El sueño de la razón produce monstruos

lunes, 25 de enero de 2016

LA TRADICIÓN MÍSTICA GRIEGA (VI)

                             Continuación LA TRADICIÓN MÍSTICA GRIEGA (V)


              A. Los misterios de Dioniso
            Los misterios de Dioniso se pierden en la Antigüedad, se anticipan a un tiempo anterior a lo que se pensaba. De generación en generación, los griegos mantuvieron que los misterios dionisíacos eran originarios de Oriente, de la Tracia, acaso del culto al dios telúrico-mistérico Sabacio (gr. Σαβάζιος), del legendario Oriente, en un tiempo mítico, en ese tiempo inmemorial anterior al tiempo en el que aparecen los mitos, con su verdad en sí mismos, porque son esencialmente simbólicos. La "necesidad y originalidad" del mito, su simbología y sus imágenes, por su carácter de "lengua natural" que es "leída" en las manifestaciones sensibles del mundo, siempre implicarán un vinculo de unidad entre el "alma humana"  y la naturaleza[i].

            Las orgías báquicas están atestiguadas en Hesíodo, que habla del rey Escilas como un iniciado, cuya participación en las orgías no estaban bien vistas[ii]. Eurípides escribe la tragedia Las Bacantes dedicada a la llegada del dios y su culto desde Oriente a Grecia. El poeta trágico pone en escena las dificultades de Dioniso para que su culto fuera aceptado en su ciudad de Tebas, en la Beocia, de donde era oriunda su madre, Sémele, ante la oposición de su primo Teseo, rey de Tebas y sucesor de Cadmo. Luego nos habla del triunfo de Dioniso en Tebas y el terrible castigo que infligió a su adversario.

            El conflicto entre la religión tradicional, defendida por Penteo, Cadmo y Tiresias, con una concepción del mundo muy reglamentada, y el nuevo culto que trae Dioniso, en el que lo mágico y lo irracional son fundamentales, late en toda la obra. Y, para sorpresa de todos Penteo, el defensor de la razón, actúa de un modo más irracional e insensato que Dioniso, cuya calmosa actitud contrasta, en toda la tragedia, con la desaforada del rey de Tebas.

            B. Los ritos órficos.

            Se fundamentan en las aventuras de Orfeo en el Más Allá y en la existencia supuesta de unos "textos sagrados" que el propio poeta y otros sagrados y míticos cantores, como Museo, escribieron para los iniciados. Tales "libros sagrados" no existen en el culto de Dioniso. Además mantienen que los hombres nacen con una culpa que tenía que ser expiada.

            Platón relaciona los misterios órficos con Dioniso (Platón, Fedro 265b, 2) y considera que éste los presidía. Su base mitológica se halla en la historia de Dioniso Zagreo, el primer Dioniso malogrado, cuyo destino era suceder a su padre Zeus, de la tercera generación, y regir el reino divino. Pero Dioniso, de la cuarta generación, siendo niño, es descuartizado, cocido, asado y devorado por los malvados Titanes; de él solo se salva el corazón.

            El desarrollo de los misterios de Orfeo tienen mayor calado que el culto a Dioniso, precisamente porque se transmiten en "textos sagrados". Estos faltan en el culto dionisiaco. Esos textos, cuya procedencia se remontaba a Orfeo y Museo, fueron reorganizados y sistematizados por Onomatocrito en tiempos de Pisístrato, finales del siglo IV a. C., constituyendo un auténtico corpus sagrado. Tal vez el trabajo de Nono de Panópolis sea el primer intento, aunque tardío, siglo V d. C., de recopilar una especie de "Biblia" dionisíaca con todos los mitos relacionados al dios.

            El descubrimiento en Salónica (1962) del papiro de Derveni o de las placas de hueso de Olbia, donde se lee claramente ΛΙΟΝ, la abreviatura de Dioniso, han hecho pensar en un orfismo asociado con la figura de Dioniso, en pleno siglo V a. C.

            En los textos órficos, el mito de Dioniso Zagreo, el dios que muere y es descuartizado y devorado por los Titanes, constituye una doctrina clave. Su relato presenta importantes implicaturas de carácter antropológico y religioso que luego influirán en el cristianismo: el dios que muere cuyo cuerpo se come en una asamblea iniciática, etc.

