Martín
Lutero (vid. *31 de octubre de 1517: Martín Lutero manifiesta sus tesis
sobre la reforma de la Iglesia) tuvo intención
de hacerse abogado, pero a los 21 años decidió hacerse fraile empujado por el
terror, la agonía y el pánico que le inspiraba la idea del castigo de Dios
después de la muerte. Cuando en 1507 fue ordenado sacerdote y celebró su
primera misa, se vio completamente inundado por un espantoso sentimiento de
culpa, un temor al castigo de Dios y una desesperación absoluta al darse cuenta
de que jamás podía vivir una vida tan perfecta como para agradar a Dios.
En 1509, a los 26 años fue trasladado
desde Erfurt al monasterio agustino de Wittemberg, en Sajonia, uno de los más o
menos trescientos estados (algunos casi diminutos) que componían el Sacro
Imperio Romano. Este Imperio era en realidad el Imperio Alemán, se había creado
siglos atrás y, según sus creadores, era una continuación del Imperio Romano.
Cada uno de sus estados principales estaba gobernado por un príncipe, siete de
los cuales, los llamados Electores, se encargaban de elegir al Emperador que
gobernaba el Imperio entero.
En la época de Lutero el emperador era
Maximiliano, al que sucedió en 1519 su nieto Carlos, que ya era rey de España.
La propia Sajonia estaba gobernada por el elector Federico el Sabio, cuyo
apoyo, y el de sus sucesores, los electos Juan y Juan Federico, así como el de
otros príncipes, influyó tanto en el éxito de Lutero y en la expansión de la
Reforma.
Visitó Roma y quedó escandalizado. Muerto
Juan Stanpitz, le sucede Lutero, ya doctor en teología. Se dedicó a estudiar
las cartas de San Pablo, la Carta a los Romanos y la Carta a los
Gálatas; anteriormente había aprendido griego y hebreo, por lo que podía
leer tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento en las lenguas en que fueron
escritos, en vez de utilizar la traducción al latín de la Vulgata.
Cada vez que leía a los Romanos, volvía a
luchar contra su espantoso terror a Dios. En el capítulo I, versículo 17,
decía: “Porque en él (el evangelio) se revela la justicia de Dios, pasando
de una fe a otra fe, según está escrito: el justo vive de la fe”.Lutero
odiaba esa frase, “la justicia de Dios” porque pensaba en un Dios
justiciero que castigaba a los hombres por sus pecados. Pero un día leyendo ese
versículo de los Romanos (“el justo vive de la fe”), lo interpretó como que
Pablo quería decir que no era que los cristianos tuvieran que esforzarse
continuamente intentando ser buenos, sino que si de verdad tenían fe en Dios y
confiaban en El, Dios les salvaría. Por consiguiente, tanto la fe del hombre
como la justicia de Dios son regalos que Él nos ha entregado y no pueden
ganarse ni por medio de las buenas obras, ni ayunando, ni dando dinero a los
pobres y ni siquiera rezando o recibiendo los sacramentos de la Iglesia. Esta
es la fe que, a partir de entonces, dominaría la vida de Lutero y que quiso
compartir con el resto de la Iglesia. (O´Neill, Judith, 1984, págs. 8 y ss.).
Lutero no era sólo catedrático en la
universidad, sino que predicaba también en la iglesia parroquial de Wittenberg.
Ahora que había cambiado sus miedos por una nueva fe y confiaba en Dios, empezó
a criticar algunas prácticas de la Iglesia y en particular el abuso frecuente
que se hacia de las bulas.
En 1507, el Papa León X decretó una bula
especial de jubileo para la reconstrucción de la basílica de San Pedro, en
roma, y en 1513 volvió a repetir la operación. La mitad del dinero de la venta
de bulas en Alemania iba a parar directamente al Papa y la otra, también iba al
Papa, como pago de la enorme deuda contraída con él por el joven arzobispo
Alberto de Maguncia (de 24 años), príncipe y hermano del electo de
Branderburgo, por las dispensas especiales que el Papa le había otorgado para
que mantuviera tres de los principales arzobispados de Alemania a la vez. Los
banqueros Fugger le prestaron el dinero a cambio de unos intereses. Así pues,
el arzobispo Alberto estaba ansioso por vender todas las bulas para quitarse
las deudas e intereses y designó al fraile dominico Juan Tetzel.
