Introducción
Donatien Alphonse François, marqués de Sade, es un célebre escritor francés de novelas, obras de teatro y tratados filosóficos, muy conocido por sus obras eróticas y casi pornográficas, prohibidas durante mucho tiempo, nació el 2 de junio de 1740 en París en una familia de rancio abolengo provenzal, relacionada con la rama menor de la Casa de Borbón. Se desenvuelve durante una etapa especialmente agitada de la historia de Francia: los reinos de Luis XV y Luis XVI, la Revolución Francesa y el Imperio de Napoleón. Es un periodo de transición entre una sociedad del Antiguo Régimen, con la destrucción del sistema de producción feudal, a los principios teóricos de la igualdad económica y civil.
Con la Monarquía, pasa catorce años en prisión, un hombre que se planteó la libertad como guía de su pensamiento; luego colabora con la Revolución que no sólo lo encarcela, sino que también lo incluye en las listas de la guillotina. Diez meses después será liberado, pero durante el gobierno de Napoleón, el marqués vuelve a ser detenido y ya no volverá a salir de su encierro hasta su muerte. En 1772 fue juzgado y condenado a muerte por distintos delitos sexuales y profanaciones religiosas. Escapó a Italia pero regresó a París en 1777 y fue detenido y encarcelado en Vincennes. Tras seis años en esta prisión fue trasladado a la Bastilla y en 1789 al hospital psiquiátrico de Charenton. Abandonó el hospital en 1790 pero fue detenido de nuevo en 1801. Pasó de prisión en prisión y en 1803 ingresó otra vez en Charenton, donde murió.
Comienza su educación en la abadía de Saint-Léger d’Ebreuil y el castillo de Saumane, luego en el Colegio Jesuita d’Harcourt de París, bajo la dirección de su tío paterno, el abad Jacques-Franois de Sade, desempeñará el papel de tutor. Con apenas diez años conocerá las continuas orgías que su tío el sacerdote organiza en su castillo de Saumane. Luego ingresará en la Escuela de Caballería de la Guardia Real y participó en la Guerra de los Siete Años con el ejército francés.
Con veintitrés años, deja el ejército y contrae matrimonio “por conveniencia” con Renée Pélagie Cordier de Launay de Montreuil, hija de un burgués nuevo rico de París. Su suegra, madame de Montreuil, será su peor enemiga. Su esposa lo acompañó en sus frecuentes huidas de la ley, escribiéndole y visitándole frecuentemente en las diferentes cárceles en las que estuvo recluido.
Su primera detención por el delito de actos de perversión sexual en una mujer, blasfemias y profanación de la imagen de Jesucristo, se produce tan sólo cuatro meses después de su boda, y es desterrado, por pertenecer a la nobleza, a las tierras familiares de la Provenza. Más tarde se hace asiduo visitante de los prostíbulos de Madame Brissault y de Mme. Hecquet, y de los teatros de París, en los que consigue sucesivas amantes: la jeune Dorville; la petite Le Roy danzarina de la Academia Real de Música; y jóvenes cómicas del Teatro Italiano: Mademoiselle Colet y otras.
En 1772 participa con su criado en una orgía en Marsella y cinco prostitutas, a las que ofrece bombones con cantárida ; estas lo acusan de haberlas fustigado, envenenado y sodomizado. En el juicio se le condena a muerte, y a que su cuerpo sea quemado y sus cenizas esparcidas al viento. Escapó entonces a Italia acompañado de su cuñada, Mademoiselle Anne-Prospère de Launay, a la sazón abadesa de un convento. Denunciado por su suegra, son apresados y encarcelados en la fortaleza de Miolans, de la que se fuga.
En muchos de sus escritos, como Justina o Los infortunios de la virtud (1791) , Julieta o Las prosperidades del vicio (1796), Las ciento veinte jornadas de Sodoma o la escuela de libertinaje (publicada póstumamente; Pasolini la llevó al cine en Las 120 jornadas de Sodoma) y La filosofía en el Tocador (1795), Sade describe con gran detalle sus excesivas e inhumanas prácticas sexuales. En psiquiatría se acuñó el término sadismo para denominar el tipo de neurosis que consiste en obtener placer sexual infligiendo dolor a otros. Su filosofía aceptaba como naturales tanto los actos criminales como las desviaciones sexuales.
Sus obras fueron calificadas de obscenas y los censores han intentado enmudecerlo, lo que acaso haya contribuido a convertirse en cómplices de su inmortalidad. Su persecución ha perdurado hasta bien entrado el siglo XX, estando prohibida su publicación al adentrarse en las perversiones hasta extremos nunca imaginados. Encarcelado en Vincennes, pasó seis años en esta prisión, después se le trasladó a la Bastilla y en 1789 al hospital psiquiátrico de Charenton. Abandonó el hospital en 1790 pero fue detenido otra vez en 1801. Rodó de prisión en prisión y en 1803 ingresó otra vez en Charenton, donde murió en 1814.
Pidió ser enterrado anónimamente en el bosque para que "todos los vestigios de mi tumba desaparecieran de la faz de la tierra, así como también espero que todo vestigio de mi memoria sea borrado de la memoria del hombre." Durante casi dos siglos, eruditos, críticos y artistas congéneres han hurgado en la tumba de Sade, en un esfuerzo por consolidar un retrato definitivo del hombre. Algunos pensadores lo consideran como un genio marginado; un profesor emérito del Mal. Los surrealistas adoptaron a Sade como su santo patrono, al citarlo como el ente más libre que jamás haya vivido. Maurice Heine (París, 1884-1940), vinculado a los surrealistas, consagró toda su vida a la elucidación y exaltación de su obra.
Con la Monarquía, pasa catorce años en prisión, un hombre que se planteó la libertad como guía de su pensamiento; luego colabora con la Revolución que no sólo lo encarcela, sino que también lo incluye en las listas de la guillotina. Diez meses después será liberado, pero durante el gobierno de Napoleón, el marqués vuelve a ser detenido y ya no volverá a salir de su encierro hasta su muerte. En 1772 fue juzgado y condenado a muerte por distintos delitos sexuales y profanaciones religiosas. Escapó a Italia pero regresó a París en 1777 y fue detenido y encarcelado en Vincennes. Tras seis años en esta prisión fue trasladado a la Bastilla y en 1789 al hospital psiquiátrico de Charenton. Abandonó el hospital en 1790 pero fue detenido de nuevo en 1801. Pasó de prisión en prisión y en 1803 ingresó otra vez en Charenton, donde murió.
