El sueño de la razón produce monstruos

jueves, 28 de abril de 2011

LOS ALBORES DEL CRISTIANISMO (I)

No pretendemos hacer una historia de Israel exhaustiva desde sus orígenes a la actualidad, sino que lo que buscamos es trazar unas pinceladas que nos den una imagen aproximada de lo que pudo ser desde sus orígenes hasta la destrucción del estado judío en el siglo I/II d. C., en tanto en cuanto ahí encontramos el germen del cristianismo.

La Historia de Israel, el país de la Biblia, se inicia en Gn 12: 1-3, cuando Yahvé ordena a Abraham que abandone su tierra y marche a la tierra que Él le mostrará. Parece que viajó desde Ur, en Mesopotamia del sur, no el Ur del norte, y se estableció en Haran (Gn 11: 31-32). En Gn 12 se describe un largo viaje desde Haran hasta Egipto, durante el cual Abraham se detuvo en Siquén y Betel, para luego volver a Betel. Las narraciones acerca de Abraham, Isaac y Jacob se refieren a familias numerosas que se trasladan de un lugar a otro con sus rebaños. La tradición Bíblica sostiene que procedían de Mesopotamia del norte, pero con raíces en la zona meridional. En principio, su establecimiento en la tierra de Canaán no fue permanente por los condiciones de vida que les ofreció aquel hábitat y tienen que emigrar a Egipto. Lo más probable es que algunos miembros de aquellos clanes patriarcales se quedaran en Canaán cuando Jacob marchó a Egipto. Los israelitas aparecen junto a amonitas, moabitas, edomitas y arameos (heroes eponymi)[i], pero claramente diferenciados; Amón[ii] y Moab[iii] son hijos de Lot[iv] (Gn 19:37-38); Edom[v] fue un reino fundado por Esaú[vi] para alejarse de su hermano Jacob[vii]. A medida que se va desarrollando la historia, los personajes de Lot y Esaú pierden importancia y la intervención de Yahvé aparece claramente expresada a través de sus patriarcas Abraham, Isaac y Jacob.

El pueblo hebreo ocupa un lugar importante en la historia de la Humanidad debido a su tradición religiosa, que aparece fundamentalmente en los libros sagrados de la Biblia, escritos en el primer milenio antes de Cristo. Su dios único, Yahvé, concebido como dios protector de los hebreos en sus luchas contra los filisteos y amonitas, adquirió con los profetas un carácter de compromiso moral basado en el cumplimiento de una ley, el seguimiento de unos rituales religiosos y la adhesión a unos dogmas. La figura de Jesús propondrá, pasados los siglos, un mensaje evangélico que impulsa el perfeccionamiento moral y que va más allá del simple cumplimiento de un código legal y la idolatría de la ley y el culto, tal y como emanaba de los rabinos y fariseos.

No se ha podido establecer con rigor histórico la validez de las tradiciones sobre los orígenes del pueblo hebreo que aparece en la Biblia, como ya se irá viendo en algunos de los apartados sucesivos. Antes de la llegada de los hebreos, hacia 1500-1200 a. C., nos encontramos que el valle del Jordán estaba poblado por los cananeos que fueron sometidos a la hegemonía de Egipto (hacia 1469-1214). Las tribus hebreas, de lengua semita, en un proceso inmigratorio aún no clarificado suficientemente, se habrían establecido en Canaán en el siglo XIII a. C.; después de haber permanecido durante generaciones en Egipto, decidieron salir de allí guiados por Moisés; es lo que conocemos como estancia en Egipto-éxodo-desierto-Sinaí-asentamiento en Palestina.

