El sueño de la razón produce monstruos

sábado, 1 de agosto de 2015

La teología física de la Estoa: la actividad divina.


            La concepción estoico-semítica del alma -material e inmortal, que forma parte del fuego divino- y del espíritu tuvo calado en sus teorías sobre la divinidad y la providencia, ambas inmanentes a la naturaleza e identificadas (monismo materialista).
            Zenón formula su filosofía sobre la naturaleza inmanente vinculada al lógos, considerado como una realidad absoluta o hipostasiada. Sin embargo, esta concepción es ajena a la mentalidad griega. Esta teología física de Zenón atribuye a dios, fuego divino, un protagonismo histórico como regidor-hegemonikón[1] del mundo natural. Ese fuego, es decir, dios, eterno y dinámico, conciencia del mundo, se desenvuelve en la naturaleza como un artesano del cosmos y un sembrador, generador de todas las especies.
            Zenón dirá que la naturaleza es un fuego artificioso, que lo abrasa y lo contiene todo y que actúa como un artista porque es maestro de todas las artes. De mismo modo que las otras naturalezas nacen, crecen y están contenidas en sus semillas, la naturaleza del mundo y sus movimientos y sus tendencias y sus deseos realizan sus actos lo mismo que nosotros ejecutamos nuestros movimientos por efecto de nuestra alma y nuestros sentidos. Por ser de esta condición, el lógos del mundo, también llamado providencia del mundo (prónoia), desempeña la misión de proveer que el mundo, como gran ser vivo, perdure en la infinitud[2].
            Zenón, coherente con sus concepciones cananeas, y aunque admitía la existencia de los dioses y defendía su culto, llega a la conclusión de que el lógos divino es el creador de la naturaleza. Su carácter histórico, temporal, le impide una duración infinita, por lo que tiene que admitir su corruptibilidad; de ahí la idea de la infinidad de mundos sucesivos -no simultáneos- que se autodestruyen y autoconstruyen cíclicamente.
            Con esta ultima teoría, Zenón se enfrenta abiertamente a uno de los dogmas griegos        . En su libro περὶ Ούσία, los todos o seres totales contienen dos principios: el paciente, la ousía informe o materia incualificada, y el agente, el que hace en esa materia; ese agente es el lógos-dios, que es eterno y permite que cada uno de los seres sean parte del cosmos[3].
            Los griego jamás defendieron que el mundo fuera hecho por el lógos-dios. Ni Platón ni Aristóteles admiten que Dios fuera causa eficiente primera de nada, es decir, una causa que no es causada, que no es efecto de nada. En su cosmovisión, los griegos señalan que la materia y la forma del cosmos son ingénitas, necesariamente increadas y, en consecuencia, incorruptibles. La posición de Zenón, en cambio, con respecto a la materia es de origen semítico y oriental.
            El cosmos, que procede del fuego y se consume en fuego, es un gran holocausto del mundo que retorna a la divinidad. Una combustión continua causada por el choque de los elementos que se rompen, fraccionan y se van pulverizando generan irremediablemente su corrupción, su descomposición, al arder en la última hoguera de la conflagración, que es la apoteosis (< gr. ἀποθέωσις, 'deificación') del mundo, su extinción, que luego volverá a crearse. Es el eterno retorno de la escuela estoica, en que todo volverá a repetirse un número infinito de veces: todos los acontecimientos del mundo, todas las situaciones, volverán a repetir eternamente.
            Esta concepción de la Estoa Antigua forma parte de la interpretación de la teología física religiosa, de las tradiciones rituales de los sacrificios en Canaán, una geografía caracterizada por los sacrificios sinfín que se ofrecían en honor de El, Baal, Astarté y otros dioses de la naturaleza. Los sacrificios en Fenicia, en los que se ofrecían objetos parecidos a los de Israel, excepto los sacrificios humanos prohibidos por Yahvé, se hacían a dioses o diosas de la naturaleza, mientras que en Israel se ofrecían a un Dios personal y trascendente al cosmos y a la naturaleza.
            Zenón llamó anathymiásis a aquella pluralidad de sacrificios cruentos e incruentos, puros e impuros, ejecutados a cuchillo y a fuego. Se corresponden y relacionan con las inmensas catástrofes y luchas entre los elemento de la naturaleza, que al fin quedarán reducidos por el fuego religioso del sacrificio.
            El sacrificio del holocausto o anathymiásis ya lo vimos en la lucha sagrada del profeta Elías contra los 450 sacerdotes de Baal, sacrificados a cuchillo, una vez derrotados por el israelí, a quien Yahvé le entrega milagrosamente el fuego del cielo para que consumara el sacrificio[4].



[1]. Los estoicos consideraron que el alma humana constaba de partes, siendo la más importante el Hegemonikón. El Hegemonikón es lo que da unidad a toda la vida psíquica humana, la fuente de la vida del alma y del conjunto psico-físico, de la conciencia y de las facultades cognoscitivas superiores como la capacidad representativa, el juicio y la razón. La situaron en el pecho. (http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la- filosofia/Filosofiagriega/Filosofiahelenistica/Hegemonikon.htm)


[2]. Cicerón, De nat. deor., II, 57-58, citado por Elorduy, ibídem, pág. 43.

[3]. Diógenes Laercio, VII, 134.
[4]. I Reg., 18, 21-42.

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