Comienza su educación en la abadía de Saint-Léger d’Ebreuil y el castillo de Saumane, luego en el Colegio Jesuita d’Harcourt de París, bajo la dirección de su tío paterno, el abad Jacques-Franois de Sade, desempeñará el papel de tutor. Con apenas diez años conocerá las continuas orgías que su tío el sacerdote organiza en su castillo de Saumane. Luego ingresará en la Escuela de Caballería de la Guardia Real y participó en la Guerra de los Siete Años con el ejército francés.
Con veintitrés años, deja el ejército y contrae matrimonio “por conveniencia” con Renée Pélagie Cordier de Launay de Montreuil, hija de un burgués nuevo rico de París. Su suegra, madame de Montreuil, será su peor enemiga. Su esposa lo acompañó en sus frecuentes huidas de la ley, escribiéndole y visitándole frecuentemente en las diferentes cárceles en las que estuvo recluido.
Su primera detención por el delito de actos de perversión sexual en una mujer, blasfemias y profanación de la imagen de Jesucristo, se produce tan sólo cuatro meses después de su boda, y es desterrado, por pertenecer a la nobleza, a las tierras familiares de la Provenza. Más tarde se hace asiduo visitante de los prostíbulos de Madame Brissault y de Mme. Hecquet, y de los teatros de París, en los que consigue sucesivas amantes: la jeune Dorville; la petite Le Roy danzarina de la Academia Real de Música; y jóvenes cómicas del Teatro Italiano: Mademoiselle Colet y otras.
En 1772 participa con su criado en una orgía en Marsella y cinco prostitutas, a las que ofrece bombones con cantárida ; estas lo acusan de haberlas fustigado, envenenado y sodomizado. En el juicio se le condena a muerte, y a que su cuerpo sea quemado y sus cenizas esparcidas al viento. Escapó entonces a Italia acompañado de su cuñada, Mademoiselle Anne-Prospère de Launay, a la sazón abadesa de un convento. Denunciado por su suegra, son apresados y encarcelados en la fortaleza de Miolans, de la que se fuga.
En muchos de sus escritos, como Justina o Los infortunios de la virtud (1791) , Julieta o Las prosperidades del vicio (1796), Las ciento veinte jornadas de Sodoma o la escuela de libertinaje (publicada póstumamente; Pasolini la llevó al cine en Las 120 jornadas de Sodoma) y La filosofía en el Tocador (1795), Sade describe con gran detalle sus excesivas e inhumanas prácticas sexuales. En psiquiatría se acuñó el término sadismo para denominar el tipo de neurosis que consiste en obtener placer sexual infligiendo dolor a otros. Su filosofía aceptaba como naturales tanto los actos criminales como las desviaciones sexuales.
Sus obras fueron calificadas de obscenas y los censores han intentado enmudecerlo, lo que acaso haya contribuido a convertirse en cómplices de su inmortalidad. Su persecución ha perdurado hasta bien entrado el siglo XX, estando prohibida su publicación al adentrarse en las perversiones hasta extremos nunca imaginados. Encarcelado en Vincennes, pasó seis años en esta prisión, después se le trasladó a la Bastilla y en 1789 al hospital psiquiátrico de Charenton. Abandonó el hospital en 1790 pero fue detenido otra vez en 1801. Rodó de prisión en prisión y en 1803 ingresó otra vez en Charenton, donde murió en 1814.
Pidió ser enterrado anónimamente en el bosque para que "todos los vestigios de mi tumba desaparecieran de la faz de la tierra, así como también espero que todo vestigio de mi memoria sea borrado de la memoria del hombre." Durante casi dos siglos, eruditos, críticos y artistas congéneres han hurgado en la tumba de Sade, en un esfuerzo por consolidar un retrato definitivo del hombre. Algunos pensadores lo consideran como un genio marginado; un profesor emérito del Mal. Los surrealistas adoptaron a Sade como su santo patrono, al citarlo como el ente más libre que jamás haya vivido. Maurice Heine (París, 1884-1940), vinculado a los surrealistas, consagró toda su vida a la elucidación y exaltación de su obra.
1. Contexto histórico, político y socio-cultural. La libertad.
Francia, a lo largo del siglo XVIII, vive un desarrollo económico que no deja de crear tensiones y desequilibrios a medida que van cambiando las relaciones entre las fuerzas económicas y sociales.
La pujanza económica se base: a) en el auge del comercio marítimo, tras la Guerra de Sucesión Española ; b) implantación del Sistema de Law : los valores mobiliarios adquieren tanto o más valor que los inmobiliarios; c) construcción de nuevas carreteras con desarrollo del comercio y el aumento de las poblaciones urbanas (inmigración del campo a la ciudad), y d) desarrollo industrial y artesanal.
La situación, sin embargo, del Estado es que no participa en la riqueza creada en la misma medida que los rentistas y los comerciantes. Además, la guerra de América agrava el déficit. El Estado, con gobiernos débiles, será atacado por los nobles, que se con el gobierno a través de los Parlamentos; también los campesinos lucharon contra los impuestos que soportaban y, sobre todo, la nueva filosofía que cuestionaba el fundamento sobrenatural de la monarquía.
A mediados de siglo se intentan reformas profundas como obligar a pagar impuestos a las clases privilegiadas y suprimir los Parlamentos entre 1771 y 1774. Con la muerte de Luis XV, la debilidad del gobierno aumenta y crece el poder de las clases privilegiadas, junto con las malas cosechas que se dan desde 1773 a 1789 (hambrunas). La crisis agrícola repercute en la economía urbana, al tiempo que la Declaración de Independencia Americana hace que aumenten los libros que defienden la libertad y la tolerancia criticando el régimen de Francia. Todo esto será la causa suficiente e inmediata de la Revolución Francesa de 1789 .
Frente a los privilegios de la aristocracia (1,5 % de la población total ) surge el poder de la burguesía que se va imponiendo en la administración del Estado y en la economía y, especialmente, en lo intelectual, lo que hace que los grandes escritores del siglo procedan de la burguesía ya en vísperas de la Revolución. Los salones aristocráticos son sustituidos por los cafés, las salas de lectura y las bibliotecas experimentan un aumento considerable. El tercer estado, sin embargo, no participa en la vida oficial siendo los únicos que pagaban impuestos.
