El sueño de la razón produce monstruos

sábado, 30 de noviembre de 2013

Para acercarse a las Comedias Bárbaras de Ramón María del Valle-Inclán (I)



La visión castellano-céntrica de España en los escritores del 98

 “Militia est vita hominis super terram”[1]
(Miguel de Unamuno)
El fin de un Imperio
A lo largo de todo el siglo XIX, la política exterior española en Cuba había sido singularmente torpe, al tiempo que la  nación se aislaba de Europa.
España llegó a 1898 desalentada, sin orden interno y empobrecida. Era fácil presa para la ambición de cualquier poderoso y EE.UU., so pretexto de apoyar a los independentistas y revolucionarios cubanos de la opresión colonial de la metrópoli, se perpetuó en la isla y produjo una de las más grandes frustraciones de la Historia de América.
El 15 de febrero de 1898, se produce la justificación y el móvil de la intervención norteamericana en la guerra de Cuba: la explosión del Maine en la bahía de la Habana, catástrofe que, explotada al máximo por el Gobierno norteamericano, suscita una formidable animadversión contra España en la opinión pública de EE.UU. Lo cierto es cuando se produjo la voladura del Maine ya habían decidido los Estados Unidos declarar la guerra a España.
El hundimiento del Maine fue un pretexto; EE.UU. se negó a aceptar una investigación conjunta de los dos gobiernos, a propuesta del general Blanco, para averiguar las causas de la catástrofe y el presidente Mckinley decidió la guerra.


La política yanqui en América buscaba la expansión hacia el Sur, empezando por Cuba y por ello el presidente Mckinley recomendó al Congreso no reconocer ni el estado de guerra, ni la independencia, ni el Gobierno revolucionario, a fin de que Norteamérica no interviniese en Cuba como aliado. Norteamérica, por tanto, ignoró la existencia de un Gobierno de la República Cubana en armas y de un partido revolucionario cubano, y cuando solicitó ayuda militar de los mambises habló con Calixto García, simple jefe de una región para luego humillarle, porque Cuba fue ocupada por las fuerzas militares intervencionistas bajo el control de gobernadores norteamericanos. En 1902, el general Wood no ocultaba los objetivos de la empresa:
            “[...] la construcción, por anglosajones, en un país latino, de una república...”
El general Brooke, primer gobernador yanqui en Cuba, prohibió que Máximo Gómez recibiera honores cuando se retiraron las tropas españolas, y a finales del 98 se multiplicaron los incidentes entre cubanos y soldados americanos. Por otro lado, la Administración española central y local no se movió de sus puestos, y en marzo del 99, 45.000 funcionarios americanos estaban instalados en Cuba. Estrada Palma, de acuerdo en ceder la isla a los yanquis, se apresuró a disolver el Partido Revolucionario Cubano en diciembre de 1898, fundado seis años antes por José Martí, y finalmente, el Gobierno norteamericano logró desarmar al ejército de liberación, dividir a sus jefes y dejar al pueblo cubano sin líder y sin organismo representativo. Nunca se sintió más dolorosamente la ausencia de José Martí. (Lamore, Jean: 1978: 82-87).
“El desastre colonial va a suponer una catástrofe material y moral sin precedentes de España desde los primeros lustros del siglo XIX”., señala Jover Zamora, J.Mª. ( 1985: 277-414).


La palabra “desastre” que según el D.R.A.E., en su acepción 1ª.,  significa “desgracia grande, suceso infeliz y lamentable”, pasará a designar, por antonomasia y popularmente, la fulminante pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas acaecida en 1898. Apareció por primera vez en el vocabulario político de la época, con ocasión de la derrota naval de Cavite, en la prensa del 3 de mayo del 98 (“El desastre de Manila”).
La Restauración borbónica en 1875, tras el fracaso de la I República de 1873, permitió el turno pacífico en el poder del Partido Liberal Conservador de Antonio Cánovas del Castillo y el Partido Liberal Fusionista de Práxedes Mateo Sagasta.
Será el general Martínez Campos el que proclame rey de España a Alfonso XII, en la mañana del 29 de diciembre de 1874, en las afueras de Sagunto, cerca de Valencia. Dieciocho meses después, entra en vigor la Constitución del 76 que sustituye a Isabel II por su hijo Alfonso XII y el poder militar por el poder civil.
Las elecciones, basadas en el sufragio universal desde 1890, eran amañadas en los pueblos por el llamado caciquismo (“el pucherazo”). Por lo tanto, se trataba de una democracia simulada que en 1898 entra en crisis con la pérdida de los últimos territorios que España poseía en América (Cuba, Puerto Rico y Guam) y en Asía (las islas Filipinas).
 España seguía siendo un país eminentemente agrario y atrasado ( de 17 millones de habitantes, 300.000 eran obreros de la industria textil, la siderurgia y la minería y 5 millones eran campesinos, a veces, en condiciones casi feudales). Así pues, las diferencias con Europa se agrandaron.
En el plano cultural, la situación no era mejor. Los analfabetos formaban, en 1887 el 71% de la población y los universitarios no llegaban a 25.000 estudiantes. Hay que destacar aquí la presencia de la Institución Libre de Enseñanza, con vocación europeísta y que tanto influyó en los hombres del 98.   