Lutero estaba seguro de que el perdón de
Dios era absolutamente gratuito y no podía ver como la Iglesia se enriquecía a
costa del miedo de la gente al castigo divino. Tetzel encendía los ánimos en
las llamas del purgatorio (vid. il. nº. 10 del Anexo I). En 1517, Lutero
decidió protestar por la venta de bulas y para ello envió al arzobispo Alberto
una lista de la Noventa y cinco tesis (o argumentos) contra las bulas; luego
cogió otra copia y la clavó en la puerta de Wittenberg el 31 de octubre del
mismo año. Ellas fueron la chispa que inició la Reforma, aunque las causas de
la Reforma son muy numerosas y complejas.
El punto principal expuesto por Lutero era
que sólo Dios, y no el Papa ni los sacerdotes, podían perdonar los pecados, y
que el perdón de Dios no se lograba con dinero. Las tesis estaban escritas en
latín y pronto se tradujeron al alemán y se imprimieron centenares de copias en
las imprentas recién inventadas y en pocas semanas, el nombre de Lutero y sus
ideas ya las conocían toda Alemania.
Las autoridades eclesiásticas en Roma se
sintieron alarmadas, y tras un informe del arzobispo Alberto, Roma pidió a los
agustinos que se ocuparan de él y los dominicos, con Tetzel a la cabeza, le
acusaron formalmente de herejía ante el tribunal de Roma. Antes, Tetzel le
contestó en enero de 1518, con sus antítesis defendidas en la Universidad de
Francfort del Oder, quien había predicado previamente, respecto a las
indulgencias, una doctrina que defendía “que tan pronto como el dinero entraba
en el cepillo, el alma a la que se dedicaba la indulgencia salía del suplicio”.
La polémica alcanzó una expectación increíble; los estudiantes de Wittenberg,
calurosos partidarios de Lutero, quemaron calurosamente las antítesis de
Tetzel. Roma ordenó a Federico el Sabio (elector de Sajonia) que permitiera a
los agustinos arrestar a Lutero pero no aceptó y Lutero fue interrogado en
Augsburgo por el cardenal Cayetano, legado del Papa; más tarde, en 1519, y en
Leipzig, se enfrentó al doctor Juan Eck que le acusó de apoyar las ideas del
famoso hereje de Bohemia Juan Huss, quemado en la hoguera 100 años antes
En 1520, Lutero publica tres manifiestos
considerados hoy los tres documentos más importantes de la reforma:
1º. “A la Nobleza Cristiana de la
Nación Alemana”. En él se dice que todos los cristianos eran iguales y que
los obispos y monjes no tenían un estatuto espiritual más elevado que el resto
de la gente; también decía que el Papa no tenía ningún derecho a decidir el
significado de la Biblia, pues, según él, este derecho pertenecía a toda la
comunidad cristiano. Decía, además, que había que permitir que los sacerdotes
se casaran y que había que reformar las universidades para que, en vez de la
filosofía de Aristóteles, los estudiantes aprendieran las lenguas de la Biblia
(griego y hebreo), matemáticas e historia, y que los niños aprendieran la
Biblia en la escuela. En él también designaba al papa como Anticristo.
2º. “Sobre el Cautiverio Babilónico
de la Iglesia”, que trata de los sacramentos. Lutero pensaba que la Iglesia
estaba esclavizada por el complicado sistema de normas y prácticas
sacramentales, así como por los clérigos que los administraban, y los comparaba
con la época que los israelitas habían tenido que pasar en el exilio, cautivos
en Babilonia. Niega los siete sacramentos católicos, y los reduce a tres:
bautismo, penitencia y el pan (Santa Comunión o la Cena del Señor, como
acabaron llamándolo los reformistas. Mas tarde, decidió que la penitencia
tampoco era un sacramento, aunque sí una práctica valiosa. Insistía en que
Jesús solo había ordenado dos sacramentos, “el bautismo y el pan”, pero el más
importante era el bautismo; para él, el bautismo era una señal de que Dios
estaba siempre dispuesto a perdonar; el bautismo significa dos cosas:”la muerte
y la resurrección”; esa es una justificación plena y completa.
