Las apariencias son muchas veces engañosas aunque no nos ciegue la pasión y lo imaginario y distorsionante se mantenga en niveles aceptables, por dos razones: a) las apariencias no dan por sí mismas información suficiente sobre lo que una cosa es, o dicho al modo escolástico, no nos dicen de la substancia sino solo de los accidentes, y b) la apariencia de hombres y cosas con su presencia pretendidamente simple y clara, engañan a nuestros sentidos. Por ejemplo, el agua clara nos muestra falsamente que el remo dentro de ella está torcido o el azul del cielo no tiene más realidad que la de ser visto, como se expresa en el espléndido soneto atribuido indistintamente a Lupercio y a Bartolomé Leonardo de Argensola. Veamos:
- Yo os quiero confesar, don Juan, primero:
que aquel blanco y color de doña Elvira
no tiene de ella más, si bien se mira,
que el haberle costado su dinero.
- Pero tras eso confesaros quiero
que es tanta la beldad de su mentira,
que en vano a competir con ella aspira
belleza igual de rostro verdadero.
- Mas, ¿qué mucho que yo perdido ande
por un engaño tal, pues que sabemos
que nos engaña así Naturaleza?
- Porque ese cielo azul que todos vemos
ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande
que no sea verdad tanta belleza!
El caso más importante para la cultura de la época donde se demuestra la insuficiencia del conocimiento sensible es el de la transubstanciación del pan y del vino en el cuerpo y en la sangre de Cristo. Uno de los documentos más importantes del Concilio de Trente fue precisamente el “Decreto sobre la Eucaristía”, donde se afirma taxativamente, en contra de los protestantes, como dogma de fe, la presencia real y substancial de Jesucristo bajo las apariencias sensibles de las dos especies del pan y del vino, la ofrenda para el sacrificio y son alimentos para el banquete de la Iglesia: la Eucaristía. Así se puede comprender mejor la importancia de esta doctrina en el teatro de Calderón si consideramos que los autos sacramentales eran la celebración teatral, en la plaza del pueblo, de la festividad del Corpus Christi pues eran una exaltación de ese misterio y también del catolicismo romano. En muchos de los autos sacramentales se escenifica la imposibilidad que tienen los sentidos de comprender por sí mismos el verdadero ser de la Eucaristía, y por eso el desconcierto del puro Entendimiento humano. Por ejemplo en la Loa del auto La vida es sueño sólo el Oído es firme o acierta al dejarse guiar por la Fe, esto es, por lo que ella (la Biblia y la Iglesia) le han dicho: Oído. La Fe, que allí hay Cuerpo y Alma y Carne y Sangre me ha dicho. Y pues sentido de Fe es solamente el Oído, crea el Oído a la Fe, y no a los demás sentidos. Calderón usa la metáfora del cautiverio del Entendimiento por la Fe, porque hay razones de Fe a las que no llega la razón natural, idea que siempre fue defendida por la Iglesia y también por Santo Tomás. El Oído más ilustrado vence y hace cautivo al Entendimiento razonándole: para Dios, que ha creado el mundo de la nada, no es imposible convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, el cual además los ocupa (el Pan y el Vino) como el alma está en el cuerpo del hombre. La Fe es la que lucha con el entendimiento, entrándole verdaderamente por el Oído y así se logra captar lo esencial, la verdadera realidad, la substancial, más allá de los accidentes, que es donde los otros sentidos (tacto, vista, olfato y gusto) y el libre pensamiento se detienen y se engañan. La Vista, que se proclama “principal/sentido humano”, superior a los otros, en la Eucaristía solo logra ver pan y vino; lo mismo les ocurre a los demás sentidos, excepto al Oído, que siendo el sentido más fácil de engañar en la vida cotidiana es el preferido por la Fe, el único capaz de captar lo que hay debajo del velo de las especies del Pan y del Vino. Por eso el Hombre exclamará que “todos por el Oído/nuestra razón cautivamos.” Para la tradición clásica, la vista era el sentido más valorado y al pensar se le llamaba theoría: mirar, observar, contemplar. Aristóteles, al comienzo de su Metafísica, escribe: el sentido más amado por el hombre es el de la vista porque, de todos los sentidos, éste nos hace conocer más, y nos muestra muchas diferencias. Además, la vista representa también la autonomía de juicio del individuo frente a la tradición oral. De lo que veo soy testigo directo, sin intermediarios, y mi conocimiento juzga por sí mismo sobre lo que es real o no es real. Igualmente, la filosofía es el intento del hombre de no aceptar sin más los relatos míticos, sino comenzar a usar de la propia razón como criterio de verdad; una razón que es, sin duda, intersubjetiva, un diálogo, un dar razones a los demás de lo que se afirma. Platón, en el Fedro (246 e ss.), cuenta mitológicamente que los