El sueño de la razón produce monstruos

domingo, 29 de abril de 2012

Freud y el Complejo de Edipo (IV)


       En psicoanálisis, el inconsciente es un lugar desconocido para la conciencia: “otra escena”.  En la primera concepción tópica, denominada primera tópica freudiana (1900-1920), Freud distinguió el inconsciente, el preconsciente y el consciente. En la segunda concepción, o segunda tópica (1920-1939), hizo intervenir tres instancias o lugares: el ello, el yo y el superyó.

      El INCONSCIENTE (Ics) constituye una instancia o un sistema de contenidos reprimidos que se sustraen a las otras instancias: el preconsciente y el consciente (Pcs – Cs). En la segunda tópica no es ya una instancia, sino una característica del ello y, en gran medida, del yo y el superyó.
      Freud no descubrió el inconsciente ni la palabra para definirlo, pero lo convirtió en un concepto principalmente de su doctrina dotándolo de un significado muy diferente. Inconsciente ya no es una “supraconciencia”  o un “subconsciente”, situado más allá o más acá del consciente; lo convierte en una instancia a la cual la conciencia no tiene acceso, pero que se le revela en los sueños, los lapsus, los juegos de palabras, los actos fallidos, etc.

     El PRECONSCIENTE, para Freud, designa una de las tres instancias de su primera tópica. Como adjetivo, califica los contenidos de esa instancia o sistema que, aunque no están presentes en la conciencia, son accesibles para ella, a diferencia de los contenidos del sistema inconsciente.

     El  CONSCIENTE: como sustantivo, indica la localización de ciertos procesos constitutivos del funcionamiento del aparato psíquico. Y como adjetivo, califica un estado psíquico.

     En la segunda tópica freudiana,

     ELLO: designa una de las tres instancias de la personalidad, junto al yo y el superyó. El ello es concebido como un conjunto de contenidos de naturaleza pulsional y de tipo inconsciente. Freud introdujo por primera vez esta palabra en su ensayo El yo y el ello, insistiendo en lo bien fundado de la acepción que hizo su introductor del término: una vivencia pasiva del individuo confrontado con fuerzas desconocidas e imposibles de dominar.
     A partir de 1915, Freud llega a la conclusión de que grandes partes del yo y el superyó son inconscientes. Por eso introduce el ello para designar el inconsciente, considerado como un receptáculo pulsional desordenado, semejante a un verdadero caos, lugar de “pasiones indómitas” que, sin la intervención del yo, sería un juguete de sus deseos pulsionales. Convierte al ELLO en  sede de la pulsión de la vida y de la pulsión de la  muerte.

    SUPERYÓ: según Freud, designa una de las tres instancias de la segunda tópica, junto al yo y el ello. Hunde sus raíces en el ello y, de un modo despiadado, actúa como juez y censor del yo.
    En su texto de 1924 sobre la economía del masoquismo, Freud declara: “El imperativo categórico de Kant es [...] el heredero directo del complejo de Edipo”.
     Al descubrir Freud una parte inconsciente del yo, distinta del yo consciente, considera que su objeto es observar y juzgar al yo consciente. Así el superyó  lo llenó de una instancia de vigilancia y juicio del yo inconsciente, albergando también la autoridad parental que dirige la infancia en la que se alternan las pruebas de amor y los castigos (generadores de angustia); cuando el niño renuncia a a satisfacción edípica, interioriza también la prohibiciones externas y el superyó reemplaza o sustituye a la instancia parental por medio de una identificación*

*Identificación: en psicoanálisis, designa el proceso por el que el sujeto se constituye y se transforma  al apropiarse de aspectos, atributos o rasgos de los seres humanos de su entorno.

    La severidad y el carácter represivo del superyó son producto de la precoz dirección de las pulsiones sexuales y agresivas, por un superyó al servicio de las exigencias de la cultura. La transmisión de los valores y las tradiciones se perpetúan por medio de los superyoes, de generación en generación, y esos tienen una gran importancia en las funciones educativas.

