El sueño de la razón produce monstruos

domingo, 7 de octubre de 2012

Calderón, El gran teatro del mundo, alegoría y símbolo

Alberto Durero (1498), Los cuatro jinetes del Apocalipsis. Grabado


EL MUNDO COMO TEATRO

         Este es uno de los grandiosos tópicos del Barroco que Calderón de la Barca llevó al punto más alto de su teatro.
         Calderón hace un uso magistral del símbolo y de la alegoría como instrumentos para comunicar fácilmente determinados contenidos y para plantear problemas universales de la existencia humana.
         Serán muchos los personajes calderonianos en los que cohabita la fe y el espíritu crítico, la credulidad y el escepticismo, siendo así que una de las notas esenciales de las obras de Calderón es el enfrentamiento irreductible de contrarios: el determinismo y el libre albedrío; el caos del mundo (telón de fondo del XVII, el Barroco: guerras, pestes, hambrunas y miseria, muerte) y la providencia divina; la vida como esperanza y la existencia como castigo…
         Muchos personajes calderonianos son seres lanzados a un mundo ignoto, inexplicable y que aparecen aplastados por un destino contra el que luchan y se rebelan; viven al borde del nihilismo. Y cuando están a punto de caer en la nada, al reconocer la incapacidad de explicar el mundo por la razón, el orden del mundo se justifica recurriendo a la existencia de un ser superior. La razón servirá solo para juzgar problemas de conciencia, cuya complejidad maneja Calderón con gran maestría, en sus dramas trágicos y, especialmente, en los autos sacramentales como El gran Teatro del Mundo.
         La imagen del gran teatro del mundo quiere significar mucho: a) el carácter transitorio del papel asignada a cada uno que sólo se disfruta o se sufre durante una representación; b) su rotación en el reparto, de modo que lo que hoy es uno mañana lo será otro; c) la condición de apariencia, nunca de sustancia, con lo que aquello que se aparenta ser –sobre todo para los estamentos inferiores- no afectan a la esencia de la persona, sino que queda en la apariencia, en flagrante contradicción con el ser y el valer profundos de cada uno (Maravall, J. A., La cultura del Barroco, 2008: 320 y ss.)
         Todas estas implicaturas del tópico del gran teatro del mundo se transforman en el arma más eficaz para defender el inmovilismo. No hay que luchar violentamente, ni protestar, ni desesperar por la suerte que a cada uno le haya caído en suerte porque en el plano de la ficción dramática, similar a la del mundo, tan fugaz una como la otra, los cambios están asegurados, vendrán solos.
         Este doble juego del simbolismo barroco que, a la vez, desvaloriza el mundo, sus pompas, sus riquezas, su poderío y tiranía autoritaria, permitirá a sus usufructuarios a no desprenderse de sus privilegios y a defenderlos a sangre, fuego y espada.

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