El sueño de la razón produce monstruos

martes, 24 de mayo de 2011

El territorio de Palestina (V)

Se puede afirmar que Palestina, como escenario de la historia de Israel, está inseparablemente vinculada a la tierra, a las civilizaciones y a las condiciones de vida de sus países vecinos. Palestina forma parte de ese gran conjunto, aunque por sí misma constituye una estructura relativamente independiente y compleja.

Palestina figura el extremo suroeste del Creciente Fértil y sirve como puente natural entre Asia y África. Con desiertos al sur y al este, el mar al oeste y las montañas al norte, las grandes rutas comerciales pasan por esta región. Palestina se ha constituido en un paso importante que ha unido las dos grandes civilizaciones del pasado: Egipto y Mesopotamia.

Sus orígenes se desarrollan entre la Siria septentrional y la frontera de Mesopotamia, y el nordeste de Egipto. Todo sucedió mucho antes de que el pueblo de Israel encontrara una patria en Palestina, la Tierra Prometida. Durante los tiempos bíblicos el comercio estaba en manos de los poderosos y los nómadas desempeñaron un papel importante en las regiones desérticas. Palestina, a veces intermediaria en el tráfico de artículos de lujo, también comercializó con sus excedentes: grano, aceite, vino y distintas sustancias vegetales o minerales.

La historia de Israel, pues, en sus más amplios espacios geográficos, implican el extenso territorio al norte de la península arábiga, y la península del Sinaí que sirve de puente entre la extensa península arábiga y el continente africano, desde donde, en la época Antigua, se podía pasar fácilmente hacia la zona más oriental del delta del Nilo. Actualmente esta región fronteriza de Palestina está dividida por el Canal de Suez.

Geografía física

Palestina y Transjordania se puede dividir en cinco regiones naturales que de norte a sur quedan configuradas de la siente manera y según podemos seguir en el Atlas Bíblico de Oxford (1988, p. 48):

1. La llanura costera

En el escalón de Tiro, las colinas calizas de la Alta Galilea llegan a la costa y sus acantilados separan la llanura de Fenicia de la de Arco; la primera, poco extensa, presenta una costa irregular con muchos abrigos aptos para convertirse en puertos; al pie del monte Carmelo, esta llanura tiene apenas unos cientos de metros; un poco más al sur, se encuentra la llanura de Dor que se ensancha tras el wady Zerqa hasta constituir la llanura pantanosa de Sarón; ésta se extiende hasta el valle de Ayalón y llega hasta el mar cerca de Jope. Al sur se sitúa la llanura de Filistea, región muy poblada en tiempos bíblicos, con suaves colinas y tierras en las que se cultiva el trigo y la cebada, aunque se dan escasas precipitaciones; terminará confundiéndose con la estepa y el desierto. Al sur del Carmelo, la costa es rectilínea y muy poco propicia para los puertos naturales.

2. Las colinas occidentales

Están formadas por las tierras altas centrales de Palestina. Al norte, en el Líbano, esta sierra alcanza 1828 m. sobre el nivel del mar. Jebel Jermaq, en la Alta Galilea, es el pico más alto de esta tierra con 1208 m.; la Baja Galilea, formada por sierras en dirección este-oeste y valles fértiles, termina en la llanura costera y el Jordán. Las llanuras de Menguido y Jezrael rompen con las tierras altas centrales y facilitan un camino bajo fácil de transitar. Las llanuras de Menguido y Aco vierten en el río Quisón (Cisón) que en época lluviosa se convierte en torrencial (Jue 5, 21); la llanura de Jezrael llegará a situarse por debajo del nivel del mar y se conecta con la llanura de Betsán, que forma parte de la Arabá o Valle del Jordán.