            En época de Platón, orfismo conlleva ciertas connotaciones de desprestigio a causa de las prácticas de chamanes y magos. En la época romana, renacen los ritos órficos con vigor, pudiéndose habar de orfismo como una religión viva. Burkert hablará de "testimonios incontrovertibles" de ὀρφικα καὶ βακχικά, misterios órficos-báquicos orientados sobre todo a una condición de bienaventuranza después de la muerte. Desde los tiempos más remotos, aparecen ambos misterios aunque el culto de Dioniso nunca tuvo un corpus doctrinal sagrado sino una tradición predominantemente oral; el dionisismo acaso pudo participar de los mitos esenciales con el orfismo. Con todo, lo único seguro, en medio de tanta duda y mezcolanza que relaciona orfismo y dionisismo, es el mito de Dioniso Zagreo según aseveración de Hernández de la Fuente, David[iii].

            El mito de Dioniso Zagreo en Nono

            Poco después, el mismo Hernández de la Fuente pasa a glosar el mito de Dioniso Zagreo tal y como nos lo transmite Nono de Panópolis en sus Dionisíacas, obra llena de noticias órficas y dionisíacas que son indicios evidentes de una religiosidad pagana en un periodo en el que ya ha triunfado en cristianismo. Nono nos brinda bastantes testimonios sobre el culto y la figura mítica de Dioniso y elabora toda una epopeya al modo homérico[iv].

            Dejando al lado la adscripción religiosa del poeta, la historia de Dioniso Zagreo es la versión del mito más amplia y detallada que tenemos y a través ella podemos suponer el papel esencial que desempeñó el mito para los misterios órficos y báquicos.

            El Canto VI de las Dionisíacas de Nono se centra aún en los preliminares de la verdadera gesta del dios. Se trata de un episodio profético que anticipa la apoteosis del segundo Dioniso (Canto XLVIII). Pero hasta llegar allí, antes nos relata la lucha primigenia entre Tifón y Zeus (Cantos I y II), las peripecias de Cadmo hasta la fundación de Tebas (Cantos III y IV), su asentamiento en la ciudad fundada y el inicio de la extirpe de Cadmo (Canto V); en ese Canto V, también anuncia la figura de Sémele y la pasión de Zeus por la misma, con la intención del dios de engendrar un nuevo Dioniso, tras la muerte de Zagreo por los Titanes.

            Y es partir de este momento (Canto VI) cuando comienza la historia de Zagreo, el primer Dioniso, e incluye la cólera de Hera. A la sazón, la encantadora Perséfone es deseada por muchos pretendientes; esa rivalidad amorosa entre dioses por Perséfone nunca fue atestiguada antes, aunque bien pudiera tratarse de una creación de Nono. Cada dios ofrece lo mejor que posee para seducirla: Hermes, su caduceo; Apolo, su lira; Hefesto, un hermoso collar; Ares, su lanza y su coraza, pero será Zeus, por medio de su astucia, quien se une a ella tras espiarla en el baño[v]. Deméter rechaza la unión de Perséfone con el padre de los dioses y encierra a su hija en una cueva. Pero el oráculo se cumple tal y como estaba predestinado: la concepción y el nacimiento de Dioniso Zagreo, κερόεν βρέφος 'retoño cornudo', el cabritillo, el primer Dioniso, el que se opone al Baco (Βάκχος) clásico, que en el texto de Nono representa la perfección frente al niño malogrado, que será sacrificado por envidia de Hera a manos de los Titanes. De modo que, según la versión de Nono, Dioniso[1] [ fue engendrado de forma incestuosa por Zeus y Perséfone (padre e hija). Esta genealogía dionisíaca puede provenir de los poemas órficos de incierta datación, pues alude a la maternidad de Perséfone, significativamente la diosa de los muertos.

            El incesto, por otro lado, es un tema recurrente en Nono; algunos han visto en ello una cierta desmesura sexual, propia de los mitos que cuenta. También se descubre el lugar de la unión entre Zeus y Perséfone, un locus amoenus apto para la teogonía muy del gusto órfico: la gruta oscura guardada por dragones, que Nono sitúa en Sicilia, siguiendo al poeta Claudiano (mediados del IV-principios del V d. C.) en el De raptu Proserpinae[vi].

            En cuanto al lugar mítico, Nono lleva la cueva de Perséfone, donde nacerá el dios niño y se iniciarán sus misterios a Sicilia, lugar marcado por la actividad ctónica de los volcanes. En cambio, la tradición predominante sitúa la acción en Creta siguiendo el mito cretense de Diodoro, en el que Demeter sobrevuela la cueva y la montaña de Dicte, donde fue escondido Zeus y se crió, y no habla del estrépito de los coribantes, en sus danzas orgiásticas, al son del entrechoque de sus escudos. Aquí Nono mezcla el mito de Dioniso Zagreo y el de Zeus Cretense, que tuvo su culto en la polis de Olimpia como dios serpiente, al parecer, el Zeus Cretogenes.

