—Y aun por esso. Advierte, Andrenio, que ya estamos entre enemigos: y ya es tiempo de abrir los ojos, ya es menester vivir alerta. Procura de ir con cautela en el ver, en el oír y mucha más en el hablar; oye a todos y de ninguno te fíes; tendrás a todos por amigos, pero guardarte has de todos como de enemigos. Estaba admirado Andrenio oyendo estas razones, a su parecer tan sin ella, y arguyóle desta suerte:
—¿Cómo es esto? Viviendo entre las fieras, no me previniste de algún riesgo, ¿y ahora con tanta exageración me cautelas? ¿No era mayor el peligro entre los tigres, y no temíamos, y ahora de los hombres tiemblas?
—Sí —respondió con un gran suspiro Critilo—, que si los hombres no son fieras es porque son más fieros, que de su crueldad aprendieron muchas vezes ellas. Nunca mayor peligro hemos tenido que ahora que estamos entre ellos. Y es tanta verdad ésta, que hubo rey que temió y resguardó un favorecido suyo de sus cortesanos (¡qué hiziera de villanos!) más que de los hambrientos leones de un lago; y assí, selló con su real anillo la leonera para asegurarle de los hombres cuando le dexaba entre las hambrientas fieras. ¡Mira tú cuáles serán estos! Verlos has, experimentarlos has, y dirásmelo algún día.
—Aguarda —dixo Andrenio—, ¿no son todos como tú?
—Sí y no.
—¿Cómo puede ser esso?
—Porque cada uno es hijo de su madre y de su humor, casado con su opinión, y assí, todos parecen diferentes: cada uno de su gesto y de su gusto. Verás unos pigmeos en el ser y gigantes de soberbia; verás otros al contrario, en el cuerpo gigantes y en el alma enanos; toparás con vengativos que la guardan toda la vida y la pegan aunque tarde, hiriendo como el escorpión con la cola; oirás, o huirás, los habladores, de ordinario necios, que dexan de cansar y muelen; gustarás que unos se ven, otros se oyen; se tocan, y se gustan, otros de los hombres de burlas, que todo lo hazen cuento sin dar jamás en la cuenta; embaraçarte han los maniacos que en todo se embaraçan. […]; y, finalmente, hallarás muy pocos hombres que lo sean: fieras, sí, y fieros también, horribles monstruos del mundo que no tienen más que el pellejo y todo lo demás borra, y assí son hombres borrados.
—Pues dime, ¿con qué hazen tanto mal los hombres, si no les dio la naturaleza armas como a las fieras? Ellos no tienen garras como el león, uñas como el tigre, trompas como el elefante, cuernos como el toro, colmillos como el xabalí, dientes como el perro y boca como el lobo: pues ¿cómo dañan tanto?
—Y aun por esso —dixo Critilo— la próvida naturaleza privó a los hombres de las armas naturales y como a gente sospechosa los desarmó: no se fió de su malicia. Y si esto no hubiera prevenido, ¡qué fuera de su crueldad! Ya hubieran acabado con todo. Aunque no les faltan otras armas mucho más terribles y sangrientas que éssas, porque tienen una lengua más afilada que las navajas de los leones, con que desgarran las personas y despedaçan las honras; tienen una mala intención más torcida que los cuernos de un toro y que hiere más a ciegas; tienen unas entrañas más dañadas que las víboras, un aliento venenoso más que el de los dragones, unos ojos invidiosos y malévolos más que los del basilisco, unos dientes que clavan más que los colmillos de un xabalí y que los dientes de un perro, unas narizes fisgonas (encubridoras de su irrisión) que exceden a las trompas de los elefantes. De modo que sólo el hombre tiene juntas todas las armas ofensivas que se hallan repartidas entre las fieras, y assí, él ofende más que todas. Y, porque lo entiendas, advierte que entre los leones y los tigres no había más de un peligro, que era perder esta vida material y perecedera, pero entre los hombres hay muchos más y mayores: y a de perder la honra, la paz, la hazienda, el contento, la felizidad, la conciencia y aun el alma. ¡Qué de engaños, qué de enredos, traiciones, hurtos, homicidios, adulterios, invidias, injurias, detracciones y falsedades que experimentarás entre ellos! Todo lo cual no se halla ni se conoce entre las fieras. Créeme que no hay lobo, no hay león, no hay tigre, no hay basilisco, que llegue al hombre: a todos excede en fiereza. Y assí dizen por cosa cierta, y yo la creo, que habiendo condenado en una república un insigne malhechor a cierto género de tormento muy conforme a sus delitos (que fue sepultarle vivo en una profunda hoya llena de profundas sabandijas, dragones, tigres, serpientes y basiliscos, tapando muy bien la boca porque pereciesse sin compassión ni remedio), acertó a passar por allí un extrangero, bien ignorante de tan atroz castigo, y sintiendo los lamentos de aquel desdichado, fuesse llegando compasivo y, movido de sus plegarias, fue apartando la losa que cubría la cueva: al mismo punto saltó fuera el tigre con su acostumbrada ligereza, y cuando el temeroso pasagero creyó ser depedazado, vio que mansamente se le ponía a lamer las manos, que fue más que besárselas. Saltó tras él la serpiente, y cuando la temió enroscada entre sus pies, vio que los adoraba; lo mismo hizieron todos los demás, rindiéndosele humildes y dándole las gracias de haberles hecho una tan buena obra como era librarles de tan mala compañía cual la de un hombre ruin, y añadieron que en pago de tanto beneficio le avisaban huyesse luego, antes que el hombre saliesse, si no quería perecer allí a manos de su fiereza; y al mismo instante echaron todos ellos a huir, unos volando, otros corriendo. Estábase tan inmoble el pasagero cuan espantado, cuando salió el último el hombre, el cual, concibiendo que su bienhechor llevaría algún dinero, arremetió para él y quitóle la vida para robarle la hazienda, que éste fue el galardón del beneficio. Juzga tú ahora cuáles son los crueles, los hombres o las fieras.
(Gracián, B., El Criticón, I, c. 4: El despeñadero de la vida, págs.100-103, Madrid, Cátedra, 1980).
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