El sueño de la razón produce monstruos

martes, 7 de enero de 2014

El Cristianismo en la Historia de la Humanidad (I)


              El cristianismo entra en la Historia de la Humanidad como una religión revelada cuya esencia es la fe en Jesucristo, el Mesías esperado, el Hijo de Dios, el que da a los hombres la certidumbre del Padre y de su voluntad salvadora, que además les descubre su propia verdad y su destino.
            Aparentemente tiene poco que ver con las indagaciones racionales de la Filosofía. Su fin primordial es suscitar en los creyentes una vida santa, a imitación de Dios, amén de tener vocación universal. Cristo es la Buena Nueva, el Verbo humanizado (San Juan de la Cruz), que hay que anunciar a todos los hombres para su salvación.
            Según el evangelista Marcos, las últimas palabras de Cristo resucitado: "Id por el mundo entero propagando la buena Noticia" son el mandato expreso de evangelizar; "el que crea y se bautice se salvará; el que se niegue a creer se condenará" (Mc. 16, 15-17). También relata el mismo Marcos que los apóstoles y los discípulos pregonaron el Evangelio por todas partes con el impulso de Jesús resucitado. El mensaje de salvación se dirige a toda la Humanidad, a todos los pueblos y, en primer lugar, al pueblo judío, comenzando por Jerusalén, pues los primeros apóstoles y los primeros discípulos eran todos judíos y Jesús se presenta como el Mesías esperado, cumplimiento y plenitud de la Ley y los Profetas. El pueblo judío, el pueblo de la Alianza, está capacitado para entender y aceptar el nuevo mensaje pues entronca directamente con su tradición cultural y religiosa.
            Sin embargo, a pesar de que el Evangelio no implicaba una ruptura con la Antigua Alianza y los profetas el pueblo judío no reconoce a Jesús de Nazaret como el Mesías esperado; su suplicio en la cruz por los romanos constituyó un gran escándalo para ellos (1 Cor. 1, 23-24). Es entonces cuando los apóstoles y los discípulos se vuelven a los judíos de la diáspora y hacia los gentiles. Pedro comprende pronto que "Dios no hace distinciones, sino que acepta al que es fiel y obra rectamente, sea de la nación que sea" (Hch. 10, 34-36).
            Por otro lado, la conversión de Pablo es clave para anunciar el Evangelio a los gentiles (Hch. 15, 7-8; 22, 21; Gál. 1, 15-17; 2, 7-8). Con Pablo se hace plena el llamamiento universal del cristianismo. Con Cristo resucitado, Señor y salvador, se rompen todas las fronteras étnicas, desaparecen las diferencias y se constituye un nuevo pueblo: "Ya no hay ni judío, ni griego, ni siervo ni libre, ni varón ni hembra, dado que todos vosotros hacéis uno con Cristo Jesús (Gál. 3, 28-29; Rom. 10, 12-13; Ef. 2, 16).
            Con todo, evangelizar a los gentiles no es fácil. Falta algo común para que los gentiles comprendieran el mensaje evangélico. El cristianismo se enfrenta a una cultura extraña, cuya religiosidad se manifiesta en una gran variedad de dioses. Jesucristo era el Mesías esperado, pero ¿qué esperaban las religiones greco-latina? Cristo, para los cristianos, era la respuesta a una aspiración universal de la humanidad y por esto debe ser anunciado a todos. Y esta idea cristiana les obliga a acercarse al hombre clásico y sus cosmovisiones con la actitud de descubrir en ellas los interrogantes a los que respondía "el nombre de de Jesucristo".

            Seguiré en el próximo artículo...

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