            La sima mistérica es pieza clave como el lugar ctónico donde el dios-padre-esposo sedujo ocultamente a su propia hija-madre-esposa, Perséfone.. El dios serpiente cumple su objetivo procreando el retoño cornudo, estableciéndose así el sistema de la generación circular. Dioniso Zagreo será la encarnación de un dios nacido sobre el que se va a consumar un terrible crimen, con el que se obstaculiza el asunto de la sucesión dinástica, aunque la figura del dios del vino nuevo, símbolo de la muerte de la vegetación en invierno y de su renacimiento en primavera, saldrá fortalecida en su reencarnación.

            Nono, a continuación, introduce una digresión con poco sentido aparente, el telar de Perséfone, similar al de Palas Atenea, diosa de la sabiduría, de las artes y de la artesanía, que se entretiene tejiendo. Esta actividad de la madre de Dioniso Zagreo tiene resonancias órficas, pues en el orfismo, el telar es símbolo del cosmos, de la creación, que anticipa un nuevo orden cosmológico. Nono nos dice que Perséfone se afanaba con la rueca antes de ser violada por su padre Zeus; se encontraba tejiendo el tapiz de las estaciones, cuando de repente se manifiesta el dios-serpiente y mientras que la está violando, se detiene el ciclo natural y repetitivo de la naturaleza. Se trata de una tela cósmica y circular, como los giros o las vueltas que va dando la rueda del telar, que encierra en sí todo el universo, una imagen específica del orfismo. Todos esos símbolos nos llevan al ciclo vital de la naturaleza, y es entonces cuando se introduce la serpiente, que obstaculiza por un instante el orden cósmico para engendrar al que habrá de ser el dios rey de la cuarta generación. Además, esa unión está fatalmente predestinada. Dionisio moría cada invierno y renacía en la primavera; para sus adeptos, este renacimiento cíclico, acompañado de la renovación estacional de los frutos de la tierra, encarnaba la promesa de la resurrección de los muertos.

            El Dioniso de Nono es resultado de la integración de varias figuras divinas, de orígenes y tradiciones míticas distintas, cuya resultante es una configuración trina del dios: Zagreo, por ser un dios malogrado; Dioniso (entre los romanos Baco[vii]), el nacido de Sémele, y Iaco, el Dioniso mistérico, el dios de los iniciados. Esta tríada dionisíaca, según nuestro poeta épico de la edad tardía, es similar a otras tríadas de otros cultos orientales que penetraron en el Imperio.

            Dioniso es un dios de gran complejidad y antigüedad, quizás tanta como Zeus y unido a él desde la Edad de Bronce, como señala Burkert[viii], lo que contradice la idea tradicional de un "dios que llega" de Oriente. Los griegos aseguraban que de Tracia, del culto de Sabacio. Es presumible su origen creto-micénico. En las tablillas micénicas aparece como di-wo-ni-so-jo, "de Dioniso" (Xa 102), o di-wo-nu-si-jo; éste es su nombre más usual, del que surgen varias etimologías, entre ellas la popular "hijo de Zeus". También aparecen otras referencias al dios, con otros nombres, tal vez como advocaciones, como nombres teóforos, por ejemplo e-re-n-te-re (Cn 3, 1-2). Eleuterio, el que libera; Sabacio, con connotaciones orientales, adoptado posiblemente en Atenas en época de Demóstenes; Euboleo, nombre parlante que tenía Dioniso entre los órficos. Luego están los clásicos epítetos-advocaciones del dios: Lieo el Liber de los romanos, el libertador; Bromio (del gr. βρεμειν, 'rugir'), el ruidoso o bullicioso, el bramador; Evio, el del 'evohé' o grito del culto de las ménades o bacantes para invocar a Baco; Irafiotes[ix], el Cabritillo ritual; Ditirambo (Puerta de la vida y la muerte); Lysiponos, el que libera las penas,  etc.

