Destino y poder, juntos o separados, se han vinculado siempre con la tragedia. Las tragedias de destino, en Calderón, presentan una estructura similar: el Hado es representado dramáticamente por el horóscopo, la profecía o el sueño.
El dramaturgo se concentra desde el principio no en lo que va a suceder sino en el cómo va a suceder. De este modo la dramaturgia calderoniana se acerca a la tragedia griega clásica. El qué era conocido por el espectador, pero lo verdaderamente importante eran las relaciones dialécticas que dramaturgo griego establecía en el qué y el cómo desarrollando las significaciones últimas que de esas relaciones emanaban.
De la variada galería de figuras del Poder que Calderón lleva a escena, nos centraremos en el rey cristiano, Basilio, más simbólico que histórico, y acaso el más complejo de sus reyes, pues desde el principio de la acción, Basilio[1] será responsable de los males del reino, cuya estabilidad aparece amenazada.
Presentado al juicio del público es difícil diferenciar entre el deleite y la enseñanza que produce por lo que tiene de fascinante y de terrible como figura de poder, pues a la vez es ejemplo de grandeza y de miseria, de soberbia y de impotencia.
El lenguaje del drama no es nunca ni absolutamente transparente ni absolutamente opaco para todos a la vez, pero sí, como lenguaje teatral, se nos muestra problemático y ambiguo.
De la acción dramática aparecen imbricadas algunas preguntas tales como: ¿cuáles son los límites de la libertad y los límites del poder y del saber?, ¿cuáles son los límites del amor?, ¿cuáles son los límites del sueño, de la verdad y de la ficción?, ¿cuáles son los límites del deseo y de la ley, de la conciencia y del miedo?
En La vida es sueño los principios de composición dramática de lo trágico son los mismos que en las tragedias griegas y que Aristóteles registró en su Poética[2]: hybris (ant. gr. ὕϐρις húbris, desmesura y/o orgullo exagerado, furia; también desprecio temerario hacia el otro; los que padecían de hybris eran castigados por los dioses), hamartia (gr. ant. άμαρτία; se suele traducir como error trágico, defecto, fallo o pecado. Es el error fatal en que incurre el héroe trágico que intenta hacer lo correcto en una situación en la que lo correcto simplemente no puede hacerse), y anagnórisis (del gr. ἀναγνώρισις, acción de reconocer; significa “revelación”, “reconocimiento” o “descubrimiento”) o agnición (del lat. agnitĭo, -ōnis, de agnoscĕre, reconocer).
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