El sueño de la razón produce monstruos

sábado, 8 de junio de 2013

Fenomenología del Fausto de Goethe (III)

                  La concepción goethiana de la naturaleza, ya expuesta, es una forma de organicismo llevado hasta sus últimas consecuencias. La naturaleza se halla viva en su totalidad, hasta en  los más mínimos detalles. La totalidad de los fenómenos se consideran como el resultado o producción orgánico de la forma interior.
            Ya dijimos que Goethe no es empirista puro ni un idealista teórico-especulativo. El problema epistemológico esencial que nos plantea es dilucidar la diferencia entre realidad concreta e idea abstracta, entre lo particular y lo general, radicando su originalidad en defender que lo más elevado consiste en comprender que lo sensible, lo fenoménico son de por sí ya teoría. Defiende que no hay que buscar nada más allá de los fenómenos porque ellos mismos son ya teoría.
            No es posible hacerse la pregunta de qué se impone sobre qué: si lo ideal  o lo empírico, dado que lo particular se encuentra totalmente subordinado a lo universal, y esto ( lo universal) tiene por fuerza que someterse plenamente a lo particular.
            En Goethe, los términos contracción y expansión, que plantea en su Morfología de las Plantas, aluden a la complejidad de modificaciones acerca de la morfología, colorido y consistencia de las plantas, a causa de una fuerza que denomina X, siguiendo el método algebraico. Asimismo el uso que hace del adjetivo GEISTIG, en diversos contextos, aplicado a un fenómeno material, viene a significar la no disociación de lo ideal y lo real, la unidad de lo espiritual y lo material, del espíritu y la materia, así como la concepción elemental de un proceso progresivo de espiritualización de la materia, porque, en su pensamiento, la teoría refleja el orden dinámico de los fenómenos.
            Esa polaridad de fuerzas, contracción y expansión, es el origen de las distintas formaciones naturales, que marcan un incremento y generan una gradual elevación.
            Su configuración de Dios es básicamente panteísta, pero sin dogmatismo. Asegura ser politeísta como poeta y panteísta como científico, aunque no duda en asegurar que su moral le lleva a dejar abierta la posibilidad de un Dios personal.
            El genio, para Goethe, es naturaleza creadora, que no deja de crear; para nuestro poeta, el arte es actividad creadora y creación como la naturaleza y también más allá de la misma naturaleza.
            Dos de sus obras, en concreto Wilhelm Meister y, sobre todo, Fausto, se convirtieron en auténticos símbolos. El primero, como novela formativa o de desarrollo espiritual. A través de una serie simbólica de experiencias artísticas, Wilhelm termina encontrándose a sí mismo y se realiza mediante una actividad práctica que le lleva a integrarse en la sociedad; esas experiencias prácticas y artística le proporcionan al personaje una potencialidad de las energías empleadas para su última fase. Refleja sin duda al propio Goethe que deja de ser un Stürmer radical para ponerse al servicio del gobierno en Weimar.
            Como Fausto, se trata de un Uno-Todo, sensu stricto; un Uno distinto de sí mismo, porque acumula distintos mundos sociales y éticos que están perfectamente cerrados en sí (contracción), y de los que se desarrollan mundos cada vez más grandes (expansión), que al final deberían abarcar toda la realidad cultural y social de la época romántica. Hegel, en el más elevado plano filosófico, en su Fenomenología del Espíritu, nos relata las experiencias de la conciencia misma, la que, por medio los aconteceres morales y espirituales de la historia universal, aboca a la Autoconciencia y al Saber absoluto.
            Las repercusiones del Fausto fueron más duraderas hasta llegarse a convertir en un personaje eterno; en términos helénicos, una posesión del tiempo. En él se verá reflejada míticamente la conciencia del hombre moderno. En el tender siempre más allá, no es difícil descubrir el demonio del activismo que devora al hombre contemporáneo.
            Al final del drama fáustico, Goethe nos sorprenderá con su propia interpretación que encierra en dos versos claves de su texto:

                        Quien siempre desea, aspira y lucha,
            merece recibir la salvación.

            Con esa fuerte densidad semántica, Goethe nos da quintaesenciado el argumento de Fausto, es decir, la lucha y la encarnizada, violenta y porfiada acción por un noble logro justifican al hombre.
            Esos dos versos, en la boca de los ángeles celestiales, manifiestan:

       "UNOS ÁNGELES (Cerniéndose en la atmósfera más alta y llevando la parte inmortal de Fausto) .- Hase librado del Malo el noble miembro de los Espíritus.
       Aquel que se afana siempre aspirando a un ideal, podemos nosotros salvarle; y si además desde las alturas, por él se ha interesado el amor, el coro bienaventurado le acoge con una cordial bienvenida"[1].

