el ser amado; terror de los vórtices, de los torbellinos y de los ciclones del alma que, como en Un descenso al Maelströn, pueden arrastrarnos al descubrimiento paradójico de nuestra propia ignorancia del cielo y de la tierra. “No tengo fe en la perfectibilidad humana” afirmará Poe con lo que se aparta radical de la ilusión de progreso permanente del Siglo de las Luces. También se aparta del tiempo histórico lineal y mensurable instalándose en el tiempo primigenio del miedo, los asaltos salvajes a la integridad moral y física, la dolorosa formación de las conciencias: el tiempo primordial anterior al tiempo histórico de los hombres. Despojados de sus ropajes góticos, los relatos de Poe ocurren en un turbio amanecer del mundo, en un abismo sin fondo donde los elementos van sin dirección; en el caos primordial. La oscuridad y la noche llenan la luz y el día donde nos vemos abandonados, y allí empiezan a surgir formas terribles de soportar. Los muertos escuchan; las tumbas se abren; los fantasmas tocan con los nudillos la entrada de los sepulcros. Paul Valéry escribirá que Poe crea la forma a partir de la nada.

Poe elimina la tradición gótica de los paisajes externos y la sitúa en el interior de cada uno de nosotros; da un paso más; va más allá de la Ilustración y allí la conciencia de los muertos no acaba nunca de morir; el amor trasciende la muerte; la belleza perdura más allá del sepulcro, y la muerte de una mujer bella es, sin duda, el tema más poético del mundo. ¿Lo gótico ha pasado a ser romántico? ¿La escritora británica Ann Radcliffe, pionera de la novela gótica de terror, ha dado paso a Charlotte Brontë? Solo en apariencia porque Poe es mucho más radical que los relatos góticos o románticos.

Si el paganismo y la claustrofobia de Poe son ciertos, también lo es su lucha con los dioses de la Razón; si su descenso al torbellino de lo irracional y primigenio es cierto, también lo es su combate con la primacía moderna de la Razón sobre la Intuición.

Los relatos extremos como La caída de la Casa de Usher y La carta robada nos dan la medida que Poe hace de la Razón; en el primero, Usher pierde la razón; en el segundo, Dupin la gana e inaugura de paso, el cuento policial de detección. Su trato con la Razón nos devuelve al misterio y el misterio es una vez más, el corazón humano, el corazón delator, el corazón de Poe. Si la Razón es el Bien, ¿por qué ese anhelo sin fondo del alma por el mal mismo? Se acerca a la frontera reconocida por El hombre subterráneo de Dostoievski, y esa breve novela del ruso es una de las fuentes del existencialismo y del psicoanálisis.

En Poe, el afán de dañarse a sí mismo se identifica como una persistencia de la edad infantil en un hombre maduro. Nietzsche lo expresó diciendo que Poe era un niño jugando en el lodo, pero posando como una estrella. Si el infantilismo de Poe es cierto, solo demuestra que la inocencia puede ser malvada. Que Poe fuese autor favorito de Stalin sólo añade a esa lógica que el poder fascinado por la tortura y el terror es no sólo malvado; es corruptamente infantil, es un desarrollo frustrado, una inmadurez aberrante. Sin embargo, Poe no tuvo poder político; no pudo hacer el mal a nadie. De ahí que la frase de Kafka brilla como los diamantes: Poe escribió de misterio para sentirse a gusto en el mundo. Aunque se hace difícil pensar que estuviese a gusto en el mundo, un hombre tan castigado por la pobreza, el vicio, los amores frustrados… “Bebía como un salvaje, escribe Baudelaire, bebía como un salvaje, con una energía totalmente americana… como si asesinara”. Esta opinión de Baudelaire opaca la fascinación biográfica y la afición psicoanalítica respecto a Poe, y hacerle ingresar en la poesía simbolista bajo el segundo nombre de su doble, Edgardó, el santo patrono literario de Baudelaire, Rimbaud y Mallarmé.

Carlos Fuentes termina preguntándose que es lo que los simbolistas descubren y exaltan e imitan en Poe el niño, Poe el cadáver, Poe el borracho, Poe el amurallado, Poe el corazón delator. Y su respuesta es que únicamente, la ecuación de los sentidos, la correspondencia entre todas las cosas.