            Con respecto a Iaco (del gr. ant. ἼIakkhos), otro de los epítetos de la trinidad dionisiaca en Nono, está relacionado con los misterios de Eleusis, ciudad agrícola a treinta kms. al noroeste de Atenas, dedicados al culto de las diosas Deméter y su hija Perséfone, la que fuera secuestrada por Hades, el dios de la muerte y el inframundo. Iaco es la estrella de los misterios eleusinos; un Dioniso noctámbulo, mistérico y festivo, propio de la iniciación. Parece relacionado con la luz, característico de las procesiones con antorchas. Y Zagreo[x], el nacido de Zeus, metamorfoseado en serpiente, y de Perséfone, antes de ser raptada por Hades, representa el último de la trinidad en Nono. Los Titanes, malmetidos por Hera, mataron a Zagreo y echaron sus miembros en un caldero; Palas Atenea rescató su corazón, que entregó al nuevo Dioniso. El epíteto Zagreo relaciona la divinidad con un acto ritual de caza. Se trata de la visión cazadora del dios, que es activa y pasiva, un dios salvaje, que domina los animales. El tema de la muerte está presente en esta simbología dionisíaca; es inherente al nombre Zagreo la caza del animal vivo, acción previa al "despedazamiento de la víctima[xi]", el sparagmós o σπαραγμός, fase de la muerte ritual de la víctima propiciatoria, a la que siguen la omophagia o comunión con la carne cruda y la vida nueva subsiguiente. Eurípides y Esquilo relacionan a Zagreo con lo subterráneo, con lo ctónico; es el dios nocturno, myktélios; y además, con la gruta del Ida. Zagreo es el nombre apropiado para el mito del nacimiento del niño-dios en una gruta, una especie de locus amoenus para el alumbramiento divino, y lúgubre mazmorra para el crimen, un lugar de gozo y de miedo para los iniciados, que han de experimentar el mismo sufrimiento que el dios sacrificado (pathéma del gr. πάθημα, ατος, τό, 'lo que se siente').

                Después del nacimiento, Nono narra cómo Dioniso Zagreo se convierte en señor del universo. En fragmentos órficos, queda claro que la sucesión fue querida porZeus, pero Nono no lo dice. El recién nacido adopta enseguida todos los atributos paternos, el trono celestial y el trueno y se convierte así en la cuarta generación en el orden cosmogónico. Tras Urano, Crono y Zeus, Dioniso Zagreo representa para los órficos la venida del dios salvador, conocido también como Oinos (del gr. ant.  οἶνος, "el vino"). Este es un tema que se recoge y desarrolla en la teología órfica.

            Luego Nono se aparta de la teología órfica en el episodio de Ampelo: Dioniso enamorado del sátiro Ampelo (del gr. ant. Αμπελος, 'cepa de vid'), metáfora de "la viña", se dirige a Zeus y rechaza el poder que le entregó a Zagreo, y le dice que se lo entregue a otro, a Hefesto acaso. Y afirma que prefiere el amor de Ampelo, joven que simboliza la viña salvadora del hombre porque aleja las penas. Este dato, Nono lo recuerda continuamente en las Dionisíacas con significativos epítetos como lysiponos, "que alivia las penas". Y es que el autor de las Dionisíacas está mezclando varias tradiciones.

            En el episodio de Zagreo, los atributos de rey de dioses le van a durar poco al joven dios, pues la envidia de Hera favorecerá la destrucción del nuevo dios a manos de los Titanes[xii], criaturas ancestrales, "nacidos de la Tierra", que pertenecen a un tiempo anterior del mundo, símbolos de esa fuerza primigenia que emana, tal vez, de su madre la tierra.



[1]. Dioniso (de Διώνυσος Diônysos o Διόνυσος, 'hijo de dios', del gr. ant. Δίος +  en lengua tracia-frigia νυσος, 'hijo')



[i]- Mariño Sánchez, D., Injertando a Dioniso, 2014, Madrid, Siglo XXI.
[ii]. Herodoto, Hist. 4, 78-80, citado por Hernández de la Fuente, op. cit., Madrid, 2002.
[iii]. Hernández de la Fuente, David, op. cit, 2002, pág. 22.
 
[iv]. Además de las Dionisíacas, extenso panegírico del dionisismo, se le atribuye también una Paráfrasis al Evangelio de San Juan, similar en la forma a la primera, en hexámetros épicos y usando epítetos homéricos para caracterizar a Cristo, Marta o María, pero de inspiración cristiana; Nono, como parafraste del Evangelista, se aparta del lenguaje sencillo del Evangelio y usa alusiones y vocabulario dionisíaco.
            Se ha calificado desde antiguo a Nono como el último poeta pagano, aunque se ha podido testimoniar que en Egipto cristianos y paganos convivieron durante largo tiempo. La provincia de la Tebaida fue la cuna del monasticismo en ciudades como Panópolis. Los restos arquitectónicos hallados mezclan los motivos del arte copto y del paganismo clásico. Cf. Hernández de la Fuente, D., op. cit., 2002, pág. 24.
 