            Goethe escribirá a su amigo Eckermann (junio de 1831) que en esos versos se halla la clave de la salvación de Fausto, y la clave no es otra que el encuentro entre el incesante tender de Fausto, por una parte, y el amor divino, por la otra. En Fausto encontramos una actividad cada vez más alta y cada vez más pura hacia el fin, y desde lo alto aparece el amor eterno que viene en su auxilio y a su encuentro.
            Con esas palabras se devuelve al personaje su dimensión romántica y se aproxima a su propia representación religiosa, según la cual el hombre no se convierte en bienaventurado por sus propias fuerzas, sino por medio de la gracia divina que se derrama sobre los hombres.
            De aquí regresamos al principio. En El Prólogo en el Cielo, tras la Dedicatoria y El Preludio en el teatro, se da la primera apuesta en el Cielo. El fragmento imita Job, I, 6-12, donde Dios recibe la visita de los ángeles y habla de su siervo Job con Satán, que pide permiso para probarle.
            Dios confía en el Dr. Fausto, a pesar de que su búsqueda atraviesa por una etapa insegura y vacilante; pero su esfuerzo terminará por encontrarse con la verdad. Por contra, Mefistófeles se ve capaz de conducir a Fausto a la perdición eterna. Dios creador se ríe de Satán; su risa surge por la disonancia entre las expectativas y los hechos, y la mente de Dios es la lógica misma. Dios autoriza al diablo hacer todo lo que crea necesario para lograr su objetivo, pero le asegura que finalmente habrá de reconocer lleno de confusión que el hombre bueno sabe distinguir perfectamente el recto camino.
            Mefistófeles le promete a Fausto conseguir todo lo que desee en la tierra, si después, en el más allá se pone a su disposición y le sirve. Fausto le pone al diablo una única condición: vivir un instante de plena felicidad, de pleno sentido, y que sea digno de prolongarse para siempre y le lleve a exclamar: "Detente, eres tan bello". Así reza el texto:

FAUSTO.- [...] Te propongo la apuesta.
MEFISTÓFELES.- ¡Aceptada!
FAUSTO.- ¡Choquen nuestras manos! Si un día le digo al fugaz momento: "¡Detente! ¡eres tan bello!", puedes entonces cargarme de cadenas, entonces consentiré gustoso en morir. Entonces puede doblar la fúnebre campana; entonces quedas eximido de tu servicio; puede parase el reloj, caer la manecilla y finir el tiempo para mí.
       MEFISTÓTELES.- Piénsalo bien; no lo echaremos en olvido.
       FAUSTO.- Pleno derecho tienes para ello. No me obligué con temeraria presunción. Tal como me hallo, esclavo soy. Que lo sea tuyo o de otro, ¿qué me importa?
                                                                                         (Gabinete de estudio[2])

            Este tipo de pacto es muy específico y particular del Fausto de Goethe, si se compara con los anteriores; si en estos últimos el pacto consiste en obtener placeres en esta vida por servidumbre en la otra, en Goethe, Fausto únicamente entregará su alma al diablo en el supuesto de obtener un momento de plena satisfacción personal, de pleno orgullo por haber logrado un objetivo, por un momento digno de prolongarse eternamente.
            El pacto se sella con sangre:

       MEFISTÓFELES.- Hoy mismo en el banquete doctoral llenaré mis funciones de servidor. Una cosa no más...Por razones de vida o muerte, te pido un par de líneas.
       FAUSTO.- [...] ¿Qué quieres de mí, espíritu maligno? ¿Bronce, mármol, pergamino, papel? ¿Tengo que escribir con buril, cincel, pluma? Te dejo enteramente libre la elección.
       MEFISTÓFELES.-¿Cómo puedes extremar tu facundia con tal calor? Una pequeña hoja cualquiera es buena para el caso. Firmarás con una gotita de ti sangre.
       FAUSTO.- Si eso te satisface plenamente, pase como chanza.
       MEFISTÓTELES.- Es la sangre un fluido muy singular.
       FAUSTO.- No hay miedo de que rompa yo este pacto. Cabalmente lo que prometo es la tendencia de todas mis energías. Demasiado me envanecí; no pertenezco más que a tu condición. El grande Espíritu me desdeñó, y ante mí se cierra la Naturaleza. Roto está el hilo del pensamiento; largo tiempo ha que estoy hastiado de todo saber. Apaguemos las ardientes pasiones en los abismos de la sensualidad. Bajo impenetrables velos mágicos, apréstese al punto toda maravilla. Lancémonos en el bullicio del tiempo, en el torbellino de los acontecimientos. Alternen unos con otro entonces, como puedan, el dolor y el placer, la suerte próspera y la adversa. Sólo por una incesante actividad es como se manifiesta el hombre.
       MEFISTÓTELES.- No se os fija medida ni término. [...] Pero echad la mano y no seáis tímido.
       FAUSTO.- Bien sabes tú que no se trata de placer. Al vértigo me abandono, al más amargo de los goces, al odio amoroso, al enojo avivador. Mi corazón curado ya del afán de saber, no debe cerrarse de hoy más a dolor alguno, y lo que está repartido entre la humanidad entera quiero yo experimentarlo en lo íntimo de mi ser; quiero abarcar con mi espíritu lo más alto y lo más bajo, acumular en mi pecho el bien y el mal de ella, extendiendo así mi propio ser al suyo, y como ella misma, estrellándome yo también al fin.
                                                                                       (Gabinete de estudio[3])