3º. “Respecto a la Libertad
Cristiana”. Volvía a exponer su gran descubrimiento de los Romanos; decía
que los cristianos, si tenían fe en Jesucristo, recibían libremente la bondad
de Dios y que lo único que tenían que justificar era la fe. Este grito de “sola
fide” (solo a fe) es una de las claves del pensamiento luterano y también
de la revolución que encabezó contra la Iglesia Católica. Creía que la Iglesia,
con inmenso poder en el mundo occidental, había aprisionado el perdón de Dios
en un rígido sistema de reglas, leyes y poder político, y él quería volver a lo
que estaba seguro que era el sencillo mensaje de esperanza del Nuevo
Testamento: que la gente no tenía que “ganarse” la salvación por medio de las
“buenas obras”, ni tampoco ayunando o siguiendo reglas. Primeramente venía a la
fe, luego el libre perdón de Dios y a esto le seguían de manera natural las
“buenas obras”. Según escribió: “De la fe surge el amor y la alegría en el
Señor”, y del amor nace un espíritu alegre, servicial y libre, dispuesto
siempre a servir a sus vecinos con libertad... “Yo me entregaré como un Cristo
a mi vecino, al igual que Cristo se ofreció a mí”.
Las gentes que leían la doctrina de Lutero
en estos tres manifiestos, uno sobre la igualdad de los cristianos, otro sobre
los sacramentos y otro sobre la justificación por la fe, se sentían lieberados.
Mas tarde, las iglesias luteranas y reformistas se cargaran de nuevo de
ansiedad y restricciones.
1520 será también el año de la bula romana
contra Lutero, la Exurge Domine (mayo); pero también el de la coronación
de Carlos V (octubre), y que había de preceder naturalmente a una intervención
imperial contra Lutero. En agosto, Eck llevaba la bula Exurge Domine a
Alemania. La impopularidad de Eck, como rival de Lutero, provocó que no solo
Universidades como Wittemberg y Erfurt se opusieron a su cumplimiento, sino que
incluso hizo vacilar a prelados como el arzobispo de Salzburgo y a nobles tan
arraigadamente católicos como los duques de Baviera. En este ambiente, Lutero
quemó públicamente la bula pontificia el 20 de diciembre del mismo año ante un
gran gentío, en Wittemberg, considerándose como elegido de Dios para luchar
contra Roma: “Porque tú has contristado al Santo del Señor, así te contriste y
consuma a tí el fuego eterno”. Era la abierta ruptura con Roma. Al Papa sólo le
quedaba poner su defensa en manos del nuevo emperador. Pero Carlos V, coronado
recientemente en Aquisgrán, no podía actuar sin plantear el problema en la
primera Dieta de su Imperio, la de Worms (vid.
1521 * enero: Inauguración de la Dieta de Worms, Anexo II de este
trabajo). Por otra parte, también Lutero había acudido a él, esperando
conseguir su apoyo frente a León X, confiado quizá en la enemistad que el papa
había manifestado contra Carlos durante las elecciones imperiales.
Pero Carlos V, educado en el ambiente
piadoso de su tía Margarita, con su preceptor y teólogo Adriano de Utrecht
-luego Adriano VI- , tenía my presentes sus deberes para con la Iglesia, como
jefe supremo del Sacro Imperio Romano Germánico. El nuncio pontificio Alcander
consiguió de Carlos V que en los Países Bajos se cumpliese inmediatamente la
bula pontificia contra Lutero y sus escritos, quemándose públicamente los
libros luteranos en Lovaina y en Lieja. Sin embargo, las acciones del Emperador
en Alemania fueron menos eficaces porque su poder se vería limitado por la
Dieta y los príncipes. Aun así, intentó poner remedio en la cuestión luterana
en la Dieta de Worms.(Fernández Álvarez, 1996, pág. 734).
Ni la dieta de Worms (1521), ni la de
Spira (1529), ni la de Augsburgo (1530), ni el Concilio de Trento, ni la
victoria de Muhlberg (1547) pudieron restablecer la unidad política y
espiritual de Alemania. En 1555, la paz de Augsburgo tuvo que reconocer la existencia
de dos confesiones (la luterana y la católica) y sancionar las secularizaciones
llevadas a cabo antes de 1552. (Bennassar, M.B. et al., 1994, pp. 181 y ss.).
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