El sueño de la razón produce monstruos

lunes, 16 de mayo de 2011

Israel (IV)

El saber qué fue “Israel” nos puede ayudar a comprender mejor el nacimiento del cristianismo. La tradición del Antiguo Testamento sólo emplea el nombre de “Israel” como nombre colectivo de un grupo de doce tribus, con su historia propia e independiente. El nombre aparece por primera vez en el Antiguo Testamento para describir, personificada, la prehistória de Israel, en la que el padre de los doce antepasados y heroes eponymi de las tribus (Gn 32,29) recibe el nombre de Israel. Entonces el término se usa para designar a esa persona o como un nombre colectivo cuyo referente son las doce tribus.

No hay pruebas de por qué el grupo de las doce tribus adoptó ese nombre. La mención epigráfica más antigua que existe de “Israel” aparece en un himno triunfal del faraón Merneptah, grabado en un estela en su templo funerario, en la necrópolis faraónica de Tebas (hoy en el Museo de Egipto del Cairo); se la denomina “Estela de Israel”; en su línea vigésimo séptima, se exalta al faraón, quien, al apoderarse de algunas ciudades palestinas, ha destruido a “Israel”. Pero no se puede saber a ciencia cierta qué era este “Israel” palestinense hacia 1225 a. C.: ¿Era ya el Israel de las doce tribus que aparece en el Antiguo Testamento? o ¿Se trataba de una entidad más antigua que llevaba ese nombre y que por alguna razón desconocida lo usaron para llamar al “Israel” que conocemos?

Como no se puede saber el significado original de dicho nombre, al ser imposible remontarse más allá de los datos del Antiguo Testamento, debemos aceptar que el término “Israel” más antiguo se refiere al conjunto de las doce tribus, constituyendo éstas la materia nuclear de la “historia de Israel”.

La tradición del Antiguo Testamento designa a Israel como una nación, incluyéndola entre las numerosas del antiguo Oriente, porque las tribus israelitas estaban unidas por una lengua común, que evidentemente compartían con muchos vecinos; era uno de los dialectos cananeos arraigados en la civilización siro-palestina. Con anterioridad a la ocupación del país, sus antepasados hablaron probablemente un arameo antiguo, como los otros nómadas que buscaban tierras en las fronteras de Siria y Palestina. Además las tribus estaban también unidas por el hecho de vivir en el mismo territorio delimitado y que nunca lo tuvieron en propiedad exclusiva, por eso no forman una unidad definitiva; a este respecto, solo les unía la proximidad geográfica, aunque también los ligaba una situación histórica similar y una común experiencia histórica. Les faltó lo que se considera esencial para el concepto de “nación”: las tribus israelitas no actuaron como unidad durante un extenso periodo de la historia. En la época anterior a la monarquía, en tierras palestinas, sólo hallamos tribus aisladas con funcionamiento independiente. Los reinos posteriores tampoco se formaron combinando las tribus israelitas. Cuando estos reinos desaparecían, las tribus seguían viviendo como elementos básicos en las diferentes provincias de los sucesivos grandes imperios que se las anexionaban. Quizás, por esto, fuera mejor hablar aquí simplemente de “Israel” y no estrictamente de la “nación de Israel”.

Las tribus que constituían la entidad superior de “Israel”, no llegaron a unirse de verdad hasta que no se apoderaron del país agrícola de Palestina[i], y solo a partir de entonces debe empezar la verdadera “Historia de Israel”; la tradición del Antiguo Testamento no conoce una forma más antigua de “Israel” que esa unión de las doce tribus instaladas en Palestina. No hay información sobre la organización social de un supuesto “Israel primitivo” al que más tarde le sustituyera el “Israel” de las doce tribus palestinas que constituyeron una especie de nación a la que alude el antiguo Testamento.

De la decadencia de Israel nació el “judaísmo”, que hunde sus raíces en la “Historia de Israel”. Del “judaísmo” ha surgido una nueva entidad histórica llamada “Israel”, que ha buscado su patria en la antigua tierra de Israel, bajo los auspicios del movimiento sionista, y que ha establecido un nuevo Estado de “Israel”, separado del antiguo por un periodo de casi 2000 años y por una larga historia llena de vicisitudes, surgiendo en unas condiciones históricas completamente diferentes (Noth, Martín, 1966, pp. 13 y ss.) y que en este libro no nos corresponde investigar por salirse de nuestro objeto.