Las decapitaciones, privilegio de los aristócratas delincuentes, son raras entre los nobles y, mientras los libertinos (ricos y nobles burgueses) eran encarcelados o exiliados sin llegar a manos del verdugo, las ejecuciones en la horca, reservadas al pueblo, se hacen frecuentes. Además están los marginados por la ley (out law), entre los que se encontraban los salteadores de caminos, verdaderos héroes populares, que a menudo robaban a los recaudadores de impuestos.
En cuanto a la moralidad sexual extramatrimonial, aspecto este de interés porque aparentemente esa es la base de la condena y encarcelamiento del Marqués de Sade, siendo lo más impresionante de su cronología que pasó más de treinta años en prisión (entra cuando aún no había cumplido los 37 años y es liberado cuando está a punto de cumplir los 50), a finales de siglo la prostitución es una verdadera institución en ciudades como París y Marsella. Parece que en 1790 el número de prostitutas en la capital era de unas 40.000, según Louis-Sébastien Mercier, director del Tableau de París, y el Journal de France, un periódico que condena la obra de Sade, no duda en hacer publicidad de las prostitutas.
Por otro lado, las perversiones sexuales entre los clientes de laos prostíbulos son frecuentes, hasta el punto que hay prostitutas que conservan su virginidad (sodomía heterosexual) tras varios años de prostíbulo, según señala Mercier. Además experimentan un aumento las cortesanas de altos vuelos que a veces llegan a influir en los asuntos de estado. También se da un aumento de hijos naturales, hasta el punto que en París hay casas, dirigidas por comadronas, donde hijas de buenas familias pasan los últimos meses de embarazo para regresan después a sus casas abandonando al niño. Con relación a las costumbres del alto clero, “la vida relajada” y las abadías se transforman en suntuosos palacios, habitados tan solo por algunos religiosos de origen noble.
La pujanza económica se base: a) en el auge del comercio marítimo, tras la Guerra de Sucesión Española ; b) implantación del Sistema de Law : los valores mobiliarios adquieren tanto o más valor que los inmobiliarios; c) construcción de nuevas carreteras con desarrollo del comercio y el aumento de las poblaciones urbanas (inmigración del campo a la ciudad), y d) desarrollo industrial y artesanal.
La situación, sin embargo, del Estado es que no participa en la riqueza creada en la misma medida que los rentistas y los comerciantes. Además, la guerra de América agrava el déficit. El Estado, con gobiernos débiles, será atacado por los nobles, que se con el gobierno a través de los Parlamentos; también los campesinos lucharon contra los impuestos que soportaban y, sobre todo, la nueva filosofía que cuestionaba el fundamento sobrenatural de la monarquía.
A mediados de siglo se intentan reformas profundas como obligar a pagar impuestos a las clases privilegiadas y suprimir los Parlamentos entre 1771 y 1774. Con la muerte de Luis XV, la debilidad del gobierno aumenta y crece el poder de las clases privilegiadas, junto con las malas cosechas que se dan desde 1773 a 1789 (hambrunas). La crisis agrícola repercute en la economía urbana, al tiempo que la Declaración de Independencia Americana hace que aumenten los libros que defienden la libertad y la tolerancia criticando el régimen de Francia. Todo esto será la causa suficiente e inmediata de la Revolución Francesa de 1789 .
Frente a los privilegios de la aristocracia (1,5 % de la población total ) surge el poder de la burguesía que se va imponiendo en la administración del Estado y en la economía y, especialmente, en lo intelectual, lo que hace que los grandes escritores del siglo procedan de la burguesía ya en vísperas de la Revolución. Los salones aristocráticos son sustituidos por los cafés, las salas de lectura y las bibliotecas experimentan un aumento considerable. El tercer estado, sin embargo, no participa en la vida oficial siendo los únicos que pagaban impuestos.
Las decapitaciones, privilegio de los aristócratas delincuentes, son raras entre los nobles y, mientras los libertinos (ricos y nobles burgueses) eran encarcelados o exiliados sin llegar a manos del verdugo, las ejecuciones en la horca, reservadas al pueblo, se hacen frecuentes. Además están los marginados por la ley (out law), entre los que se encontraban los salteadores de caminos, verdaderos héroes populares, que a menudo robaban a los recaudadores de impuestos.
En cuanto a la moralidad sexual extramatrimonial, aspecto este de interés porque aparentemente esa es la base de la condena y encarcelamiento del Marqués de Sade, siendo lo más impresionante de su cronología que pasó más de treinta años en prisión (entra cuando aún no había cumplido los 37 años y es liberado cuando está a punto de cumplir los 50), a finales de siglo la prostitución es una verdadera institución en ciudades como París y Marsella. Parece que en 1790 el número de prostitutas en la capital era de unas 40.000, según Louis-Sébastien Mercier, director del Tableau de París, y el Journal de France, un periódico que condena la obra de Sade, no duda en hacer publicidad de las prostitutas.
Por otro lado, las perversiones sexuales entre los clientes de laos prostíbulos son frecuentes, hasta el punto que hay prostitutas que conservan su virginidad (sodomía heterosexual) tras varios años de prostíbulo, según señala Mercier. Además experimentan un aumento las cortesanas de altos vuelos que a veces llegan a influir en los asuntos de estado. También se da un aumento de hijos naturales, hasta el punto que en París hay casas, dirigidas por comadronas, donde hijas de buenas familias pasan los últimos meses de embarazo para regresan después a sus casas abandonando al niño. Con relación a las costumbres del alto clero, “la vida relajada” y las abadías se transforman en suntuosos palacios, habitados tan solo por algunos religiosos de origen noble.
2. La igualdad, nuevo planteamiento social. La libertad.
La Revolución intentará cambiar todo esto basándose en el principio de igualdad: fiscal, civil, ante la ley, económica (supresión de privilegios y monopolios) y el principio de libertad individual (garantía contra las detenciones arbitrarias –las terribles Lettres de cachet , libertad de opinión (se publica el Edicto de Tolerancia, 1787 dando a todos –católicos, jansenistas y protestantes- la libertad de conciencia, y, por último, la libertad de expresión: supresión de la censura lo que permite al individuo HABLAR, ESCRIBIR E IMPRIMIR LIBREMENTE.
Desde la revocación del Edicto de Nantes (1685) los escritores, impresores y libreros se ven dirigidos por un régimen de mayor vigilancia y rigor por causa tal vez de la audacia y violencia de la prensa en el extranjero, especialmente en los Países Bajos, donde se publican panfletos políticos, sátiras contra la religión, memorias o historias apócrifas, e incluso obras licenciosas.