El ejército contaba en 1893 con 561 generales, 582 coroneles y 19.790 oficiales para enfrentarse a las sublevaciones en Cuba o la intervención en Marruecos.
El profesor Manuel Tuñon de Lara (1978: 70 y ss.) describe así el ambiente de la capital:



 “Madrid de fin de siglo... Madrid del café de Fornos, de ‘la tercera de Apolo’, del estreno de La Revoltosa, de las tertulias en las salas de redacción de los diarios, por donde suele verse a un joven anarquizante que lleva paraguas rojo y se llama Martínez Ruiz. Sagasta, con sus liberales, dirige la nave gubernamental (tras el asesinato de Cánovas en el verano del 97) con serios peligros de zozobrar ante la tempestad que supone la persistencia y agravación de la guerra de Cuba y Filipinas [...].
La guerra se siente de una manera que el hombre de la calle no capta todavía; porque la verdad es que el madrileño paga más cara la libreta de pan, y también otros productos del mercado de abastos, pero no relaciona ambos hechos. Si se dan cuenta -en cambio- de lo que es la guerra aquellas pobres familias -en su inmensa mayoría del campo español- cuyos hijos van con el traje de rayadillo a Cuba, porque no tuvieron las 2.000 pesetas que los liberasen del servicio militar”.

  El joven diputado Vicente Blasco Ibáñez en la sesión de Cortes del 5 de septiembre de 1898, hace la siguiente imprecación:
“¡Ah, señores ministros! !Bien se conoce que la carne del pobre es barata, y os importa poco que mueran esos soldados ¡”

 días después de la firma del armisticio entre España y Estados Unidos, el 12 de agosto de 1989 (Tuñón de Lara, M.; 1978:80).


Pero la gente, en general, no comprende, continúa el profesor Tuñón, se baten por la independencia nacional, ni saben que el potencial económico y bélico de Estados Unidos es muy superior al de España. Ciertamente unas minorías lúcidas darán la voz de alarma: el primero Pi y Margall, cuyo gesto en favor de la paz y del derecho de los cubanos le costará perder en 1898 su acta de diputado por Gerona. Y también el joven catedrático Miguel de Unamuno que ha escrito su famoso artículo ‘El negocio de la guerra’.”

El 20 de abril de 1898 Sagasta declaró la guerra a los Estados Unidos por su apoyo a los rebeldes cubanos; el 4 de junio de 1898, la escuadra española fue destruida o apresada en su integridad; el desenlace se acercaba; el 25 de julio desembarcaron los norteamericanos en la isla de Puerto Rico, de donde nunca se irían; Francia aceptó actuar como mediadora y presenta la proposición de armisticio que se firmará, en condiciones muy duras para España, a primeros de agosto; cuatro meses más tarde, por el Tratado de París firmado por Montero Ríos, se concedía a los Estados Unidos las islas Filipinas y Puerto Rico; Cuba se independiza.
En menos de un año se confirma la pérdida total de las colonias españolas en las Antillas y en el Pacífico; se habían hundido las flotas de guerra, se habían hundido las finanzas y la moneda, pero sobre todo se habían hundido las ilusiones de antaño, los valores caducos, los lemas “justificadores” de una oligarquía vuelta hacia el pasado, comenta Tuñón de Lara, M. (1978: 80).

                                                                                                           


[1].  (La vida del hombre sobre la tierra es una lucha); Miguel de Unamuno: Niebla, Madrid, Cátedra, 1983, pág. 118.

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