Kant
y su Sapere aude¡
La propuesta que hace
Kant como lema de la Ilustración es: Sapere
aude¡, es decir, ¡Ten valor de
servirte de tu propio entendimiento! Servirse del entendimiento sin ninguna
guía de otro (tradición, religión). Es la hora de que la razón juzgue el
alcance y el valor de la religión (deísmo).
La autonomía de la razón significa que rechaza toda tutela exterior, todo
oscurantismo, toda superstición, ya sea la tradición, ya sea la religión. Sin
embargo, la razón necesita un punto de referencia y ese punto es la Naturaleza.
Los científicos del XVIII pensarán que es posible prescindir de Dios para
explicar el mundo y de ese modo, la ciencia ilustrada proclama la autonomía del
mundo respecto a Dios, al igual que había proclamado la autonomía de la razón.
El criticismo kantiano
La
autocrítica de la razón kantiana trata de resolver los antagonismos a los que
habían llegado las anteriores concepciones antropológicas y epistemológicas
que, según Kant, pueden aunarse en dos posturas
divergentes:
El dogmatismo racionalista, inaugurado por
Descartes y cuyo máximo exponente en aquel momento era el filósofo alemán Crhistian
Wolff (1659-1754) y su escuela; Wolff fue
un filósofo alemán que tuvo una destacada influencia
en los presupuestos racionalistas de Kant. Sin embargo, su
racionalismo está más cerca de Descartes
que de Leibniz; pretendía obtener la certeza a partir de ideas
y principios innatos de la razón deducidos acríticamente, rechazando el valor
del conocimiento que aporta la experiencia.
El escepticismo o
el empirismo radical de Hume que, reduciendo todo
el ámbito del conocimiento a la experiencia, había imposibilitado la obtención
de certezas universales y necesarias en el ámbito de las ciencias no formales
(física, ciencias naturales, etc.), quedando sumergido todo ello en la mera
probabilidad y contingencia.
El criticismo kantiano
supone un intento de conciliación y superación de ambas posturas, el racionalismo y el empirismo: aunque todo
conocimiento ha de provenir de la experiencia, sin embargo no todo conocimiento
se agota en ella, ya que si no, no obtendríamos nunca certezas con carácter
universal y necesario.
La
epistemología kantiana
Kant entiende por metafísica
un conocimiento “cuyos principios jamás deben ser tomados de la experiencia,
pues deben ser conocimientos no físicos, sino metafísicos, esto es, más allá de la experiencia. Es,
pues, un conocimiento a priori, o de
la razón pura. Es decir, la metafísica
versa sobre los objetos no empíricos (Dios, el alma, el mundo como totalidad) y
es construida por una razón no empírica (o “pura”, sin mezcla de elementos
empíricos), que no utiliza dato empírico
alguno.
Kant aporta
como novedad que todo juicio científico
debe ser sintético a priori (es decir, independiente de la experiencia). Si
tenemos la posibilidad de construir a priori juicios sintéticos, es
porque no todo en nuestro conocimiento procede de la experiencia. Hay algo en nuestros juicios que es
independiente de ella. La tarea de la Crítica
de la Razón Pura consiste precisamente en:
a) descubrir esos elementos no empíricos, o a priori, y
b) justificar su uso.
Ello supone que Kant se aparta en este sentido del empirismo (todo conocimiento procede de
la experiencia), pero no por ello se alinea con el racionalismo (la razón opera, al margen de la experiencia, a partir
de ideas innatas). Intenta una síntesis entre racionalismo y empirismo.
El
entendimiento no comienza nunca a pensar por sí mismo; algo le viene dado desde
el exterior: recibimos impresiones o sensaciones, y así tenemos una relación
inmediata (o intuición) con un objeto a través de los sentidos (intuición
empírica).
Pero
las sensaciones no constituyen la totalidad del objeto de nuestra experiencia
(contra el empirismo y el sensismo); hay algo más que es puesto
por el sujeto cognoscente y que es a
priori y que sirve para estructurar lo que viene dado por los sentidos.
Así,
la relación entre “lo dado” por los sentidos y “lo puesto” por el sujeto en el
acto de conocer es una relación que
Kant llama de materia y forma.
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