Apenas existe la propiedad intelectual; los escritores venden al librero su manuscrito con independencia de cual sea su difusión. Continúan sujetos a la censura, siendo víctimas preferentes de la arbitrariedad de las lettres de cachet. En cuanto a libreros e impresores, la legislación en materia de impresiones clandestinas y libros prohibidos es draconiana, llegando hasta la pena de muerte.
Durante la Regencia el temor desaparece y aumentan las impresiones clandestinas. Es frecuente que obras de este tipo, como Justina o Los infortunios de la virtud del Marqués de Sade, editadas en París, aparezcan como impresas en Holanda u otros países. La mayoría de los libros rechazados por la censura se imprimen en el extranjero, y los libreros franceses se limitan a difundirlos.
La legislación de 1723, que pervive hasta 1789, prohibía la venta de libros “malos” o sin permiso del jefe de policía y las sanciones oficialmente establecidas: azotes, galeras o pena de muerte se quedaban en amenazas y se condenaba a multa, cárcel o exilio. La situación se endurece con Luis XI y se condenan el Espíritu de las Leyes de Charles Louis de Secondat, Baron de Montesquieu, o el Emilio, la obra pedagógica de Jean-Jacques Rousseau.
En la Francia de Luis XV se siguen quemando libros y los escritores se ven obligados a perder la autoría o la huida. Se ha dicho que la sombra de la Bastilla se proyectaba sobre la literatura de las luces, y muchos libros siguen imprimiéndose en el extranjero: Julia o La nueva Eloísa, El Contrato Social y el Discurso sobre la Desigualdad, todas obras de Rousseau, entre otros.
Durante el reinado de Luis XVI, la situación de los escritores mejora y se funda la Sociedad de Autores Dramáticos, impulsada por Beaumarchais que facilitará la formación de una asociación de gentes de letras en defensa de los intereses de los escritores.
El cambio radical se produce en 1792. Los periódicos tendrán una libertad infinita en teoría, establecida por el artículo XI de la Declaración:
La libre comunicación de pensamiento y opiniones es uno de los derechos más preciosos del hombre: todo ciudadano puede en consecuencia hablar, escribir o imprimir libremente, salvo en el caso en que tuviera que responder del abuso de esta libertad en los casos determinados por la Ley.
De hecho, esa libertad se vio limitada por el miedo a la guillotina y así lo corroboran dos datos relevantes: a) el encarcelamiento de Sade en diciembre de 1793, y b) el proceso y ejecución del impresor de Justina o Los infortunios de la virtud (publicada en 1791), Jean-Joseph Girouard, el 8 de enero del mismo año, acusado de “haber impreso obras de aristocracia contrarrevolucionaria y obscenidades”.
Desde la revocación del Edicto de Nantes (1685) los escritores, impresores y libreros se ven dirigidos por un régimen de mayor vigilancia y rigor por causa tal vez de la audacia y violencia de la prensa en el extranjero, especialmente en los Países Bajos, donde se publican panfletos políticos, sátiras contra la religión, memorias o historias apócrifas, e incluso obras licenciosas.
Apenas existe la propiedad intelectual; los escritores venden al librero su manuscrito con independencia de cual sea su difusión. Continúan sujetos a la censura, siendo víctimas preferentes de la arbitrariedad de las lettres de cachet. En cuanto a libreros e impresores, la legislación en materia de impresiones clandestinas y libros prohibidos es draconiana, llegando hasta la pena de muerte.
Durante la Regencia el temor desaparece y aumentan las impresiones clandestinas. Es frecuente que obras de este tipo, como Justina o Los infortunios de la virtud del Marqués de Sade, editadas en París, aparezcan como impresas en Holanda u otros países. La mayoría de los libros rechazados por la censura se imprimen en el extranjero, y los libreros franceses se limitan a difundirlos.
La legislación de 1723, que pervive hasta 1789, prohibía la venta de libros “malos” o sin permiso del jefe de policía y las sanciones oficialmente establecidas: azotes, galeras o pena de muerte se quedaban en amenazas y se condenaba a multa, cárcel o exilio. La situación se endurece con Luis XI y se condenan el Espíritu de las Leyes de Charles Louis de Secondat, Baron de Montesquieu, o el Emilio, la obra pedagógica de Jean-Jacques Rousseau.
En la Francia de Luis XV se siguen quemando libros y los escritores se ven obligados a perder la autoría o la huida. Se ha dicho que la sombra de la Bastilla se proyectaba sobre la literatura de las luces, y muchos libros siguen imprimiéndose en el extranjero: Julia o La nueva Eloísa, El Contrato Social y el Discurso sobre la Desigualdad, todas obras de Rousseau, entre otros.
Durante el reinado de Luis XVI, la situación de los escritores mejora y se funda la Sociedad de Autores Dramáticos, impulsada por Beaumarchais que facilitará la formación de una asociación de gentes de letras en defensa de los intereses de los escritores.
El cambio radical se produce en 1792. Los periódicos tendrán una libertad infinita en teoría, establecida por el artículo XI de la Declaración:
La libre comunicación de pensamiento y opiniones es uno de los derechos más preciosos del hombre: todo ciudadano puede en consecuencia hablar, escribir o imprimir libremente, salvo en el caso en que tuviera que responder del abuso de esta libertad en los casos determinados por la Ley.
De hecho, esa libertad se vio limitada por el miedo a la guillotina y así lo corroboran dos datos relevantes: a) el encarcelamiento de Sade en diciembre de 1793, y b) el proceso y ejecución del impresor de Justina o Los infortunios de la virtud (publicada en 1791), Jean-Joseph Girouard, el 8 de enero del mismo año, acusado de “haber impreso obras de aristocracia contrarrevolucionaria y obscenidades”.
3. Planteamientos ideológicos del Siglo de las Luces
En el siglo XVIII, con independencia de las rivalidades políticas, se estable una relación cultural fecunda entre Inglaterra y Francia.
Junto a la nueva actitud intelectual, se transmite también de Descartes, Newton y Locke una fe invencible en la razón y el derecho natural, y además una confianza absoluta en la experiencia y los sentidos. Todos los intelectuales mostrarán su inspiración en el método científico basado en la investigación empírica. En salones, cafés y bibliotecas ya no sólo se habla de arte y letras, sino también de matemáticas, álgebra, astronomía y física.