            En los siglos XVI y XVII era costumbre alemana que los estudiantes que alcanzaban el grado de doctor, ofrecieran un banquete a sus profesores y amigos. Fausto estaba, en aquel momento, invitado a una fiesta de este tipo y Mefistófeles, tras el pacto, se pone a su entera disposición. El pacto se firma con sangre, acaso porque para Goethe la sangre es un fluido muy singular del cuerpo, que produce en lo interior fuerza de la fuerza. Si de una herida la sangre brota violentamente hacia fuera, hará al exterior más fieros daños, profundos estragos.
            Fausto quiere disfrutar dentro de sí lo que ha disfrutado toda la humanidad y desea apresar con su espíritu lo más elevado y lo más sumido en las profundidades, acumular su ventura y su tragedia en su propio pecho, logrando ampliar su yo y convertirlo en el suyo (en el de la humanidad), hasta llegar a sucumbir con ella. Con esos deseos de Fausto, Goethe nos ofrece lo que a partir de entonces se convirtió en  una categoría estética: lo fáustico, la huida hacia adelante, el deseo incontrolado de experiencias  con el objeto de conseguir el sentimiento de plenitud.
            No podemos olvidar que el drama fáustico, del sabio doctor, comienza con oscuras zozobras y desesperaciones nocturnas, en un gabinete repleto de libros, al reconocer que "no sabe cosa alguna razonable", viéndose incapaz de mejorar a los hombres, carecer de bienes materiales y honores y arrastrar una vida tan miserable que ni un perro podría soportar una situación semejante. Cuando abre un libro y ve un Macrocosmos experimenta un gran deleite al comprender que la Naturaleza, en plena actividad, es la verdadera ciencia, si se compara con la muerta y sin alma de los libros, escritos por racionalistas cuyo representante y ejemplo es su criado Wagner. El Macrocosmos comprendía tres reinos o mundos estrechamente relacionados entre sí: el terrestre, el celeste y el supraceleste. El intercambio de influencias entre ellos se representaba por los "cubos de oro"
            En el siglo XVI y XVII la ciencia consideraba al hombre como un microcosmos, un fragmento de la totalidad del mundo, del macrocosmos. En esa totalidad se establecen relaciones entre los planetas, los metales y los órganos humanos: Sol-Oro-Corazón o Luna-Plata-Cerebro o Júpiter-Estaño-Hígado, etc. La Pansofía, ideal pedagógico de enseñar todo a todos, era la ciencia que comparaba el gran mundo o Universo en contraposición con el hombre, pequeño mundo o microcosmos.
            En la Naturaleza infinita "percibe el signo del Espíritu de la Tierra[4]", a quien Fausto recurre pidiendo poderes, saberes y placeres. Uno de los elementos de la Naturaleza, perteneciente a la "magia blanca": personifica a las fuerzas activas y fue inventado por Goethe. De esta forma se distancia de las fuerza mágicas de la leyenda fáustica que condenaba al doctor.
            De repente, Fausto se ve abandonado por el Espíritu de la Tierra. Amargado por años de erudición estéril, de autismo académico y de limitaciones, cambia con el diablo un instante  que dé sentido a su vida por la esperanza de salvación trascendente. Solo ve en el suicidio su única salida digna:

       "FAUSTO (solo).- [...] He aquí un licor que produce súbita embriaguez. Su parda onda llena tu cavidad. Yo mismo lo preparé y lo elijo para mí. Sea esta mi libación postrera, que consagro en este instante, con toda la efusión de mi alma y como solemne y supremo saludo a la aurora del nuevo día. (Aplica la copa a sus labios).
       CORO DE ÁNGLES .- ¡Cristo ha resucitado! ¡Feliz aquel que ama, aquel que ha resistido la dolorosa, saludable y aleccionadora prueba!
       CORO DE DISCIPULOS.- Excelso y lleno de vida, el Sepultado ha ascendido ya glorioso a las alturas. En el goce de la nueva existencia, está cercano a la felicidad creadora, en tanto que nosotros, ¡ay! permanecemos en el seno de la tierra para sufrir. Nos ha dejado abandonados, a nosotros, a su discípulos, que languidecemos aquí abajo. ¿Ah, Maestro! lloramos tu felicidad.
       CORO DE ÁNGELES.- ¡Cristo ha resucitado del seno de la corrupción! ¿Romped gozosos vuestras cadenas! Para vosotros, que le glorificáis con vuestras obras, que dais pruebas de amor, que partís el pan como hermanos, que recorréis la tierra predicando a los hombres y prometiéndoles la bienaventuranza, para vosotros el Maestro está cerca, para vosotros ahí está."