[i]. A los quince años, el carácter impositivo de William Wilson le permite ganar ascendencia sobre todos sus condiscípulos de escuela, salvo uno: un tal William Wilson. Alguien que, por extraña coincidencia, se llama igual que él y pretende oponerse a su dominio arbitrario sobre los demás. Su insistente antagonismo es extremadamente hiriente por el tono de suficiencia que oculta bajo un aparente aire protector. Sin embargo, nadie advierte esta situación.
Los alumnos de clases superiores tal vez piensan que son hermanos (esa sola insinuación lo exaspera); si así fuera, tendrían que ser gemelos, pues nacieron el mismo día y el mismo año. De hecho, son compañeros inseparables. El rival del protagonista tiene un defecto en los órganos vocales que lo obliga a hablar en un susurro apenas perceptible.
Este inoportuno antagonista se dedica a perfeccionar una imitación del protagonista (que abarca sus palabras, sus acciones, su forma de vestir), de tal modo que su extraño susurro se convierte en el eco mismo de su voz.

No obstante, William Wilson reconoce que si hubiese aceptado aquellos susurrantes consejos, habría sido un hombre mejor y feliz. Posteriormente, tras un terrible altercado con su antagonista, deja la escuela. Huye aterrorizado al comprobar la extraordinaria semejanza entre él y su réplica. Desde entonces, el otro William Wilson, implacable, lo persigue para hacerle oír su susurro acusador en los momentos álgidos de su vida disoluta.

Ingresa a la Universidad de Eton. Durante una orgía secreta en su cuarto (con unos cuantos tragos a su haber), irrumpe un criado para avisarle que lo necesitan con urgencia en la puerta. Cuando sale, distingue en la penumbra a un joven de su misma talla que viste una bata a la moda igual a la suya. No puede ver sus facciones. Se abalanza sobre él y murmura con petulante impaciencia: “—William Wilson”. Su embriaguez se esfuma por encanto ante la repentina desaparición del visitante. Inquieto, no cesa de preguntarse quién era, de dónde venía, qué quería.

Ingresa a Oxford, donde no tarda en familiarizarse con las innobles artes del jugador profesional. No le tiembla la mano cuando despoja de su dinero a su condiscípulo Glendinning, a quien suponía una persona de muchos recursos. En definitiva no lo era y lo deja en la ruina absoluta.
En ese preciso instante aparece el otro Wilson embozado en una capa; el penetrante susurro interrumpe la sesión de juego para denunciar sus malas artes. Una vez desenmascarado, se le invita a abandonar Oxford, y por lo pronto, a dejar la habitación. Le entregan otra capa, idéntica a la suya. Nadie había reparado que ya la tenía en su brazo, lista para ponérsela. Aterrorizado, se la echa encima y abandona el lugar.

Pero huye en vano. El otro Wilson se le aparece esté donde esté; ya sea Viena, París, Berlín o Moscú. Se cruza en su camino para malograr actos o frustrar planes que, de llevarse a cabo, habrían culminado en un perjuicio irreparable.

En Roma, durante el carnaval, cuando está a punto de encontrarse con la bellísima esposa del caduco duque napolitano Di Broglio, una mano se posa en su hombro y a su oído llega el fatídico susurro. Se vuelve hacia él para aferrarse violentamente a su cuello. Tiene un disfraz idéntico al suyo: el de un noble español de capa y espada. Incontenible, lo vapulea y lo obliga a un duelo definitivo en una recámara contigua de las muchas que había en el palacio.
Fuera de sí, le atraviesa el pecho con su espada en repetidas ocasiones. De pronto, le parece ver como en un espejo, su propia figura pálida y ensangrentada. Mas insiste en pensar que es el otro Wilson, aunque idéntico a él hasta en los más mínimos detalles. Finalmente, es Wilson quien habla, aunque hubiera jurado que era él (pues ya ha desaparecido el susurro) cuando dice:

"—Has vencido y me entrego. Pero también tú estás muerto desde ahora…, muerto para el mundo, para el cielo y para la esperanza. ¡En mí existías…, y al matarme, ve en esta imagen, que es la tuya, cómo te has asesinado a ti mismo! "

Edgar Allan Poe publicó este cuento en 1839. Narrado en primera persona, retoma con fulgurante energía la figura del doble, de larga trayectoria tanto en la tradición popular como en la literatura, para dar vida a la pugna entre el individuo y su conciencia.

martes, 24 de mayo de 2011

El territorio de Palestina (V)

Se puede afirmar que Palestina, como escenario de la historia de Israel, está inseparablemente vinculada a la tierra, a las civilizaciones y a las condiciones de vida de sus países vecinos. Palestina forma parte de ese gran conjunto, aunque por sí misma constituye una estructura relativamente independiente y compleja.

Palestina figura el extremo suroeste del Creciente Fértil y sirve como puente natural entre Asia y África. Con desiertos al sur y al este, el mar al oeste y las montañas al norte, las grandes rutas comerciales pasan por esta región. Palestina se ha constituido en un paso importante que ha unido las dos grandes civilizaciones del pasado: Egipto y Mesopotamia.