La crítica se valora como una forma refinada de la razón y el método se aplica a la Historia (el monje Jean Mabillón, fundador de de dos disciplinas auxiliares de la Historia: la diplomática y la paleografía, 1632-1707), a la religión y a los textos bíblicos (Richard Simón, 1638-1722), a las Leyes (Montesquieu), a la sociedad, los gobiernos y la educación (Rousseau), a la literatura y la estilística (Diderot, Voltaire y Buffon ), a la Teoría del conocimiento o epistemología (el abate Condillac , en su Tratado de las Sensaciones, 1754)… Todo esto culminará en la Enciclopedia (1750-1772), obra colectiva de divulgación en la que colaboran la mayor parte de los intelectuales de la época.
Al fundamentarse en la razón como única garantía de verdad y en la evidencia, los argumentos filosóficos destruirán los dogmas, las tradiciones y la metafísica. El filósofo y escritor francés Pierre Bayle (Dictionnaire historique y critique), considerado la primera gran figura de la ilustración, censura además la autoridad y legitima el libre examen y la libertad de pensamiento, amén de buscar la verdad en el mundo físico, tratando de aniquilar los “prejuicios” que “oscurecían” el conocimiento de las cosas al aplicar la razón y la naturaleza a las realidades inmediatas materiales, morales, políticas y sociales. De este modo la crítica del Siglo de las Luces desprestigiará la autoridad de las instituciones más vulnerables, dando lugar a un movimiento materialista, que en unos casos será deísta y en otros ateos.
Junto a la nueva actitud intelectual, se transmite también de Descartes, Newton y Locke una fe invencible en la razón y el derecho natural, y además una confianza absoluta en la experiencia y los sentidos. Todos los intelectuales mostrarán su inspiración en el método científico basado en la investigación empírica. En salones, cafés y bibliotecas ya no sólo se habla de arte y letras, sino también de matemáticas, álgebra, astronomía y física.
La crítica se valora como una forma refinada de la razón y el método se aplica a la Historia (el monje Jean Mabillón, fundador de de dos disciplinas auxiliares de la Historia: la diplomática y la paleografía, 1632-1707), a la religión y a los textos bíblicos (Richard Simón, 1638-1722), a las Leyes (Montesquieu), a la sociedad, los gobiernos y la educación (Rousseau), a la literatura y la estilística (Diderot, Voltaire y Buffon ), a la Teoría del conocimiento o epistemología (el abate Condillac , en su Tratado de las Sensaciones, 1754)… Todo esto culminará en la Enciclopedia (1750-1772), obra colectiva de divulgación en la que colaboran la mayor parte de los intelectuales de la época.
Al fundamentarse en la razón como única garantía de verdad y en la evidencia, los argumentos filosóficos destruirán los dogmas, las tradiciones y la metafísica. El filósofo y escritor francés Pierre Bayle (Dictionnaire historique y critique), considerado la primera gran figura de la ilustración, censura además la autoridad y legitima el libre examen y la libertad de pensamiento, amén de buscar la verdad en el mundo físico, tratando de aniquilar los “prejuicios” que “oscurecían” el conocimiento de las cosas al aplicar la razón y la naturaleza a las realidades inmediatas materiales, morales, políticas y sociales. De este modo la crítica del Siglo de las Luces desprestigiará la autoridad de las instituciones más vulnerables, dando lugar a un movimiento materialista, que en unos casos será deísta y en otros ateos.
4. El movimiento materialista francés: deísmo y ateísmo
El hombre forma parte de la naturaleza física y material de la que ha surgido, por lo que se convierte en objeto de observación y experimentación: progreso de la medicina, la fisiología y la observación clínica por medio del análisis de caracteres, fundamentado en lo físico (Jean de La Bruyère ), que conducirá a la idea de que la moral depende de la constitución física.
Este materialismo, cuyo representante más significativo es D´Holbach (Sistema de la Naturaleza, 1770) afirma que el hombre está condicionado por el determinismo natural y que la naturaleza crea y transforma según sus propias leyes. Junto al análisis de los caracteres, aparece también el de las costumbres por medio del estudio de los comportamientos que tratará de perfilar la naturaleza del hombre caracterizada por el instinto de conservación y la búsqueda de la felicidad.
De estos planteamientos, aparece la moral nueva, epicúrea , que rechaza el heroísmo y el ascetismo , y en la que el hombre se deja arrastrar por la pasión. La felicidad consisten en el placer, y este nos viene directamente de la Providencia; en consecuencia, ceder al placer no es ofender al Creador, sino co-participar de sus planes y colaborar a la armonía universal. La distinción entre vicio y virtud queda marcada en la oposición entre lo agradable y lo desagradable. Las acciones humanas están guiadas por el amor propio y la búsqueda del propio interés, deduciéndose de ahí que toda organización humana (sociedades) es solo el producto del esfuerzo de la razón del hombre por conseguir la felicidad.
De estos planteamientos teóricos se llega a la conclusión de que toda organización y sus gobiernos no tienen origen divino y se deben justificar o no en la medida en que contribuyen a la felicidad humana. Así se infiere la necesidad de un contrato social y los cambios y transformaciones de la sociedad francesa para que no se permita la existencia de tantas miserias y tantas desdichas. Estas ideas fueron defendidas por el abate de Saint-Pierre, Chales-Irénée Castel, y, de él, pasarán a la obra de Rousseau.
Para todos los filósofos, de la difusión de las ideas filosóficas en la sociedad dependerá la mejora de la condición humana, porque la ignorancia es la causa principal de la esclavitud. Por eso hay que luchar contra uno de los principales obstáculos: las religiones reveladas, el cristianismo en particular, y la iglesia católica en especial.
La actitud religiosa se bifurcará en dos posturas:
1ª. Los deístas:
Deísmo, filosofía religiosa racionalista que prosperó en los siglos XVII y XVIII, de forma muy acusada en Inglaterra. Los deístas mantenían que un cierto tipo de conocimiento religioso (a veces llamada religión natural) es o inherente a cada persona o resulta accesible a través del ejercicio de la razón, pero negaban la validez de las afirmaciones basadas en la revelación o en las enseñanzas específicas de cualquier credo.
El deísmo surgió como corriente religiosa y filosófica importante en Inglaterra. Los deístas más destacados del siglo XVII fueron Edward Herbert, John Toland y Charles Blount: todos ellos defendían una religión racionalista y criticaban los elementos supranaturales o irracionales de las tradiciones judías y cristianas. A principios del siglo XVIII, Anthony Collins, Thomas Chubb y Matthew Tindal radicalizaron el ataque racionalista sobre la ortodoxia intentando desacreditar los milagros y misterios de la Biblia.
