Hacia mediados del siglo XX, se descubren los manuscritos del Mar Muerto, cerca de Jericó (1947-48), encontrados en unas simas del acantilado oriental del desierto de Judá, cerca de Wadi (=lecho de río) Qumrán; probablemente propiedad de una comunidad de monjes judíos, los esenios, algunos de los cuales remontan al siglo III a. C.; tienen una importancia grande para comprender la historia de Israel en esa época y esencialmente en los orígenes del cristianismo.
En resumen, las innumerables excavaciones efectuadas en los últimos doscientos años con sus impresionantes aportaciones a la fijación de la toponimia oriental y bíblica y el descubrimiento de abundantísimos textos antiguos, a veces recogidos en verdaderos archivos repletos de millares de tablillas de arcilla con escritura cuneiforme, han facilitado un acercamiento más exacto a la historia del Israel de aquella época. Y aunque los documentos extrabíblicos no coinciden plenamente con los bíblicos, su cotejo y comparación avala la verosimilitud y, por tanto, la aceptabilidad, de los relatos bíblicos que a semejanza de otras tribus transmiten sus tradiciones y cultura de generación en generación. Muchas costumbres patriarcales de Israel eran costumbres jurídicas del Antiguo Oriente y así queda afirmada su credibilidad. Algo similar sucede con los antropónimos: Abram, Jacob, Labán, Zubalán, Benjamín... que encuentran exacta réplica en textos amorreos, aumentando sin duda, el grado de confianza en la historicidad de los relatos bíblicos, como muy bien señala Valle Rodríguez, C. (Op. cit., 1976, pp.17 y ss.).
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