Adivina quiénes son
El
inventario esencial de la literatura dramática del romanticismo español, poco a
poco, ha quedado reducida a cuatro dramas:
Don Álvaro o la fuerza del sino, del Duque de Rivas. Fue estrenada
en el Teatro del Príncipe de Madrid en 1835.
El trovador, de García Gutiérrez. También fue estrenada en el
Teatro del Príncipe de Madrid en 1836.
Los
amantes de Teruel (1837), Juan Eugenio de Hartzenbuch, y
Don
Juan Tenorio, de José Zorrilla. Es la obra más representada de la
Literatura Española desde que se estrenó en el Teatro de la Cruz de Madrid en
1844.
El 18 de marzo de 1844, Zorrilla vende al
editor Manuel Delgado, por 4200 reales, los derechos de impresión y puesta en
escena del Tenorio, cantidad irrisoria dado que José Zorrilla vivió en la
escasez y murió casi pobre de solemnidad en 1893, sin haber recibido un duro
más de los miles que el Tenorio seguía generando desde la noche cuando se
estrenó, el jueves 28 de marzo de 1844.
Zorrilla adopta, para su obra, rasgos de
otros dramas y de otros géneros literarios, que han sido estudiados por la
crítica muy frecuentemente y en diversas fuentes, pero que nunca tuvieron en
cuenta un elemento esencial del drama, lo mágico.
La atmósfera que envuelve las últimas
escenas de la obra de Zorrilla, con su incertidumbre entre lo real y lo
aparente, señala Ermanno Caldera [1982:253], revela un estrecho parentesco con
las antiguas comedias de magia: sólo que ahora la magia grosera de las tramoyas
se sustituye por el hechizo más sutil de la poesía.
El mito de Don Juan que recibe Zorrilla
se configura, a lo largo de los siglos, de tres rasgos de máxima relevancia y
otros dos de valor secundario.
De los tres primeros, los más antiguos
aparecen en El burlador de Sevilla y
convidado de piedra (drama escrito entre 1612-1625), de Tirso de Molina. Su
autor los pudo localizar a comienzos del XVII en viejos romances o baladas.
Estamos hablando de la doble invitación y el castigo final: un personaje
masculino, acaso joven, tropieza con una calavera, observa una estatua
funeraria o entra en contacto, de alguna manera, con una representación
fantasmal de la muerte, e irrespetuosamente, a modo de chaza macabra y burlesca,
la invita a cenar. La calavera o su equivalente no sólo acude a la cita sino
que invita a su vez a su anfitrión, en un tercer encuentro, el cual será amonestado
con una advertencia o alguna forma de castigo de ultratumba por su actitud cínica
y conducta desvergonzada hacia los muertos.
Tirso de Molina, si fue él el autor de El burlador…, agrega a esas componentes un
tercer ingrediente, también de orígenes antiguos, a saber: quien no respeta a
los muertos tampoco es capaz de hacerlo con los vivos; además engañan sádicamente
a las mujeres y no sienten escrúpulos en matar a los que obstaculizan sus
formas de seducción.
Los dos aspectos secundarios anteriormente
citados los resuelve Tirso con genial maestría al establecer una relación
circunstancial y no casual entre el anfitrión y el convidado haciendo que el
muerto fuera una víctima del mismo Don Juan, el padre de la dama ultrajada. De
este modo, el final trágico del personaje es el resultado no solo del castigo
divino, sino también de la venganza humana, según señala Rico [1990: 245],
citado por Luis Fernández Cifuentes en su edición crítica del Don Juan de Zorrilla. A este debemos
agregar el quinto elemento, que aparece también sistemáticamente en los
posteriores donjuanes, es el criado que actúa como los graciosos cobardes del
Teatro del siglo de Oro (Catalinón, en El
Burlador…), al tiempo que funciona como la voz de la conciencia que el
seductor posee dando fe de su trágico final.
A.T.T.
Bibliografía
Caldera, E., “La última etapa de la
comedia de magia”, en Actas del VII
Congreso Internacional de Hispanistas, ed. Giuseppe Bellini, I, Roma,
Bulzoni, 1982, pág. 253.
Zorrilla, José (1993), Don Juan Tenorio, edición de Luis
Fernández Cifuentes, Barcelona, Crítica, 1993.
Zorrilla, José (1994), Don Juan Tenorio, edición, introducción
y notas de David T. Gies, Madrid, Clásicos Castalia.
Zorrilla, José (2012), Don Juan Tenorio, edición de Aniano
Peña, 30ª. ed., Madrid, Cátedra.
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