Aunque estos desafíos a las interpretaciones tradicional y ortodoxa del cristianismo provocaron general desaprobación, los deístas colaboraron mucho en configurar el clima intelectual de Europa en el siglo XVIII. Su énfasis en la razón y su oposición al fanatismo y la intolerancia influyeron de manera notable en los filósofos británicos John Locke y David Hume. En Francia, Voltaire llegó a ser un verdadero defensor del deísmo e intensificó la crítica racionalista de sus predecesores a las Escrituras. Sin embargo, mantuvo la opinión de los deístas británicos de que existe una divinidad. Otras versiones del deísmo, algunas de ellas próximas al ateísmo, fueron defendidas por varias personalidades destacadas del Siglo de las Luces.
2ª. Los ateos , cuyo máximo representante en el XVIII es Nicolas Boindin y que influyó profundamente en los enciclopedistas.
Todos ellos coincidirán en defender la tolerancia religiosa e intelectual de los hombres. En la segunda mitad del siglo se produce una reacción contra la filosofía materialista, cuyo principal representante es Rousseau, quien, en lugar de fundamentarse en la razón, lo hace en el sentimiento. Esto provocará una lucha abierta entre sentimentalismo y materialismo , que quedó reflejada en la novela del momento.
Este materialismo, cuyo representante más significativo es D´Holbach (Sistema de la Naturaleza, 1770) afirma que el hombre está condicionado por el determinismo natural y que la naturaleza crea y transforma según sus propias leyes. Junto al análisis de los caracteres, aparece también el de las costumbres por medio del estudio de los comportamientos que tratará de perfilar la naturaleza del hombre caracterizada por el instinto de conservación y la búsqueda de la felicidad.
De estos planteamientos, aparece la moral nueva, epicúrea , que rechaza el heroísmo y el ascetismo , y en la que el hombre se deja arrastrar por la pasión. La felicidad consisten en el placer, y este nos viene directamente de la Providencia; en consecuencia, ceder al placer no es ofender al Creador, sino co-participar de sus planes y colaborar a la armonía universal. La distinción entre vicio y virtud queda marcada en la oposición entre lo agradable y lo desagradable. Las acciones humanas están guiadas por el amor propio y la búsqueda del propio interés, deduciéndose de ahí que toda organización humana (sociedades) es solo el producto del esfuerzo de la razón del hombre por conseguir la felicidad.
De estos planteamientos teóricos se llega a la conclusión de que toda organización y sus gobiernos no tienen origen divino y se deben justificar o no en la medida en que contribuyen a la felicidad humana. Así se infiere la necesidad de un contrato social y los cambios y transformaciones de la sociedad francesa para que no se permita la existencia de tantas miserias y tantas desdichas. Estas ideas fueron defendidas por el abate de Saint-Pierre, Chales-Irénée Castel, y, de él, pasarán a la obra de Rousseau.
Para todos los filósofos, de la difusión de las ideas filosóficas en la sociedad dependerá la mejora de la condición humana, porque la ignorancia es la causa principal de la esclavitud. Por eso hay que luchar contra uno de los principales obstáculos: las religiones reveladas, el cristianismo en particular, y la iglesia católica en especial.
La actitud religiosa se bifurcará en dos posturas:
1ª. Los deístas:
Deísmo, filosofía religiosa racionalista que prosperó en los siglos XVII y XVIII, de forma muy acusada en Inglaterra. Los deístas mantenían que un cierto tipo de conocimiento religioso (a veces llamada religión natural) es o inherente a cada persona o resulta accesible a través del ejercicio de la razón, pero negaban la validez de las afirmaciones basadas en la revelación o en las enseñanzas específicas de cualquier credo.
El deísmo surgió como corriente religiosa y filosófica importante en Inglaterra. Los deístas más destacados del siglo XVII fueron Edward Herbert, John Toland y Charles Blount: todos ellos defendían una religión racionalista y criticaban los elementos supranaturales o irracionales de las tradiciones judías y cristianas. A principios del siglo XVIII, Anthony Collins, Thomas Chubb y Matthew Tindal radicalizaron el ataque racionalista sobre la ortodoxia intentando desacreditar los milagros y misterios de la Biblia.
Aunque estos desafíos a las interpretaciones tradicional y ortodoxa del cristianismo provocaron general desaprobación, los deístas colaboraron mucho en configurar el clima intelectual de Europa en el siglo XVIII. Su énfasis en la razón y su oposición al fanatismo y la intolerancia influyeron de manera notable en los filósofos británicos John Locke y David Hume. En Francia, Voltaire llegó a ser un verdadero defensor del deísmo e intensificó la crítica racionalista de sus predecesores a las Escrituras. Sin embargo, mantuvo la opinión de los deístas británicos de que existe una divinidad. Otras versiones del deísmo, algunas de ellas próximas al ateísmo, fueron defendidas por varias personalidades destacadas del Siglo de las Luces.
2ª. Los ateos , cuyo máximo representante en el XVIII es Nicolas Boindin y que influyó profundamente en los enciclopedistas.
Todos ellos coincidirán en defender la tolerancia religiosa e intelectual de los hombres. En la segunda mitad del siglo se produce una reacción contra la filosofía materialista, cuyo principal representante es Rousseau, quien, en lugar de fundamentarse en la razón, lo hace en el sentimiento. Esto provocará una lucha abierta entre sentimentalismo y materialismo , que quedó reflejada en la novela del momento.
5. La literatura en la época del Marqués de Sade
A finales del siglo, en Francia se lee más que nunca y se traduce y adaptan muchas obras inglesas e incluso alemanas (Christoph Martin Wieland y Goethe), y se revisan traducciones de novelas italianas y españolas, al tiempo que se escriben muchas obras nuevas, siguiendo el principio de que la literatura deber ser instrumento de divulgación filosófica y finalidad didáctico-moralizante, presentando la virtud como algo amable y el vicio como algo odioso (Diderot, Beaumarchais, Mercier…), provocando emociones que lleguen al corazón y representando la vida real que reflejará la naturaleza humana de aquel momento histórico concreto. Se sacrificará la perfección artística (el espíritu del método) por la fuerza de la imaginación, puesto que solo es genio es creador.