Sus orígenes se desarrollan entre la Siria septentrional y la frontera de Mesopotamia, y el nordeste de Egipto. Todo sucedió mucho antes de que el pueblo de Israel encontrara una patria en Palestina, la Tierra Prometida. Durante los tiempos bíblicos el comercio estaba en manos de los poderosos y los nómadas desempeñaron un papel importante en las regiones desérticas. Palestina, a veces intermediaria en el tráfico de artículos de lujo, también comercializó con sus excedentes: grano, aceite, vino y distintas sustancias vegetales o minerales.

La historia de Israel, pues, en sus más amplios espacios geográficos, implican el extenso territorio al norte de la península arábiga, y la península del Sinaí que sirve de puente entre la extensa península arábiga y el continente africano, desde donde, en la época Antigua, se podía pasar fácilmente hacia la zona más oriental del delta del Nilo. Actualmente esta región fronteriza de Palestina está dividida por el Canal de Suez.

Geografía física

Palestina y Transjordania se puede dividir en cinco regiones naturales que de norte a sur quedan configuradas de la siente manera y según podemos seguir en el Atlas Bíblico de Oxford (1988, p. 48):

1. La llanura costera

En el escalón de Tiro, las colinas calizas de la Alta Galilea llegan a la costa y sus acantilados separan la llanura de Fenicia de la de Arco; la primera, poco extensa, presenta una costa irregular con muchos abrigos aptos para convertirse en puertos; al pie del monte Carmelo, esta llanura tiene apenas unos cientos de metros; un poco más al sur, se encuentra la llanura de Dor que se ensancha tras el wady Zerqa hasta constituir la llanura pantanosa de Sarón; ésta se extiende hasta el valle de Ayalón y llega hasta el mar cerca de Jope. Al sur se sitúa la llanura de Filistea, región muy poblada en tiempos bíblicos, con suaves colinas y tierras en las que se cultiva el trigo y la cebada, aunque se dan escasas precipitaciones; terminará confundiéndose con la estepa y el desierto. Al sur del Carmelo, la costa es rectilínea y muy poco propicia para los puertos naturales.

2. Las colinas occidentales

Están formadas por las tierras altas centrales de Palestina. Al norte, en el Líbano, esta sierra alcanza 1828 m. sobre el nivel del mar. Jebel Jermaq, en la Alta Galilea, es el pico más alto de esta tierra con 1208 m.; la Baja Galilea, formada por sierras en dirección este-oeste y valles fértiles, termina en la llanura costera y el Jordán. Las llanuras de Menguido y Jezrael rompen con las tierras altas centrales y facilitan un camino bajo fácil de transitar. Las llanuras de Menguido y Aco vierten en el río Quisón (Cisón) que en época lluviosa se convierte en torrencial (Jue 5, 21); la llanura de Jezrael llegará a situarse por debajo del nivel del mar y se conecta con la llanura de Betsán, que forma parte de la Arabá o Valle del Jordán.

La región montañosa de Efraín, de tierras calizas, elevados promontorios y fértiles valles, presenta pequeñas llanuras como las de Leboná, Siquén y Dotán. En las pendientes se cultivan olivares, higueras y otros árboles frutales y en los valles, el trigo y los viñedos. La ciudad de Siquén estuvo asentada entre las crestas del monte Ebal (940 m.) y el monte Garazín (880 m.); en esta ciudad se cruzan los caminos de la costa y el que atraviesa Palestina de norte a sur. Al este, el terreno desciende rápidamente hacia la Arabá y forma un desierto erosionado, aunque no tanto como el de Judá al sur; acaba conectado con la región montañosa de Judá, de escasa vegetación y afloramientos pétreos.

Entre la región de Judá y Filistea se encuentra la Sefelá, una región con pequeñas colinas, separada de las tierras altas, de norte a sur, por los valles que hay desde Ayalón hasta Debir y hacia el sur; se trata de una región de cereales y viñedos, de olivos y sicomoros (1 Re 10,27).

Al acercarse a la montaña de Judá desde la costa, se puede ver un terreno ondulado roto en terrazas, y encima de ellas unas colinas de piedra caliza redondas y sin una forma determinada. Son una transición entre la llanura costera, y la montaña de Judea que se yergue más al este. Estas colinas fueron el campo de batalla entre los israelitas de la montaña y los filisteos de la costa, entre los sirios de Antioquia y los macabeos, entre Saladino y los cruzados.