Los relatos que ofrece la Biblia sobre el denominado periodo de los Patriarcas, la estancia en Egipto y el llamado Éxodo no se ha podido verificar históricamente. Se puede afirmar, sin embargo, que unas tribus nómadas o seminómadas dedicadas al pastoreo llegan al sur de Canaán a lo largo del siglo XIII a. C. procedentes de las estepas del norte de Arabia y se instalan en las tierras situadas al sur del mar Muerto. Allí se organizan las tribus, según la Biblia, quizás gobernadas por un consejo de ancianos. A partir del s. XII a, C., las tribus se alían para facilitar su expansión territorial y defenderse de sus enemigos, entre ellos los cananeos (los habitantes hasta entonces de aquellas tierras) y sobre todo los filisteos[viii], pueblo más organizado y mejor armado que los israelitas.

El periodo de los Jueces, tal y como aparece en libro del mismo nombre de la Biblia, estuvo marcado por las invasiones de pueblos vecinos, interpretadas como castigo divino sobre Israel por adorar a otros dioses. Serán los filisteos contra los que luchen los israelitas, puesto que se establecieron en la llanura costera del sur y que se llamó Filistea. Tras la batalla de Afec (1 Sm 4:1-11), los filisteos derrotan a los israelitas; así estos se ven obligados a unir sus fuerzas y se ponen bajo el mando de Saúl, entronizando así la monarquía (hacia 1030-1020 Reinado de Saúl, primer rey de Israel). Tras su muerte, el Estado de Israel se divide en dos reinos y será David el que consiga gobernar otra vez sobre todo Israel. Salomón sucede a su padre David y su muerte significará el fin del Estado de Israel unificado y la separación de los reinos de Israel y Judá (928 a. C.). Tras el hundimiento del reino de Israel por el Imperio Asirio –Sargón II destruye Samaria (720 a. C.)-, vendrá también el hundimiento del reino de Judá, al destruir Nabucodonosor de Babilonia Jerusalén (585 a. C.) una vez que el Imperio Neobabilónico se apoderó del Asirio. Ciro de Persia, en el 538 a. C., permite el retorno de los judíos deportados a Babilonia, al pasar el territorio de Israel al dominio persa, como todo el Levante mediterráneo. Posteriormente se integra en la esfera griega, aunque entre 168-164 a. C. se produce una rebelión victoriosa de los judíos contra la dominación seléucida, los descendientes de Seleuco[ix], uno de los generales de Alejandro Magno y, por último, Palestina pasará a formar parte del Imperio Romano, cuando Pompeyo en el 63 a. C. somete a Judea, entonces bajo la dinastía asmonea o macabea[x], al vasallaje de Roma.

Palestina siempre será la tierra que ha visto nacer los grandes credos monoteístas, el Judaísmo y el Cristianismo. Y luego brotaría el Islam, la rama tardía judeo-cristiana, que retoña del tronco del paganismo árabe[xi].

Si Palestina es la cuna del cristianismo, el Imperio romano lo es de la Iglesia Católica puesto que Roma, desde el principio, fue la sede de su cabeza visible, San Pedro. Nos parece evidente, que el estudio de la religión bíblica ha de cimentarse en las creencias y prácticas de los pueblos contemporáneos de los hebreos y sus antepasados. Todos vivieron en el mismo ambiente cultural y fueron influenciados por los grandes imperios de Mesopotamia, Asia Menor (hititas y hurritas) y Egipto. Además, pertenecían a una misma familia lingüística. Los semitas occidentales, llamados así para distinguirlos de sus parientes del Este, babilonios y asirios, influidos por la civilización sumeria, comienza su marcha por la historia a principios del II milenio a.C., época en que aparecen los primeros nombres y textos semíticos, aportados fundamentalmente por los arqueólogos y exploradores.

El eje de referencia de la difusión del cristianismo lo constituye el espacio geográfico que separa los llamados Imperio Romano de Occidente del de Oriente. En sus orígenes, la influencia sociocultural del cristianismo es el hebraísmo y la diáspora de los judíos, que se extiende desde las Columnas de Hércules[xii] hasta las fronteras orientales del Imperio de Alejandro Magno[xiii].