Los géneros que se cultivan son diversos; sin embargo, el subgénero epistolar y las memorias ocuparan los primeros puestos dado que ambos permiten la expresión de emociones y pasiones contradictorias. El estilo busca la naturalidad y la sencillez aunque abundan los clichés incluso en los análisis psicológicos y de caracteres. A partir de 1760, a los contenidos históricos y filosóficos, se suman con fuerza los asuntos sentimentales muy de gusto del pueblo burgués, de fuerte influencia inglesa.
Junto a la novela sentimental, se mantiene con intensidad la novela libertina , bajo la vigorosa influencia de los novelistas Samuel Richardson (1689-1761) y Henry Fielding (1707-1754) que han enseñado a los franceses que el estudio profano del corazón del hombre, verdadero Dédalo de la naturaleza, es lo único que de verdad inspira al novelista que presenta al hombre como puede llegar a ser, sacudido por el vicio y las pasiones, según defenderá el mismo Marqués de Sade.
El epicureísmo de la escritora francesa, cortesana y mecenas de las artes Anna Ninon de Lenclos , de Marion de Lorme , los marqueses de Séviqué y de Lefare, el poeta francés Guillaume Amfrye de Chaulieu, Charles Marguetel de Saint-Denis, señor de Saint Évremond, un político y escritor libertino francés…, toda aquella sociedad encantadora, cansada de las fastidiosas languideces del amor y las aburridas conversaciones de los salones, empiezan a pensar como el destacado naturalista francés Georges Buffon que “lo único bueno en amor era lo físico”, con lo que cambia el tono de la novela.
Los escritores que siguieron defendieron que las insulseces ya no podían divertir a un siglo perverso por el Regente, un siglo hastiado de las locuras caballerescas, de las extravagancias religiosas y de la adoración de las mujeres. Consideran más divertido corromper a esas mujeres, más acorde con el espíritu de la época, y entremezclar el cinismo e inmoralidad con un estilo agradable y juguetón, a veces incluso filosófico, y aunque no tuviera una función didáctico-moralizante, al menos, agradaron, divirtieron y distrajeron.
La novela libertina evolucionará cargándose de un espíritu negativo, como las obras de Mirabeu, a las de costumbres galantes de Jean Baptiste Louvet de Couvray (1760-1797), dirigidas a un público de aristócratas. La aristocracia reaccionó con la afirmación de sus privilegios, haciendo del egoísmo su ley, ante la mente racionalista, practica y de corazón sensible de la potencia creciente de la burguesía, que conciliaba virtud y vicio.
Amarrados a sus derechos y su existencia, aquellos individuos que por nacimiento se creían diferentes del resto de los hombres soñaron con utilizar las fuerzas de liberación material y espiritual para destruir a quienes las habían creado y las dirigieron contra ellos. Desnaturalizaron y distorsionaron la filosofía de la Ilustración. El libertino de fin siglo aspira a un poder absoluto para ejercer una maldad absoluta. Este inmoralismo, que se enmascara como resultado lógico de las ideas defendidas por Le Mattie, Helvétius, D´Holbach o Diderot, a penas es una caricatura deformante de las ideas ilustradas como evidencian los caracteres no sólo de los personajes del Marqués de Sade, sino también los de algunos de Nicolas Edme Restif de La Bretonne y Anna Ninon de Laclos o el Wathek de la novela gótica de William Beckford.
Este libertinaje se manifiesta en la prosa literaria al hacer que la maldad humana se vuelva monstruosa, asunto al que se asocian los temas del erotismo y con frecuencia el de la magia. Simultáneamente recibirá la influencia de la novela negra inglesa prerromántica . Cervantes primero y luego el novelista y periodista inglés Daniel Defoe Daniel Defoe (c. 1660-1731), habían utilizado ya la novela para ahondar en la personalidad humana, por medio de la detallada exposición de la vida cotidiana. En la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XVIII se da un paso más: el género narrativo se convierte en el relato de una aventura interior, en el análisis de los cambiantes estados de ánimo de la persona, especialmente de la mujer, en lo que atañe al sentimiento amoroso.
El primero en reducir al máximo la acción externa e interesarse por los procesos anímicos fue Samuel Richardson (1689 1761), autor de Pamela y Clarissa. El tema de la Cenicienta (ascenso social de una muchacha pobre), los consejos prácticos para las jóvenes, la finalidad moral (Pamela se subtitula: o la virtud recompensada) y cierta carga de erotismo, explican el enorme éxito de estos relatos. El autor eligió en ambas la forma epistolar para poder ofrecer, con más naturalidad y sin intermediarios, la complejidad sentimental de sus protagonistas femeninas.
Por otro lado, Henry Fielding (1707 1754) parodia las novelas sentimentales y “femeninas” de Richardson en Joseph Andrews y Tom Jones, relatos «masculinos» de acción y de aventuras. Los personajes, encarnaciones de la bondad, aunque con sus típicas debilidades, viven numero¬sos incidentes hasta que el destino acaba premiándolos con el descu¬brimiento de su origen noble y la unión con una joven que nada tiene que envidiarles. El individuo sigue siendo el centro de la novela, pero a Fielding no le interesa su evolución interior, sino la sociedad que lo rodea.
Esta tendencia se introduce en Francia a partir de 1797, a través, entre otras, de la novela gótica El Monje escrita por Matthew Gregory Lewis, que se publicó por primera vez en 1796. Lewis la escribió poco antes de cumplir los veinte años y tardó sólo diez semanas en redactarla. Junto a Lewis también destacó la novelista londinense Ann Radcliffe, Ward de soltera (1764-1823); sus relatos, que se caracterizan por sus argumentos misteriosos, su atmósfera de terror y sus paisajes llenos de poesía, contribuyeron también a crear la llamada novela gótica. Sus obras más destacadas son Aventuras del bosque (3 volúmenes, 1791), Los misterios de Udolfo (4 volúmenes, 1794) y El italiano (3 volúmenes, 1797). Aunque algunos ven ciertas carencias en sus novelas, Walter Scott se refirió a ella como "la primera poetisa de la prosa romántica" y contó con admiradores como lord Byron, Samuel Taylor Coleridge y Christina Rossetti. En definitiva, la novela libertina, que adquiere su auge en Francia en el Siglo de las Luces, será el fruto inevitable de las sacudidas revolucionarias que emergían por toda Europa.