El nombre Shefelá alude a tierras bajas, “Países bajos”. Hay varias ciudades en esta zona de colinas que son mencionadas en la Biblia: Ayalón, Zoráh, Estaol, Bet Shemesh en el norte, y en el sur en Gannim, Yarmut, Adulam, Soko, Maresha, Laquis y Eglón. Lida es el punto de división entre el sur y el norte de la Shefelá.

Al norte de Ayalón hay un cambio brusco de paisaje. Las colinas están conectadas directamente con la montaña de Samaria, son una transición suave y ondulada, sin que se pueda marcar ninguna división territorial. Las colinas al norte son simplemente laderas de la cordillera centra, y no un grupo separado de colinas que constituya una región en sí misma.

En cambio al sur de Ayalón el grupo de colinas está netamente separado de las montañas de Judea por una hondonada transversal de norte a sur, desde Ayalón a Beersheva, lo cual hace que constituyan dos regiones diversas con historias diferentes.

Este factor ayuda a explicar también el diferente curso histórico de Judá y Samaría. En Samaría las colinas al pie de la montaña son sólo terrazas escalonadas que descienden suavemente hacia el mar. Esto hace que el ascenso desde la costa sea suave y fácil tanto para el comercio como para los ejércitos.

En cambio, al sur, las colinas de la Shefelá no están unidas con la montaña de Judea, y no pueden servir de estribo para un ejército invasor que quiera trepar hacia la cumbre. El dominio de estas colinas no es garantía del dominio de las cumbres. Por eso estas colinas de la Shefelá han podido tener una historia propia, distinta de la de Judea, mientras que las colinas de la Samaría son sólo geopolíticamente una parte inseparable de la montaña samaritana.

De hecho la Shefelá será en la época del asentamiento una zona de fricción entre los israelitas situados en la montaña y los fenicios situados en la llanura costera. Durante la primera parte de la época del hierro, los israelitas no pudieron soportar la presión filistea, y la tribu de Dan que habitaba en la Shefelá tuvo que emigrar más al norte. La Shefelá integrará plenamente dentro de Judá sólo en la época de la monarquía.

En las tierras altas centrales, al sur de Berseba, se encuentra el Negueb, la estepa que enlaza con el desierto. En el este, las inclinaciones hacia la Arabá son muy pronunciadas; en el oeste, aparecen dunas de arenas y montes de loess. Allí hubo colinas sedentarias en la época de Abraham, de los últimos reyes de Judea y de los nabateos y de Bizancio. Sus habitantes cultivaron hasta donde fue posible, cuidaron rebaños y se ganaron la vida gracias al comercio por las rutas de las caravanas.

3. La fosa tectónica[i]

La encontramos entre dos fallas geológicas. En el norte, los ríos Orantes y Leontes que pasan por la llanura entre el Líbano y el Antilíbano. Hacia el sur, está el valle del Jordán, río que se alimenta de los manantiales que brotan al pie del monte Hermón (2814 m), cubierto de nieve todo el año. “Jordán” significa “el que desciende” y, entre el lago Hule y el mar de Galilea (212 m bajo el nivel del mar), el Jordán desciende rápidamente hasta llegar al mar Muerto, que se encuentra a 392 m bajo el nivel del mar, y cuyo fondo alcanza otros 396 m más abajo.

La estrecha llanura aluvial se cubre de espesos matorrales de espinos y tamariscos; eso y otros arbustos forman la espesura del Jordán (Jr 12,5); los meandros del Jordán, que van desde el mar de Galilea hasta el mar Muerto, hacen que su curso posea tres veces su longitud en línea recta.

4. Las colinas orientales (Transjordania[ii]). El relieve de esta región está fragmentado por cuatro ríos: el Yarmuk, el Yaboc, el Arnón y el Zared. Se trata de una zona que recibe abundantes lluvias debido a su altitud, aunque las precipitaciones se hacen más escasas hacia el este; por eso, el paso de la estepa al desierto es abrupto. La región de Basán es famosa por sus cereales y ganado vacuno (Dt 32,14), pero su fertilidad se va reduciendo hacia el sur de Moab. De la zona de Galaad destacan sus pinos, sus robledales y el cultivo de cereales, olivos y viñedos.

Los grandes oasis que aparecen en la cercanía de Damasco reciben sus aguas de los ríos que nacen en el monte Hermón y en el Antilíbano. Al este de Basán, se encuentra el monte Leja , una gran masa de colinas basálticas oscuras. Por otro lado, la mesetas de Transjordania está inclinada hacia la larga depresión del wadi Sirhan y hacia las zonas yermas del desierto de Siria.

