A. Los hallazgos de la ciudad-estado de
Mari
Al norte de Mesopotamia y la región del
Levante, entre los años 2500-1500 a. de C., aparecen nuevas ciudades-estado
envueltas en continuas guerras por la supremacía económica y política. Entre
ellas destacaron Ebla y Mari, que alcanzaron su esplendor entre los años 2400 y
1750 a. de C. En sus yacimientos se han encontrado los hallazgos más
importantes de material arquitectónico y de archivo. En el centro de cada
ciudad se levantaba un complejo de palacios y templos rodeados de viviendas
privadas. La ciudad estaba protegida por poderosos muros de ladrillos de barro
o por terraplenes de tierra cocida. Los muros de la ciudad de Mari en el
Éufrates encerraban una superficie de 100 hectáreas.
Las
recopilaciones más numerosas de placas de arcilla provienen de los palacios de
Ebla y Mari, incluyendo alrededor de
16000 y 17500 documentos respectivamente. Las tablas de Mari proporcionan
detalles privados sobre la vida en un palacio sirio durante el s. XVIII a. de
C.: cómo se perseguía a esclavos huidos, medidas sanitarias para combatir un
epidemia, impuestos sobre el transporte fluvial por el Éufrates, etc. El
comercio era esencial para las economías de estas primeras ciudades-estado
hasta el punto de que hacia 1950 a. de C. los comerciantes asirios fundaron una
colonia en las afueras de la ciudad de Kanesh en Anatolia, tal como dan
testimonio los restos arqueológicos del yacimiento de Kültepe (Atlas de
Arquitectura, 1992, págs. 132-133).
Estos hallazgos de la ciudad-estado de Mari,
actual Tell Hariri, situada en la orilla derecha del Éufrates, han podido
demostrar el auge de las actividades económicas y mercantiles en la Alta
Mesopotamia; su hegemonía política acabó con el expansionismo de Hammurabi de
Babilonia. Las excavaciones de Tell Hariri han aportado millares de tablillas
con escritura cuneiforme, distinta de la lengua de los acadios o semitas
orientales; en ellas aparece por primera vez la diosa ’Anat, muy popular en la
zona de Ras Shamra (Ugarit); el dios Addu, aunque este dios no era desconocido
en las fuentes acadias, que por su frecuencia es uno de los dioses principales
de los amonitas; luego será una de las denominaciones que recibe el dios de la
tormenta de los semitas occidentales, bajo la forma de Hadad; también aparece
Dagan, a quien estaba consagrado uno de los grandes templos de Mari; la Biblia lo
menciona como divinidad principal de los filisteos al instalarse en la costa
meridional de Palestina. En el panteón amonita de Mari aparecen otras figuras
de dioses como Yarakh, el dios Reshep, el dios Salim... de los que apenas se
sabe su nombre. Además de las deidades, otra serie de hechos religiosos
relacionan a los hombres de Mari con el mundo semítico occidental, más afines a
Palestina y a Fenicia que a Mesopotamia; por ejemplo, la correspondencia de los
funcionarios dirigida a los reyes han puesto de manifiesto la importancia de
las revelaciones proféticas a la hora de ocuparse los reyes de los asuntos del
Estado. Los profetas aparecen vinculados a un dios particular, Addad o Dagan, y sus palabras (oráculos) se consideran manifestaciones de la voluntad divina, de modo que la intervención de los profetas en la política interior o exterior de Mari es similar a lo que sucede en Israel. La confianza y el respeto en los profetas será una constante en las civilizaciones semíticas; la influencia de los profetas hebreos se debe al prestigio que tenían entre la población. Asimismo se conocieron de una serie de documentos de primer orden gracias a los descubrimientos de Nuzi (siglo XV a. C.) y, sobre todo, los del paraje de Ras Shamra donde estuvo la capital del pequeño reino de Ugarit, siglos XIII y XIV a. de C., aludido en los textos bíblicos.