Los géneros que se cultivan son diversos; sin embargo, el subgénero epistolar y las memorias ocuparan los primeros puestos dado que ambos permiten la expresión de emociones y pasiones contradictorias. El estilo busca la naturalidad y la sencillez aunque abundan los clichés incluso en los análisis psicológicos y de caracteres. A partir de 1760, a los contenidos históricos y filosóficos, se suman con fuerza los asuntos sentimentales muy de gusto del pueblo burgués, de fuerte influencia inglesa.
Junto a la novela sentimental, se mantiene con intensidad la novela libertina , bajo la vigorosa influencia de los novelistas Samuel Richardson (1689-1761) y Henry Fielding (1707-1754) que han enseñado a los franceses que el estudio profano del corazón del hombre, verdadero Dédalo de la naturaleza, es lo único que de verdad inspira al novelista que presenta al hombre como puede llegar a ser, sacudido por el vicio y las pasiones, según defenderá el mismo Marqués de Sade.
El epicureísmo de la escritora francesa, cortesana y mecenas de las artes Anna Ninon de Lenclos , de Marion de Lorme , los marqueses de Séviqué y de Lefare, el poeta francés Guillaume Amfrye de Chaulieu, Charles Marguetel de Saint-Denis, señor de Saint Évremond, un político y escritor libertino francés…, toda aquella sociedad encantadora, cansada de las fastidiosas languideces del amor y las aburridas conversaciones de los salones, empiezan a pensar como el destacado naturalista francés Georges Buffon que “lo único bueno en amor era lo físico”, con lo que cambia el tono de la novela.
Los escritores que siguieron defendieron que las insulseces ya no podían divertir a un siglo perverso por el Regente, un siglo hastiado de las locuras caballerescas, de las extravagancias religiosas y de la adoración de las mujeres. Consideran más divertido corromper a esas mujeres, más acorde con el espíritu de la época, y entremezclar el cinismo e inmoralidad con un estilo agradable y juguetón, a veces incluso filosófico, y aunque no tuviera una función didáctico-moralizante, al menos, agradaron, divirtieron y distrajeron.
La novela libertina evolucionará cargándose de un espíritu negativo, como las obras de Mirabeu, a las de costumbres galantes de Jean Baptiste Louvet de Couvray (1760-1797), dirigidas a un público de aristócratas. La aristocracia reaccionó con la afirmación de sus privilegios, haciendo del egoísmo su ley, ante la mente racionalista, practica y de corazón sensible de la potencia creciente de la burguesía, que conciliaba virtud y vicio.
Amarrados a sus derechos y su existencia, aquellos individuos que por nacimiento se creían diferentes del resto de los hombres soñaron con utilizar las fuerzas de liberación material y espiritual para destruir a quienes las habían creado y las dirigieron contra ellos. Desnaturalizaron y distorsionaron la filosofía de la Ilustración. El libertino de fin siglo aspira a un poder absoluto para ejercer una maldad absoluta. Este inmoralismo, que se enmascara como resultado lógico de las ideas defendidas por Le Mattie, Helvétius, D´Holbach o Diderot, a penas es una caricatura deformante de las ideas ilustradas como evidencian los caracteres no sólo de los personajes del Marqués de Sade, sino también los de algunos de Nicolas Edme Restif de La Bretonne y Anna Ninon de Laclos o el Wathek de la novela gótica de William Beckford.
Este libertinaje se manifiesta en la prosa literaria al hacer que la maldad humana se vuelva monstruosa, asunto al que se asocian los temas del erotismo y con frecuencia el de la magia. Simultáneamente recibirá la influencia de la novela negra inglesa prerromántica . Cervantes primero y luego el novelista y periodista inglés Daniel Defoe Daniel Defoe (c. 1660-1731), habían utilizado ya la novela para ahondar en la personalidad humana, por medio de la detallada exposición de la vida cotidiana. En la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XVIII se da un paso más: el género narrativo se convierte en el relato de una aventura interior, en el análisis de los cambiantes estados de ánimo de la persona, especialmente de la mujer, en lo que atañe al sentimiento amoroso.
El primero en reducir al máximo la acción externa e interesarse por los procesos anímicos fue Samuel Richardson (1689 1761), autor de Pamela y Clarissa. El tema de la Cenicienta (ascenso social de una muchacha pobre), los consejos prácticos para las jóvenes, la finalidad moral (Pamela se subtitula: o la virtud recompensada) y cierta carga de erotismo, explican el enorme éxito de estos relatos. El autor eligió en ambas la forma epistolar para poder ofrecer, con más naturalidad y sin intermediarios, la complejidad sentimental de sus protagonistas femeninas.
Por otro lado, Henry Fielding (1707 1754) parodia las novelas sentimentales y “femeninas” de Richardson en Joseph Andrews y Tom Jones, relatos «masculinos» de acción y de aventuras. Los personajes, encarnaciones de la bondad, aunque con sus típicas debilidades, viven numero¬sos incidentes hasta que el destino acaba premiándolos con el descu¬brimiento de su origen noble y la unión con una joven que nada tiene que envidiarles. El individuo sigue siendo el centro de la novela, pero a Fielding no le interesa su evolución interior, sino la sociedad que lo rodea.
Esta tendencia se introduce en Francia a partir de 1797, a través, entre otras, de la novela gótica El Monje escrita por Matthew Gregory Lewis, que se publicó por primera vez en 1796. Lewis la escribió poco antes de cumplir los veinte años y tardó sólo diez semanas en redactarla. Junto a Lewis también destacó la novelista londinense Ann Radcliffe, Ward de soltera (1764-1823); sus relatos, que se caracterizan por sus argumentos misteriosos, su atmósfera de terror y sus paisajes llenos de poesía, contribuyeron también a crear la llamada novela gótica. Sus obras más destacadas son Aventuras del bosque (3 volúmenes, 1791), Los misterios de Udolfo (4 volúmenes, 1794) y El italiano (3 volúmenes, 1797). Aunque algunos ven ciertas carencias en sus novelas, Walter Scott se refirió a ella como "la primera poetisa de la prosa romántica" y contó con admiradores como lord Byron, Samuel Taylor Coleridge y Christina Rossetti. En definitiva, la novela libertina, que adquiere su auge en Francia en el Siglo de las Luces, será el fruto inevitable de las sacudidas revolucionarias que emergían por toda Europa.
Zipi Literio Zape
3 comentarios:
Muy buena información, me fue sumamente útil en mi investigación sobre El Marqués de Sade. Gracias =)
Gracias por esta información. Muy buena!
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