La modestia de Palestina frente a los grandes Imperios de la Antigüedad

Como hemos podido ver hasta aquí, Palestina es un país modesto por sus recursos y por su carácter marginal en el ámbito regional de las civilizaciones y culturas que allí surgieron, aunque fascinante por la estratificación histórica y simbólica del paisaje y de los recuerdos. La zona sirio-palestina, junto con Mesopotamia, forman un todo complejo pero homogéneo, debido a sus condicionamientos geográficos naturales; mantuvieron contactos con Egipto pero muy atenuados. Estas regiones estrechamente relacionadas constituyen una unidad más fuerte desde el punto de vista cultural y presentan un paisaje “abierto”, óptimo para la colonización; de ahí que Mesopotamia y Siria pudieran dar cabida a frecuentes oleadas semíticas de población procedentes de las comarcas esteparias. Sin embargo, el país del Nilo es incomparablemente más cerrado que los anteriores países y regiones mencionados. En una única trayectoria longitudinal, desde la primera catarata del sur hasta el delta, Egipto consta de una sola y estrecha región fluvial, que apenas puede abrirse más allá de las montañas que limitan el valle del Nilo. Ya Herodoto afirmó que Egipto es un regalo del Nilo, donde la cultura y el poder político, en torno a las ciudades de Tebas y Menfis, gozaron de indudable esplendor y de una situación de independencia geográfica en comparación con las zonas adyacentes a la península arábiga.

Palestina, pues, se sitúa en la zona que enlaza la aridez del sur, el Neguev y el desierto del Sinaí, con las mesetas de Transjordania y el desierto sirioarábigo. Hay un río digno de tal nombre, el Jordán, que recoge las reservas hidrológicas del Líbano y del Antilíbano, con sus cuatro afluentes por la izquierda, que drenan las mesetas orientales hasta perderse en la depresión del mar Muerto.

La agricultura no es de regadío, salvo en los pequeños oasis y depende de la pluviosidad, unas veces generosa y otras cruel. Su contraste con Egipto es límpido, pues allí el agua está presente permanentemente y no genera deseos.

Porque la tierra en que vais a entrar para poseerla no es como la tierra de Egipto, de donde habéis salido, donde echabas tu simiente y la regabas con tu pie, como se riega una huerta. La tierra en que vais a entrar para poseerla es una tierra de montes y valles, que riega la lluvia del cielo; es una tierra de que cuida Yahvé, tu Dios, y sobre la cual tiene siempre puestos sus ojos, desde el comienzo del año hasta el fin.(Deut 11: 10-12; cf. Liberani, Mario, 2004, p. 4).

Palestina es un país pequeño; en Cisjordania, la zona habitada “desde Dan a Barseba” tiene unos 2.000 km de largo (norte-sur), a la que hay que sumar otra franja de 40 Km en Transjordania. Total, unos 200.000 Km cuadrados, menor que la región de Murcia. No todo el territorio es útil para la agricultura; las únicas llanuras de aluvión están en el valle del Jordán y en la llanura de Jezrael; la zona costera es arenosa y salina, salvo las fértiles colinas bajas de la Sefelá. Todo lo demás son cerros y montes, hoy despoblados de vegetación y minados por la erosión que apenas puede detener la mano del hombre con la construcción de terrazas. Es un paisaje apto para el pastoreo trashumante de ganado menor (ovejas y cabras) y para las explotaciones agrícolas familiares. Los elogios de Palestina “donde mana leche y miel” (Num 13, 27) son hiperbólicos, aunque dan idea de una tierra habitable que puede sostener a una población modesta y dispersa:

Una buena tierra, tierra de torrentes, de fuentes, de aguas profundas, que brotan en los valles y en los montes; tierra de trigo, de cebada, de viñas, de higueras, de granados; tierra de olivos, de aceite y de miel; tierra donde comerás tu pan en abundancia y no carecerás de nada; tierras cuyas piedras son hierro y de cuyas montañas sale el bronce. (Deut 8: 7-8; cf. Liberan, ibídem, p. 6).

Sin embargo, los metales son escasos; el cobre de la Arabá está fuera del territorio palestino. No hay piedras duras; la turquesa del Sinaí está aún más lejos y no hay maderas preciosas como las del Líbano. La costa está plagada de dunas y no tiene atracaderos naturales hasta el norte, entre el monte Carmelo y el Rás en-Naqura, en los confines del Líbano. Las caravanas que unen el delta del Nilo con Siria, “ruta del Mar” (Via Maris), atravesaban el país; por esa ruta pasaban mensajeros, caravanas y expediciones militares; empezaba en el Bajo Egipto y se extendía por las llanuras costeras de Palestina y sus principales ciudades: Jospe, Gat, Lod, Ono y Afec. Desde la llanura de Sarón, Via Maris se bifurca en dos direcciones; una desviación pasaba por el valle del Jezrael, atravesaba el Jordán e iba a parar a Cisjordania, Damasco y hasta Mesopotamia; la otra, continuaba hacia el norte, a la llanura de Aco, hasta el Líbano y Siria. La segunda de las Vías principales, la llamada “ruta del Rey” o “Camino Real”, se extendía por las tierras altas de Cisjordania y llegaba a Damasco; se usaba como ruta principal que unía el noroeste de Arabia con el norte de Levante. En esta ruta se encuentran importantes asentamientos cisjordanos tales como: Ramot de Galaad, Gerasa, Raba-ammon, Dibón, Sela y otros.