[i]. Palestina, región histórica de extensión variable desde la antigüedad, está situada en la costa oriental del mar Mediterráneo, al suroeste de Asia, y actualmente dividida en su mayor parte entre Israel (república que limita al norte con el Líbano, al noreste con Siria, al este con Jordania y al suroeste con Egipto; tiene una extensión de 21946 kms. cuadrados), los territorios autónomos palestinos de Cisjordania (que fueron parte de la Judea y Samaria bíblicas; ocupada por Israel desde 1967, tiene una superficie aproximada de 5979 kms. cuadrados), la franja de Gaza (territorio palestino del suroeste de Asia, limitado al sur por Egipto, al oeste por el mar Mediterráneo, y al este y al norte por Israel, con una extensión de 360 Kms. cuadrados.), y Jordania (reino situado en el suroeste de Asia, limita al norte con Siria, al este con Irak y Arabia Saudí, al sur con Arabia Saudí y el golfo de Aqaba, y al oeste con Israel; con una extensión de 97740 kms. cuadrados).

Según Shahak, Israel (2002, pp. 58 y ss.), David Ben Gurion (1886-1973), político israelí y dos veces primer ministro, considerado el padre de Israel porque dedicó su vida al establecimiento de una patria judía en Palestina, defendió que la política israelí debe basarse en la restauración de las fronteras bíblicas como fronteras del estado judío. La tierra que estuvo regida por un gobernante judío cualquiera de la Antigüedad o que fue prometida por Dios a los judíos, debería pertenecer a Israel por ser éste un estado judío.

Pero surgen discrepancias profundas acerca de las fronteras bíblicas de la Tierra de Israel, que según la Biblia o las interpretaciones rabínicas de la Biblia y el Talmud, pertenece idealmente al Estado Judío. La más destacada por las extensiones de tierras que incluye dentro de esas supuestas fronteras es: al sur, todo el Sinaí y una parte del norte de Egipto hasta los alrededores de El Cairo; al este, toda Jordania y un buen trozo de Arabia Saudí, todo Kuwait y una parte de Iraq al sur del Éufrates; al norte, todo Líbano y toda Siria junto con una parte inmensa de Turquía (hasta el lago Van); y al oeste Chipre. Aunque reconoce Israel Shahak que ha elegido un modelo extremo de las fronteras bíblicas de Israel que “pertenecen” al “estado judío”, este ejemplo de fronteras es muy querido en los círculos nacional-religiosos. Sin duda, hay versiones menos extremas de fronteras bíblicas, a las que suelen llamar también históricas. En mayo de 1993, Ariel Sharon propuso al partido político más importante de la derecha israelí, LIKUD, que Israel debía adoptar el concepto de “fronteras bíblicas” como guía en su política exterior. Nadie le preguntó al líder dónde se encuentran con exactitud las fronteras bíblicas que debía conquistar Israel y las pocas objeciones de dentro y fuera del Likud se fundamentaron en criterios pragmáticos, como por ejemplo que Israel en aquellos momentos era demasiado débil para anexionarse todas las tierras que “pertenecen” a los judíos o que la pérdida de vidas judías que conlleva una guerra de conquista sería intolerable.

Paralelamente al principio anterior de la “ideología judía”, se ha desarrollado, desde el inicio de la fundación del estado de Israel, una política imperial basada en principios estratégicos que defienden el objetivo de Israel de imponer una hegemonía sobre otros estados de Oriente Medio; sin la protección israelí los regímenes existentes en la región se habrían derrumbado hace mucho tiempo. Israel Shahak cita los principios que ofreció el general en la reserva Shlomo Gazit, antiguo comandante de la Inteligencia Militar, al exponer:

La principal tarea de Israel no ha cambiado en absoluto [desde la desaparición de la URSS...]. La localización geográfica de Israel en el centro del Oriente Medio árabe-musulmán predestina a Israel a ser un coloso guardián de la estabilidad de todos los países que lo rodean. Su papel es proteger a los regímenes existentes: prevenir o detener los procesos de radicalización y bloquear la expansión del fanatismo religioso fundamentalista.

Para ello, Israel impedirá que haya cambios más allá de las fronteras de Israel [y] los considerará intolerables, hasta el punto de sentirse forzado a utilizar todo su poder militar con el fin de prevenirlos o de erradicarlos.(Shahak, I., 2002, p. 62).

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