            Cuando Fausto acerca la copa a los labios, el tañido de campanas, los coros angélicos y los cánticos populares que anuncian la Pascua de Resurrección, cambian la escena y los felices recuerdos de la infancia de Fausto le trasladan con su fámulo Wagner a las afueras de la ciudad. Allí está celebrando el pueblo la gran fiesta de la cristiandad y la llegada de la primavera. En la campiña, en la naturaleza, reina, desde la perspectiva de Fausto, la libertad:

       "FAUSTO.-  Libres de hielo están ya el río y los arroyos, merced a la vivificante mirada de la primavera. Verdea en el valle la dicha de la esperanza; el caduco invierno, en su debilidad, se ha retirado a los ásperos montes, y desde allí en su fuga, no nos envía más que escarchas e impotentes granizos, que forman estrías sobre la verdeante campiña.
        [...]
       Oigo ya el barullo de la aldea. Aquí está el verdadero cielo del pueblo; llenos de alborozo, todos, grandes y pequeños, lanzan gritos de júbilo. Aquí soy hombre; aquí me permito serlo[5]."

            Fausto sufre una transformación; el intelectual insaciable e insatisfecho se humaniza y sus labios cantan las más bellas palabras del poema: Libres de hielo están ya el río y los arroyos, merced a la vivificante mirada de la primavera. Verdea en el valle la dicha de la esperanza... Súbitamente recupera el deseo de vivir intensamente, comprende a los hombres y encuentra el equilibrio entre el mundo del espíritu y el de los sentidos.
            El doctor Fausto es rodeado y ensalzado por los campesinos en la danza bajo el tilo y en el diálogo entre Fausto y Wagner en la campiña. De vuelta a su gabinete, por la tarde del mismo día de la Pascua de Resurrección, acompañado con el misterioso perro negro de aguas que encontraron por el camino de vuelta, Fausto de nuevo empieza a filosofar sobre la religión y acude al Nuevo Testamento y lo abre por el principio del Evangelio de San Juan, en el que está escrito: "En el principio era la Palabra...".  El perro ya se había transformado en el enviado, en el Tentador, en Mefistófeles; ya habían cerrado el pacto. Pero la exégesis de aquel texto, Fausto la ve como: "En el principio era la Acción..."
            Ya no es la Palabra el principio, ya no es la autoridad de la Biblia, ni los textos de los Santos Padres de la Iglesia, ni las Summas medievales, ni el Órganon de Aristóteles, los libros de lógica escritos por el estagirita, sepultado baja comentarios y referencias sin número. Lo importante ahora es la Acción; un hacer en que el hombre, como microcosmos, esté tan alegre como inevitablemente comprometido a afrontar la totalidad, el macrocosmos. Un hacer que, desde ese momento, esté titánicamente vinculado a inaugurar e iniciar la nueva tarea de sostener el mundo. El mundo ha dejado de ser Creación y el hombre su Criatura. El hombre únicamente se define y realiza en función de aquello que hace en el mundo y el mundo solo será aquello que de él haga el hombre. El sujeto moderno está solo ante su libertad y ante lo que logre conseguir con esa libertad.
            Al principio no sabe qué hacer con el poder que le ha sido otorgado, tras su pacto con el diablo; Fausto se siente fascinado al tiempo que desorientado ante la nueva situación. Fausto quiere conseguir la experiencia máxima, y con ese fin quiere superar los límites que le imponen el espacio, el tiempo y el sentido moral.
            El espacio ya no es ninguna barrera, pues la capa de Mefistófeles lo traslada a Leipzig; los fuegos fatuos, al Brocken, para el aquelarre de Walpurgis; unos fabulosos caballos lo ayudarán a huir de prisión... El viaje en el tiempo lo ejecuta con la ayuda de una pócima que lo arroja a su propia juventud y le facilitará traspasar los nuevos límites. Su moralidad le permite seducir a Margarita, matar a Valentín y participar en ritos satánicos. ¿Qué podrá satisfacer plenamente al doctor Fausto?
            El doctor se enamoriscará de la chica adolescente a la que seduce valiéndose de las asechanzas diabólicas. Aquí comienza el drama de Margarita que será interrumpido  solo por la Noche de Walpurgis:

"UNA CALLE

FAUSTO, MARGARITA, paseando

       FAUSTO.- bella señorita, ¿puedo atreverme a ofreceros mi brazo y compañía?
       MARGARITA.- No soy señorita (Fräulein era tratamiento reservado a las señoritas de clase alta) ni bella, y sé ir sola a mi casa. (Se suelta y se aleja.)
       FAUSTO.- ¡Por el cielo, que es hechicera esta niña! Jamás vi cosa igual. ¡Tan modesta y virtuosa, pero a la vez algo arisca! El carmín de sus labios, la tersura de sus mejillas, eso no lo olvidaré en todos los días de mi vida. Su manera de bajar los ojos se ha grabado profundamente en i corazón; su modo de mostrarse esquiva, en fin, es para dejar a uno embelesado por completo.

