El sueño de la razón produce monstruos

sábado, 21 de abril de 2012

Baltasar Gracián: antecedentes politicos y religiosos (II)


Martín Lutero (vid. *31 de octubre de 1517: Martín Lutero manifiesta sus tesis sobre la reforma de la Iglesia) tuvo intención de hacerse abogado, pero a los 21 años decidió hacerse fraile empujado por el terror, la agonía y el pánico que le inspiraba la idea del castigo de Dios después de la muerte. Cuando en 1507 fue ordenado sacerdote y celebró su primera misa, se vio completamente inundado por un espantoso sentimiento de culpa, un temor al castigo de Dios y una desesperación absoluta al darse cuenta de que jamás podía vivir una vida tan perfecta como para agradar a Dios.
      En 1509, a los 26 años fue trasladado desde Erfurt al monasterio agustino de Wittemberg, en Sajonia, uno de los más o menos trescientos estados (algunos casi diminutos) que componían el Sacro Imperio Romano. Este Imperio era en realidad el Imperio Alemán, se había creado siglos atrás y, según sus creadores, era una continuación del Imperio Romano. Cada uno de sus estados principales estaba gobernado por un príncipe, siete de los cuales, los llamados Electores, se encargaban de elegir al Emperador que gobernaba el Imperio entero.
      En la época de Lutero el emperador era Maximiliano, al que sucedió en 1519 su nieto Carlos, que ya era rey de España. La propia Sajonia estaba gobernada por el elector Federico el Sabio, cuyo apoyo, y el de sus sucesores, los electos Juan y Juan Federico, así como el de otros príncipes, influyó tanto en el éxito de Lutero y en la expansión de la Reforma.
      Visitó Roma y quedó escandalizado. Muerto Juan Stanpitz, le sucede Lutero, ya doctor en teología. Se dedicó a estudiar las cartas de San Pablo, la Carta a los Romanos y la Carta a los Gálatas; anteriormente había aprendido griego y hebreo, por lo que podía leer tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento en las lenguas en que fueron escritos, en vez de utilizar la traducción al latín de la Vulgata.
     Cada vez que leía a los Romanos, volvía a luchar contra su espantoso terror a Dios. En el capítulo I, versículo 17, decía: “Porque en él (el evangelio) se revela la justicia de Dios, pasando de una fe a otra fe, según está escrito: el justo vive de la fe”.Lutero odiaba esa frase, “la justicia de Dios” porque pensaba en un Dios justiciero que castigaba a los hombres por sus pecados. Pero un día leyendo ese versículo de los Romanos (“el justo vive de la fe”), lo interpretó como que Pablo quería decir que no era que los cristianos tuvieran que esforzarse continuamente intentando ser buenos, sino que si de verdad tenían fe en Dios y confiaban en El, Dios les salvaría. Por consiguiente, tanto la fe del hombre como la justicia de Dios son regalos que Él nos ha entregado y no pueden ganarse ni por medio de las buenas obras, ni ayunando, ni dando dinero a los pobres y ni siquiera rezando o recibiendo los sacramentos de la Iglesia. Esta es la fe que, a partir de entonces, dominaría la vida de Lutero y que quiso compartir con el resto de la Iglesia. (O´Neill, Judith, 1984, págs. 8 y ss.).
    Lutero no era sólo catedrático en la universidad, sino que predicaba también en la iglesia parroquial de Wittenberg. Ahora que había cambiado sus miedos por una nueva fe y confiaba en Dios, empezó a criticar algunas prácticas de la Iglesia y en particular el abuso frecuente que se hacia de las bulas.
    En 1507, el Papa León X decretó una bula especial de jubileo para la reconstrucción de la basílica de San Pedro, en roma, y en 1513 volvió a repetir la operación. La mitad del dinero de la venta de bulas en Alemania iba a parar directamente al Papa y la otra, también iba al Papa, como pago de la enorme deuda contraída con él por el joven arzobispo Alberto de Maguncia (de 24 años), príncipe y hermano del electo de Branderburgo, por las dispensas especiales que el Papa le había otorgado para que mantuviera tres de los principales arzobispados de Alemania a la vez. Los banqueros Fugger le prestaron el dinero a cambio de unos intereses. Así pues, el arzobispo Alberto estaba ansioso por vender todas las bulas para quitarse las deudas e intereses y designó al fraile dominico Juan Tetzel.
