El sueño de la razón produce monstruos

sábado, 21 de abril de 2012

Baltasar Gracián: antecedentes literarios y religiosos (I)


               Baltasar Gracián: antecedentes literarios y religiosos (I)

                   Humanismo y Renacimiento
            El movimiento humanístico se había iniciado en Italia en el siglo XIV, con el impulso genial de Petrarca. Se extiende en el siglo XV y Europa sufrirá hondas conmociones en el siglo XVI con la Reforma protestante y con el Humanismo.  Por otra parte, los grandes humanistas italianos (Petrarca, Valla, Poliziano, etc.), junto con Erasmo, que escriben normalmente en latín, aunque algunos componen obras en su lengua materna, son los maestros intelectuales de Europa. (Lázaro Carreter, F. y Tusón, V., 1988, págs.78 y 79).
            El Renacimiento es un movimiento europeo que a lo largo del s. XVI, aplica los ideales difundidos por los humanistas a todas las actividades culturales (bellas artes, literatura, historia, filosofía, etc.) e incluso políticas; significará  el redescubrimiento de la cultura clásica y la formación de una concepción antropocéntrica de la realidad. Los grandes viajes y descubrimientos -América en 1492- van acompañados de inventos fundamentales como la imprenta, la brújula y la pólvora: estas dos últimas hicieron en verdad posible tanto la llegada al Nuevo Mundo como su conquista por los españoles. Es una época de optimismo, en que se piensa que el hombre es la medida de las cosas. El universo y la naturaleza parecen estar a disposición del hombre, el cual, con la ciencia y la técnica se cree capaz de dominarlos primero y de organizarlos después racionalmente. El racionalismo, pues, será un rasgo distintivo de la nueva época, y al lado de ello, de acuerdo con el individualismo y el personalismo burgueses, el psicologismo del uomo singolare. Surge el gran tema de la “dignidad del hombre”, que representa el paso del dogmatismo medieval al relativismo renacentista, y de la secularización de la sociedad y de la cultura. El intelectual renacentista se halla, por un lado, poseído del orgullo y la conciencia de su valor, y si bien por una parte se inclina en su interés hacia el pueblo, como indican sus defensas y usos de la lengua vulgare o de los refranes populares, por otra se siente muy superior a todos por sus conocimientos clásicos, filosóficos, etc.
            El espejismo de un imperio humanista, que el erasmismo ejemplifica de un modo tan claro, hace que los intelectuales apoyen con decisión a Carlos V y lo que el representaba al principio. El desengaño se produce al comprobar que el Imperio no es ni será lo que ellos pensaban, sino que actúa más y más sus características absolutistas y centralizadoras. El humanista se refugia entonces en una torre de marfil erudita y científica, en una ensoñación marginada: en 1516 aparece la Utopía de Tomás Moro, a la que seguirán otros textos confusamente socializantes. La exaltación de la vida del campo es un fenómeno semejante y supone un contraste idílico y falaz de la vida urbana, brutal y también deshumanizadora.
             Pax et unanimitas
            El humanista del siglo XVI más influyente fue el holandés Erasmo de Rotterdam (1467-1536), de cuyas obras más famosas se hicieron centenares de ediciones en el siglo XVI. En España, poco después de la muerte, en 1538, del Gran Inquisidor erasmista, Manrique, sus libros quedaron prohibidos e incluidos en el Index de 1559, a pesar de que anteriormente sus ideas y doctrinas tuvieron una gran influencia; las traducciones de sus obras fueron abundantísimas, su fama y popularidad alcanzaron límites insospechados, y el asunto llegó incluso al campo de las frases proverbiales: “El que habla mal de Erasmo, o es fraile o es asno”. Príncipes de la Iglesia, el Inquisidor General Manrique, intelectuales, cortesanos, se agruparon en torno a la ideología renovadora del holandés.