Estado. Los profetas aparecen vinculados a un dios particular, Addad o Dagan, y sus palabras (oráculos) se consideran manifestaciones de la voluntad divina, de modo que la intervención de los profetas en la política interior o exterior de Mari es similar a lo que sucede en Israel. La confianza y el respeto en los profetas será una constante en las civilizaciones semíticas; la influencia de los profetas hebreos se debe al prestigio que tenían entre la población. Asimismo se conocieron de una serie de documentos de primer orden gracias a los descubrimientos de Nuzi (siglo XV a. C.) y, sobre todo, los del paraje de Ras Shamra donde estuvo la capital del pequeño reino de Ugarit, siglos XIII y XIV a. de C., aludido en los textos bíblicos.
B. El
descubrimiento de los archivos del reino de Ugarit
De
la misma época de estas tablillas de Tell el-‘Amārnah son los textos de Ras’s
Šamrah, hallados por los franceses en 1939 en un monte de la costa
septentrional de Siria, frente al extremo alargado de la isla de Chipre. El
montículo, actual Ras el-Samra, cubre
los restos de la antigua ciudad de Ugarit, que conocemos por las
tablillas de el-‘Amārnah y los textos egipcios. Es el primer descubrimiento
sólido, por la cantidad de documentos escritos que aparecen en Siria-Palestina
anteriores al periodo helenístico.
El reino de
Ugarit es interesante por ser un importantísimo centro comercial del Antiguo
Oriente Próximo y porque en ninguna otra ciudad se ha encontrado un archivo tan
amplio de tablas cuneiformes escritas en una lengua semita relacionada con el
hebreo del Antiguo Testamento. Se ha descodificado la escritura ugarítica y los
investigadores han podido acercarse a la literatura ugarítica que, con
numerosos poemas mitológicos, les ha permitido profundizar en el mundo
religioso cananeo, indirectamente conocido por las controversias proféticas
israelitas contra los baales, divinidad representativa del mundo cananeo.
Ugarit y su puerto de Makhadu, la
moderna Ras Shamra y Minet el-Beida, fueron el centro de una enorme red
comercial y cultural que cubrió el Levante y se extendió hasta Anatolia y
Grecia. Hoy conocemos esa civilización gracias a los registros descubiertos en
Ras Shamra y los encontrados en Ebla, Mari, Egipto y la capital hitita de
Hattusa (actual Bogazköy). Se dispone de documentación de Ugarit de dos siglos,
1400 a 1200 a. de C.
El reino de Ugarit tenía una extensión
de 3360 Km cuadrados de campos fértiles y bien regados, con bosques por algunas
zonas. La capital ocupa 21 hectáreas y estaba fortificada. Por allí pasaban
largas caravanas procedentes de Siria, Mesopotamia y Anatolia para comerciar
con Canaán y Egipto, y recibía a los navegantes que venían de Alasiya (Chipre)
y Caftor (Creta). Estos comerciantes sirios parecen haber dominado el comercio
marítimo en el este del Mediterráneo durante la mayor parte de la Edad de
Bronce. La moneda de cambio era la plata, aunque el sistema básico fue el
trueque. Ugarit fue una ciudad cosmopolita
donde se podía encontrar gente de todo el Levante de diversos grupos
étnicos y lingüísticos. Los hallazgos muestran una cultura rica, que registra
más de diez lenguas en cinco escrituras distintas, una de las cuales, el
alfabeto cuneiforme, fue desarrollado en la academia local de escribas. Su
diplomacia les permitió participar en el comercio internacional junto a las dos
grandes potencias de la época. Hatti y Egipto, aunque estuvo unida a la primera
por tratados de vasallaje durante la mayor parte el tiempo. El ugarítico se ha
convertido en la mejor lengua conocida del semítico occidental (amonitas,
vinculados con los orígenes de Babilonia) del II milenio a. de C. Los textos
religiosos descubiertos a partir de 1930 en el templo de Baal, constituyen la
única colección de mitos semítico-occidentales que tenemos.