[v]. Nono compara la pasión de Zeus con el deseo incestuoso, la atracción física y sexual que sintió por Afrodita mientras se bañaba en la isla de Chipe: en su frustrado intento Zeus arrojó su semen sobre la tierra, y de ella nacieron los centauros.
 
[vi]. Diodoro, en su versión cretense, no cuenta lo que relato Nono y es que Zeus se une a la diosa en forma de serpiente. La serpiente y el incesto es un elemento arcaico que aparece en otros mitos teogónicos. En la interpretación "psico-mitológica" de los mitos de R. F. Newbold se ve en la serpiente un claro simbolismo sexual. Cf. Hernández de la Fuente, D., op. cit., 2002, pág. 28.
 
[vii]. Posee una doble naturaleza: una como dios de la vegetación, específicamente de los frutos de los árboles, especialmente los racimos de uvas; su segunda caracterización apunta a una divinidad del arrebato místico que inspiraba cultos orgiásticos, de los que son ejemplo las ménades o bacantes.
            Dionisio era bueno y amable con quienes lo honraban, pero llevaba la locura y la destrucción a quienes lo despreciaban a él o a los rituales de su culto. Su séquito está formado por seres divinos, sátiros, silenos y ninfas, y adoradores humanos, llamados basárides, "portadores de piel", por la forma de su indumentaria ritual con pieles de ciervo, y finalmente ménades o lenas (literalmente, "mujeres locas"). Toda esta cohorte seguía a Dionisio entrando en un estado de enajenación mediante  la danza extática y el uso del vino; eran capaces de realizar milagros, haciendo surgir del suelo fuentes de leche o vino; poseían una fuerza extraordinaria, capaz de despedazar con sólo las manos cabras, toros y seres humanos (sparagmós, descuartizamiento de la presa); el fuego no los quemaba ni las armas los herían; pero a pesar de su violencia sentían una profunda simpatía por las crías de los animales, especialmente los cabritos y los cervatillos. El nombre romano de Baco se refiere a los fuertes gritos con los que se adoraba al dios en las bacanales, frenéticas celebraciones en su honor.
 
 
[viii]- W. Burkert, op. cit., pág. 109, citado por Hernández de la Fuente, 2002.
 
[ix]. Irafiotes, 'el cabritillo' es de oscuro significado. Probablemente "el joven macho cabrío"; cf. W.F. Otto, op. cit., pág. 124, atestiguado en el Himno Homérico 33, citado por Hernández de la Fuente, 2002, pág. 34.
[x]. Según el orfismo, los hombres nacieron de las cenizas de los Titanes fulminados por Zeus porque habían descuartizado y comido a Zagreo, el niño-dios de Creta. De ahí la doble naturaleza del ser humano, mezcla del mal, por el lado de los Titanes, y del bien, por parte del dios. La purificación predicada por el orfismo les permite liberarse de la parte mala; les da la oportunidad de sucesivas reencarnaciones hasta la purificación final.
 
[xi]. Como representación simbólica de las individualizaciones que se generan desde la Unidad primordial , y también del impulso irresistible de la Tierra a ser fecundada con la sangre, cuando la fuerza del sol disminuye. Cf. Nietzsche, Friedrich, El nacimiento de la tragedia o Grecia y el pesimismo, Edición de A. Sánchez Pascual, Madrid, Alianza, 2007. pág. 19.
 
[xii]. Para Hesíodo, Océano, hijo de Urano y Gea, es el primogénito de los Titanes, que junto a Tetis, Téthys, su hermana, símbolo femenino de la potencia fecunda del mar (femenina), constituyen una pareja. Según la cosmogonía órfica, primero fue el Caos, después Océano, tercera la Noche y cuarto Urano. Cfr. Guthrie, W.K.C., Orfeo y la religión griega. Traducción de Juan Valmard, Madrid, Siruela, 2003, pág. 156.
            Hesíodo lo denomina "el ilustre río". Aristóteles lo identifica con el Atlántico. Anteriormente, en el tiempo mítico, es un anillo que circunda el disco plano de la Tierra, idea asumida por Homero, cuya función primordial es constituir el límite entre la tierra habitada y el Más Allá.
            La teogonía de las Rapsodias órficas empieza con el Tiempo (Krónos). De él surgieron Éter, Caos y Érebo. Tiempo con Éter forman un huevo, que se divide en dos y emerge Fanes. De Fanes brota la Noche y, con ella, engendró a Gea y Urano, los padres de los Titanes: Crono (Krónos), Rea, Océano, Tetis (Téthys) y los demás. Cf. Guthrie, 2003, pág. 130.
 

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