    Lutero estaba seguro de que el perdón de Dios era absolutamente gratuito y no podía ver como la Iglesia se enriquecía a costa del miedo de la gente al castigo divino. Tetzel encendía los ánimos en las llamas del purgatorio (vid. il. nº. 10 del Anexo I). En 1517, Lutero decidió protestar por la venta de bulas y para ello envió al arzobispo Alberto una lista de la Noventa y cinco tesis (o argumentos) contra las bulas; luego cogió otra copia y la clavó en la puerta de Wittenberg el 31 de octubre del mismo año. Ellas fueron la chispa que inició la Reforma, aunque las causas de la Reforma son muy numerosas y complejas.
    El punto principal expuesto por Lutero era que sólo Dios, y no el Papa ni los sacerdotes, podían perdonar los pecados, y que el perdón de Dios no se lograba con dinero. Las tesis estaban escritas en latín y pronto se tradujeron al alemán y se imprimieron centenares de copias en las imprentas recién inventadas y en pocas semanas, el nombre de Lutero y sus ideas ya las conocían toda Alemania.
     Las autoridades eclesiásticas en Roma se sintieron alarmadas, y tras un informe del arzobispo Alberto, Roma pidió a los agustinos que se ocuparan de él y los dominicos, con Tetzel a la cabeza, le acusaron formalmente de herejía ante el tribunal de Roma. Antes, Tetzel le contestó en enero de 1518, con sus antítesis defendidas en la Universidad de Francfort del Oder, quien había predicado previamente, respecto a las indulgencias, una doctrina que defendía “que tan pronto como el dinero entraba en el cepillo, el alma a la que se dedicaba la indulgencia salía del suplicio”. La polémica alcanzó una expectación increíble; los estudiantes de Wittenberg, calurosos partidarios de Lutero, quemaron calurosamente las antítesis de Tetzel. Roma ordenó a Federico el Sabio (elector de Sajonia) que permitiera a los agustinos arrestar a Lutero pero no aceptó y Lutero fue interrogado en Augsburgo por el cardenal Cayetano, legado del Papa; más tarde, en 1519, y en Leipzig, se enfrentó al doctor Juan Eck que le acusó de apoyar las ideas del famoso hereje de Bohemia Juan Huss, quemado en la hoguera 100 años antes
     En 1520, Lutero publica tres manifiestos considerados hoy los tres documentos más importantes de la reforma:
         1º. “A la Nobleza Cristiana de la Nación Alemana”. En él se dice que todos los cristianos eran iguales y que los obispos y monjes no tenían un estatuto espiritual más elevado que el resto de la gente; también decía que el Papa no tenía ningún derecho a decidir el significado de la Biblia, pues, según él, este derecho pertenecía a toda la comunidad cristiano. Decía, además, que había que permitir que los sacerdotes se casaran y que había que reformar las universidades para que, en vez de la filosofía de Aristóteles, los estudiantes aprendieran las lenguas de la Biblia (griego y hebreo), matemáticas e historia, y que los niños aprendieran la Biblia en la escuela. En él también designaba al papa como Anticristo.
         2º. “Sobre el Cautiverio Babilónico de la Iglesia”, que trata de los sacramentos. Lutero pensaba que la Iglesia estaba esclavizada por el complicado sistema de normas y prácticas sacramentales, así como por los clérigos que los administraban, y los comparaba con la época que los israelitas habían tenido que pasar en el exilio, cautivos en Babilonia. Niega los siete sacramentos católicos, y los reduce a tres: bautismo, penitencia y el pan (Santa Comunión o la Cena del Señor, como acabaron llamándolo los reformistas. Mas tarde, decidió que la penitencia tampoco era un sacramento, aunque sí una práctica valiosa. Insistía en que Jesús solo había ordenado dos sacramentos, “el bautismo y el pan”, pero el más importante era el bautismo; para él, el bautismo era una señal de que Dios estaba siempre dispuesto a perdonar; el bautismo significa dos cosas:”la muerte y la resurrección”; esa es una justificación plena y completa.