La región montañosa de Efraín, de tierras calizas, elevados promontorios y fértiles valles, presenta pequeñas llanuras como las de Leboná, Siquén y Dotán. En las pendientes se cultivan olivares, higueras y otros árboles frutales y en los valles, el trigo y los viñedos. La ciudad de Siquén estuvo asentada entre las crestas del monte Ebal (940 m.) y el monte Garazín (880 m.); en esta ciudad se cruzan los caminos de la costa y el que atraviesa Palestina de norte a sur. Al este, el terreno desciende rápidamente hacia la Arabá y forma un desierto erosionado, aunque no tanto como el de Judá al sur; acaba conectado con la región montañosa de Judá, de escasa vegetación y afloramientos pétreos.

Entre la región de Judá y Filistea se encuentra la Sefelá, una región con pequeñas colinas, separada de las tierras altas, de norte a sur, por los valles que hay desde Ayalón hasta Debir y hacia el sur; se trata de una región de cereales y viñedos, de olivos y sicomoros (1 Re 10,27).

Al acercarse a la montaña de Judá desde la costa, se puede ver un terreno ondulado roto en terrazas, y encima de ellas unas colinas de piedra caliza redondas y sin una forma determinada. Son una transición entre la llanura costera, y la montaña de Judea que se yergue más al este. Estas colinas fueron el campo de batalla entre los israelitas de la montaña y los filisteos de la costa, entre los sirios de Antioquia y los macabeos, entre Saladino y los cruzados.

El nombre Shefelá alude a tierras bajas, “Países bajos”. Hay varias ciudades en esta zona de colinas que son mencionadas en la Biblia: Ayalón, Zoráh, Estaol, Bet Shemesh en el norte, y en el sur en Gannim, Yarmut, Adulam, Soko, Maresha, Laquis y Eglón. Lida es el punto de división entre el sur y el norte de la Shefelá.

Al norte de Ayalón hay un cambio brusco de paisaje. Las colinas están conectadas directamente con la montaña de Samaria, son una transición suave y ondulada, sin que se pueda marcar ninguna división territorial. Las colinas al norte son simplemente laderas de la cordillera centra, y no un grupo separado de colinas que constituya una región en sí misma.

En cambio al sur de Ayalón el grupo de colinas está netamente separado de las montañas de Judea por una hondonada transversal de norte a sur, desde Ayalón a Beersheva, lo cual hace que constituyan dos regiones diversas con historias diferentes.

Este factor ayuda a explicar también el diferente curso histórico de Judá y Samaría. En Samaría las colinas al pie de la montaña son sólo terrazas escalonadas que descienden suavemente hacia el mar. Esto hace que el ascenso desde la costa sea suave y fácil tanto para el comercio como para los ejércitos.

En cambio, al sur, las colinas de la Shefelá no están unidas con la montaña de Judea, y no pueden servir de estribo para un ejército invasor que quiera trepar hacia la cumbre. El dominio de estas colinas no es garantía del dominio de las cumbres. Por eso estas colinas de la Shefelá han podido tener una historia propia, distinta de la de Judea, mientras que las colinas de la Samaría son sólo geopolíticamente una parte inseparable de la montaña samaritana.

De hecho la Shefelá será en la época del asentamiento una zona de fricción entre los israelitas situados en la montaña y los fenicios situados en la llanura costera. Durante la primera parte de la época del hierro, los israelitas no pudieron soportar la presión filistea, y la tribu de Dan que habitaba en la Shefelá tuvo que emigrar más al norte. La Shefelá integrará plenamente dentro de Judá sólo en la época de la monarquía.

En las tierras altas centrales, al sur de Berseba, se encuentra el Negueb, la estepa que enlaza con el desierto. En el este, las inclinaciones hacia la Arabá son muy pronunciadas; en el oeste, aparecen dunas de arenas y montes de loess. Allí hubo colinas sedentarias en la época de Abraham, de los últimos reyes de Judea y de los nabateos y de Bizancio. Sus habitantes cultivaron hasta donde fue posible, cuidaron rebaños y se ganaron la vida gracias al comercio por las rutas de las caravanas.

