El sueño de la razón produce monstruos

domingo, 4 de noviembre de 2012

Don Juan Tenorio y la Noche de Difuntos (VI)


                En la Segunda parte de Don Juan Tenorio, en el teatro aparece un magnífico cementerio hermoseado como un jardín;  en un primer plano, aislados y con estatuas de piedra, se ven los sepulcros de don Gonzalo de Ulloa, de rodillas, de doña Inés, de pie y en centro, y, a la izquierda, la de don Luis Mejía también de rodillas. En el fondo, el panteón de la Familia Tenorio con la estatua de don Diego Tenorio, el fundador de la saga. Una pared llena de nichos y lápidas, sepulcros, estatuas de piedra, sauces llorones que se inclinan ante las tumbas, flores de todas clases y cipreses enhiestos hacia el cielo aparecen envueltos por la luz de una luna en una noche  fría y tranquila de verano, y alumbrada por una luna brillante.
             En el silencio, se sienten los pasos de un lento,  nostálgico y meditabundo caminar. Son los de don Juan Tenorio, que deambula entre el misterio de tumbas que sobrecogen, sombras de ultratumba, la estatua animada del Comendador de Calatrava y la invitación temería al banquete espectral; brindis, euforia en casa de don Juan, seguidos de duelos y muerte. Luego una cena paródica en el sepulcro del convidado de piedra, espectros, osamentas, sudarios y vuelos macabros. El reloj de arena, implacable, marca el último instante. Campanas fúnebres y cantos funerarios. Arrepentimiento y apoteosis final del amor. Dos almas resplandecientes como llamas ascienden hacia las esferas celestes del paraíso entre músicas angelicales al esclarecer el alba en un nuevo día que aterrará a los sevillanos.
            Entre los predecesores de Zorrilla, Antonio de Zamora tuvo gran éxito con una serie de comedias de magia, como ya señalamos, donde la tramoya era más importante que el mismo texto. Sin embargo, cuando Zorrilla compone el Tenorio, aquel género estaba en decadencia absoluta. La comedia de magia, con predominio absoluto de la escenografía, al gusto cortesano en tiempo de Felipe IV, en el reinado de Felipe V, es uno de los más atractivos para el pueblo de Madrid y otras grandes ciudades y que se mantenía todavía con éxito en el reinado de Fernando VII.
            Hartzenbusch escribirá dos de las últimas comedias de magia, La redoma encantada (1839), donde se llama al héroe el "Don Juan Tenorio de nuestros tiempos" y donde los espectadores son testigos de la presencia de dos estatuas que "vienen a cenar", y Los polvos de la madre Celestina (1840), que llegará al siglo XX como espectáculo infantil.
            Torrente Ballester afirmará que El Tenorio es de las obras modernas, la más alabada y denostada, pero la única verdaderamente popular, y que ha sido representada hasta las últimas décadas la noche de difuntos. Con esas representaciones teatrales, tan arraigada como el culto a los muertos, el público disfrutaba con el sepulcro de doña Inés donde las flores se transforman en una apariencia, en la que se ve en medio de resplandores, la sombra de DOÑA INÉS:
            SOMBRA.    Yo soy doña Inés, don Juan,
                                   que te oyó en su sepultura.
            JUAN.           ¿Conque vives?
            SOMBRA.                             Para tí;
                                   mas tengo mi purgatorio
                                   en ese mármol mortuorio
                                   que labraron para mí.
                                   Yo a Dios mi alma ofrecí
                                   en precio de tu alma impura,
                                   y Dios, al ver la ternura
                                   con que te amaba mi afán,
                                   me dijo: "Espera a don Juan
                                   en tu misma sepultura.
                                   Y pues quieres ser tan fiel
                                   a un amor de Satanás,
                                   con don Juan te salvarás,
                                   o te perderás con él.
                                                           (Zorrilla, Don Juan Tenorio, vv. 2992-3007)
            Esta unión de destinos es fruto de un amor verdadero que implica un estar ontológicamente con el otro, fiel al destino de éste, sea el que sea, como señaló Ortega.
            Dante, en La Divina comedia (Infierno, Canto V), encuentra a una pareja de amantes en el círculo del Infierno, destinado a pecadores carnales, Paolo y Francesca, asesinados por el esposo de ésta, Giovanni di Malatesta, señor de Rímini, una vez que descubre sus amores ilícitos. Sus almas, unidas para siempre, sufrirán el mismo tormento. (Peña, Aniano, ibídem, pág. 188, n, 3007).

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