           Ni el padre del psicoanálisis ni ninguno de sus seguidores elaboraron un concepto específico de homosexualidad (del gr.  homo- y sexual) para sus análisis, basados en la asociación libre. El término fue creado por el médico húngaro Karoly Maria Benker y con el quiso designar todas las formas de amor carnal entre individuos del mismo sexo biológico; poco a poco la palabra se fue extendiendo por todos los países occidentales y fue sustituyendo los nombres de uranismo (del gr. Ούραυός, a través del lat. Uranus, Urano, castrado por su hijo Cronos, y por Urania, la musa de la astronomía),  inversión, sodomía (de Sodoma, antigua ciudad de Palestina donde se practicaba el ayuntamiento carnal entre varones), hermafroditismo (del fr. Hermafrodite, que tiene los dos sexos), psicosexual (psicosis sexual o trastorno psicótico sexual), pederastia (del gr. Παιδεραστία, en sus dos acepciones: abuso deshonesto cometido contra los niños y concúbito entre personas del mismo sexo), unisexualismo (del lat. unus, uno solo, y sexus, sexo), homofilia, safismo (del lat. sapphicus, y este del gr.Σαπφικός, de Σαπφώ, Safo, poetisa griega.), lesbianismo (de Lesbos, antiguo nombre de la isla griega de Mitilene en el mar Egeo, donde, según Anacreonte, Safo enseñaba su arte a un grupo de mujeres jóvenes por las que sentía amor sexual), etc.

Esta tendencia sexual la hicieron derivar de la bisexualidad propia de la naturaleza humana y animal, tal y como la entendieron, y que en su origen se relacionó con las perversiones sexuales, y luego con el concepto de perversión frente a la psicosis y la neurosis.
            Y antes de proseguir, no detenemos en el término neurosis fue propuesto en 1769 por el médico escocés William Culler para designar las enfermedades nerviosas que entrañan un trastorno de la personalidad. Freud lo usa como un tecnicismo a partir de 1893; lo aplica a las enfermedades nerviosas cuyos síntomas simbolizan un conflicto psíquico reprimido de origen infantil. Con el psicoanálisis, el término ocupa su lugar en la estructura tripartita: psicosis, perversión y neurosis.
            La neurosis obsesiva o de coacción, a veces, aparece relacionada  con una regresión de la vida sexual a un estado anal y su consecuencia es un sentimiento de odio propio de la constitución misma del sujeto humano. Para Freud era el odio y no el amor el que estructuraba el conjunto de relaciones entre los hombres, obligándoles a defenderse contra él mediante la elaboración de una moral.

            Más  tarde, en 1926, Freud revisa esta teoría a la luz de la segunda tópica y de la noción de pulsión de muerte. El desencadenante de la neurosis obsesiva sería entonces el miedo del yo a ser castigado por el superyó; mientras el superyó actúa sobre el yo como un juez severo y rígido; el yo se ve obligado a resistir  las pulsiones destructivas del ello, desarrollando formaciones reactivas que toman la forma de escrúpulos, limpieza, sentimientos piadosos y de culpa. De este modo el sujeto se hunde en un verdadero infierno del que nunca logra liberarse. Freud se pintó a sí mismo como obsesivo y a Jung como histérico. El Edipo es un caso de neurosis obsesiva en sí mismo.

            En 1870, el término fobia designa una neurosis cuyo sistema central es el terror continuo e inmotivado del sujeto ante un ser vivo, un objeto o una situación que en sí mismo no presenta ningún peligro. En psicoanálisis, la fobia es un síntoma y no una neurosis, por eso se le llama histeria de angustia y no neurosis fóbica, que para Freud  es una neurosis de tipo histérico que convierte una angustia en un terror inmotivado ante un objeto, un ser vivo o una situación que en sí misma no presenta ningún peligro real.

Con el psicoanálisis freudiano y su estudio de la sexualidad humana, la homosexualidad dejó de sentirse como una tara o una degeneración, propia de una especie de raza maldita, condenada con furia hasta entonces por los psiquiatras más destacados del siglo XIX. El odio, de finales del XIX, a Oscar Wilde o Marcel Prust por ser homosexuales, solo era comparable al odio irracional del antisemitismo hacia el judío por el simple hecho de serlo. Aquella aversión social hacia homosexuales y judíos a menudo se transforma en autoodio, es decir, odio a la parte “femenina” de su propia personalidad, sentimiento certeramente descrito por  Proust en la personalidad de su ente de ficción Charus, de su novela En busca del tiempo perdido, y odio por pertenecer a esa raza, como les sucedió a muchos intelectuales vieneses de finales del XIX. Freud tuvo siempre presente la influencia de la tradición judeocristiana en las persecuciones a los homosexuales, a los que se les acusa de transgredir las leyes sagradas de la familia y entregarse a prácticas sexuales demoníacas, desviadas, bárbaras y prohibidas por Dios en la Biblia, por la Iglesia y por las leyes del hombre. Freud, entusiasta de la cultura griega  y sensible a la tolerancia que la Antigüedad clásica profesó al amor a los efebos, silencia el incidente homosexual de Layo en el mito de Edipo. La anécdota que se narra es más o menos así:

            Lábdaco había heredado el trono de Cadmo, pero su descendencia pronto perdería el favor divino. A su muerte, al ser su hijo Layo demasiado joven, el reinado recayó en un héroe descendiente también de Cadmo, quien fue asesinado por Zeto y Anfión, apoderándose así del poder. Layo huyó entonces hasta las tierras de Pélope. Allí se enamoró del joven Crisipo, hijo de Pélope (para muchos exegetas esta es la razón del nombre de Layo, que en griego significa el torcido o cojo, pues pasaría por ser el introductor mitológico de la homosexualidad). Dominado por la pasión, lo raptó y se unió a él, con lo que atrajo sobre sí y sobre las generaciones futuras la maldición de Pélope. Cuando los usurpadores desaparecieron a su vez, Layo fue llamado por los tebanos a ocupar el trono. Pero en adelante todos los intentos de evitar que el oráculo se cumpla resultarán inútiles. Layo, acudió al oráculo de Delfos a consultar a la pitonisa sobre su destino. La divinidad le aconsejó entonces que evitara tener hijos, pues si llegaba a tener alguno, éste le mataría a él, su padre, y se casaría con su esposa, y madre del hijo. Pero Layo y su esposa Yocasta engendraron un niño, pero tan pronto como nació, lo entregaron a un criado para que lo abandonase a las fieras en el monte Citerón, después de haberle taladrado un pie con un clavo (de ahí le viene el nombre, pues en griego Edipo significa pie hinchado, por la marca que le dejó aquella antigua herida).

            Sin embargo el criado se apiadó del pequeño y se lo entregó a un pastor que andaba por allí para que se lo llevase lejos. Éste así lo hizo y llevó al niño a tierras de Corinto, su propio país, donde lo entregó a los reyes Pólibo y Mérope, que, como no tenían descendencia, lo acogieron como hijo propio. Creció Edipo como un príncipe de noble estirpe, hasta que ya adolescente, tras oír rumores, fue a consultar el oráculo de Apolo, quien le comunicó que mataría a su padre y se casaría con su madre. El joven Edipo, aterrorizado, decidió no regresar a Corinto. En la encrucijada de la montaña, al salir de Delfos, se topó con un coche de caballos; al no querer ceder el paso, se produjo un altercado en el que perdieron la vida todos menos uno. El dueño del carro resultó ser Layo, el rey de Tebas. Precisamente a Tebas se dirigió luego Edipo. La ciudad estaba aterrorizada por un terrible monstruo que la asolaba, la esfinge. Las adivinanzas de la Esfinge eran dos:”¿Quién es el ser que al amanecer camina a cuatro patas, a mediodía sobre dos y al anochecer sobre tres?” Edipo da la respuesta correcta “El hombre, que en su infancia gatea, en su juventud camina erguido y en su senectud se apoya en un bastón”. La Esfinge plantea la segunda “¿Cuáles son las hermanas que se engendran mutuamente?”. Edipo vuelve a acertar “El día y la noche”.
   
            La Esfinge se dio muerte y Tebas otorgó a Edipo la corona de la ciudad, casándose con Yocasta (que en griego significa la que sobresale por su hijo), la viuda de Layo, su verdadera madre, con la que tiene cuatro hijos. Finalmente Edipo descubre que Layo era su verdadero padre, y al saber Yocasta que Edipo era en realidad su hijo, se ahorca. Al ver esto, Edipo se saca los ojos y abandona el trono de Tebas.

            La historia de Edipo está dentro de un conjunto de leyendas más extenso; por eso, su dramatización no encuentra significación plena si no es en un contexto mucho más amplio: el del triste sino trágico que, a través de varias generaciones, persigue a la familia real de Tebas, a la dinastía de los Labdácidas. Edipo es hijo de Layo y de Yocasta y, por tanto, nieto de Lábdaco. Su ascendencia se remonta hasta el propio Cadmo, el héroe que, tras consultar el oráculo de Delfos y recibir la ayuda del dios Apolo en la búsqueda de su hermana Europa, raptada por Zeus, fundó en la Fócide la ciudad de Tebas
           
            Se trata de una complicada y enrevesada historia que el público debía conocer sobradamente. Pero Sófocles debió manejar la leyenda tradicional según sus intenciones literarias e introdujo en el mito aspectos hasta entonces desconocidos.  Esos aspectos novedoso pudieran ser los siguientes: a) se alcanza el punto culminante cuando Edipo,  siendo ya rey de Tebas, está a punto de descubrir todo su triste pasado: el parricidio y el matrimonio con su madre; b) hace que Edipo se castigue a sí mismo, y que Yocasta se suicide al descubrir el incesto, y c) cuenta la historia como una investigación personal del personaje sobre su pasado.