            Hijo natural de un clérigo, se hizo fraile sin especial  inclinación monástica, aunque siempre irreprochable cristiano. Se educó con los llamados “Hermanos de la vida común”, una organización laica caracterizada por la vuelta a la pureza evangélica. Ingresó en un convento de agustinos y en 1492 fue ordenado sacerdote. Eludió luego el claustro para vagar por los centros de estudio -sólo en 1515 consigue regularizar su exclaustración-; viajó por toda Europa y llevó una vida errante.
            La época humanística, editorialmente hablando, era más dada a los manuales, a las síntesis y a los “digestos” que a los grandes tratados sistemáticos -las viejas sumas-: Erasmo acierta en 1500 (París), con sus Adagia, colección de 800 proverbios latinos comentados con gran exhibición de saberes clásicos. En sucesivas ediciones los Adagios llegarán a ser más de cuatro mil: era un “best-seller” de uso necesario para todo hombre de letras.
            Su segundo éxito es el breve Enchiridion milithis christiani (1504) -Manual del caballero cristiano-, que en griego significa a la vez “manual” y “puñal”; 30 ediciones en 20 años alcanza esta obrita; guía del caballero cristiano, escrita a petición de una señora que deseaba enderezar discretamente a su marido. En sus 22 reglas -más moralizantes que fervorosas- Erasmo usa, junto a los ejemplos de santos, los de paganos virtuosos: la gran novedad es que su modelo de vida cristiana ya no es la monástica, “monachatus non est pietas”, aunque todavía no use el concepto de “secularidad”.
            Defensor de una religiosidad pura y escueta, desprovista de ceremonias exteriores y de hipocresías, Erasmo propugnaba, simplemente, la secularización del cristianismo, un humanismo tan clásico como cristiano, que sirviera, al propio tiempo, para llevar a cabo una auténtica reforma política y social, conducente, en fin, a la construcción de un estado universal y pacífico: Pax et unanimitas (“Paz y concordia o armonía” podría ser el lema erasmista).
            Este tema formará parte de su tercer gran éxito, el también breve Moriae enkomion, id est stultitiae laus (“Elogio de la locura, esto es, Encomio de la Estulticia, 1509), tomando Moria en juego de palabras con el apellido del dedicatorio de la obra, Thomas More (Tomás Moro), autor de la Utopía. Allí el personaje Stultitia afirma ser la sal de la tierra, y va poniendo en solfa una serie de costumbres y estamentos -incluidas las creencias en reliquias: “El prepucio de Nuestro Señor yo lo he visto en Roma y en Burgos, y también en Nuestra Señora de Anversia... Pues de palo de la cruz dígoos de verdad que si todo lo que dicen que hay della en la cristiandad se juntase, bastaría para carga una carreta. Dientes que mudaba Nuestro Señor cuando era niño, pasan de quinientos los que hoy se muestran solamenta en Francia. Pues leche de Nuestra Señora, cabellos de la Magdalena, muelas de San Cristóbal, no tienen cuento.” (Blanco Aguinaga, Carlos, et al., 1978, pág.207) y milagros, así como los teólogos y los frailes mendicantes-, para culminar su no muy rectilínea trayectoria con la exaltación de la “locura” de la cruz, en términos de San Pablo. Se ha dicho que esta obra contribuyó mucho a preparar la Reforma.
            En 1516 Erasmo publica una versión latina del Nuevo Testamento, junto con el texto griego cuidadosamente depurado. Para entonces Erasmo es ilustre universalmente, invitado a todas partes; recibe y rechaza la propuesta de trasladarse a España, a la universidad de Alcalá de Henares recientemente fundada por el Cardenal Cisneros y donde en 1517 se termina la Biblia Políglota Complutense con la colaboración de Nebrija y todo un equipo de doctos en que abundaban los erasmistas; “Non placet Hispania”, manifestó. A pesar de ello, sus ideas y doctrinas continuaron desarrollándose poderosamente en España, llegando a influir en la mística heterodoxa de los alumbrados y atrayendo la sensibilidad de los conversos peninsulares.
