El sueño de la razón produce monstruos

sábado, 30 de noviembre de 2013

Para acercarse a las Comedias Bárbaras de Ramón María del Valle-Inclán (II)

Pesimismo y vitalismo de la cultura española en el cambio de siglo

La guerra de Cuba simboliza como ningún acontecimiento la llamada “crisis del 98". Lamore, Jean (1978), afirma:

 “Se trata de una lucha revolucionaria que dura treinta años, hasta 1898, en que el ejercito yanqui ocupa Santiago. El largo proceso de independencia ha comenzado en 1868, cuando los grandes terratenientes cubanos, al abolir de facto la esclavitud, conceden a los hombres de color la posibilidad de desempeñar un papel relevante en la marcha hacia la independencia. En esta lucha de funden criollos blancos y negros contra el enemigo común, España. Solidario el pueblo con los mambís, desde un principio la causa de Cuba Libre goza de fuerte arraigo popular.
[...]
La última etapa de la guerra de liberación (1895-1898) reviste un carácter profundamente popular y nacional: la gente se moviliza en el campo y las ciudades: con el apoyo de los emigrados la revolución se extiende a las seis provincias. ¿Qué podía hacer España? En 1897, Pi y Margall afirma en "La cuestión de Cuba": “Cuba nos es toda enemiga”, y, en efecto, los guajiros hacen progresivamente suya la revolución organizada por José Martí.”

 Pero la erosión del sistema canovista no comienza en el 98; ya los regeneracionistas,  en su doble vertiente sociopolítica e ideológica, ponen de manifiesto la actitud de una burguesía media, disconforme con el sistema y con las prácticas políticas de la Restauración. Se dan cuenta de que el sistema no funciona y esta percepción se hará clamor a partir del 98. A este clamor regeneracionista se unirán los jóvenes del 98: fue “su sentido de la justicia” el que les impulsó al socialismo o al anarquismo.
El regeneracionismo fue una corriente ideológica de orientación reformista; pretendieron la modernización política y económica de una sociedad capitalista subdesarrollada.
            Joaquín Costa (Monzón, Huesca, 1846 y murió en 1911) simboliza esta corriente de pensamiento como ningún otro. Profesor de la Institución Libre de Enseñanza y profundo conocedor de los problemas del campo, en su obra Colectivismo agrario en España (1898) propone una serie de reformas “desde dentro y desde arriba” y defendió la necesidad de una política económica y educativa (“despensa y escuela”).  En su libro Oligarquía y caciquismo (1901) atacó la política de la época: “No hay parlamento ni partidos; solo hay oligarquías”. O bien: “La forma actual de gobierno en España es una monarquía absoluta cuyo rey es Su Majestad el Cacique” (Tusón, V. y Lázaro Carreter, F.; 1989: 94 y 95).
Ideas similares, que algunos han considerado como literatura “del Desastre”, una consecuencia inmediata de la guerra con los EE.UU., serán las obras de Ricardo Macías Picavea (El problema nacional. Hechos. Causas. Remedios, de 1898), de J. Rodríguez Martínez (Los desastres y la regeneración de España. Relatos e impresiones), de Rafael María de Labra (El pesimismo de última hora), de Lucas Mallada (Los males de la patria, de 1890) o de Damián Isern (Del desastre nacional y su causas).
Y en 1903 el Dr. Madrazo, ahondando en la cuestión planteada cinco años antes por Francisco Silvela en su resonante artículo Sin pulso, publica unas “impresiones sobre el estado actual de la sociedad española” tituladas así: ¿El pueblo español ha muerto?. La respuesta de Madrazo se enfrenta con el pesimismo general a partir de un vitalismo radical (“presiento el alumbramiento de una patria más grande que la que he conocido”). En el fondo, pesimismo y vitalismo son las actitudes más destacadas de los intelectuales y escritores de la transición de la España del s. XIX a la España del s. XX y que entroncan con las reflexiones irracionalistas (Schopenhauer, Kierkagaard, Nietzsche) de la literatura española del grupo del 98.
España se ha quedado sin pulso” escribía Francisco Silvela el 16 de agosto de 1898 en El Tiempo; Gabriel Maura hablará de “la generación del desastre” para aludir a los intelectuales de aquellos años tras la capitulación de España el 16 de julio del mismo año.
La pérdida de las colonias, y muy en concreto de Cuba, cariñosamente  para los españoles “La perla de las Antillas”, tuvo una interpretación política y literaria “nacionalista”.
El profesor José Luis Abellán (1978: 90 y ss.) señala que la oligarquía española al enfrentarse al problema cubano quiso conservarlo todo y mantener allí intocables sus privilegios seculares, pero el resultado fue que acabaron perdiéndolo todo e identificaron su fracaso con el derrumbe de toda la nación.
En esta interpretación “nacionalista” de la guerra de Cuba, los intelectuales de entonces ejercieron un papel fundamental y aquí nos encontramos con los hombres del 98.
                                                                                       


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