Desde hace casi dos siglos, el estudio del Antiguo Oriente ha logrado innumerables hallazgos que nos sirven para esclarecer la historia de “Israel”, sus conexiones socioculturales con las civilizaciones y sus relaciones con los pueblos circundantes; todo esto ha permitido desvelar la historicidad de “Israel” y nos ha hecho comprender mejor la tradición histórica del Antiguo Testamento.

Notas aclaratorias



[i]. Se denomina epónimos a los antepasados de las distintas tribus, que llevan el mismo nombre de la tribu y son considerados como el padre de todos los miembros de la tribu.

Así por ejemplo, los israelitas tienen como epónimo a Israel (Jacob), los Edomitas a Edom (Esaú), los moabitas a Moab, los Amonitas a Amón, los Arameos a Aram...

Todas estas tribus son semitas noroccidentales, que pertenecen a la misma rama étnica, hablan idiomas muy semejantes, y tienen culturas casi idénticas. La conciencia de este parentesco, les ha llevado a crear cuadros genealógicos ficticios, en los cuales sus patriarcas o epónimos quedan emparentados. Nosotros conservamos el cuadro genealógico hecho por los israelitas, en el cual, como cabía esperar, el lugar central de la familia lo ocupa Israel (Jacob) y sus doce hijos, mientras que Esaú, Moab, Amón y Aram ocupan lugares más colaterales.

[ii]. Amonita, antiguo pueblo semítico que habitó en la región situada entre el desierto de Siria y el río Jordán, en la actual Jordania. Según Gén. 19,38, eran los descendientes de Amón, hijo de Lot, y parientes próximos de los moabitas. La civilización amonita comenzó en el siglo XIII a.C. y duró hasta el siglo VI a.C. Su capital era Rabbah Ammon (actualmente Ammán, Jordania). Los israelitas estuvieron frecuentemente en guerra con los amonitas. A comienzos del siglo X a.C. David, rey de Judá e Israel, reprimió a los amonitas (2 Sam. 12,26-31) y los sometió a trabajos forzados. En el 721 a.C., tras la caída del reino de Israel, los amonitas se asentaron en zonas al este del río Jordán. El estado autónomo amonita había dejado de existir a mediados del siglo VI a.C. Hacia el siglo I a.C., sus territorios fueron incorporados al Imperio romano, y hacia el siglo III d.C. habían sido prácticamente absorbidos por tribus árabes.

[iii]. Amonita, antiguo pueblo semítico que habitó en la región situada entre el desierto de Siria y el río Jordán, en la actual Jordania. Según Gén. 19,38, eran los descendientes de Amón, hijo de Lot, y parientes próximos de los moabitas. La civilización amonita comenzó en el siglo XIII a.C. y duró hasta el siglo VI a.C. Su capital era Rabbah Ammon (actualmente Ammán, Jordania). Los israelitas estuvieron frecuentemente en guerra con los amonitas. A comienzos del siglo X a.C. David, rey de Judá e Israel, reprimió a los amonitas (2 Sam. 12,26-31) y los sometió a trabajos forzados. En el 721 a.C., tras la caída del reino de Israel, los amonitas se asentaron en zonas al este del río Jordán. El estado autónomo amonita había dejado de existir a mediados del siglo VI a.C. Hacia el siglo I a.C., sus territorios fueron incorporados al Imperio romano, y hacia el siglo III d.C. habían sido prácticamente absorbidos por tribus árabes.

[iv]. Lot, en el Antiguo Testamento (Gén. 11-14; 19), hijo de Harán (el hermano de Abraham, padre del pueblo judío). Tras varios años de convivencia, Lot y Abraham se separaron porque, debido al incremento de sus respectivos rebaños, la tierra no les permitía ya vivir juntos. Más tarde, Lot fue capturado en una incursión contra Sodoma y tuvo que ser rescatado por Abraham. Después, encontrándose en Sodoma, los ángeles le anunciaron: "vamos a destruir este lugar" para que huyera. A pesar de las advertencias de no mirar hacia atrás mientras huían, la mujer de Lot no pudo resistir la curiosidad de mirar hacia atrás y se convirtió en estatua de sal (Gén. 19,26). Por ser la familia de Lot la única superviviente del cataclismo, las hijas de Lot, privadas de compañía masculina, decidieron embriagar a su padre para acostarse con él; de estas uniones nacieron dos hijos, Moab y Ben Ammí, que se consideran los antepasados de los moabitas el primero, y de los ammonitas el segundo; ambos enemigos de Israel. Este incesto que es interpretado por algunos como un modo de perpetuar la especie es, sin embargo, para otros, una justificación del oprobio de dos pueblos enemigos de Israel.