            En 1517, Erasmo se instala en Lovaina y se acercará a la corte de Carlos de Gante, luego Carlos I de España y futuro emperador a quien dedicó algunas de sus obras de carácter educativo. Todo parece sonreír a Erasmo y a sus ideas de renovación y concordia universal, al tiempo en que Lutero comienza su labor de la Reforma. Sus cartas serán acontecimientos que enorgullecen a sus destinatarios entre los cuales está el Papa: Erasmo no se dignó aceptar luego el capelo cardenalicio. Así del mismo 1517 es la famosa carta a Capito en que expresa su optimismo ante el momento histórico, no sólo porque los reyes de la cristiandad parezcan haber encontrado la paz, sino por el florecimiento de las letras en sentido humanístico.
            De 1516 es la primera edición de los Colloquia, en que, bajo la apariencia ligera de unos ejemplos de conversación para ejercitarse en latín, va presentando Erasmo temas de gran interés para la mente de su tiempo, con tono mesurado salvo cuando ataca a los barbari escolásticos con su uso abstracto del latín; uno de los Colloquia se titula Merdardus, que con tan maloliente nombre bautiza a un fraile imaginado como figurón ridículo.
            En la siguiente década, Erasmo se va encontrando ante una nueva situación: el humanismo bíblico se transforma en libre interpretación. Todavía con Melanchton el humanista luterano, le será fácil prolongar la buena relación, pero con el propio Lutero, aunque al principio le defiende y, a la vez, le quiera envolver suavemente con su habitual espíritu de tolerancia y de paz -Querela pacis (“Demanda de paz”), era una de sus últimas obras-, cuando llegan a discutir de lo esencial, en torno al tema del “libre albedrío”, se encuentra con una discrepancia radical, un auténtico diálogo de sordos. Erasmo en su vejez, se encuentra apedreado por los dos bandos y desbordado por la marcha de los tiempos, que no puede entender. (Valverde, José María, 1984, págs. 556 y ss.; Blanco Aguinaga, Carlos et al., 1978, págs. 198 y ss.).
             Erasmo y España
             Los vínculos entre España y Flandes eran todavía recientes cuando Carlos se convirtió en duque de Borgoña primero, y en rey de Castilla y Aragón después. Vínculos basados en intereses económicos (la lana de Castilla), tanto o más que sobre una alianza dinástica por los matrimonios arriba mencionados. La influencia de la Universidad de Lovaina, fundada en 1425, se extendió rebasando los límites de los Países Bajos. En Flandes surge en el siglo X el movimiento de los Hermanos de la vida común que defendían una profunda reforma -antes de la Reforma luterana- de la práctica religiosa y de la espiritualidad.
            En el XVI, Erasmo de Rotterdam, el príncipe de los humanistas, influyó en el pensamientos de los humanistas europeos, tales como el español Luis Vives, establecido en Brujas y que introdujo sus ideas a la península. La influencia de Erasmo, cuyas obras principales -los Coloquios, el Enquiridión- se traducen al castellano en los años 1523-1530. La ideas del humanista holandés gozan entonces de una protección casi oficial: el canciller Gattinara, el secretario Alfonso de Valdés, el mismo emperador, los arzobispos de Toledo y de Sevilla, este último siendo al mismo tiempo inquisidor general, se muestran partidarios entusiastas de sus libros, hasta tal punto que el erasmismo da entonces la impresión de estar a punto de transformarse en la doctrina oficial de España: llamamiento a una reforma de la Iglesia por iniciativa del emperador, cristianismo interior, reforma del clero son temas que se comentaban entre los humanistas y en la joven Universidad de Alcalá de Henares. Pero con motivo de la persecución contra los alumbrados (seguidores del iluminismo: cristianismo interiorizado, negación del libre albedrío, antiintelectualismo, un cristianismo en el que Cristo ocupa un lugar secundario, sin sacramentos ni culto exterior; todo lo reducen a abandonarse a Dios) y la muerte de los principales amigos que contaba Erasmo en las altas esferas gubernamentales  (Gattinara, Valdés...), a partir de 1535, el erasmismo ya no goza de la protección oficial de la corona. (Pérez, J., 1998).