3. La fosa tectónica[i]

La encontramos entre dos fallas geológicas. En el norte, los ríos Orantes y Leontes que pasan por la llanura entre el Líbano y el Antilíbano. Hacia el sur, está el valle del Jordán, río que se alimenta de los manantiales que brotan al pie del monte Hermón (2814 m), cubierto de nieve todo el año. “Jordán” significa “el que desciende” y, entre el lago Hule y el mar de Galilea (212 m bajo el nivel del mar), el Jordán desciende rápidamente hasta llegar al mar Muerto, que se encuentra a 392 m bajo el nivel del mar, y cuyo fondo alcanza otros 396 m más abajo.

La estrecha llanura aluvial se cubre de espesos matorrales de espinos y tamariscos; eso y otros arbustos forman la espesura del Jordán (Jr 12,5); los meandros del Jordán, que van desde el mar de Galilea hasta el mar Muerto, hacen que su curso posea tres veces su longitud en línea recta.

4. Las colinas orientales (Transjordania[ii]). El relieve de esta región está fragmentado por cuatro ríos: el Yarmuk, el Yaboc, el Arnón y el Zared. Se trata de una zona que recibe abundantes lluvias debido a su altitud, aunque las precipitaciones se hacen más escasas hacia el este; por eso, el paso de la estepa al desierto es abrupto. La región de Basán es famosa por sus cereales y ganado vacuno (Dt 32,14), pero su fertilidad se va reduciendo hacia el sur de Moab. De la zona de Galaad destacan sus pinos, sus robledales y el cultivo de cereales, olivos y viñedos.

Los grandes oasis que aparecen en la cercanía de Damasco reciben sus aguas de los ríos que nacen en el monte Hermón y en el Antilíbano. Al este de Basán, se encuentra el monte Leja , una gran masa de colinas basálticas oscuras. Por otro lado, la mesetas de Transjordania está inclinada hacia la larga depresión del wadi Sirhan y hacia las zonas yermas del desierto de Siria.

La modestia de Palestina frente a los grandes Imperios de la Antigüedad

Como hemos podido ver hasta aquí, Palestina es un país modesto por sus recursos y por su carácter marginal en el ámbito regional de las civilizaciones y culturas que allí surgieron, aunque fascinante por la estratificación histórica y simbólica del paisaje y de los recuerdos. La zona sirio-palestina, junto con Mesopotamia, forman un todo complejo pero homogéneo, debido a sus condicionamientos geográficos naturales; mantuvieron contactos con Egipto pero muy atenuados. Estas regiones estrechamente relacionadas constituyen una unidad más fuerte desde el punto de vista cultural y presentan un paisaje “abierto”, óptimo para la colonización; de ahí que Mesopotamia y Siria pudieran dar cabida a frecuentes oleadas semíticas de población procedentes de las comarcas esteparias. Sin embargo, el país del Nilo es incomparablemente más cerrado que los anteriores países y regiones mencionados. En una única trayectoria longitudinal, desde la primera catarata del sur hasta el delta, Egipto consta de una sola y estrecha región fluvial, que apenas puede abrirse más allá de las montañas que limitan el valle del Nilo. Ya Herodoto afirmó que Egipto es un regalo del Nilo, donde la cultura y el poder político, en torno a las ciudades de Tebas y Menfis, gozaron de indudable esplendor y de una situación de independencia geográfica en comparación con las zonas adyacentes a la península arábiga.

Palestina, pues, se sitúa en la zona que enlaza la aridez del sur, el Neguev y el desierto del Sinaí, con las mesetas de Transjordania y el desierto sirioarábigo. Hay un río digno de tal nombre, el Jordán, que recoge las reservas hidrológicas del Líbano y del Antilíbano, con sus cuatro afluentes por la izquierda, que drenan las mesetas orientales hasta perderse en la depresión del mar Muerto.

La agricultura no es de regadío, salvo en los pequeños oasis y depende de la pluviosidad, unas veces generosa y otras cruel. Su contraste con Egipto es límpido, pues allí el agua está presente permanentemente y no genera deseos.

