El sueño de la razón produce monstruos

domingo, 23 de junio de 2013

Querella entre el homo mathematicus de las ciencias exactas y el homo religiosus de la fe cristiana. Pascal (I)


La relatividad de la certeza matemática[1]

            Por el conocimiento claro y distinto, por el pensamiento, acaso se puede alcanzar la certeza intelectual. La matemática "pura", con toda su absoluta certeza, cuando se hace matemática "aplicada" lo mismo puede contribuir a la seguridad que a la inseguridad de la vida del hombre.
            Con McLuhan cabe preguntarnos ¿qué mejora en el pensamiento de los hombres cuando se pregunta de dónde venimos y adónde vamos? ¿Qué cambia con la matemática "aplicada"? ¿Qué valores recupera el hombre? ¿Qué aspectos contradictorios se suavizan o desaparecen  entre la certeza conceptual de las matemáticas y la seguridad existencial y social? Con los avances científicos y tecnológicos las imágenes y configuraciones del hombre no sólo aluden a cosas, sino que se transforman en cosas por sí mismas, convirtiéndose en herramientas, en artefactos reactivos, a veces muy peligrosos u objetos que tienen la capacidad de cambiar el mundo (McLUHAN, 2009: 288).
            Sin embargo, para McLuhan, la principal característica humana no es tanto crear imágenes, artefactos, herramientas... sino poseer la facultad de comunicación entre seres humanos sobre cómo hacer uso de esas piezas; el hombre no puede transmitir por herencia biológica esas extensiones de los sentidos o de sus facultades mentales. Solo lo puede conseguir por medio de los procesos de enseñanza-aprendizaje, como ocurre, por ejemplo, con el teorema pascaliano, su física (Traité de sons), la prensa hidráulica o las Lettres Provinciales, donde Pascal se nos presenta como inmisericorde polemista y panfletista, sin parangón en su tiempo, sirviendo de modelo después a Voltaire, al ser considerado "el primer periodista" de la literatura francesa.  Como Descartes, Pascal lleva inherente las dotes de un profundo pensador, posee el "pathos" del pensamiento: "El hombre no es más que una caña..., pero una caña que piensa". En ese pensamiento vemos que participa del dualismo cartesiano de espíritu y materia, alma y cuerpo. Y como Descartes no acepta la Escolástica, y la Biblia, con respecto a la física moderna, tiene tan poca autoridad como la antigua física de Aristóteles. Empero, al igual que Descartes, ataca a los "libertinos", librepensadores y ateos, rastreando con fino olfato los problemas del hombre hasta chocar con el fundamento último de la existencia humana.




[1]. KÜNG, Hans (1979), ¿Existe Dios? Respuesta al problema de dios en nuestro tiempo, 3ª edición, Madrid, Ediciones Cristiandad, págs. 75 y ss.

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