Comparada con Egipto y Mesopotamia, Siria y Anatolia, los grandes Imperios de la Antigüedad, Palestina es una tierra muy modesta. Un indicador valido puede ser la población; en el Bronce Tardío (1550-1180 a. C.: Éxodo y conquista. Dominación egipcia), cuando Egipto y Mesopotamia tenían varios millones de habitantes, Palestina a penas albergaba doscientas cincuenta mil; en su máximo esplendor, segunda Edad de Hierro, alcanzaría cuatrocientas mil personas.

Los puntos de partida de este pueblo semítico hay que buscarlos al norte de la península arábiga, en el cinturón estepario colindante con la “fértil media luna”, que acogió la vida nómada causada en parte por la cría de ganado menor (ovejas, cabras, asnos y, también, la del camello, entre los semitas, como bestia de carga y como cabalgadura, durante el II milenio a. C.). Desde allí estos nómadas se propagaron por los posteriores terrenos civilizados incluso en tiempos prehistóricos. Es inevitable que los vivos contactos entre la estepa y las tierras de cultivo produjeran constantes superposiciones de estratos de población, ocasionados bien por las necesarias mudanzas (pastos de invierno y de verano), o bien por los movimientos de expansión de una determinada política imperialista. Las llanuras sin bosques estimulaban el deseo de posesiones y hacían posible operaciones militares a gran escala, a las que a menudo sucumbían las agrupaciones nacionales, reducidas y aisladas, de las zonas montañosas de Siria y Palestina.

Palestina, en el extremo sur del Creciente Fértil, el semicírculo de tierras de cultivo entre el desierto siroarábigo, las montañas de Irán y Anatolia, y el mar Mediterráneo, es un país casi marginal, cuya configuración interna es la estrechez del paisaje, fragmentado y encerrado entre montes y colinas. Sin embargo, Palestina ha desempeñado un papel primordial en el desarrollo histórico de la mayor parte del mundo. Se sitúa en el centro de una cosmovisión, de una experiencia intelectual, únicas en la historia de las religiones: trono de la presencia invisible de la divinidad en la Tierra y teatro de unos sucesos de valor universal y eterno.



[i]. Al sur del Líbano se elevan los montes calcáreos de Palestina, divididos por la depresión del Jordán en dos mitades, la occidental y la oriental; esta depresión es el fenómeno geológico más interesante de toda la zona, que forma parte de la llamada depresión continental Siria que arranca de Siria con el valle del Orantes, prosigue en la gran hondonada entre el Líbano y el Antilíbano, pasa a la depresión del Jordán y alcanza su punto más profundo en el mar Muerto (la más profunda depresión de toda la tierra con aproximadamente 400 metros por debajo del nivel del mar); luego se prolonga al sur del mar Muerto y, a través del Golfo de Aqaba y el Mar Rojo, termina internándose en el mismo territorio africano oriental. Este fenómeno geológico único tuvo su origen al final del terciario y es el que caracteriza al imponente y a veces caprichoso paisaje del sur del mar Muerto, donde formaciones de antiguas rocas, con predominio de la rojiza piedra arisca rubia, forma solitarios montes pelados, a ambos lados de la hondonada (wādi el ‘araba). Desde allí en dirección este y oeste se extienden las zonas esteparias y desérticas; las zonas occidentales pertenecen ya a la península del Sinaí, que al sur está dominada por gigantescos macizos (los montes del Sinaí).

[ii]. Transcurre de Norte a Sur y está dividida por los ríos que fluyen de Este a Oeste, desembocando en el río Jordán o en el mar Muerto. Esta región contiene diferencias muy notables. Así, la zona situada al Este del mar de Galilea es muy boscosa, mientras que al Este del mar Muerto están las mesetas de Moab, famosas por su ovejas.

Ocupa un lugar importante en la historia de la cultura y la religión de Oriente Medio. Fue la tierra de pequeñas naciones –Siria, Amón, Edom, Moab- que a veces interferían en la vida de Israel y que se citan en las profecías como naciones vecinas de Israel.