Porque la tierra en que vais a entrar para poseerla no es como la tierra de Egipto, de donde habéis salido, donde echabas tu simiente y la regabas con tu pie, como se riega una huerta. La tierra en que vais a entrar para poseerla es una tierra de montes y valles, que riega la lluvia del cielo; es una tierra de que cuida Yahvé, tu Dios, y sobre la cual tiene siempre puestos sus ojos, desde el comienzo del año hasta el fin.(Deut 11: 10-12; cf. Liberani, Mario, 2004, p. 4).

Palestina es un país pequeño; en Cisjordania, la zona habitada “desde Dan a Barseba” tiene unos 2.000 km de largo (norte-sur), a la que hay que sumar otra franja de 40 Km en Transjordania. Total, unos 200.000 Km cuadrados, menor que la región de Murcia. No todo el territorio es útil para la agricultura; las únicas llanuras de aluvión están en el valle del Jordán y en la llanura de Jezrael; la zona costera es arenosa y salina, salvo las fértiles colinas bajas de la Sefelá. Todo lo demás son cerros y montes, hoy despoblados de vegetación y minados por la erosión que apenas puede detener la mano del hombre con la construcción de terrazas. Es un paisaje apto para el pastoreo trashumante de ganado menor (ovejas y cabras) y para las explotaciones agrícolas familiares. Los elogios de Palestina “donde mana leche y miel” (Num 13, 27) son hiperbólicos, aunque dan idea de una tierra habitable que puede sostener a una población modesta y dispersa:

Una buena tierra, tierra de torrentes, de fuentes, de aguas profundas, que brotan en los valles y en los montes; tierra de trigo, de cebada, de viñas, de higueras, de granados; tierra de olivos, de aceite y de miel; tierra donde comerás tu pan en abundancia y no carecerás de nada; tierras cuyas piedras son hierro y de cuyas montañas sale el bronce. (Deut 8: 7-8; cf. Liberan, ibídem, p. 6).

Sin embargo, los metales son escasos; el cobre de la Arabá está fuera del territorio palestino. No hay piedras duras; la turquesa del Sinaí está aún más lejos y no hay maderas preciosas como las del Líbano. La costa está plagada de dunas y no tiene atracaderos naturales hasta el norte, entre el monte Carmelo y el Rás en-Naqura, en los confines del Líbano. Las caravanas que unen el delta del Nilo con Siria, “ruta del Mar” (Via Maris), atravesaban el país; por esa ruta pasaban mensajeros, caravanas y expediciones militares; empezaba en el Bajo Egipto y se extendía por las llanuras costeras de Palestina y sus principales ciudades: Jospe, Gat, Lod, Ono y Afec. Desde la llanura de Sarón, Via Maris se bifurca en dos direcciones; una desviación pasaba por el valle del Jezrael, atravesaba el Jordán e iba a parar a Cisjordania, Damasco y hasta Mesopotamia; la otra, continuaba hacia el norte, a la llanura de Aco, hasta el Líbano y Siria. La segunda de las Vías principales, la llamada “ruta del Rey” o “Camino Real”, se extendía por las tierras altas de Cisjordania y llegaba a Damasco; se usaba como ruta principal que unía el noroeste de Arabia con el norte de Levante. En esta ruta se encuentran importantes asentamientos cisjordanos tales como: Ramot de Galaad, Gerasa, Raba-ammon, Dibón, Sela y otros.

Comparada con Egipto y Mesopotamia, Siria y Anatolia, los grandes Imperios de la Antigüedad, Palestina es una tierra muy modesta. Un indicador valido puede ser la población; en el Bronce Tardío (1550-1180 a. C.: Éxodo y conquista. Dominación egipcia), cuando Egipto y Mesopotamia tenían varios millones de habitantes, Palestina a penas albergaba doscientas cincuenta mil; en su máximo esplendor, segunda Edad de Hierro, alcanzaría cuatrocientas mil personas.