Entra MEFISTÓFELES

       FAUSTO.-Oye; es preciso que me proporciones esta niña.
       MEFISTÓFELES.- Veamos: ¿cuál?
       FAUSTO.- La que ahora acaba de pasar.
       MEFISTÓFELES.-¿Aquella? Venía de ver a su confesor quien la ha absuelto de todos sus pecados. Yo me deslicé muy cerquita del confesionario. Es una criatura muy inocente, que por nada, absolutamente por nada, ha ido a confesarse. Sobre ella no tengo poder alguno.
       FAUSTO.- Sin embargo, bien pasará de los catorce años.
       MEFISTÓFELES.- Tú hablas ni más ni menos que como un joven altanero, que desea para sí todas las flores bonitas, y se figura, en su presunción, que no hay honra ni favor alguno que no sean alcanzables. Pero eso no siempre es lícito.
       FAUSTO.- Mi señor maestro Doctrinero, dejadme en paz con vuestra moral. y os digo claro y sin ambages que si esta dulce joven no reposa hoy en mis brazos, al llegar la media noche todo queda roto entre nosotros.
       [...][6]"


            Víctimas de esas tretas, Margarita pierde a su madre al suministrarle el filtro letal para que les deje pasar la noche solos y tranquilos; además por su embarazo queda deshonrada y sufre la marginación social, su hermano muere al batirse en duelo con el seductor, ayudado este de las astucias de Mefistófeles, y, por si fuera poco, pierde a su hijo, el ser concebido con Fausto.
            Fausto accedió al pacto, consciente de su impotencia y la incapacidad de poder para obtener por sus propios medios todos los saberes y placeres del mundo. Está convencido que ganará la apuesta al diablo, dado que su experiencia le dice que los placeres y delitos carnales conllevan la insatisfacción y la semilla de nuevos deseos.
            Pero el Doctor en Filosofía... no se conforma con esa actitud repugnante de donjuanismo incauto y mortífero. Ese no es el instante señalado en el pacto, como tampoco lo es la noche de Walpurgis, aquella orgía loca y embriagadora; Fausto sigue insatisfecho y va manifestando el privilegio que tienen los hombres de sentirse descontento.
            La ejecución de Margarita y su salvación sobrenatural no disuelven las tinieblas de una conciencia cuyas aspiraciones, por desmedidas, son demasiado grandes para el mundo, y demasiado pequeñas para que se hagan realidad por manifestar las simples pretensiones de una conciencia individual, la de un solo hombre por muy doctor que sea.

"UN CALABOZO
       [...]
       FAUSTO.- Tú debes vivir.
       MARGARITA.- ¡Justicia de Dios! A ti me entrego.
       MEFISTÓFELES (A FAUSTO).- Ven, ven, o te dejo abandonado con ella.
       MARGARITA.-¡Tuya soy, padre celestial! ¡Sálvame! Vosotros ángeles, vosotras, santas milicias, formad un círculo en torno mío para protegerme. ¡Enrique! Tengo miedo de ti. (Muere.)
       MEFISTOFELES.- ¡Está juzgada!
       UNA VOZ (De lo alto).- ¡Está salvada!.
       MEFISTÓTELES (A FAUSTO).- Sígueme.

(Desaparece con FAUSTO)
       UNA VOZ. (Que sale del interior y va perdiéndose en el espacio).- !Enrique!... ¡Enrique!..."[7]
      

            Esta voz salvífica no se oye en la primera versión de Fausto (el Ur-Faust), quedando abierto, pues, el destino último de Margarita. En cambio, El Fausto I concluye en el cielo donde principió.

