El
Político
don Fernando el Católico (1640)
Sale en Zaragoza, por Diego Domer, 1640, firmado por
Lorenzo Gracián y con dedicatoria Al Excmo.
Señor Don Francisco María Carafa, Castrioto, y Gonzaga, Duque de Nochera,
Príncipe de Sicilia, […],Caballero de la Orden del Tusón de Oro, Lugarteniente,
y Capitán General en los Reynos de Aragón y Navarra.
De menor tamaño que El
Héroe, constituye una especie de discurso que se inserta en la tradición
literaria clásica de alabanzas y encomios, de panegíricos a personajes inmortales.
Sin embargo, El Político no hace historia de la vida
y hazañas del rey Fernando el Católico, al que Gracián admiró profundamente, sino
el análisis de sus aciertos políticos, como el haber sabido aunar voluntades y
unificar los reinos españoles. Partiendo de lo particular, cualidades y
virtudes de su modelo, remonta el vuelo hacia las más trascendentales cuestiones
del Ars gubernandi y construye un
verdadero tratado de filosofía política.
La crítica ha percibido la gran influencia del discurso El Panegírico de Trajano (Panegyricus Traiani), en honor del
emperador Trajano, del abogado y escritor Plinio
el Joven (Como, Italia, 61- Bitinia, h. 113). Lo que pudiera parecer un
simple panegírico del rey Católico es, en realidad, un compendio sobre la
perfección política a la española.
En El Político
se ve claramente la intención moral y didáctica que caracteriza sus obras. El
contraste implícito entre la monarquía excelsa en la personalidad de Fernando
el Católico y la crepuscular de Felipe IV y, sobre todo, de su corte, va
marcando el camino para de regeneración española de aquel momento histórico.
Veamos el texto con que principia:
Opongo
un rey a todos los pasados, propongo un rey a todos los venideros: don Fernando
el Católico, aquel gran maestro del arte de reinar, el oráculo mayor de la
razón de Estado.
Con sus encomios y firmes alabanzas
al gran rey, recoge las normas de conducta política, que servían de contraste y
sobre todo de ejemplo, para la corte corrupta de Felipe IV, en plena decadencia
de la Monarquía Hispánica del siglo
XVII.
Quevedo ya había escrito su Epístola satírica y censoria contra las
costumbres presentes de los castellanos, escrita a don Gaspar de Guzmán, conde-duque
de Olivares, en su valimiento (1625)
con la clara intención de ganarse su aprecio y volver a la política activa
No he de
callar por más que con el dedo
Ya tocando
la boca, ya la frente,
Silencio
avises o amenaces miedo.
¿No ha de
haber un espíritu valiente?
¿Siempre se
ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha
de decir lo que se siente?
Y el soneto, de marcado tono reflexivo y pesimista, que está incluido
en el poemario que alude al presocrático griego Heráclito, conocido en la
antigüedad como el “Oscuro”, o el “Filósofo
que lloraba”, a causa de su legendario humor pesimista; aunque el soneto
se ha interpretado de muy distintas maneras como el paso del tiempo y la
muerte, se vincula preferentemente con su carga política: etapas de crisis
y derrotas sociales, económicas y políticas de la historia de la España del
siglo XVII. Gracián conocía bien todo esto:
SALMO XVII[1]
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.
Salíme al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del yelo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa: vi que amancillada,
de anciana habitación era despojos;
mi báculo, más corvo y menos fuerte;
vencida de la edad sentí mi espada.
Y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte[2].
si un tiempo fuertes ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.
Salíme al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del yelo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa: vi que amancillada,
de anciana habitación era despojos;
mi báculo, más corvo y menos fuerte;
vencida de la edad sentí mi espada.
Y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte[2].
A.T.T.
[1] El soneto de Francisco de Quevedo Miré los muros de la patria mía... pertenece,
junto con otros 27 poemas, a una colección titulada: Heráclito cristiano y
segunda arpa a imitación de David (en adelante, Heráclito), fechada
por el mismo poeta en la Torre de Juan Abad en el año de 1613. El poema
apareció por primera vez impreso cuando su autor llevaba tres años muerto. Se
editó en Madrid y corrió a cargo de su amigo Joseph Antonio González de Salas,
quien lo incluyó, en 1648, en el Parnasso español, monte en dos cumbres
dividido, con las nueve musas castellanas.
[2].
Según Francisco Rico, recuerda
a Ovidio, Tristes, I, XI, 23: Quocumque adspicio, nihil est, nisi mortis
imago.
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