Los puntos de partida de este pueblo semítico hay que buscarlos al norte de la península arábiga, en el cinturón estepario colindante con la “fértil media luna”, que acogió la vida nómada causada en parte por la cría de ganado menor (ovejas, cabras, asnos y, también, la del camello, entre los semitas, como bestia de carga y como cabalgadura, durante el II milenio a. C.). Desde allí estos nómadas se propagaron por los posteriores terrenos civilizados incluso en tiempos prehistóricos. Es inevitable que los vivos contactos entre la estepa y las tierras de cultivo produjeran constantes superposiciones de estratos de población, ocasionados bien por las necesarias mudanzas (pastos de invierno y de verano), o bien por los movimientos de expansión de una determinada política imperialista. Las llanuras sin bosques estimulaban el deseo de posesiones y hacían posible operaciones militares a gran escala, a las que a menudo sucumbían las agrupaciones nacionales, reducidas y aisladas, de las zonas montañosas de Siria y Palestina.

Palestina, en el extremo sur del Creciente Fértil, el semicírculo de tierras de cultivo entre el desierto siroarábigo, las montañas de Irán y Anatolia, y el mar Mediterráneo, es un país casi marginal, cuya configuración interna es la estrechez del paisaje, fragmentado y encerrado entre montes y colinas. Sin embargo, Palestina ha desempeñado un papel primordial en el desarrollo histórico de la mayor parte del mundo. Se sitúa en el centro de una cosmovisión, de una experiencia intelectual, únicas en la historia de las religiones: trono de la presencia invisible de la divinidad en la Tierra y teatro de unos sucesos de valor universal y eterno.



[i]. Al sur del Líbano se elevan los montes calcáreos de Palestina, divididos por la depresión del Jordán en dos mitades, la occidental y la oriental; esta depresión es el fenómeno geológico más interesante de toda la zona, que forma parte de la llamada depresión continental Siria que arranca de Siria con el valle del Orantes, prosigue en la gran hondonada entre el Líbano y el Antilíbano, pasa a la depresión del Jordán y alcanza su punto más profundo en el mar Muerto (la más profunda depresión de toda la tierra con aproximadamente 400 metros por debajo del nivel del mar); luego se prolonga al sur del mar Muerto y, a través del Golfo de Aqaba y el Mar Rojo, termina internándose en el mismo territorio africano oriental. Este fenómeno geológico único tuvo su origen al final del terciario y es el que caracteriza al imponente y a veces caprichoso paisaje del sur del mar Muerto, donde formaciones de antiguas rocas, con predominio de la rojiza piedra arisca rubia, forma solitarios montes pelados, a ambos lados de la hondonada (wādi el ‘araba). Desde allí en dirección este y oeste se extienden las zonas esteparias y desérticas; las zonas occidentales pertenecen ya a la península del Sinaí, que al sur está dominada por gigantescos macizos (los montes del Sinaí).

[ii]. Transcurre de Norte a Sur y está dividida por los ríos que fluyen de Este a Oeste, desembocando en el río Jordán o en el mar Muerto. Esta región contiene diferencias muy notables. Así, la zona situada al Este del mar de Galilea es muy boscosa, mientras que al Este del mar Muerto están las mesetas de Moab, famosas por su ovejas.

Ocupa un lugar importante en la historia de la cultura y la religión de Oriente Medio. Fue la tierra de pequeñas naciones –Siria, Amón, Edom, Moab- que a veces interferían en la vida de Israel y que se citan en las profecías como naciones vecinas de Israel.

Además, desde la época del asentamiento israelita hasta el siglo VIII a. C., existió presencia israelita en Transjordania, apreciable en la región montañosa y boscosa entre el río Jaboc y el Jarmuk. Por si fuera poco, el último periodo durante el que los israelitas caminaron errantes por el desierto, según describe el Antiguo Testamento, y la última fase de la conquista sucedieron en la Transjordania. Y, por último, en la época del Nuevo Testamento la Transjordania contenía importantes zonas judías y helenísticas que aparecen en los evangelios. (Rogerson, John, 1992, p.202).

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