            FAUSTO II, su segunda parte, expresa de forma quintaesenciada y muy elaborada la concepción jánica ([8]
) de la naturaleza y, del hombre, como un microcosmos en el que luchan el ansia de saber aristocrático, desinteresado, y la voluntad de poder nietzscheana, un ser doble (Fausto dirá: "dos almas anidan en mi pecho") al que teoría y vida, vida y filosofía, Belleza (Helena) y Bondad (Margarita) le atraerán con la misma fuerza, convirtiendo a Fausto en la personificación del desgarro, de su ruptura interior.
            Goethe formula poéticamente en Fausto II la visión dialéctica del mundo de Hegel. Allí aparece un mundo que ha superado las antinomias y antagonismos que le hacer aparecer imperfecto e inconcluso. La segunda parte de este poema dramático es un canto a los contrarios integrados, un himno a la armonía "re-establecida". Goethe ya había escrito: "El mal parte del bien", en su discurso dedicado al "genio" de Shakespeare. Esa parecer ser la idea subyacente de la segunda parte del drama fáustico en el que se produce la unidad de las partes contrarias, su integración en un todo.
            Únicamente lo trascendente, es decir, Dios o su amor y anhelo metafísico por el "Eterno Femenino", será capaz de reducir al estado de armonía y de unidad esas dos caras de la personificación del mundo y del hombre fáustico. Proclamará en sus textos, pletórico de éxtasis, a su "Madre Divina" como la auténtica liberadora.
                        En su “Fausto”, expone con gran acierto la fe en la posibilidad de la elevación del “Embrión Aureo” liberando a una Super Alma (el Manas Superior de la Teosofía); de liberarla a través de la eliminación del Mefistófeles Interior y la Cópula Metafísica. Dice Goethe: “Flechas, traspasad-me; lanzas, sometedme; mazas, heridme. Todo desaparezca, desvanézcase todo. Brille la estrella perenne, foco del Eterno Amor.”
            La diversidad de elementos que aparecen en el drama fáustico están dispuestos de dos en dos, enfrentándose dialécticamente personajes, situaciones dramáticas, elementos de la acción, ámbitos de la misma..., para después integrarse unitariamente. (GONZÁLEZ, M. J. y VEGA, M.A., 2007: págs. 89 y ss.[9])
            Su ritmo binario termina resolviéndose trinitariamente, esto es, siguiendo el paradigma del dogma cristiano, de igual modo que Hegel, el padre de la filosofía moderna, había procedido con sus dualidades "idea/naturaleza = espíritu", "espíritu subjetivo/espíritu absoluto = espíritu absoluto".
            El Fausto II es la versión poética de la superación integradora de los contrarios que Hegel había puesto como clave del universo. En la obra se enfrentan, se integran y engendran una síntesis entre naturaleza e historia, razón y fe, teoría y praxis, inmanencia y trascendencia, política y moral, fuego y agua, mar y tierra, cristianismo y Antigüedad, clasicismo y romanticismo, pasado y presente, ciencia y creencia, tragedia pagana y drama cristiano.
            Todo el drama de Fausto está inter-penetrado de esa estructura binaria: Fausto y Helena, Tales y Anaxágoras, Emperador y Anti-emperador, Dios y Diablo, gobernantes y pueblo, poeta y director teatral, Noche de Walpurgis nórdica y Noche de Walpurgis clásica... son ejemplos de esas antinomias que reflejan esa cosmovisión dialéctica y dual.
            En el Acto Primero, el rocío del Leteo, río cuyas aguas, según la mitología griega, provocaban el olvido en quien bebía de ellas, no solo disipan el sentimiento de culpa de Fausto por el destino trágico de Margarita, sino que además le producen un olvido mucho tan profundo que se aproxima a un morir y un renacer. Ha muerto el eterno descontento en constante búsqueda, el que aspiraba a la totalidad, el de la sensibilidad excesiva y dolorosa al que afectaban todo cambio. Ha nacido un sujeto que se reconoce con el mundo, un sujeto que identifica mundo con sociedad y conciencia individual con conciencia social dominante.
            El protagonista por excelencia ya no es el doctor Fausto, sino el espíritu objetivo. La filosofía de formación (Bildung) del joven y clásico Goethe ha sido abandonada; aquella vieja filosofía, inspirada en: la armonía entre las mónadas individuales, inextensas e incomunicadas, la establecida por Leibniz con el universo como totalidad; la visión de la Grecia clásica como modelo de acoplamiento entre individuo-polis, o la antropología de Herder y von Humboldt, por medio de la cual el individuo debía alcanzar su máximo desarrollo, ley obligatoria promulgada por la sociedad, y que dio lugar a la reforma educativa de Humbodlt en la Prusia de la primera mitad el siglo XIX, ha sido abandonada. Aquella reforma, que había sido establecida en clave neo-humanista y subrayó el estudio de las lenguas clásicas, va desapareciendo, dejando de lado los ideales individuales para el progreso de la humanidad.
            Fausto se enfrenta con el poder. Se acerca a un Palacio Imperial. Salón del Trono. El Consejo de Estado, reunido, espera al emperador. Ante él, todos los cargos políticos de quejan: el canciller, del desorden y la injusticia que reinan; el mariscal, del descontento del ejército mercenario que no cobra su soldada; el tesorero, de las dificultades para obtener ingresos, y el senescal o jefe principal de la Casa Real, del incremento constante de los gastos de palacio (GOETHE, 2007: 246-254).
            El oro, como botín de guerra, era la base de la riqueza que cimentaba las estructuras del poder medieval. En cambio, un Imperio y sus instituciones se sostienen de los enormes ingresos de los impuesto, siempre escasos por sus enormes gastos lo que acarrea una situación de crisis permanente.