         3º. “Respecto a la Libertad Cristiana”. Volvía a exponer su gran descubrimiento de los Romanos; decía que los cristianos, si tenían fe en Jesucristo, recibían libremente la bondad de Dios y que lo único que tenían que justificar era la fe. Este grito de “sola fide” (solo a fe) es una de las claves del pensamiento luterano y también de la revolución que encabezó contra la Iglesia Católica. Creía que la Iglesia, con inmenso poder en el mundo occidental, había aprisionado el perdón de Dios en un rígido sistema de reglas, leyes y poder político, y él quería volver a lo que estaba seguro que era el sencillo mensaje de esperanza del Nuevo Testamento: que la gente no tenía que “ganarse” la salvación por medio de las “buenas obras”, ni tampoco ayunando o siguiendo reglas. Primeramente venía a la fe, luego el libre perdón de Dios y a esto le seguían de manera natural las “buenas obras”. Según escribió: “De la fe surge el amor y la alegría en el Señor”, y del amor nace un espíritu alegre, servicial y libre, dispuesto siempre a servir a sus vecinos con libertad... “Yo me entregaré como un Cristo a mi vecino, al igual que Cristo se ofreció a mí”.
     Las gentes que leían la doctrina de Lutero en estos tres manifiestos, uno sobre la igualdad de los cristianos, otro sobre los sacramentos y otro sobre la justificación por la fe, se sentían lieberados. Mas tarde, las iglesias luteranas y reformistas se cargaran de nuevo de ansiedad y restricciones.
     1520 será también el año de la bula romana contra Lutero, la Exurge Domine (mayo); pero también el de la coronación de Carlos V (octubre), y que había de preceder naturalmente a una intervención imperial contra Lutero. En agosto, Eck llevaba la bula Exurge Domine a Alemania. La impopularidad de Eck, como rival de Lutero, provocó que no solo Universidades como Wittemberg y Erfurt se opusieron a su cumplimiento, sino que incluso hizo vacilar a prelados como el arzobispo de Salzburgo y a nobles tan arraigadamente católicos como los duques de Baviera. En este ambiente, Lutero quemó públicamente la bula pontificia el 20 de diciembre del mismo año ante un gran gentío, en Wittemberg, considerándose como elegido de Dios para luchar contra Roma: “Porque tú has contristado al Santo del Señor, así te contriste y consuma a tí el fuego eterno”. Era la abierta ruptura con Roma. Al Papa sólo le quedaba poner su defensa en manos del nuevo emperador. Pero Carlos V, coronado recientemente en Aquisgrán, no podía actuar sin plantear el problema en la primera Dieta de su Imperio, la de Worms (vid.  1521 * enero: Inauguración de la Dieta de Worms, Anexo II de este trabajo). Por otra parte, también Lutero había acudido a él, esperando conseguir su apoyo frente a León X, confiado quizá en la enemistad que el papa había manifestado contra Carlos durante las elecciones imperiales. 
     Pero Carlos V, educado en el ambiente piadoso de su tía Margarita, con su preceptor y teólogo Adriano de Utrecht -luego Adriano VI- , tenía my presentes sus deberes para con la Iglesia, como jefe supremo del Sacro Imperio Romano Germánico. El nuncio pontificio Alcander consiguió de Carlos V que en los Países Bajos se cumpliese inmediatamente la bula pontificia contra Lutero y sus escritos, quemándose públicamente los libros luteranos en Lovaina y en Lieja. Sin embargo, las acciones del Emperador en Alemania fueron menos eficaces porque su poder se vería limitado por la Dieta y los príncipes. Aun así, intentó poner remedio en la cuestión luterana en la Dieta de Worms.(Fernández Álvarez, 1996, pág. 734).
     Ni la dieta de Worms (1521), ni la de Spira (1529), ni la de Augsburgo (1530), ni el Concilio de Trento, ni la victoria de Muhlberg (1547) pudieron restablecer la unidad política y espiritual de Alemania. En 1555, la paz de Augsburgo tuvo que reconocer la existencia de dos confesiones (la luterana y la católica) y sancionar las secularizaciones llevadas a cabo antes de 1552. (Bennassar, M.B. et al., 1994, pp. 181 y ss.).

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