Además, desde la época del asentamiento israelita hasta el siglo VIII a. C., existió presencia israelita en Transjordania, apreciable en la región montañosa y boscosa entre el río Jaboc y el Jarmuk. Por si fuera poco, el último periodo durante el que los israelitas caminaron errantes por el desierto, según describe el Antiguo Testamento, y la última fase de la conquista sucedieron en la Transjordania. Y, por último, en la época del Nuevo Testamento la Transjordania contenía importantes zonas judías y helenísticas que aparecen en los evangelios. (Rogerson, John, 1992, p.202).

lunes, 16 de mayo de 2011

Israel (IV)

El saber qué fue “Israel” nos puede ayudar a comprender mejor el nacimiento del cristianismo. La tradición del Antiguo Testamento sólo emplea el nombre de “Israel” como nombre colectivo de un grupo de doce tribus, con su historia propia e independiente. El nombre aparece por primera vez en el Antiguo Testamento para describir, personificada, la prehistória de Israel, en la que el padre de los doce antepasados y heroes eponymi de las tribus (Gn 32,29) recibe el nombre de Israel. Entonces el término se usa para designar a esa persona o como un nombre colectivo cuyo referente son las doce tribus.

No hay pruebas de por qué el grupo de las doce tribus adoptó ese nombre. La mención epigráfica más antigua que existe de “Israel” aparece en un himno triunfal del faraón Merneptah, grabado en un estela en su templo funerario, en la necrópolis faraónica de Tebas (hoy en el Museo de Egipto del Cairo); se la denomina “Estela de Israel”; en su línea vigésimo séptima, se exalta al faraón, quien, al apoderarse de algunas ciudades palestinas, ha destruido a “Israel”. Pero no se puede saber a ciencia cierta qué era este “Israel” palestinense hacia 1225 a. C.: ¿Era ya el Israel de las doce tribus que aparece en el Antiguo Testamento? o ¿Se trataba de una entidad más antigua que llevaba ese nombre y que por alguna razón desconocida lo usaron para llamar al “Israel” que conocemos?

Como no se puede saber el significado original de dicho nombre, al ser imposible remontarse más allá de los datos del Antiguo Testamento, debemos aceptar que el término “Israel” más antiguo se refiere al conjunto de las doce tribus, constituyendo éstas la materia nuclear de la “historia de Israel”.

La tradición del Antiguo Testamento designa a Israel como una nación, incluyéndola entre las numerosas del antiguo Oriente, porque las tribus israelitas estaban unidas por una lengua común, que evidentemente compartían con muchos vecinos; era uno de los dialectos cananeos arraigados en la civilización siro-palestina. Con anterioridad a la ocupación del país, sus antepasados hablaron probablemente un arameo antiguo, como los otros nómadas que buscaban tierras en las fronteras de Siria y Palestina. Además las tribus estaban también unidas por el hecho de vivir en el mismo territorio delimitado y que nunca lo tuvieron en propiedad exclusiva, por eso no forman una unidad definitiva; a este respecto, solo les unía la proximidad geográfica, aunque también los ligaba una situación histórica similar y una común experiencia histórica. Les faltó lo que se considera esencial para el concepto de “nación”: las tribus israelitas no actuaron como unidad durante un extenso periodo de la historia. En la época anterior a la monarquía, en tierras palestinas, sólo hallamos tribus aisladas con funcionamiento independiente. Los reinos posteriores tampoco se formaron combinando las tribus israelitas. Cuando estos reinos desaparecían, las tribus seguían viviendo como elementos básicos en las diferentes provincias de los sucesivos grandes imperios que se las anexionaban. Quizás, por esto, fuera mejor hablar aquí simplemente de “Israel” y no estrictamente de la “nación de Israel”.

Las tribus que constituían la entidad superior de “Israel”, no llegaron a unirse de verdad hasta que no se apoderaron del país agrícola de Palestina[i], y solo a partir de entonces debe empezar la verdadera “Historia de Israel”; la tradición del Antiguo Testamento no conoce una forma más antigua de “Israel” que esa unión de las doce tribus instaladas en Palestina. No hay información sobre la organización social de un supuesto “Israel primitivo” al que más tarde le sustituyera el “Israel” de las doce tribus palestinas que constituyeron una especie de nación a la que alude el antiguo Testamento.

De la decadencia de Israel nació el “judaísmo”, que hunde sus raíces en la “Historia de Israel”. Del “judaísmo” ha surgido una nueva entidad histórica llamada “Israel”, que ha buscado su patria en la antigua tierra de Israel, bajo los auspicios del movimiento sionista, y que ha establecido un nuevo Estado de “Israel”, separado del antiguo por un periodo de casi 2000 años y por una larga historia llena de vicisitudes, surgiendo en unas condiciones históricas completamente diferentes (Noth, Martín, 1966, pp. 13 y ss.) y que en este libro no nos corresponde investigar por salirse de nuestro objeto.