            Mefistófeles aporta la solución; el oro de la sociedad feudal debe ser sustituido por el papel moneda, títulos firmados por el Emperador, de los que responde el Imperio con sus inmensos territorios y las riquezas que se hallan en sus entrañas. Ante la dificultad de encontrar oro, la población se afanará con su trabajo para obtener títulos imperiales y así cambia el sistema económico. Todos los problemas del Imperio se han solucionado ("Jardín de recreo", cuarta escena de Fausto II; GOETHE, 2007: 273 y ss.). El doctor y el demonio proponen la creación del dinero, lo que propicia el tránsito del feudalismo al capitalismo industrial. El papel moneda hace posible cambiar el valor oro por el valor-trabajo. Concretamente el carnaval que se celebra en una de las escenas se ha entendido en clave económica: jardineras que venden sus productos identificando el erotismo femenino con la mercancía; gnomos que extraen el oro de la tierra, alegoría del trabajador anónimo; frente a Pluto, máscara de Fausto y dios de la riqueza, que va solucionando los problemas financieros del Imperio, aparece su servidor, alegoría de la codicia, máscara de Mefistófeles. Opuesto a Pluto, surge el muchacho cochero, símbolo de la poesía, que generosamente esparce sus bienes entre los hombres. Pero la poesía se convierte en mercancía devaluada en manos del pueblo, solo tiene valor de uso y no de cambio. Goethe resuelve el problema con el destierro del muchacho cochero, porque la poesía no tiene valor en este mundo. Se ha hecho una lectura marxista del Fausto II que corrobora el carácter carnavalesco que para Marx tiene la sociedad capitalista: las máscaras que aquí se ponen los hombres para sus distintos roles, se asemejan a las relaciones sociales que se crean entre las personas y sus respectivos trabajos en la sociedad.
            La nostalgia de la belleza será un anhelo profundo, dada la situación anterior, y el Emperador envía a Fausto a un lugar que no tiene tiempo ni el tiempo lugar, para que con la ayuda de las Madres, las custodias del más allá,  se lleve consigo al intemporal arquetipo de la belleza, Helena de Troya.
            La presencia de Helena y la de Paris en la corte imperial producirá una gran admiración. Fausto siente celos, y hace desaparecer a la pareja de amantes. A partir de aquí su obsesión será reencontrarse con Helena, una búsqueda orientada por un ideal tratando se ser él mismo. Acaso ese reencuentro con Helena sea el instante de máxima delectación y le haga exclamar: "Detente, eres tan bello".
            Fausto lo tiene extraordinariamente complicado. Al desaparecer Helena, cayó desvanecido, sumido en un profundo sueño. Mefistófeles lo lleva de nuevo a su gabinete donde Wagner, ya catedrático, está a punto de coronar su obra suprema de alquimia: la creación de un hombre. El homúnculo, nacido en una vasija de vidrio, alegoriza el máximo logro de la modernidad y su lema: "En el principio fue la Acción". El homúnculo es capaz de saber lo que sueña Fausto: la concepción de Helena, de la unión de Leda y Zeus, convertido en cisne. El sueño pone de manifiesto el deseo de Fausto de traer, otra vez, al mundo a Helena; para no dejarle morir de melancolía, el homúnculo, debido a su especial gestación, totalmente distinta a la de cualquier hombre y muy próxima a las fuerzas elementales y a los arquetipos eternos, será el único en conducir a Fausto al originario e intemporal mundo del mito, a donde no podía llegar Mefistófeles.
            Se encuentran en Tesalia, lugar cincelado por el furor volcánico y el mar, escenario de la victoria de César sobre Pompeyo. Allí tiene lugar la reunión de los espíritus de la antigüedad: La noche de Walpurgis clásica. Las esfinges entran en contacto con Fausto; su sabiduría oracular le aconsejan que busque al centauro Quirón, este sí coetáneo de la época heroica; preceptor de todos los héroes: de los Dioscuros, de los Argonautas y de Hércules, también llevó a Helena en sus lomos y sabe quién es el ser adecuado para encontrarla en el reino de las sombras. Se trata de Manto, hija de Tiresias, que también ayudó a Orfeo a encontrar a Eurídice.
            En el viaje de Fausto y Manto al Hades, que propiciará la reencarnación definitiva de Helena, les acompañan Mefistófeles, con el aspecto de Fórcida, alegoría de la fealdad, contrapunto, en lo físico, de la belleza de Helena y, en lo moral, de Dios; y el homúnculo(el fuego), que al unirse a Nerea (el agua), hará que Eros provoque una reorganización de los elementos y una nueva creación del mundo.
            Helena deja de ser un espejismo y Fausto goza al fin. De su unión carnal nacerá Euforión, que destruirá su felicidad. El fruto del hombre moderno y la belleza inmortal, el arte contemporáneo, solo puede ser descarado, indomable y temerario, y sus deseos de volar lo harán que caiga en el vacío.
            Su experiencia en la corte imperial y la vida con Helena no han agradado plenamente a Fausto. Solo se empieza a sentir satisfecho cuando expone su plan de crear tierra donde hay mar. Los referentes de esa utopía fáustica, en su época, son: Bremen (las inundaciones en 1825 en la costa del Mar del Norte y la construcción del puerto de Bremen) y América, con la colonización de terra incognita, acaso se pueda acabar con los problemas económicos y socio-políticos del Viejo Continente. Esas dos ideas fueron una constante en el pensamiento de Goethe, expuestas con detenimiento en el ACTO IV. Los nuevos territorios del Imperio facilitan el asentamiento de nuevos colonos: un pueblo libre, en un lugar libre, sin yugo conocido aunque no exento de peligros: riadas, inundaciones, maremotos. Los riesgos aumentarán la solidaridad y los mantendrá despiertos; la "Acción" no es solo el principio sino también la misma forma de vivir. (SALMERÓN, M., 2007: 30-35).