El ciclo de Baal es quizás el mito más
interesante del conjunto. Se le llamaba “El Señor” y su nombre propio
probablemente era Hadad. Un primer relato
cuenta la lucha entre Baal y Yan, el dios del mar, bajo el arbitraje de El
quien advierte a Yan que el combate será duro porque Baal estará asistido por
las diosas `Anat y Astarté. Baal alcanza la victoria y con ella el
reconocimiento de la supremacía sobre los demás dioses. Frente al dios del mar,
principio de la muerte y del desorden, Baal se afirma como potencia bienhechora
que salva al universo de volver al caos.
Otro poema cuenta cómo Baal tiene que
conseguir de El permiso para construir un palacio, es decir, un templo. Este
dato bien se podría interpretar que Baal era un recién llegado entre los dioses
de Ugarit; no es “hijo de El” y se le llama hijo de “Dagan” relacionándolo así
con un sector de la población emparentada con los amonitas de Mari; así pues,
parece una transposición mítica de una superposición de dos oleadas diferentes
de población semítica en la región costera de la Siria septentrional. Hay indicios
de hostilidad hacia Baal porque la gran diosa Athirat, “la que marcha sobre el
mar”, paredro de El, adopta una actitud malevolente hacia Baal, a pesar de que
la diosa termina pidiendo a su marido El, que mande construir el palacio de Baal
para que envíe lluvias abundantes. Una vez reconocida su realeza, Baal ofrece
un gran banquete a los dioses y diosas y parte a visitar las ciudades del
reino. A su regreso, tiene que enfrentarse con un nuevo enemigo, Mot, personificación
de la muerte. Aquí Baal representa la más dramática de su aventuras. Antes de
descender a la caverna de la muerte, fecunda una becerra para asegurar la
producción del ganado. Baal muere pero su hermana `Anat lo busca acompañada por
la diosa-sol Shapshu hasta que encuentra su cadáver. La diosa indómita apresa a
Mot, lo parte en trozos con la espada, lo criba en el harnero, lo quema al
fuego, lo pasa por la muela y dispersa sus trozos, lo que supondrá el retorno
de Baal a la vida. El se entera en un sueño premonitorio en el que se le muestran
los cielos destilando leche y los ríos haciendo correr miel. Baal de nuevo
recupera su trono y desencadena su furia, una descripción mítica de la
tormenta. Se nos aparece así como “Señor de la lluvia y de la tormenta”, mito
agrario, fundamento del ritual de la fecundidad. No cabe duda de que la alegría
de El, al saber que Baal ha vuelto a la vida, recoge la alegría de la fiesta
cuando aparecen las primeras lluvias al principio del invierno. Baal se
convirtió para las gentes de Ugarit en el primero y más querido de sus dioses,
quizás por entregarse el mismo para asegurarles la vida.
El se compagina, sin embargo,
armoniosamente con Baal. A El, a quien se llama “el toro”, corresponden la
ancianidad, la prudencia insondable, la omnisciencia, la bondad y la
misericordia, siempre a favor de los hombres; a Baal, el “novillo”, la
fogosidad en el combate, la intervención activa y saludable para rechazar el
desorden y asegurar la vida del pueblo de Ugarit. Si en la lucha contra Yan,
Baal aparece como guardián del equilibrio cósmico, es El quien asume las
funciones de creador. El es el “creador de las criaturas”, el padre de los
dioses y de los hombres. El fervor religioso que se expresa en los mitos de
Ugarit no excluye el radical antropomorfismo de lo divino y los contactos entre
los dioses y los hombres eran tan frecuentes y familiares como en los poemas
homéricos. La reconstrucción religiosa de Ugarit no nos permite diseñar un
cuadro completo de la misma, pero nos ofrece los indicios suficientes para
poder pensar en la continuidad de una creencia semítica que perdura durante
milenio y medio de historia.
C. Baal y El en las leyendas mitológicas de Chipre y Fenicia.
En
el año 312-311 llega a Atenas el chipriota Zenón, estudiante de veintiún años.