                 Los alumbrados
            Para comprender el carácter del erasmismo español hay que verlo también en un movimiento espiritual más vasto, que la Inquisición trató de contener: el de los “alumbrados, dejados o perfectos”; en este movimiento se ve al erasmismo mezclado con el iluminismo de forma inextricable, de modo tal que el iluminismo se hace mucho más comprensible a la luz del movimiento erasmista. Las tendencias de los alumbrados ofrecen analogías evidentes con las de la gran revolución religiosa que conmueve por entonces a Europa, tendencias que de forma engañosa suelen resumirse con términos como protestantismo o reforma.
            Al leer el Edicto inquisitorial de 1525 contra los alumbrados de Toledo, se registra el rumor público que acusa a los alumbrados de formar conventículos y de distinguirse del común de los fieles. El iluminismo español es, en sentido amplio, un cristianismo interiorizado, un sentimiento vivo de la gracia. Se expresa de distintas formas y surgen tendencias rivales como la del recogimiento. El iluminismo, en sus distintas ramas,  invocaba la inspiración divina e iba en contra del formalismo religioso; desestimaba el culto de las imágenes, como signo de idolatría, y la adoración de la cruz; además defendían una gran libertad de juicio respecto a la vida monástica, rechazaban las bulas de las indulgencias, las excomuniones, los ayunos y abstinencias y la confesión auricular; si se piensa que el evangelismo decisivo de los alumbrados margina la doctrina de los santos, pretendiendo conocer nada más que la Sagrada Escritura, se comprende que la Inquisición se alarmara de la propaganda de los “alumbrados o dejados”. (Bataillon, Marcel, 1966, págs.173 y ss.) y la del alojamiento. Tanto los recogidos como los dejados tienen en común que dan la espalda a la devoción triste, inquieta, que evoca con todo detenimiento los sufrimientos del Crucificado para llorar por ellos. “Quitar el temor y poner seguridad” es uno de los rasgos que enlaza el iluminismo con el luteranismo.
            Una de las características sociales que más destaca en el iluminismo es el papel capital que en él desempeñan algunas mujeres, como la Beata de Piedrahita, hacia 1509; estas mujeres tienen fama de estar alumbradas por el Espíritu Santo; si no tienen éxtasis como aquélla, todos admiran la profundidad con que comentan la Escritura sin saber latín ni teología; estas “siervas de Dios” llevan a cabo verdaderas curaciones espirituales.
            El iluminismo, hacia 1525, según todos los documentos encontrados, dice Bataillon, podrá ser cualquier cosa menos una aberración espiritual o una doctrina esotérica. Tanto el iluminismo como la revolución religiosa tiene sus raíces en la devotio moderna de la última Edad Media; el iluminismo continúa la espiritualidad que floreció bajo el patrocinio de Cisneros.
            Las persecuciones tardaron años en gestarse y coinciden con la partida de la Corte para la coronación de Bolonia; pero no fueron una consecuencia de una condena  lanzada por la Inquisición contra el pensamiento de Erasmo.  Defienden a Erasmo, o mejor dicho, la verdad cristiana, todos los teólogos de Alcalá entre los que se encuentra Carranza. Francisco de Vitoria fue encargado de exponer los textos sospechosos. La disolución de la asamblea de Valladolid es, si no una victoria definitiva para los erasmistas, sí al menos un fracaso para sus adversarios. Más de una vez los lectores de Erasmo, denunciados a la Inquisición, defenderán a su autor preferido diciendo que sus escritos han sido examinados por una comisión de teólogos en Valladolid y nada herético han encontrado en ellos; y algunos no dejaran de invocar las cartas cambiadas entre Erasmo y el Emperador. (Bataillon, M., 1966, 242 y ss.). Cada erasmista está a merced de una denuncia por iluminismo o por luteranismo porque recoge alguna palabra  imprudente dicha por ellos y hacerla coincidir con esas herejías ya condenadas era muy fácil. Pensemos en el arzobispo Carranza. (Bataillon, Marcel, 1966, 166 y ss. y 432 y ss.).



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