[v]. Edom, en tiempos del Antiguo Testamento, país al sur del mar Muerto, en lo que actualmente es el sur de Israel y de Jordania. De acuerdo con la Biblia, los edomitas descendían de Esaú, hijo mayor de Isaac, mientras que los israelitas lo hacían de Jacob, hijo menor de Isaac. Los dos pueblos, muy vinculados, ocuparon Palestina alrededor del siglo XIII a.C., y sus relaciones posteriores fueron poco amistosas. Las referencias bíblicas a los edomitas son normalmente hostiles, aunque de acuerdo con algunos pasajes eran conocidos por su sabiduría. Edom pudo haber tenido un rey antes que los israelitas, aunque entre los siglos X y VI a.C. estuvo frecuentemente sometida al dominio de Israel o Judá. El primer libro de los Reyes se refiere al príncipe edomita Hadad, quien fue exiliado por el rey David y posteriormente dirigió una rebelión contra Salomón.

[vi] . Esaú (en hebreo, 'velludo'), en el libro del Génesis, hijo de Isaac y Rebeca, y hermano mellizo mayor de Jacob. Al ser el mayor, Esaú tenía prioridad sobre Jacob, pero según la mayoría de las versiones que abordan este episodio vendió su primogenitura por un plato de lentejas, una sopa o un guiso (Gén. 25,21-34). A pesar de ello, Esaú intentó asegurarse la bendición patriarcal de Isaac en su lecho de muerte, pero Jacob lo suplantó y Esaú recibió sólo una bendición secundaria. Esaú, encolerizado, decidió matar a su hermano, por lo que Jacob se vio obligado a huir. A su regreso, ambos hermanos se reconciliaron. La figura de Esaú en este relato representa a la nación de Edom, tal y como se explicita en el Gén. 36,8 ('Esaú es Edom').

[vii]. Jacob, en el Antiguo Testamento, uno de los patriarcas hebreos, hijo de Isaac y Rebeca y nieto de Abraham. Tras privar con un engaño a su hermano Esaú de la bendición de su padre y de sus derechos de primogenitura, Jacob huyó a la casa de su tío, Labán, para quien trabajó durante muchos años, y cuyas hijas, Lía y Raquel desposó. Sus esposas y sus esclavas, Zilpá y Bilhá, le dieron 12 hijos, que se convertirían en los patriarcas de las 12 tribus de Israel. Lía dio a luz a Isacar, Judá, Leví, Rubén, Simeón y Zebulón; Raquel, a José y Benjamín; Zilpá a Gad y Aser, y Bilhá a Dan y Neftalí.

El relato de Jacob se narra en Génesis 25-35. Los acontecimientos más sobresalientes de su existencia fueron la visión de la "escalera de Jacob", la bendición que recibió en Betel (Gén. 28,10-22) y la concesión del nombre Israel por un adversario divino tras luchar contra él (Gén. 32,24-32). Así como la figura de Esaú está considerada como la representación de la nación de Edom (Gén. 36,8), la de Jacob, o Israel, personifica a la nación de Israel. Así, el profeta Oseas traza un paralelo entre la experiencias de Jacob y las de su pueblo (Os. 12) hacia el 1700 a.C.

[viii]. Eran los peleset, un grupo integrante de los llamados “pueblos del mar”, no semita, que, tras ser rechazados por Egipto hacia el 1200 a. C., se instalan en la costa meridional del Levante mediterráneo, donde fundan cinco ciudades y se organizan de forma confederada.