Su padre, un rico mercader, se llamó Mnaseas, acaso homónimo del arameo
Manasés. Las ideas político-religiosas del joven filósofo tienen mucho de la
herencia cultural cananea. Puede conjeturarse partiendo de la base del origen
fenicio de la dinastía real que conoce en Kitión y por los cultos cananeos que
vivió en su niñez.
En
el año 312 es derrocado el rey Poumiathón por Tolomeo, tras la victoria de éste
contra su enemigo Antígono. El reino perdió su independencia al confederarse
con el sector vencido. El padre de Poumiathón (361-312) se llamó Melekiathón
(392-361). Todos su antepasados habían llevado el nombre de Baal: Baalmelek I (
h. 479-449); Azbaal (449-425); Baalmelek II ( h. 425-400), y Baalraam. Los
altos funcionarios de la ciudad desempeñaban sus cargos cuyos nombres eran
fenicios, como los souffet (=jueces,
equivalentes a los cónsules romanos).
El
nombre de Baal, heredado por los reyes de Kitión, es la prueba que apuntala la
idea de que la realeza de Chipe estaba estrechamente emparentada con la
divinidad. La literatura político-religiosa de Canaán pone de manifiesto la
escasa distancia que la cosmovisión fenicia establecía entre el hombre y la
divinidad. Los mismo profetas de Israel se burlan de Baal, un híbrido grotesco
de un ser que ni es dios ni hombre, y muchas veces es un hombre, eso sí,
siempre de la realeza, transformado en dios. Sin embargo, los estoicos
proyectaron estas ideas, con total seriedad, a la semejanza del sabio con los
dioses.
Los
dioses de Chipe eran los mismos del panteón fenicio o cananeo. Así aparecen
Baalmerafe, dios de la salud; Esmun-Adoni (= mi señor); Esmun-Melqart (= el
soberano, equivalente a Heracles, como en Tiro); Rescheph-ches, dios del rayo,
como el fenicio Rescheph. Con relación a las diosas, en Chipre aparece la diosa
Astareth (= Astarté, diosa de la vida, como Venus).
Los
dioses fenicios se consideraron como una sola divinidad o como un panteón. Esto
mismo se produce en el estoicismo. Las leyendas semíticas de los dioses
fenicios, sobre todo, las de Baal y Astarté, tuvieron una gran influencia en
Zenón. Los descubrimientos ugaríticos han permitido conocer mejor las
concepciones religiosas de los fenicios, lo que se ha dado en llamar Biblia Cananea.
Baal (=dueño, soberano, esposo) era el nombre del
dios masculino personificado en varias divinidades. Sus manifestaciones
diversas a través de la historia fueron adoradas y recibieron culto como dioses
de la naturaleza y de las estaciones del año o como personalidades divinas
encargadas de diversos oficios: el dios del rayo, el dios de la generación...
Como dioses de la naturaleza (Baal), se opone a monoteísmo de Israel, y se le
denomina frecuentemente con el nombre teóforo de hadad. También se le encuentra entre los cuestores de Kitión,
hombres que piden limosna con fines benéficos.
Desde el punto de vista religioso, en Chipre y
Fenicia, lo más destacado fueron las luchas de Baal, victoriosas unas y
desastrosas otras, con el dios El.
En documentos de Ras Shamra-Ugarit se repiten los
nombres teóforos de Baal, al igual que en Chipre. Baal pertenece al panteón
ugarítico. También El aparece como nombre teóforo; era el dios supremo del
panteón ugarítico. Junto a estos, aparece el de la diosa Anat, la virgen, y el
de la diosa estelar Astari, equivalente a Venus[1].
Baal, más primitivo, era también más nefasto para los hombres, frente a su
rival El, que es propicio y justo para sus seguidores. En la Biblia ugarítica o
cananea, el antagonismo de Baal, seguido de legiones demoníacas, y El,
acompañado de ángeles, son estampas que se repiten reiteradamente. Las ordenanzas y preceptos únicamente
citan a El, dios de los dioses (elm)[2].
En las Crónicas del Gran Rey, historia
anovelada, atribuidas a Niqmad, natural de Shirmond (Chipre?), rey de Ugarit,
éste se rebela, abandonando a la diosa Asherat, esposa de El, pero no logra la
protección de Baal y Astareth[3].