[1][1]. Goethe (2011), Fausto, Madrid, 11ª edición, Cátedra, pág. 432.
[2]. Goethe (2011), Fausto, Madrid, 11ª edición, Cátedra, pág. 152.
[3]. Ibídem, págs. 152-153.
[4].Había una leyenda popular, el Volkvbuch, que condenaba a un personaje llamado Fausto a las más terribles torturas por vender su alma al diablo a cambio de la juventud y el gozo de los placeres terrenales, pero Goethe quería distanciarse de ella. El poeta necesitaba salvar al personaje para hacer de él un ser vivo, capaz de equivocarse. Sin embargo, la solución no habría de aparecer más que con los años, al mismo tiempo que el propio Goethe crecía espiritualmente. El cambio de perspectiva fundamental respecto a Fausto lo tuvo Goethe hacia finales de la década de los setenta, cuando su etapa de búsqueda ocultista dio paso a la científica. Hacia 1780 comenzó sus estudios sobre biología, óptica y paleontología. Fruto de éstos es su hallazgo del hueso maxilar que representa un elemento común en hombres y animales, y le inspiró la teoría de la estructura, desarrollada en La metamorfosis de las plantas, obra que también estimularía el pensamiento de Darwin en su Evolución de las especies. Asimismo destacó como investigador de los fenómenos de la percepción cromática, que expuso en Teoría de los colores, obra de la que Goethe se sentía enormemente orgulloso.
            Ese interés por la ciencia natural transformó a Fausto de criminal inconsciente, aunque bueno, en un ser lúcido pero cansado de la ciencia convencional de tal modo que invoca con artes mágicas al Espíritu de la Tierra para que le ayude a encontrar la verdad.
            Sin embargo, todavía eran necesarias más experiencias en la vida del poeta, quien descubre -al mismo tiempo que su personaje- que no se pueden alcanzar de un solo golpe los secretos de la vida, sino que el pensamiento debe penetrar, poco a poco, pacientemente, en el alma y en el espíritu de las cosas que nos ofrece el mundo sensible. Ése es el punto de partida de todo el desarrollo ulterior de Fausto. Goethe, hacia el final de su vida, confiesa a su secretario, Eckermann, que el núcleo esencial de esta obra está encerrado en un solo verso: Quien siempre aspira y se afana (por superarse), a ése le podemos salvar  (Fausto II).
            Pero cabe preguntarse si el genial escritor fue un hombre feliz. Él mismo reconoce: "Mi vida ha sido el eterno danzar de un guijarro que una y otra vez quiso ser levantado". El 22 de marzo de 1832, momentos antes de morir, acompañado de su nuera Ottilia, dijo simplemente: "Abrid los postigos para que entre más luz"

[5]. Ibídem, págs. 134-135.
[6]. Ibídem, págs. 178-180.
[7]. Ibídem, págs. 238-239
[8].Jano es, en la mitología romana, un dios que tenía dos caras mirando hacia ambos lados de su perfil, padre de Fontus. Jano era el dios de las puertas, los comienzos y los finales.
[9].Goethe (2007), Fausto, edición de M. J. González y M. A. Vega, Madrid, Cátedra.

2 comentarios:

Unknown dijo...

¡Fascinante!

Unknown dijo...

He preguntado a mis padres, a mis abuelos, he buscado por toda la biblioteca, he leido 5 veces la biblia, he viajado a Washington D.C, le he preguntado al presidente, he viajado al espacio, y sigo sin encontrar a la persona que te pidió tu opinión.