La tragedia inspiró a Sigmund Freud su teoría del complejo de Edipo[1] o conjunto de emociones, actitudes y conductas que reflejan en el sujeto la atracción hacia el progenitor del sexo opuesto y la rivalidad, odio y celos hacia aquel del mismo sexo. Se trata de un sentimiento conflictivo en la experiencia de los seres humanos, y cuya resolución tiene las siguientes consecuencias: la identificación con el padre del mismo sexo, la búsqueda de  un objeto sexual del sexo opuesto y ajeno a los progenitores y la instauración de la instancia del superyó en el psiquismo. El complejo de Edipo aparece en el niño muy temprano, al mismo tiempo que éste empieza a modificarlo y a construir su superyó.
           
         Sigmund Freud emplea la expresión complejo de Edipo en sus estudios, apropiándose del nombre del personaje central del drama. Muchos críticos se han preguntado si esta expresión freudiana es o no adecuada al núcleo del mito.

          Freud atribuirá la expresión complejo de Edipo a toda una construcción psíquica cuya nota más relevante es la sexualidad del niño o de la niña en una fase concreta de su crecimiento, al proyectar aquellos sus deseos sexuales, pulsiones, sobre la madre y el padre, como tendremos ocasión de leer más adelante. En sus trabajos, Freud citará expresamente el mito griego y, en concreto, el drama de Edipo Rey para ilustrar sus tesis de que los deseos incestuosos constituyen una antigua herencia de los hombres y de que el mito que estamos comentando debió significar algo parecido para la  cultura griega.

Pero antes de proseguir, nos detendremos a analizar sucintamente que entendió Freud y sus seguidos por bisexualidad de la que hacen derivar la homosexualidad. Tras la publicación de Tres ensayos de teoría sexual (1905), basándose en el darwinismo y la embriología, Freud defiende el monismo sexual y da a la libido humana un componente “masculino” invariable, esencial. Jamás Freud pretendió describir la diferencia de los sexos desde el punto de vista anatómico, ni siquiera trató de definir la condición femenina en la sociedad moderna. Partiendo de la libido única, llegó a defender que la niña, en el estadio infantil, desconoce la vagina y ve en su clítoris un homólogo del pene, por lo que tendrá la sensación de poseer un falo pequeño; a ese sentimiento Freud lo denominará complejo de castración, algo muy distinto a como lo vive el niño, pues cuando el varón observa que la niña carece de pene, aquel lo siente como una amenaza de su propia castración. Según Freud, la sexualidad de la niña se materializa en torno al falocismo (falocentrismo) porque ella quiere ser un varón. El complejo de Edipo va unido a la fase fálica de la sexualidad infantil. Aparece en el varón hacia los dos o tres años, cuando comienza a experimentar sensaciones voluptuosas: enamorado de la madre, quiere poseerla, sintiéndose rival del padre, al que admira. También adopta la posición contraria: siente ternura por el padre y hostilidad hacia la madre. De este modo, en el niño aparecen simultáneamente el Edipo y el Edipo invertido; estas dos inclinaciones (positiva y negativa) respecto de cada progenitor son complementarias y constituyen el Edipo completo que Freud describe en El yo y el ello. El complejo de Edipo desaparece con el complejo de castración: el varón ve en el padre un obstáculo para realizar sus deseos, y es entonces cuando abandona a la madre como objeto al que dirige su energía pulsional (fin del complejo de Edipo), se identifica con el padre y esto le permite elegir un objeto distinto al de la madre, aunque del mismo sexo que ella.
Termino falocentrismo fue creado en 1927 por Freud, está basado en la tradición grecolatina en la que las distintas representaciones del órgano masculino están organizadas como un sistema simbólico. En el psicoanálisis, remite a la sexualidad femenina y la diferenciación de sexos. En su teoría monista, falocentrismo significa que en el inconsciente sólo existiría un tipo de libido, de esencia masculina.



1 comentario:

Luis Manteiga Pousa dijo...

Pero ¿existe la preconsciencia? Porque uno ya se pierde en medio de tanta terminología cambiante.