[ix]. Hijo de Antíoco, general de Filipo II, Seleuco también se encaminó hacia la vida militar y acompañó a Alejandro en su victoriosa expedición por Asia. Cuando falleció Alejandro, Seleuco recibió el mando de la caballería. Se tituló rey en 306 a.C.

[x] . Rey de los judíos (Ascalon, h. 73 - Jerusalén, 4 a. C.). Hijo de un idumeo y de una nabatea, en realidad era un palestino de cultura helenística dedicado al servicio de Roma, que dominaba Palestina desde que fuera conquistada por Pompeyo (63 a. C.). Herodes fue nombrado primero gobernador de Galilea (47) y posteriormente «tetrarca» para dirigir las relaciones de Roma con los judíos (41); pero hubo de huir ante el ataque de los partos, que apoyaban en el Trono a Antígona, la última reina de la dinastía de los Asmoneos o Macabeos, representante de la resistencia judía contra la dominación política y cultural del Occidente grecorromano.

En el año 40 a. C. el Senado romano nombró a Herodes rey de los judíos por indicación de Marco Antonio, con el encargo de recuperar Judea de manos de Antígona. Combatió contra ella durante tres años hasta que conquistó Jerusalén y la decapitó.

[xi]. Hasta hace poco los conocimientos sobre la península Arábiga se limitaban a los que nos ofrecían escritores clásicos griegos y romanos y los aportados por los primeros geógrafos árabes; una parte importante de esas informaciones no eran muy fidedignas; sin embargo, las exploraciones arqueológicas del siglo XX han permitido un mejor conocimiento de la zona; los primeros hechos conocidos de la historia árabe son las migraciones desde la península arábiga a las tierras vecinas; en el año 3500 a. de C. aproximadamente, pueblos de lengua semítica emigraron a los valles de los ríos Tigris y Éufrates en Mesopotamia, sustituyeron a los sumerios, y se convirtieron en los asirio-babilonios; otro grupo de semitas abandonó Arabia cerca del año 2500 a. de C. y se estableció a lo largo de la costa oriental del mar Mediterráneo; algunos de estos emigrantes se convirtieron en los amoritas y cananeos de las épocas siguientes.

Hacia el I milenio a. de C., en torno al corredor comercial del mar Rojo aparecen una serie de prósperos estados, entre los que se encontraban los “reinos del incienso” de Saba, Quataban, Hadramaut y Ma`in, el estado etiope de Axum, y hacia el noreste del mar Rojo, el reino de Nabatea, con Petra como capital. La prosperidad de la región se debió al control de las caravanas que comerciaban entre el sur de Arabia y el Mediterráneo oriental, un comercio basado en el cultivo y exportación de árboles gomíferos aromáticos, el incienso y la mirra, productos muy demandados por Egipto, Oriente Próximo y los reinos helenísticos del Mediterráneo Oriental.

El sabeo, creado en 930 a. C., permaneció hasta el 115 a.C., siendo su capital Saba, y su principal ciudad Mariaba; se relaciona generalmente con el reino de Saba, conjeturando que la reina de Saba que, según los textos bíblicos, visitó al rey Salomón, era sabea. (Atlas de Arqueología, 1992, págs. 184-185).

[xii]. Es el nombre que los griegos daban a la antigua Calpe, actual Penón de Gibraltar, y a la antigua Abila, cerca de Ceuta, en la costa africana, hoy Jebel Musa, las dos altas rocas que flanquean la entrada oriental del estrecho de Gibraltar; parece que los fenicios las avistaron por primera vez h. el 1100 a.C.

[xiii]. Siria, Egipto, Mesopotamia y su expansión a la India con objeto de conquistar los confines imaginarios meridional y oriental de las tierras habitadas (oikumene) y la creación de un imperio mundial en el que los pueblos quedasen fusionados mediante traslados y mezclas (Kinder, H. y Hilgemann, W., I – pp. 65 y ss.).

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