El sueño de la razón produce monstruos

lunes, 18 de abril de 2011

El Entendimiento amarrado a la Fe por el sentido del Oído en Pedro Calderón de la Barca (1600-1681)

En Calderón hay un predominio del Entendimiento, de tradición tomista, por cuanto de ese sentimiento nos viene el conocimiento de nuestra realidad y el auténtico sentido del mundo, sobre todo si se trata de un Entendimiento amarrado a la Fe por el sentido del Oído (la Iglesia y la tradición). El entendimiento es el alma de la reflexión, por la que el hombre se da cuenta de su ser contingente y miserable. Es el punto de partida para conocerse a sí mismo, para acercarse a la inconsistencia y fugacidad de la vida y de las glorias y hermosuras terrenas, para la reflexión sobre la muerte, sobre la lucha incesante que libra el hombre peregrino, sobre el demonio y de todos los enemigos de la naturaleza humana y sobre la necesidad de buscar y conocer un Dios salvador. El entendimiento hace que sus acciones no sean ciegas y discierne lo bueno de lo malo. Dios no sería Dios si no tuviera Entendimiento, y “la Persona del Hijo, / por Acto de Entendimiento / del Padre/ fue producida.” (auto: El valle de la Zarzuela); luego la Eucaristía es Pan del Entendimiento. No es posible mayor divinización, aunque también Dios es amor (Espíritu Santo).

Calderón fue autor de más de doscientas obras de las que ciento ochenta contienen intervenciones musicales. Su actividad creadora produjo todos los géneros dramáticos entre los que se incluyen dos piezas enteramente cantadas de tema mitológico: La púrpura de la rosa (1659), y Celos aun del aire matan (1660). Ambas obras, en un solo acto, cuya música no se ha conservado, son las primeras óperas españolas del s. XVII porque cantar a la italiana no fue del gusto del público del Barroco español. Uno de los escenógrafos y tramoyistas del teatro del Palacio del Buen Retiro, Baccio del Bianco, opinaba que los coetáneos españoles de Calderón no entendieron jamás que se podía hablar cantando.

Sin embargo, el género que se consolidó fue el drama musical que cristalizó en la zarzuela; invento de Calderón, y acorde con su dramaturgia, ofrecía una parte representada y otra cantada, de impecable factura, fuerza conceptual y numen poético. En la España del Barroco no se daban las condiciones necesarias para que la ópera llegase a la casi inexistente burguesía ni tampoco prendió en la aristocracia que acudía a las escenificaciones en el palacete de la Zarzuela y en el palacio del Buen Retiro.

Calderón, influido por la tradición del teatro sacramental, creó un original género que denominó Auto Sacramental Alegórico e historial, una especie de zarzuela sacra o zarzuela a lo divino, con intervención musical, que se representaban todos años en Madrid con motivo de la fiesta del Corpus Christi, siempre a iniciativa del Ayuntamiento de Madrid por la expectación que creaba en el público y en las compañías teatrales. Calderón concebía la música como una calidad escénica que armonizaba con el texto literario y la escenografía. Juan Hidalgo fue el compositor que puso música a numerosas obras de Calderón. Si la poesía puso el alma en la música fue porque ésta supo mover los afectos del público fieles al texto, apelando muy a menudo a un lenguaje musical familiar y conocido para los espectadores, procedentes de las melodías del folclore popular. Para ello contó con el acceso a varios escenarios: el teatro de Palacio, con grandes innovaciones técnicas, el de los corrales, con recursos más humildes, y el de los autos sacramentales que se representaban en la fiesta del Corpus Christi con gran aparato escenográfico diseñado por el mismo don Pedro.

En algunas de sus obras, la función de iluminación del bien la realiza la Razón Natural (auto: Los alimentos del hombre, 1676), que mantiene una relación conflictiva con la Voluntad (auto: El laberinto del mundo, 1676). En el auto sacramental alegórico La nave del mercader (1674), el Entendimiento nos dice que “con la luz de la razón / al uso del albedrío”, y las otras dos facultades del alma (memoria y voluntad), “soy el que las ilumino”.

En la compleja comedia La estatua de Prometeo escenifica el predominio del saber/razón sobre la guerra; la primera es personificada por Minerva (es la diosa de la sabiduría, las artes, las técnicas de la guerra, además de la protectora de Roma y la patrona de los artesanos; se corresponde con Atenea en la mitología griega) y Prometeo, de la que consigue el fuego al dedicarla una estatua. En cambio, la guerra está representada, por Palas (en la mitología griega, Palas, en griego Παλλά, era el hijo de Crío y Euribia, y marido de Estigia; Palas era también un epíteto de Atenea, de quien a veces se piensa que fue hija suya; en una historia, Palas intentó violarla, pero ella le mató, le despellejó, e hizo una coraza con su piel, la Égida) y Epimeteo (el que actúa impulsivamente, el necio, el que primero obra y luego piensa acerca de lo realizado), su hermano, que toma a Pandora por esposa, en contra de la voluntad de su hermano, que había sido creada por Hefesto por orden de Zeus y enviada a la Tierra con una caja cerrada que contenía todos los males; en unas versiones, fue Pandora la que destapó la caja; en otras, se le atribuye a Epimeneo. Prometeo, el civilizador, con su “anhelo de saber”, consigue para los hombres el fuego del Sol / Apolo, esto es, la ciencia o luz del alma, que es capaz incluso de dar vida a una estatua, “ilustrada / de esta antorcha”; “más que la fuerza del brazo / vale la de la razón”, afirmará Prometeo.

Calderón reflexionó toda su vida sobre los efectos de la música y de la poesía sobre los oyentes, siendo consciente además que los espectadores usaban el sentido de la vista. En los autos sacramentales el Oído personificado está caracterizado como un invidente, que se acompaña de una guitarra. Frente a la lujuria de los ojos (concupistentia oculorum), que afecta a la metafísica occidental y que actualmente se ha convertido en una epidemia generalizada, Calderón opone el Oído, órgano de la Fe (la Biblia y la tradición patrística), en tensa lucha dialéctica (“batalla intelectual”, la llamaba Calderón), ya que de eso se trata en el teatro: ver y oír simultáneamente.

El dramaturgo tuvo plena conciencia de la diferencia entre la palabra escrita y la palabra hablada, de la distancia entre la tipografía y la representación, por lo que escenificó con ingenio la personificación del Oído. Consideró la palabra hablada o cantada, privilegio del Oído porque aquella no se deja tocar, oler, gustar o ver. Las limitaciones de los sentidos fuerzan al escritor de alegorías a crear sinestesias, a hablar de un escuchar con los ojos y un ver con los oídos, lo que supone un despliegue de los sentidos en físicos y espirituales.

Zipi Literario Zape

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