[i]. Palestina, región histórica de extensión variable desde la antigüedad, está situada en la costa oriental del mar Mediterráneo, al suroeste de Asia, y actualmente dividida en su mayor parte entre Israel (república que limita al norte con el Líbano, al noreste con Siria, al este con Jordania y al suroeste con Egipto; tiene una extensión de 21946 kms. cuadrados), los territorios autónomos palestinos de Cisjordania (que fueron parte de la Judea y Samaria bíblicas; ocupada por Israel desde 1967, tiene una superficie aproximada de 5979 kms. cuadrados), la franja de Gaza (territorio palestino del suroeste de Asia, limitado al sur por Egipto, al oeste por el mar Mediterráneo, y al este y al norte por Israel, con una extensión de 360 Kms. cuadrados.), y Jordania (reino situado en el suroeste de Asia, limita al norte con Siria, al este con Irak y Arabia Saudí, al sur con Arabia Saudí y el golfo de Aqaba, y al oeste con Israel; con una extensión de 97740 kms. cuadrados).

Según Shahak, Israel (2002, pp. 58 y ss.), David Ben Gurion (1886-1973), político israelí y dos veces primer ministro, considerado el padre de Israel porque dedicó su vida al establecimiento de una patria judía en Palestina, defendió que la política israelí debe basarse en la restauración de las fronteras bíblicas como fronteras del estado judío. La tierra que estuvo regida por un gobernante judío cualquiera de la Antigüedad o que fue prometida por Dios a los judíos, debería pertenecer a Israel por ser éste un estado judío.

Pero surgen discrepancias profundas acerca de las fronteras bíblicas de la Tierra de Israel, que según la Biblia o las interpretaciones rabínicas de la Biblia y el Talmud, pertenece idealmente al Estado Judío. La más destacada por las extensiones de tierras que incluye dentro de esas supuestas fronteras es: al sur, todo el Sinaí y una parte del norte de Egipto hasta los alrededores de El Cairo; al este, toda Jordania y un buen trozo de Arabia Saudí, todo Kuwait y una parte de Iraq al sur del Éufrates; al norte, todo Líbano y toda Siria junto con una parte inmensa de Turquía (hasta el lago Van); y al oeste Chipre. Aunque reconoce Israel Shahak que ha elegido un modelo extremo de las fronteras bíblicas de Israel que “pertenecen” al “estado judío”, este ejemplo de fronteras es muy querido en los círculos nacional-religiosos. Sin duda, hay versiones menos extremas de fronteras bíblicas, a las que suelen llamar también históricas. En mayo de 1993, Ariel Sharon propuso al partido político más importante de la derecha israelí, LIKUD, que Israel debía adoptar el concepto de “fronteras bíblicas” como guía en su política exterior. Nadie le preguntó al líder dónde se encuentran con exactitud las fronteras bíblicas que debía conquistar Israel y las pocas objeciones de dentro y fuera del Likud se fundamentaron en criterios pragmáticos, como por ejemplo que Israel en aquellos momentos era demasiado débil para anexionarse todas las tierras que “pertenecen” a los judíos o que la pérdida de vidas judías que conlleva una guerra de conquista sería intolerable.

Paralelamente al principio anterior de la “ideología judía”, se ha desarrollado, desde el inicio de la fundación del estado de Israel, una política imperial basada en principios estratégicos que defienden el objetivo de Israel de imponer una hegemonía sobre otros estados de Oriente Medio; sin la protección israelí los regímenes existentes en la región se habrían derrumbado hace mucho tiempo. Israel Shahak cita los principios que ofreció el general en la reserva Shlomo Gazit, antiguo comandante de la Inteligencia Militar, al exponer:

La principal tarea de Israel no ha cambiado en absoluto [desde la desaparición de la URSS...]. La localización geográfica de Israel en el centro del Oriente Medio árabe-musulmán predestina a Israel a ser un coloso guardián de la estabilidad de todos los países que lo rodean. Su papel es proteger a los regímenes existentes: prevenir o detener los procesos de radicalización y bloquear la expansión del fanatismo religioso fundamentalista.

Para ello, Israel impedirá que haya cambios más allá de las fronteras de Israel [y] los considerará intolerables, hasta el punto de sentirse forzado a utilizar todo su poder militar con el fin de prevenirlos o de erradicarlos.(Shahak, I., 2002, p. 62).