Su rebeldía fue castigada, como no podía ser menos, con inmensos desastres en
el reino. Baal y El, ambas divinidades con potentes atributos, malo el primero
y bueno el segundo, en las Crónicas,
se manifiestan en constante lucha. En estas Crónicas,
medio fantásticas medio históricas, también aparecen en contraposición Asherat,
personificación del amor bueno y Astareth, símbolo del amor malo, siendo ésta
última muy semejante a la Afrodita terrestre, fatal y funesta, descrita por el
comediógrafo latino Plauto (251-184 a. C.):
"Diva
Astarte hominum deorumque vis, vita, salus:
rursus
eadem quae est Pernicias, mors, interitus"[4]
Las leyendas
mitológicas fenicias configuran las primeras imágenes teológico-religiosas de
Zenón cuando llega al Pireo en el año 312. En alguna librería pública parece
que leyó una obra de Jenofonte, acaso Memorabilia
(=las Memorables); en ella, el
escolarca exalta la figura de Sócrates con el mismo entusiasmo del cínico Antístenes.
El
primer impacto de los filósofos grecolatinos en la gran personalidad de Zenón
no son sus veleidades personales; todo en él viene determinado por las
profundas raíces diferenciales del helenismo indoeuropeo y del semitismo
antiguo, es decir, de la cultura mediterránea del neolítico dominante en el
Oriente próximo.
Cicerón
(106 a. C.- 43 a. C.) escribe De natura
deorum (=Sobre la naturaleza de los dioses); en este diálogo entre tres
personajes, llamados príncipes -los
primeros-, los tres protagonistas representan a tres escuelas filosóficas:
Veleyo, de la epicúrea; Balbo, de la estoica, y Cayo Aurelio Cotta (124 a. C. -
73 a. C.), de la Academia, discípulo y seguidor de Filón y cónsul del 75. En esta obra Cicerón-Cotta se burla del fuego
divino artífice de las cosas. Heráclito, como ya anticipamos, siguiendo la
tradición de los filósofos jonios, ve en el fuego,
el arché - fuente, origen, principio-
del universo: no solo las cosas individuales salen del fuego y vuelven a él,
sino que es el mundo entero el que acaba en el fuego, en algo similar a una
conflagración universal, para después volver a renacer. Se encierra aquí la
antigua idea griega del Eterno Retorno,
que luego vuele a reaparecer en Platón y los estoicos; y también la idea de un juicio universal: al sobrevenir el gran fuego,
juzgará y condenará todas las cosas, señala Heráclito en uno de sus fragmentos.
Y en esto se ha visto las influencias de la astronomía caldeo-babilónica y de
las religiones de los misterios.
Con
todo, a Cicerón no le era ajeno el concepto y sus diversas acepciones que el
verbo arameo qainâyâ connotaba. Pero
el vocablo y sus significados siempre resultaban graciosos para un romano. En
sus conversaciones con Antíoco de Ascalón (ca. 150 a. C. - 68 a. C.), último
filósofo de la Tercera Academia platónica, maestro de Cicerón y fiel intérprete
de la cosmovisión aramea, aquellos eran temas de debate y de análisis
comparativo de las propiedades lingüístico-conceptuales de las palabras,
discusiones en las que tanto Antíoco, como antes Zenón, se habían formado. Las
cualidades ígneas suprasensible, o metafísicas, constituyeron en Palestina
creencias que estuvieron en vigor durante siglos y que llegaron hasta nosotros
en copiosos pasajes de la Escritura.
[1].
Cfr. Elorduy, E., "Fundación de la Estoa" en El estoicismo, Madrid, Gredos, 1972, págs. 25 y ss.
[2]
. Ibídem, pág. 26, n, 4.
[3].
Ibídem, pág. 26, n. 5.
[4].
Citado por Elorduy, op. cit., pág. 27, n. 7: Plauto, Mercator, IV, sc. 6, v. 825 ss.
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