El sueño de la razón produce monstruos

martes, 16 de octubre de 2012

Baltasar Gracián en Toledo


     El Greco, Laocoonte (1614). National Gallery of Art, Wshintong.
Libre interpretación con Toledo 
      al fondo del grupo escultórico griego Laocoonte y su hijos.   
Sobre todo, El Greco pintó imágenes religiosas. Resulta extraño encontrarnos  en su producción una escena mitológica como la de Laocoonte.

            Antonio Gracián, tío paterno del jesuita universal, era capellán en la iglesia de Toledo, Capilla de San Pedro de los Reyes. Con él se crió en Toledo, según confiesa en su Agudeza.
             Se supone que allí cursó sus primeros estudios, los de humanidades, en el Colegio de la Compañía de Jesús. Su estancia en la Imperial Ciudad le dejó una huella imborrable. En El Criticón elogia la casa de Buenavista, que fue del cardenal Sandoval y Rojas, situada en la vega del Tajo. Allí acudían los más altos ingenios de la época. Tampoco olvidó una de las maravillas modernas de la época, el celebrado artificio de Juanelo, situado sobre el Tajo para abastecer de agua a la ciudad. Y de la Catedral recordó siempre los dos maravillosos coros.
            El Toledo de la infancia de Gracián era el del Greco, el de Fray Hortensio Félix Paravicino, el de Góngora. En 1611, coincidieron allí estos tres grandes ingenios en la tertulia del conde de Saldaña. Años más tarde, sobre todo en la Agudeza, abundan los elogios a Góngora, culterano, y a Paravicino, uno de los mejores representantes de la oratoria religiosa que, junto con la barroquización de la Ratio Studiorum o plan de estudios de los jesuitas, tanto influyeron en sus obras.
            Su entrada en la Compañía de Jesús debió de decidirla en Toledo y, en el curso 1618-1619, ingresa en el colegio de la Compañía en Zaragoza.

       Laocoonte y sus hijos. Museo Pío Clementino. Ciudad del Vaticano



           Laocoonte era sacerdote de Apolo en la ciudad de Troya, y se opuso a la entrada en la misma del caballo que había aparecido en las playas cercanas cuando los griegos se habían retirado, tras varios años de guerra. Cogió una lanza y la clavó en el enorme caballo de madera para advertir a sus conciudadanos de lo nefasto de esa aparición. En ese momento salieron dos serpientes marinas que mataron a Laocoonte y sus hijos. Los troyanos interpretaron el hecho como una ofensa del sacerdote a los dioses, por lo que metieron el caballo en la ciudad, que fue invadida por los griegos, vencedores finales de la larga guerra. 
       Las serpientes habían sido enviadas por Apolo como castigo a Laocoonte por haberse casado con Antiope y haber tenido hijos.

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