dioses encabezados por Zeus traspasan la bóveda celeste, al dirigirse a su festín, y allí, en la “llanura de verdad” se gozan mirando las ideas, las entidades reales, lo que verdaderamente es. Esa contemplación intelectual se comprende por analogía con la visión. Los aurigas que los acompañan no siempre lo logran y tienen que aceptar la mera opinión. Algunas de esas almas caen a la tierra por el tumulto, el olvido y la maldad. El ideal del filósofo es regresar a la patria celeste esforzándose por alcanzar desde lo sensible la contemplación de las ideas y también por medio del poder evocador de la belleza, que, entrando por los ojos de la carne, engendra amor, y nos recuerda la visión originaria. Por eso el conocer es la capacidad que tiene el alma para rememorar la esencia que ésta pierde al entrar en un nuevo cuerpo, es decir, un proceso de anamnesis, de reminiscencia, un recordar lo oscurecido por el velo corporal. Ahora bien, Jesús reprenderá al apóstol Tomás por su falta de fe al negarse a creer en aquello que no ha visto[1]. Santo Tomás, al fin, logra ver, pero los demás cristianos tendrán que aceptar lo que solo pueden escuchar (Biblia e Iglesia). Esa primacía del Oído solo se da en este mundo, oscuro valle; la preeminencia de la vista, acaso como metáfora, es lo esencial porque en el cielo la fe será suplantada por la visión intuitiva y cara a cara de Dios, al mostrarse la divina esencia de modo inmediato y desnudo y vista así las almas bienaventuradas gozan y tienen vida y descanso eterno, desaparecen en ellas los actos de fe y esperanza. Fe es creer en aquello que nuestro Entendimiento no alcanza por sí mismo, de ahí que se haga cautivo de la Fe, que el catecismo se fundamenta en la Biblia y en el magisterio de la Iglesia. Esto justifica la prohibición de traducir a las lenguas vernáculas el Libro Sagrado para impedir al pueblo su acceso a él y su libre examen, en contra de los luteranos, pues Roma ha de ser el único interprete legítimo. San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios…, afirma: “Debemos siempre tener, para en todo acertar, que lo blanco que yo veo creer que es negro, si la Iglesia jerárquica así lo determina; creyendo que entre Cristo nuestro Señor, esposo, y la Iglesia, su esposa, es el mismo Espíritu que nos gobierna y rige para la salud de nuestras ánimas.” (Cfr. RIVERA DE ROSALES, ibídem, pág. 29 y 30, n. 66). En esto disentía de Erasmo de Rotterdam (446-1536): “Pues lo negro no podría ser blanco, por más que el pontífice romano lo afirmase, cosa que estoy cierto no hará jamás.” Zipi Literario Zape [1]. Evangelio según San Juan 20, 24-29.
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LA PAIDEIA GRIEGA DE CRISTO: La semana santa es tiempo de recogimiento, meditación, ejercicios espirituales y rectificación: La paideia griega tenía como propósito educar a la juventud en la virtud (desarrollo de la espiritualidad) y la sabiduría (cuidado de la verdad), mediante la práctica continua de ejercicios espirituales (cultivo de sí), a fin de prevenir y curar las enfermedades del alma. El educador, utilizando el discurso filosófico y la discusión de casos y ejemplos prácticos, más que informar trataba de inducir transformaciones buenas y convenientes para si mismo y la sociedad, motivando a los jóvenes a practicar las virtudes opuestas a los defectos encontrados en el fondo del alma, a efecto de adquirir el perfil de humanidad perfecta (cero defectos) __La vida, ejemplo y enseñanzas de Cristo coincide cien por ciento con el currículo y objetivo de la filosofía griega. Y por su autentico valor pedagógico, el apóstol Felipe introdujo en los ejercicios espirituales la paideia de Cristo (posteriormente enriquecida por San Basilio, San Gregorio, San Agustín y San Clemente de Alejandría, con el currículo y la metodología de los filósofos greco romanos: Aristóteles, Cicerón, Diógenes, Platón, Séneca, Sócrates, Marco Aurelio,,,), a fin de alcanzar la trascendencia humana (patente en Cristo) y la sociedad perfecta (Reino de Dios). Meta que no se ha logrado debido que la teología judeo cristiana fruto de la unión de la paideia de Cristo con Antiguo Testamento, al apartar la fe de la razón, castra mentalmente a sus seguidores extraviándolos hacia la ecumene abrahámica que conduce al precipicio de la perdición eterna (muerte espiritual)__ Es tiempo de rectificar y retomar la paideia griega de Cristo, separando de nuestra fe el Antiguo Testamento y su teología fantástica que han impedido a los pueblos cristianos alcanzar la supra humanidad. Pierre Hadot: Ejercicios Espirituales y Filosofía Antigua. Editorial Siruela. http://www.scribd.com/doc/33094675/BREVE-JUICIO-SUMARIO-AL-JUDEO-CRISTIANISMO-EN-DEFENSA-DEL-ESTADO-LA-IGLESIA-Y-LA-SOCIEDAD
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